Desde la publicación del libro Hegemonía y lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo (Bs. As. Ed. IPS, 2017), de Juan Dal Maso, hemos publicado distintos debates con intelectuales y militantes de la Argentina y otros países. En esta oportunidad publicaremos sucesivamente tres artículos sobre este libro de destacados investigadores como Panagiotis Sotiris, Warren Montag y Pietro Basso, quienes hacen cada uno su propia valoración de este trabajo, estableciendo un diálogo crítico con sus elaboraciones para pensar sobre la actualidad. En esta edición escribe Warren Montag.
A finales de 1976, Perry Anderson publicó su magistral estudio "Las antinomias de Antonio Gramsci", en el número 100 de la New Left Review, que conmemoró el cuadragésimo año de publicación de la revista. Escrito como una crítica al reformismo de la naciente corriente eurocomunista, para la que Gramsci, o más bien el Gramsci construido retroactivamente por sus partidarios franceses e italianos, sirvió de fundamento teórico y de garantía de su linaje descendiente a partir de los congresos fundacionales de la Tercera Internacional, el análisis de Anderson llegaría a determinar la forma en que se leía a Gramsci, por lo menos en el ámbito anglófono. “Las antinomias”, escrito justo después de la cresta de la ola revolucionaria de 1968-1975, se organizaba, como es evidente hoy en día, alrededor de antinomias o paradojas cuyos efectos han sido tan poderosos como los que Anderson afirmaba haber descubierto en Gramsci. Los "deslizamientos" que identificó en Gramsci fueron al mismo tiempo los suyos: en particular, la renovada apreciación tanto de la distinción jurídica entre Estado y sociedad civil como de la noción de soberanía popular del régimen parlamentario (europeo). Su lectura ayudó a crear un amplio interés en Gramsci en el Reino Unido y los Estados Unidos, aun cuando produjo una matriz de interpretación que restringía las consecuencias prácticas y teóricas de los Cuadernos de la Cárcel.
No debería sorprender que el trabajo que más ampliamente intenta liberar la obra de Gramsci de esta trama no provenga de Europa o de América del Norte, sino de América Latina, y en particular de Argentina, donde se podría argumentar que los desafíos más difíciles y, de hecho, las amenazas y peligros más grandes a los que se enfrentaba Gramsci, tanto en su vida política como en su vida personal, y que se encuentran inscritos en diferentes registros de los Cuadernos de la cárcel, se hicieron presentes 50 años después. La dictadura instalada en 1976 (que fue precedida por varios años de un reino de terror contra la izquierda por parte de "actores no estatales") no podía ser calificada de fascista, pero las cuestiones de estrategia (la guerra de posición o la guerra de maniobra, el frente único o el asalto frontal del proletariado) se plantearon de forma tan apremiante y urgente como si se tratara del enfrentamiento con un enemigo fascista. Este es el legado que heredó una reciente generación de la izquierda revolucionaria argentina en el presente, un fondo de experiencias y experimentos políticos, cuya memoria viva les permite examinarlos con detenimiento para determinar los conocimientos que se puedan extraer de ellos.
Esta historia, sin ser explícita en ninguna parte, aunque se vislumbra intermitentemente en algunos puntos clave del texto, recorre todas las páginas de Hegemonía y lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo de Juan Dal Maso. La experiencia de lucha vivida y recordada le ha permitido a Dal Maso organizar un encuentro teórico y político entre Trotsky y Gramsci que no sólo es bienvenido sino necesario. Es bienvenido especialmente en la medida en que es una comparación de Trotsky y Gramsci que es más que un simple apunte de aparentes puntos de convergencia, diferencia y oposición (y me refiero principalmente los Cuadernos de la cárcel, más que a la escritura de Gramsci antes de su arresto a finales de 1926, y a la obra de Trotsky de la misma época -con la excepción del texto inicial, Resultados y perspectivas). Ponerlos a dialogar requiere el trabajo de traducción a todos los niveles, así como un examen cuidadoso de las diferencias que son "obvias para todos" (por ejemplo, la crítica de Gramsci a la revolución permanente) para determinar hasta qué punto estas diferencias son reales y pueden ser sostenidas por los propios textos, simplemente para hacerlos teóricamente comparables. Este encuentro también es necesario si queremos leer a Trotsky y a Gramsci de una manera nueva que nos permita ver lo que antes era invisible e ilegible en sus textos, incluso, o especialmente, en los más leídos. La alianza objetiva entre ellos que surge del estudio de Dal Maso puede entenderse como parte de un frente único en el ámbito de la teoría que coexiste con el esfuerzo por construir un frente único en la práctica para hacer frente al resurgimiento del fascismo (aunque sea en forma de neofascismo) a nivel internacional.
¿Qué hace que sea tan difícil organizar un encuentro o un diálogo entre Trotsky y Gramsci? Para empezar, casi todo lo que Trotsky escribió después de su expulsión del PCUS en 1927 representa "el análisis concreto de la situación concreta" que él, al igual que Lenin, consideraba como "el alma del marxismo". El hecho de que estos textos a menudo produzcan efectos teóricos (o efectos colaterales), notados o no por quienes los leen, no cambia el hecho de que Trotsky rara vez vuelve explícitamente a los fundamentos teóricos del marxismo construyendo las genealogías, a veces elaboradas, que encontramos en Gramsci: no hay excursos largos sobre Hegel (o sobre sus herederos), no hay ninguna referencia a Maquiavelo, etc. La suerte del término "hegemonía", es decir, las formas en que se ha trabajado, invocado o explotado, independientemente de cómo las evaluemos, muestran que el propósito de Gramsci era proporcionar un concepto, o quizás un término que indicara la ausencia de un concepto, necesario para el desarrollo continuo del marxismo. El objetivo de Trotsky en cada caso era dar cuenta lo más detalladamente posible de un conflicto determinado: las fuerzas involucradas, su fuerza relativa, sus armas, así como el terreno en el que se desarrollaba el combate, los límites que imponía y las posibilidades que abría. Si bien, como lo intuyó Alex Callinicos hace unos cuarenta años, y los contenidos de la biblioteca de Althusser lo confirman, la Historia de la Revolución rusa de Trotsky presentaba una versión de la noción de contradicción sobredeterminada y mostraba las consecuencias de esta noción para la práctica política, lo hacía sin registrar la existencia de esta noción. Aunque las dificultades del exilio de Trotsky no son comparables a las del encarcelamiento de Gramsci, física o materialmente, ambas fueron experiencias de castigo por destierro o exclusión. Trotsky reaccionó al ser removido del centro de deliberación y decisión política aumentando el número y la magnitud de sus análisis políticos: desde China, Alemania, España, Francia, Estados Unidos y México (sin mencionar su incesante esfuerzo por explicar la contrarrevolución en la URSS), estableciendo contactos con intelectuales y militantes simpatizantes de todo el mundo y dando consejos sobre tácticas y estrategia. Gramsci, en contraste, ante circunstancias mucho más difíciles, sobre todo, teniendo que evitar provocar la ira de sus carceleros fascistas o de la tendencia dominante (stalinista) en el movimiento comunista, y con mucho menos acceso a la información y los recursos, buscó examinar los fundamentos teóricos y filosóficos y las suposiciones de muchas de las mismas tendencias cuya práctica era objeto de la crítica de Trotsky.
Tal vez la parte más directamente teórica de la obra de Trotsky es la que menos se lee. No me refiero a la delgada colección de sus cuadernos filosóficos, a su obra literaria y artística o incluso a su colección casi olvidada, Problemas de la vida cotidiana (la revolución cultural según Trotsky), sino a sus escritos militares y, en particular, a las piezas dedicadas a los debates sobre la cuestión de una doctrina militar unificada en 1921-22. Es en su respuesta a un grupo de comandantes del Ejército Rojo que han propuesto una doctrina militar basada en la visión monista del mundo y la ciencia militar que Trotsky se acerca mucho a Gramsci (como lo leyó Dal Maso contra Anderson) y quizás aún más a Maquiavelo (tanto en El Príncipe como en El arte de la guerra). El enfoque de Trotsky hacia la estrategia y las tácticas en la práctica política es el mismo que su enfoque hacia la estrategia y las tácticas involucradas en la guerra. De hecho, los dos son inseparables, y aunque la política debe permanecer al mando en última instancia, la guerra comunica la verdad que la práctica política a menudo se oculta a sí misma. La "teoría de la ofensiva" apoyada por el KAPD alemán y la corriente bordiguista del comunismo italiano implicaba una estrategia militar y política. En su forma más temprana, aprobada provisionalmente por Lenin y Trotsky, se inspiró en la extensión de la revolución francesa bajo Napoleón a través de la acción militar para liberar a los pueblos de Europa del sometimiento feudal. Cuando el ejército rojo repelió una invasión polaca a principios de 1920, y luego procedió a invadir Polonia, Trotsky observó que "el Ejército Rojo avanzaba entonces sobre Varsovia y era posible calcular que a causa de la situación revolucionaria en Alemania, Italia y otros países, el impulso militar –sin, por supuesto, ningún significado independiente propio, sino como fuerza auxiliar...– podría provocar la victoria de la revolución, entonces temporalmente en un punto muerto” [1]. Mientras que la derrota del Ejército Rojo fuera de Varsovia convenció a Lenin y Trotsky de que la versión militar de la Ofensiva era un error (sobre todo porque los trabajadores polacos no la consideraban un medio de liberación), una versión política floreció en todos los partidos comunistas. A menudo se describía como una especie de intoxicación: no había otra forma de avanzar que tomando la ofensiva sin considerar la relación de fuerzas concreta, con la certeza de que la acción decisiva despertaría de la pasividad a la mayoría del proletariado. La acción de marzo de 1921 en Alemania demostró la locura de reemplazar la acción estratégica con un imperativo moral-político basado en la fe en la certeza de la Revolución.
Esta locura, basada en la derrota de la ola revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial, fue tan generalizada en la República Soviética como en otras partes, alimentada por la aguda conciencia de la importancia de la extensión de la revolución en Europa para la mera supervivencia de la revolución en la Rusia soviética. En 1919-1920 un grupo de comandantes del Ejército Rojo propuso la adopción de una "Doctrina Militar Unificada" en cuyo centro se encontraba una teoría de la ofensiva y el principio de la maniobrabilidad del Ejército Rojo, cuyo éxito en la práctica estaba garantizado por la ciencia marxista. Más importante aún, esta doctrina se basaba sólo en parte en las condiciones objetivas en las que se libró la guerra; su fundamento esencial era el carácter de clase proletario del Ejército Rojo. Tomar la ofensiva desde el principio, ser el primero en atacar siempre es ventajoso (un principio, como señaló Trotsky, tomado de los estatutos militares franceses de 1921). La doctrina permitía la posibilidad de métodos "posicionalistas", pero repetía que tales métodos nunca podrían llegar a ser "la forma básica de lucha" y advertía contra “dejarse llevar” por los métodos meramente defensivos [2].
Si bien la crítica de Trotsky a esta doctrina se basaba en cierta medida en ejemplos de la guerra civil recientemente concluida, y en la casi imposibilidad de lanzar una ofensiva a gran escala dadas las condiciones materiales de la Unión Soviética, su principal objetivo eran las suposiciones teóricas en las que se basaba. Argumentó que era un "formalismo" que trataba las estrategias y las tácticas como números ordinarios en un conjunto ordenado [3]. La doctrina consistía en una lista de abstracciones, principios que se aplicaban a cualquier situación independientemente del terreno, el tamaño y la fortaleza de la fuerza contraria, su armamento, movilidad, líneas de suministro, etc. Estas abstracciones, además, se basaban en nociones teológicas sobre el poder de la verdad y la rectitud; detrás de ellas había fantasías mesiánicas del fin que se acercaba, cuya llegada era segura y para las cuales la ofensiva total era la única forma adecuada de testimonio. En palabras que son casi idénticas a las de Maquiavelo en El Príncipe, Trotsky rechaza toda la noción de una doctrina militar como un ejercicio de filosofía. Uno debe aprender a determinar la estrategia y las tácticas sobre la base de las circunstancias específicas y las condiciones concretas de una situación dada que determinará lo que se debe hacer para lograr un objetivo particular. Como dijo Maquiavelo, uno debe aprender a actuar según la necesidad [4].
Es imposible no ver la aplicabilidad de la crítica de Trotsky al partido de la Ofensiva en el período anterior al Tercer Congreso de la Tercera Internacional, celebrado en junio-julio de 1921. Fue él quien anunció en la apertura del Congreso que la situación en toda Europa, el equilibrio de las fuerzas de clase y las oportunidades de los partidos comunistas de ganar a las masas para la lucha revolucionaria ya no eran lo que eran en 1919. El capitalismo se había estabilizado y se avecinaba una recuperación económica. Se requerían nuevas tácticas: Lenin y Trotsky enfatizaron el frente único con otras fuerzas de la clase obrera como una forma de llegar a las masas. Frente a esta necesidad política, sin embargo, la izquierda del movimiento comunista denunció el "cretinismo antiputschista" de la mayoría, al declarar que "antes esperábamos, pero ahora vamos a tomar la iniciativa y forzar la revolución" [5]. Esto era en realidad lo que Trotsky había denominado "intoxicación con la maniobra", en sí misma el efecto de la elevación de la Ofensiva como un imperativo filosófico/moral [6].
Como Dal Maso ha demostrado de forma decisiva al examinar varios pasajes de los Cuadernos de la cárcel escritos en diferentes momentos, la perspectiva de Gramsci, independientemente de su crítica de la teoría de la revolución permanente como variante del "maniobrismo" y de la teoría de la ofensiva, es muy cercana a la de Trotsky. Si la situación o la relación de fuerzas determina la estrategia, en contraposición a una filosofía de la Ofensiva o a un sentido totalizador de la época histórica como sistema relativamente estable (historicismo), el énfasis de Gramsci en el "posicionalismo" descansa en nada menos que una caracterización de la coyuntura política, y bien podría sugerir un énfasis en el frente único frente al rechazo del mismo en el VI Congreso de la III Internacional, celebrado en 1928. A pesar del inmenso crecimiento del fascismo, el Congreso declaró la necesidad de rechazar las alianzas con los partidos socialdemócratas (repentinamente declarados "socialfascistas") para no verse impedidos de lanzarse a la ofensiva revolucionaria que se volvía posible gracias a un nuevo período de crisis económica y política. La idea de "forzar la revolución" estaba de nuevo en la agenda y tendría resultados mucho más catastróficos que en 1921.
Mientras que Anderson sostiene que Gramsci concibió la guerra de posición como "válida para toda una época y toda una zona de lucha socialista" con una "resonancia mucho más amplia que la de la táctica del Frente Único propugnada en su día por la Comintern" [7], Dal Maso muestra que el texto mismo de los Cuadernos de la cárcel sugiere un Gramsci mucho más sintonizado con los cambios en la coyuntura y con la necesidad de una teoría capaz de registrar estos cambios, para quienes las estrategias basadas en una caracterización de "una época completa y una zona entera" sólo podrían conducir a la derrota. Cita el fascinante relato de Gramsci sobre la lucha india contra el imperialismo británico:
Gramsci hace referencia a la lucha política de la India contra los ingleses y distingue “tres formas de guerra”: guerra de posición, de movimiento y subterránea, señalando por ejemplo que “La resistencia pasiva de Gandhi es una guerra de posición, que se vuelve guerra de movimiento en ciertos momentos y en otros guerra subterránea: el boicot es guerra de posición, las huelgas son guerra de movimiento, la preparación clandestina de las armas y de los elementos combativos de asalto es guerra subterránea”. (C1 §134, redactado entre febrero y marzo de 1930). Vemos aquí que la diferencia entre guerra de posición y guerra de maniobra en el plano político está planteada inicialmente en términos de distintas “formas” de lucha y no como estrategias diferenciadas u opuestas que deban necesariamente excluirse mutuamente [8].
De ello se deduce que la crítica de Gramsci a la teoría de la ofensiva no condujo a un simple rechazo que la sustituyó por la teoría correcta, la guerra de posiciones, sino a
…. una idea más sutil que es la de la combinación con la guerra de maniobra dentro de esa primacía. Es decir que lo propiamente estratégico no sería la guerra de posición como tal sino el modo de articular las formas de lucha para poder vencer, al igual que se venció en Rusia, pero con otros métodos. Esto resulta importante en la medida en que la crítica de Gramsci al “ataque frontal” está más ligada a una crítica del ataque sin tener en cuenta la relación de fuerzas (como erróneamente creía que pensaba Trotsky), que a la propuesta de una forma de lucha que renuncie al ataque [9]
Leer a Gramsci a la luz de las tesis de Trotsky sobre la estrategia y la necesidad de pensar estratégicamente es redescubrir el papel teórico fundamental que Maquiavelo juega en los Cuadernos de la cárcel. ¿Pero qué Maquiavelo? Para Anderson, las consideraciones de Gramsci sobre las oposiciones de la fuerza y el consentimiento, la violencia y la hegemonía son "manifiestamente universales, en la emulación de la manera del propio Maquiavelo. Se presenta un conjunto explícito de oposiciones, válido para cualquier época histórica" [10]. Acabamos de ver, sin embargo, las formas en que Gramsci, como Trotsky, rechaza una oposición todavía más restringida de guerra de posición y guerra de maniobra como una abstracción vacía que puede como mucho apuntarnos en la dirección de la concreta complejidad de la relación de fuerzas que caracteriza a una coyuntura dada, y en la que el posicionalismo y la maniobra siguen estando necesaria e inevitablemente entrelazados. En el largo ensayo de Anderson, la frase "relación de fuerzas" aparece sólo una vez, en una descripción de la estrategia militar en el Frente Oriental en la Primera Guerra Mundial, como si el concepto mismo no tuviera cabida en las reflexiones de Gramsci sobre la hegemonía y el conflicto de clases.
De hecho, Dal Maso muestra que, en contraste con las mismas oposiciones que según Anderson son universales, poseedoras de una validez que está fuera de los movimientos y fuerzas de la historia perpetuamente variables, constituyendo en conjunto las condiciones de su inteligibilidad; tanto Trotsky como Gramsci practicaron una teoría del conocimiento que no era precisamente una teoría, produciendo un conocimiento no sólo de la coyuntura (la situación o relación de fuerzas), sino en ella, en ella necesariamente, ocupando el lugar que en ella se requería y que confería a quien la tuviera la posibilidad de desarrollar un conocimiento adecuado de la misma. Desafortunadamente, tanto para Trotsky como para Gramsci, el conocimiento, no importa cuán exhaustivo y completo sea, no ofrece ninguna garantía de victoria o incluso de supervivencia.
Como señala Dal Maso, leer los Cuadernos de la cárcel como un sistema coherente y luego describir los puntos en los que Gramsci parece desviarse de los postulados en los que se basa este sistema como "deslizamientos", es seleccionar ciertas partes del texto como la norma de la que otros se han desviado. La discusión de Anderson sobre la hegemonía y el papel tanto del Estado como de la sociedad civil en su producción, una oposición que inicialmente rechaza por ser demasiado abstracta, pero que debe ser adoptada porque es del propio Gramsci, es ejemplar a este respecto. Mantiene una distancia crítica de esta oposición hasta su examen de lo que él llama el "segundo modelo" de hegemonía de Gramsci. Mientras que el primer modelo se equivocó al atribuir un papel demasiado importante a la fabricación cultural del consenso, el segundo modelo no es "una verdadera corrección" del primero [11]. De hecho, sus errores son más graves: aquí, la desviación de Gramsci radica en su noción de que la hegemonía opera a través de una combinación de fuerza y consentimiento y que tanto el Estado como la sociedad civil son lugares donde se ejerce la coerción y se produce el consentimiento:
En la famosa definición de Weber, el Estado es la institución que goza del monopolio de la violencia legítima sobre un territorio determinado. Sólo ella posee un ejército y una policía –“grupos de hombres especializados en el uso de la represión” (Engels). Por lo tanto, no es cierto que la hegemonía como coerción + consentimiento esté presente tanto en la sociedad civil como en el Estado. El ejercicio de la represión está jurídicamente ausente de la sociedad civil. El Estado lo reserva como dominio exclusivo. Esto nos lleva a un primer axioma fundamental que rige la naturaleza del poder en una formación social capitalista de asimetría estructural desarrollada. Siempre hay una asimetría estructural en la distribución de las funciones consensuales y coercitivas de este poder. La ideología es compartida entre la sociedad civil y el Estado: la violencia se refiere únicamente al Estado. En otras palabras, el Estado entra dos veces en cualquier ecuación entre los dos [12]
Aparte de la autoridad conferida a Max Weber, lo que vale la pena destacar aquí es el propio desliz de Anderson: la redacción de su afirmación de que "la represión está jurídicamente ausente de la sociedad civil". A menos que queramos argumentar que la violencia legal es la única violencia políticamente significativa en los regímenes parlamentarios occidentales durante el siglo XX, la frase de Anderson debe interpretarse como una afirmación de que la coerción represiva y la violencia que tiene lugar en la sociedad civil está jurídicamente ausente, es decir, es invisible para la ley y en ella. De hecho, Dal Maso cita una serie de pasajes de Gramsci en los que habla de "vastas burocracias privadas" que funcionan como parte del estado e incluso de sus funciones policiales de manera invisible para la ley. La perspectiva de la izquierda en el Cono Sur de América Latina y sus décadas de experiencia con las formas más sangrientas de represión, las que obligaban a la ley a suspenderse para no interferir con la violencia necesaria para su continuidad, como ocurrió anteriormente en Italia, es un punto de vista privilegiado: nos permite ver lo que jurídicamente está ausente, pero que está demasiado presente en la realidad. Con notable y admirable sutileza, Dal Maso se atreve a recordarnos -comentando a Gramsci- que “además del personal estatal que tiene a su disposición las fuerzas coercitivas legales del Estado, también dirigentes de organismos y organizaciones formalmente privadas’ (es decir, que no pertenecen de derecho al Estado) tienen el poder de ejercer sanciones coercitivas, incluso hasta la pena de muerte” [13].
Tal vez, parafraseando a Althusser, no todos los textos pueden ser leídos desde cualquier lugar. Quizás los Cuadernos de la cárcel piden más a sus lectores que su mera atención; quizás hablan una especie de doble lenguaje identificable e inteligible sólo para los supervivientes (y sus herederos, tanto políticos como familiares) del terror absoluto, de una violencia indiferente a la ley, de la que no hay más refugio que el combate. Juan Dal Maso es uno de esos herederos: el rigor y el cuidado que hace tan fructífero su estudio de Trotsky y Gramsci es una movilización del pasado revolucionario, sus derrotas, así como sus victorias, para armarnos con el conocimiento y las formas prácticas en las que es inmanente, para enfrentar la barbarie que nos espera puertas afuera.
Traducción: Federico Roth
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