La “particularidad” estadounidense ante la crisis mundial de los partidos tradicionales, la mutación del partido republicano y la degradación del partido demócrata, un autoritario Trump con la suma de todos los poderes y la emergencia de una nueva subjetividad.
Juan Andrés Gallardo @juanagallardo1
Jueves 7 de noviembre 09:11
Lo que atraviesa Estados Unidos es una profunda crisis de su régimen político. A la crisis de hegemonía imperialista, por ser la principal potencia mundial que está en declive y cada vez más cuestionada por el surgimiento de competidores en el terreno internacional, se le suma la crisis del sistema bipartidista en el plano doméstico.
En Estados Unidos su régimen político bipartidista lidió de manera particular con la crisis de los partidos tradicionales que recorrió el mundo.
Tras el período de restauración neoliberal, profundizada por la crisis de 2008, los partidos tradicionales cayeron en desgracia y fueron castigados electoral y políticamente. De esta crisis de los partidos tradicionales surgieron nuevas expresiones políticas por derecha e izquierda como emergente de una polarización social y política en ascenso. Así se fueron multiplicando fenómenos neorreformistas a izquierda del reformismo o la centroizquierda clásica, y formaciones de extrema derecha que sedujeron al electorado y a la base social de la derecha tradicional.
En Estados Unidos, sin embargo, esas expresiones tuvieron lugar dentro del bipartidismo demócrata-republicano, que absorbió hasta el extremo todas las expresiones políticas que surgían como parte de la polarización creciente. Lo que por derecha aparecía como la posibilidad de surgimiento de un nuevo partido de la mano del movimiento Tea Party años atrás se hundió bajo la figura de Trump, que fagocitó al partido republicano convirtiéndolo en el partido trumpista y tuvo su hecho fundacional con la histórica toma del capitolio el 6 de enero de 2021.
En cuanto al partido demócrata cumplió su rol histórico de “cementerio de los movimientos sociales” manteniendo en su interior tanto a las figuras del ala izquierda como Sanders u Ocasio-Cortéz, que terminaron apoyando todas las derechadas demócratas en nombre del mal menor, como absorbiendo y desarmando todos los movimientos progresivos que surgían a su vera.
Esa ebullición política contenida es una olla a presión que profundiza la crisis del régimen político estadounidense.
Esto es así más que nunca tras las últimas elecciones que han sellado de momento la mutación del partido republicano en trumpiano, mientras que ha sumido en una crisis profunda al partido demócrata que no solo perdió una parte de su base demográfica histórica entre trabajadores industriales, afroamericanos y latinos, sino que este año y ante el horror del genocidio en Gaza por primera vez uno de los movimientos que surgen a su izquierda no pudo ser capitalizado hacia el voto como mal menor. A pesar de los esfuerzos de figuras como Sanders que, palabras más palabras menos, dijo que Harris sería menos asesina que Trump en Gaza, para llamar a votarla, gran parte de la juventud que formó el movimiento de solidaridad con palestina y armó los campus en un centenar de universidades estadounidenses, como la numerosa comunidad árabe, le dio la espalda a Harris.
Antes de que alguien le eche la culpa a los votantes por el triunfo de Trump, es necesario decir que la derechización del partido demócrata que tomó gran parte del programa trumpista contra los inmigrantes, defendió el guerrerismo, el apoyo financiero multimillonario a Ucrania y el apoyo al genocidio en Gaza, o que abandonó una agenda progresista ante las acusaciones de ser demasiado “woke” y ahuyentar votantes (dejando solo la bandera del aborto para calar entre el electorado femenido), fue lo que terminó por allanar el camino de Trump a la Casa Blanca.
Una inflación del 20% durante los últimos años, que golpeó los bolsillos de todos los trabajadores, fue suficiente para que el tema económico sea mencionado como el principal problema por los encuestados en todos los estados, volcando a una parte del electorado hacia el voto por Trump. Mientras que Harris tenía un discurso dirigido a la clase media, con promesas de microcréditos para "emprendedores", Trump, que ya tenía el voto rural, le habló a los trabajadores y sectores golpeados por la situación económica de las grandes ciudades conquistando un voto transversal a la raza y la edad, sobre todo entre los hombres.
Como dice un artículo del New York Times “En una nación profundamente dividida, los votantes acogieron con agrado la promesa de Trump de cerrar la frontera sur por casi cualquier medio, reactivar la economía con aranceles al estilo del siglo XIX que restablecerían la industria manufacturera estadounidense y liderar una retirada de los enredos internacionales y los conflictos globales”. Es decir, el triunfo de Trump tiene motivos bastante terrenales. Existe, sí, por supuesto, una base trumpista dura, conservadora y radicalizada que se fue ampliando durante los últimos ocho años, pero el actual triunfo lo logró llegando a las preocupaciones de un sector más amplio.
Varios analistas y medios, incluido el comité editorial del New York Times salieron alarmados a señalar que la democracia estaba en peligro por la sumatoria de poderes que acumulará Trump en su nuevo mandato. Sin dudas tendrá un componente autoritario y lo utilizará para descargarlo no solo contra lo que llama el deep state y el establishment (con el que de alguna manera siempre terminan negociando) sino sobre todo contra los migrantes, contra quienes quieran pelear por sus derechos, por mejorar sus condiciones de vida, o contra el apoyo de Estados Unidos al genocidio israelí en Gaza.
Estos analistas entran en pánico porque ven la degradación del Partido Demócrata ante el avance de Trump y el trumpismo. Ni por un segundo tienen confianza en que si hay contrarrevolución, también puede haber revolución. Que un ataque desmedido de Trump puede despertar, unir y fortalecer a los distintos sectores que hace años vienen haciendo una experiencia con el Partido Demócrata y que han sabido luchar en las calles. Desde Occupy Wall Street a Black Lives Matter, desde la generación U, que logró sindicalizar jóvenes en lugares impensados, hasta la juventud que se levantó por palestina siendo consciente del rol de su propio imperialismo, pasando por una clase obrera que tras décadas de derrotas se ha comenzado a recomponer luego de la pandemia y ha protagonizado huelgas enormes entre automotrices, portuarios, ferroviarios, actores, guionistas, docentes y previamente en 2021 durante el striketober en decenas de las principales fábricas de Estados Unidos. El Partido Demócrata querrá volver a llevarlos nuevamente al callejón sin salida del malmenorismo, pero los incipientes elementos de experiencia que está haciendo una parte de la juventud puede hacer que esta vez la radicalización también sea por izquierda y permita iniciar la ruptura con la dirección demócrata para enfrentar efectivamente a Trump y su ofensiva.
Juan Andrés Gallardo
Editor de la sección internacional de La Izquierda Diario