En Florencio Varela, como en decenas de ciudades, la militancia del PTS organiza talleres para comprender el funcionamiento del capitalismo, y por qué el socialismo es una salida a los problemas actuales. Su vigencia y posibilidades. Milei odia al Estado, el kirchnerismo lo quiere presente… ¿y los socialistas qué?
Viernes 13 de septiembre 17:44
El sábado por la tarde, en un barrio alejado de Florencio Varela, transcurrió uno de los cientos de talleres que se están haciendo a lo largo del país. En la zona sur del conurbano bonaerense funcionan en simultáneo en prácticamente una decena de distritos. Trabajadores de la industria, desocupados, informales, docentes, enfermeros, estudiantes, jubilados, amas de casa, se juntan convocados por la militancia del PTS, para debatir y comprender qué es el socialismo desde el punto de vista de quienes militamos en sus filas, y no desde las versiones disparatadas que da el gobierno.
Incentivados por la publicación de un claro y oportuno folleto titulado ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo?, donde los tres autores del PTS responden 14 preguntas sobre la sociedad por la que luchamos, se pusieron en pie estos talleres, donde la intervención en el presente se entrelaza con las lecciones de la historia y la proyección de un futuro deseado y necesario.
Entre mates y folleto en mano, el taller de Varela dio inicio repasando algunos conceptos que se habían discutido en un encuentro anterior. Porque para destruir este sistema, donde quienes vivimos de nuestra fuerza de trabajo sufrimos sus males en carne propia, hay primero que saber cómo funciona. Marx con atención desnaturaliza su funcionamiento y pone de relieve varias verdades. Al capitalismo lo define la existencia de dos clases sociales antagónicas: los que todos los días vivimos a costa de nuestro trabajo y producimos (los trabajadores o el proletariado) y quienes viven a costa del trabajo ajeno (los empresarios o burgueses).
La inmensa mayoría sólo disponemos de nuestra fuerza de trabajo, sea manual o intelectual. Para vivir, para comer, tenemos que laburar. Algunos en mejores condiciones, otros hiper precarizados, algunos incluso sin conseguir trabajo, y otros cumpliendo tareas dentro del hogar. Nativos o migrantes, hombres y mujeres, diversidades, todas y todes laburamos. Algunos con cosas que les gustan, la mayoría refunfuñando cada mañana, porque si algo caracteriza al trabajo en ese sistema es que nos aliena. No tenemos una relación directa con lo que producimos, sino que hay un intermediario, y como tal, se lleva la mayor tajada. Ellos son los burgueses, los dueños de los “medios de producción”, la fábrica, la industria, también de las clínicas y escuelas privadas, y de todo lo que consumimos.
Lejos de los que nos quieren hacer creer, de cierto “merecimiento” de su lugar, los empresarios no son más que una zánganos que viven del trabajo ajeno (nos referimos al gran empresariado, otra cosa muy distinta es el kiosquero, almacenero o quien tiene un pequeño emprendimiento). La burguesía no es más que una clase parasitaria de nuestra labor. Marx a través del concepto de plusvalía logra explicar el gran secreto del capitalismo: nos roban todos los días. Los burgueses, lejos de pagarle al obrero el equivalente de lo que produce, todos los días le sacan una tajada, la plusvalía. Eso es lo que llamamos “explotación”. Son los trabajadores los que producen la ganancia, no los capitalistas. No es la tecnología ni las máquinas, es la mismísima fuerza de trabajo el lugar clave de donde el patrón extrae la ganancia. Mientras te hablan de “libertad” y donde “vos elegís” tu trabajo (¡quién pudiera!) esconden ese gran secreto: el salario no equivale a tu trabajo realizado.
Lo que también predijo Marx es una hermosa contradicción de este sistema capitalista, que es que los burgueses crean a su propio sepulturero. ¡Sí! Los trabajadores, como somos quienes producimos su ganancia y los que construimos y hacemos mover el mundo, somos también quienes podemos frenarlo, y ponerlo a funcionar en el sentido inverso. Donde no produzcamos en función de las ganancias de unos pocos, sino en función de las grandes mayorías.
Ahora bien: es una tarea grande derribar este sistema, porque los burgueses se han adueñado de muchas cosas, y no van a querer entregarlas así como así. Pensemos que tan solo una veintena de ellos tienen la misma riqueza que la mitad de toda la humanidad junta. Sí, suena delirante. Así de irracional es este sistema, que es capaz de tirar todos los días toneladas de alimentos, mientras 2,8 millones de niños mueren al año por causas relacionadas a la desnutrición infantil.
Pero la clase trabajadora no está sola: tiene un gran número de aliados, con sus propias demandas, que sufren la opresión de este sistema capitalista. ¿De qué se trata esto? Es la relación de sometimiento de unos sectores sobre otros, ya sea por razones culturales, raciales, sociales, religiosas, de género. En el capitalismo, determinadas características te ponen en ventaja o desventaja en relación al resto. Como lo es ser morocho, donde tenés muchas más chances que te frene la cana, o ser mujer y solo por eso que caigan sobre vos las tareas del hogar. Esta discriminación, esta desigualdad, es muy provechosa para los capitalistas, porque no hace más que dividrnos. Es tarea de la clase obrera tomar todas las demandas de los sectores particulares para juntos emprender la pelea contra el enemigo común: los burgueses, la clase capitalista. De lograr hacerlo, estaríamos poniendo en pie la hegemonía obrera.
Entre libros y mates, y las pausas que determinaban los niños en la sala, cada uno de estos conceptos - explotación, opresión, hegemonía obrera - encontraban gran número de ejemplos en el presente, donde la intervención del PTS discute, desenmascara y combate. Como bien plantea la juventud de nuestro partido “el futuro que deseamos es el presente que peleamos”. Pensar la relación de nuestra intervención hoy con el socialismo que queremos poner en pie, fue tal vez, de los aspectos más interesantes del debate. Pero sigamos.
¿Y el Estado? ¿Qué rol ocupa en todo esto?
Retomando el folleto, las preguntas se vuelven disparadoras de debates. La sexta invita a responder: ¿puede el Estado controlar el capitalismo? “Si funcionase bien el Estado, podría ayudar a equilibrar las cosas”, se respondió entre mates cruzados y el bullicio de los hijos que jugaban alrededor de la mesa. “¿Estamos hablando de que el Estado sería un ente neutral, entonces?”, alguien retrucó con otra pregunta. La mayoría de los presentes suelen estar ahí en la calle, defendiendo a los jubilados, y ante diversas luchas obreras, y claro, ahí se ve que el Estado con su policía no es neutral: los palos vienen siempre para este lado, no a los que fugan los recursos del país.
Vamos a los libros, y buscamos una cita de Lenin: “el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del ‘orden’ que legaliza y consolida esa opresión, apaciguando los conflictos entre las clases” y renglones después agrega “si el Estado es el producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza colocada por encima de la sociedad y que se ‘divorcia más y más de ella’ resulta evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder del Estado creado por la clase dominante y encarnación de ese divorcio”.
El Estado no es más que un instrumento de la clase dominante, para mediante políticas de consenso como son las elecciones, o mediante organismos como los sindicatos, las iglesias o las ONG -que buscan determinados “acuerdos sociales”- generar los mecanismos por los cuales la mayoría de la sociedad es explotada y oprimida por una minoría sin estar plenamente consciente de ello. Cuando el consenso es insuficiente, ahí las clases dominantes a través del Estado y sus funcionarios recurren a la coerción, es decir el uso de medidas físicas, la tan conocida represión. Prime una u otra forma, es decir a través de regímenes democráticos donde prima el consenso, o de dictaduras donde prima la coerción, en uno y otro caso el carácter del Estado sigue siendo capitalista, es decir de dominación de una clase minoritaria sobre una mayoritaria. Ojo, eso no quiere decir que uno u otro régimen sean lo mismo. Justamente los socialistas somos los que estamos en la primera fila defendiendo los derechos democráticos que conquistamos, y nos enfrentamos de lleno a las dictaduras. Pero es justamente cada aspecto democrático conquistado un punto de apoyo para pelear por todas nuestras demandas, y con un horizonte claro: cambiar este sistema de raíz. Sin que sean nuestros los medios de producción, nos seguirán dominando, y los derechos que nos otorguen hoy en su sistema con sus reglas no los pueden quitar mañana.
Si quedan dudas de esto pensemos en lo más sencillo. Imaginemos el régimen democrático que fuese, con el gobierno “progre” que gusten. La democracia propuesta es elegir cada dos años entre distintos candidatos, en base a programas de gobierno muy poco claros, y donde después se gobierna bien distinto a lo que se dice en campaña. Mientras tanto, los burgueses deciden todos los días cómo y qué se produce.
Los políticos patronales y los funcionarios no son más que un instrumento de esta clase dominante. Hoy incluso vemos coincidencias en dos modelos que se dicen antagónicos: los supuestos “liberales” de Milei, así como el progresismo kirchnerista, que reivindica el Estado capitalista. De uno u otro lado no se cuestiona que Argentina pague cada dólar de la deuda al FMI que nos condena a la miseria, o poner los intereses de unos pocos sobre el de las grandes mayorías. Por eso pasan los gobiernos y nuestro salario y las jubilaciones caen. Solo frente a condiciones excepcionales de crecimiento económico nos otorgan algunas concesiones.
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Por eso nuestra perspectiva no es llegar al poder del Estado tal cual es, sino construir otro tipo de Estado, donde gobiernen las mayorías, y lo hagan de forma cotidiana. Dónde organizados de forma asamblearia, en cada lugar de estudio y de trabajo, podamos elegir a nuestros representantes, y sea ahí, en esas asambleas de base donde se mandaten, y de no cumplir lo decidido, puedan ser revocables. Que como dicen y hacen los diputados del Frente de Izquierda, cobren como un docente u obrero calificado. Para terminar con la famosa “casta”, esa que incluso los liberales que tanto la criticaron multiplican por mil. En definitiva, contra el Estado burgués que permite el funcionamiento del sistema capitalista, apostamos a construir otro tipo, un Estado Obrero, donde sean las mayorías que gobiernen por sobre la minoría y no al revés, donde los medios de producción sean de todos y así terminen la explotación y la opresión, en vías de construir el socialismo, donde las clases sociales sean historia del pasado.
“¿Cómo imaginan que gobernaríamos desde abajo?. ¿Qué necesitamos?” fue la última pregunta del taller “¡Necesitamos un líder!”. Sin duda los tendremos, pero si queremos que las cosas cambien y se gobierne en favor de los intereses de las mayorías, “los de abajo” tendremos que dar un paso al frente y organizarnos. Tomar el destino en nuestras manos. Algo ya se había debatido durante la tarde sobre los soviets, coordinadoras o consejos… pero esa es historia para el próximo taller.
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