El programa de Roberto Navarro del domingo (C5N) contó con la participación estelar de Cristina Fernández.
Martes 2 de agosto de 2016
Foto: Fuente Elespañol
La expresidenta hizo gala de su oratoria en una extensa entrevista que atrajo la atención política cuando se inicia un mes que será caliente para el gobierno, a pesar del duro invierno que impone el clima y el ajuste. Pero también agosto marca el retorno de la actividad en los tribunales, que presagia un desfile de exfuncionarios k muy útil para hacer de “pantalla”.
Las expectativas puestas en el retorno de CFK a la primera plana de la lucha política se fueron diluyendo a medida que avanzaba la entrevista. Allí la exmandataria dejó en claro que no tiene vocación opositora y que no pretende disputar ningún cargo legislativo en 2017. Disparó críticas a la que calificó como “cuasi oposición”, como si ella nada tuviera que ver con la conducción de los restos del otrora poderoso Frente para la Victoria y, por supuesto, nada dijo sobre el ajuste que las gobernaciones conducidas por su partido vienen aplicando en provincias como Santa Cruz y Tierra del Fuego.
En una reiteración de su estrategia discursiva defendió los “logros” de sus gobiernos y buscó diferenciarse del modelo que el PRO viene a imponer. Nada nuevo hasta acá.
Pero ante la pregunta del conductor por alguna autocrítica, Fernández dijo que lamentaba no haber tenido un mejor diálogo con los empresarios. Reconoció como una debilidad que su gobierno no haya logrado desarmar los prejuicios y las barreras ideológicas que separan al peronismo del empresariado.
Indudablemente CFK se sigue preguntando cómo, a pesar de “llevársela en pala”, los capitalistas prefieren otro tipo de personal político ocupando la Casa Rosada.
La incomprensión de la clase dominante argentina respecto del sentido último del peronismo sólo pudo ser superada cuando Menem produjo aquella imponente metamorfosis que le valió el aplauso de la agria y exigente tribuna de los dueños de todo.
Este “fracaso” del kirchnerismo se funda en el sustrato de desconfianza de la clase dominante que el peronismo no ha logrado remover, por más esfuerzo y profesión de fe que realice y por más que bajos sus gobiernos se la sigan llevando en pala.
Recordemos que esta desconfianza está en los orígenes mismos del peronismo. El propio Perón era consciente de eso y aún antes de llegar a la presidencia intentó despejar las dudas que sus políticas (estando al frente de la Secretaría de Trabajo de la dictadura militar iniciada con el golpe del 4 de junio de 1943) generaban en la clase capitalista.
En uno de sus discursos más emblemáticos ante la Bolsa de Comercio en 1944 decía: “Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa pero será siempre frágil, y ése es el peligro que viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión.”
Pero sabemos que no fue suficiente y el golpe gorila y proimperialista del 55 vino a devolver las cosas a su lugar. Porque el intento de “armonizar” y “regular” la relación entre las clases requiere un grado de autonomía política del Estado que le permita “elevarse” por sobre los intereses antagónicos de trabajadores y capitalistas. Para eso el Estado necesita conducir ( y contener) la movilización de la clase obrera para “equilibrar” a su favor las relaciones de fuerza de las clases sociales en lucha. Esta es la táctica política de una fracción de la burguesía que ha sido definida por Trotsky como “bonapartismo sui géneris” aplicando y recreando el concepto de Marx al caso del gobierno de Cárdenas en México.
Fue esa movilización obrera conducida por Perón la que, en vez de despejar la desconfianza de los patrones, contrariamente los llevó a reafirmar sus tesis que advertían sobre los peligros de agitar a los obreros y hacerles concesiones. Puesto que, decían, esta política habilita el discurso comunista y alienta a los obreros a ir por más.
Fue bajo un contexto político, social y económico favorable que el kirchnerismo pudo realizar su bonapartismo sin apelar necesariamente a la movilización obrera. Y esto fue posible, entre otras cosas, porque la clase capitalista venía de haber generado las condiciones sociales que terminaron en las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre de 2001, que voltearon al gobierno de la Alianza y pusieron en jaque los dispositivos de dominación del Estado burgués.
Esa debilidad de la clase dominante y un nuevo ciclo económico (con la brutal devaluación de Duhalde como palanca) que abre la posibilidad de hacer concesiones a los sectores populares, son dos de los elementos fundamentales que inauguran el período que va de 2003 a 2015. Esas condiciones fueron inteligentemente leídas por el kirchnerismo.
Hoy, en el marco de la crisis global del capitalismo y de una Argentina que se “inserta en el mundo” como una semicolonia, dependiente y subordinada, no queda margen para las concesiones y la “armonización perfecta” entre las clases que postula el peronismo. Muy por el contrario, la clase capitalista argentina, subordinada al capital extranjero, impone un ajuste brutal sobre los trabajadores y el pueblo para recomponer su tasa de ganancia. Para su ejecución inmediata el macrismo es su personal político más confiable, toda vez que bajo el gobierno de Néstor y Cristina se recompusieron, también, algunos de los dispositivos de dominación burguesa que hoy, de conjunto, facilitan la tarea del Pro.
No cabe duda que CFK es una de las dirigentes más lúcidas que ha surgido en las últimas décadas.
Por eso mismo seguramente comprende, mejor que muchos de sus seguidores, que su modelo bonapartista ha dejado de encajar en esta etapa histórica. A pesar de las desilusiones en su base social, que la reclama para ponerse al frente de la resistencia, CFK espera que en 2019 los vientos cambien para, tal vez, intentar un retorno triunfal y reproducir aquel encantamiento sobre las bondades y las posibilidades de la conciliación de clases que le fuera tan eficaz para seducir a amplios sectores sociales.
Pero la Argentina es, ciertamente, impredecible y todo dependerá de si el escenario político y social avanza hacia un contexto de auge de la lucha de clases o si el macrismo logra imponer su ajuste y asestar nuevas derrotas a la clase obrera.
Si en última instancia en ingreso a la modernidad supone la superación de lo que Max Weber llamó el “encantamiento” del mundo antiguo, la perspectiva de una transformación radical en favor de los intereses de los trabajadores y las masas populares, también depende, en parte, de superar el encantamiento que aún pervive en amplios sectores de la clase obrera y le impide agruparse definitivamente en un partido político independiente, antagonista de los capitalistas, de su Estado y de la casta de políticos a su servicio.
Pero esto será producto de su experiencia concreta en la lucha de clases y de las lecciones que de ella saque.
*El autor es trabajador del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires