A propósito del 69 aniversario de la revolución boliviana de 1952, entrevistamos a Javo Ferreira, editor de La Izquierda Diario de Bolivia y dirigente de la Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional. En la misma Ferreira aborda el análisis de las causas de la revolución, su desarrollo y contradicciones, el papel de la clase obrera, así como el rol de los diferentes partidos que actuaron en el proceso y las estrategias que se pusieron en juego. A su vez, debate con las interpretaciones de la revolución de René Zavaleta Mercado y Álvaro García Linera.
¿Cuáles dirías que fueron las causas principales que motivaron o impulsaron la revolución de 1952?
Hay una combinación de elementos y profundas contradicciones estructurales que se venían arrastrando desde la misma fundación de la república en 1825, como la cuestión nacional indígena asociada a la propiedad de la tierra, así como elementos más de índole coyuntural pero que en definitiva eran la expresión de la acumulación de contradicciones. Así, la guerra del Chaco, por ejemplo, fue una síntesis de estas diversas contradicciones, que con el estallido de la guerra se revelaban con enorme elocuencia, y que terminaron catalizando una creciente movilización revolucionaria.
La formación económica social boliviana, era el resultado de una combinación particular de diversas modalidades de organización del trabajo heredadas no solo del hecho colonial, que sobre la base del saqueo de recursos naturales formaba parte de esa acumulación originaria de capital, sino también de formas de cooperación y organización propias de las comunidades aymaras y quechuas, las que a través del mercado y la hacienda empezaban también a resignificarse en un sentido capitalista. Así, el racismo y la estructuración racial de la sociedad boliviana fue construyéndose como resultado de estos intentos de legitimar y justificar de alguna manera esa explotación del trabajo y la apropiación de la tierra indígena. Esta situación, con la independencia en 1825, solo se agravó ya que la nueva república y ante la crisis de la explotación de la plata, empujó a las clases dominantes criollas a redoblar la ofensiva sobre las comunidades indígenas a lo largo del siglo XIX [1].
Los incipientes fenómenos de industrialización manufacturera empezaron a hacerse posibles con motivo de la primera guerra mundial y dieron origen a una clase obrera fabril también de origen indígena-mestizo, que mostraban tendencias cada vez mayores a la modernización capitalista. A estas tendencias modernizadoras se le sumó el descubrimiento de nuevos yacimientos petroleros en el Chaco que comenzaban a alimentar las ambiciones de obtener una salida a las exportaciones bolivianas sobre la base de conquistar un puerto en el río Paraguay [2]. La crisis mundial desatada en Wall Street en 1929 y el endurecimiento de los diversos intereses enfrentados, aceleraron el camino a la guerra con el Paraguay, que terminó estallando en 1932 y que se prolongó hasta 1935.
La guerra, con decenas de miles de muertos y heridos, y el agravamiento de las penurias cotidianas, puso al descubierto el conjunto de contradicciones y debilidades de la sociedad y del Estado republicano, su dependencia del capital minero concentrado en muy pocas manos, la subordinación del país a los intereses del imperialismo, y la exclusión de las grandes mayorías de la vida política. En suma, se verificaba la inexistencia y las dificultades de avanzar en la construcción de estados nacionales a semejanza de las sociedades europeas. Una de las consecuencias de esto será el surgimiento del nacionalismo burgués que veía en la “rosca minera” y en la oligarquía los responsables de la derrota en la guerra y del atraso y dependencia del país. Terminada la campaña militar, surgirán en las clases medias decenas de organizaciones nacionalistas, como el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), la FSB (Falange Socialista Boliviana), RADEPA (Razón de Patria), y otras sectas y logias.
También en el movimiento obrero minero, se produjeron importantes transformaciones, ya que la resistencia a la guerra se concentró en los centros mineros, cuyos obreros quedaban exentos de ser reclutados para no perjudicar los negocios de Patiño, Hochschild y Aramayo, lo que permitía que quienes se oponían a la guerra tuvieran dos caminos, el exilio o los centros mineros que se llenaron de activistas y militantes de izquierda.
Las tremendas penurias económicas, la represión a los trabajadores y comunidades indígenas, y la represión en los centros mineros fueron abonando el terreno para el surgimiento incipiente de una conciencia obrera tendencialmente independiente, que se expresó primero en el surgimiento del estalinista Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) y del trotskista Partido Obrero Revolucionario (POR), este último fundado en el exilio, en la ciudad de Córdoba, Argentina, en 1935. La evolución de la conciencia obrera pegó un salto con la Tesis de Pulacayo de noviembre de 1946, adoptada por la Federación Sindical de Trabajadores Mineros, y en una creciente confianza obrera en sus propias fuerzas al comprender la importancia estratégica que tenía la producción minera para la existencia del Estado. Los años previos a la revolución serán particularmente ricos en experiencias políticas que fueron moldeando la clase obrera minera, desde la participación parlamentaria en 1947 con el BPM (Bloque Minero Parlamentario), la guerra civil de 1949, nuevas experiencias parlamentarias en el ‘51, nuevos golpes de estado y más masacres mineras, fabriles e indígenas, que fueron endureciendo y forjando la voluntad obrera que se revelará con fuerza en abril del ‘52.
Estrictamente hablando, la revolución empezó como un intento fallido de alzamiento del MNR y la Policía, pero pronto se transformó en una insurrección obrera y popular. ¿Cómo se explica este giro abrupto y radical en la situación?
Hasta el 9 de abril del ‘52, diversas organizaciones nacionalistas estaban embarcadas en distintos planes conspirativos, que se alimentaban de la profunda polarización política y social que se arrastraba desde el fin de la guerra del Chaco y que con la voz cada vez más alta cuestionaba el Estado republicano controlado y dirigido por la oligarquía minera a través de la llamada “rosca”. La insurrección de abril por parte del MNR, formaba parte de uno más de esos intentos conspirativos que se basaban fundamentalmente en la colaboración de fuerzas policiales y militares. El MNR, que ya había cogobernado con Villarroel hasta su derrocamiento y asesinato en 1946, pretendía retornar al poder del Estado mediante un golpe de estado, sin contemplar ni organizar la participación obrera, salvo de pequeños círculos afines al partido y como soporte auxiliar del poder de fuego de la policía que también se encontraba embarcada en la preparación golpista. Sin embargo, el golpe fracasó, y cuando los principales dirigentes del MNR se encontraban rumbo al exilio, se produjo de manera espontánea la intervención de la clase obrera fabril y minera, dando un giro de 180° en la situación y en el resultado del conflicto. La incorporación de la clase obrera al conflicto, fue de tal magnitud que luego del triunfo de abril, la única fuerza armada en Bolivia eran las milicias mineras y fabriles. El ejército había quedado literalmente disuelto y el gobierno que surgía de esas jornadas estaba profundamente condicionado por la movilización general de la clase obrera que buscaba imponer sus demandas, entre ellas la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal, educación pública, etc.
Sin embargo, la insurrección le terminó entregando el poder al MNR, ¿por qué crees que se produjo esta contradicción y qué consecuencias tuvo para la revolución?
Las masas quedaron en control de la situación, se destruyó al ejército, al Estado oligárquico y al régimen de la rosca. Sin embargo, la clase obrera no retuvo el poder y paulatinamente la revolución fue expropiada por el MNR que tenía como objetivo construir un Estado que alentara y extendiera las relaciones capitalistas de producción sobre la base de la construcción de la “bolivianidad” como expresión de la nación. La expropiación del triunfo revolucionario del MNR se fue produciendo sobre la base de realizar concesiones democráticas importantes pero que no ponían en cuestión los objetivos del MNR de modernizar el capitalismo local. La nacionalización de las minas, demanda profundamente sentida por los trabajadores y el conjunto de la población, fue realizada con jugosas indemnizaciones a los propietarios, el ejército fue reconstruido aceleradamente con apoyo del imperialismo norteamericano, sobre el que se recostó en forma creciente el MNR y sus sucesivos gobiernos. La reforma agraria, recibida con entusiasmo exultante por parte de las masas del agro, se puso al servicio de reemplazar el pongueaje oligárquico y gamonal por el pongueaje político [3], convirtiendo paulatinamente la fuerza campesina en una fuerza paraestatal dirigida contra el movimiento obrero. La parcela campesina, lejos de dar lugar a una nueva forma de ciudadanía como apostaban los nacionalistas del MNR, terminó ahogándose en la pobreza y miseria del mundo rural debido a la baja productividad, ausencia de créditos y mercados que permitieran establecer una dinámica de desarrollo agrario sostenido, empujando a franjas crecientes del campesinado a engrosar las filas de la clase obrera y sectores populares en los centros urbanos.
Esta expropiación de la revolución, por parte del nacionalismo burgués del MNR se vio facilitada ante la ausencia de una organización dispuesta a enfrentar este derrotero. El POR, que hablaba en nombre del trotskismo y que había cumplido un destacado papel en la elaboración de la Tesis de Pulacayo y en los combates obreros precedentes, terminó formando parte de la adaptación al MNR al avalar y sostener “críticamente” el cogobierno de la COB (Central Obrera Boliviana) con el MNR, exigiendo "más ministros obreros" y actuando como una fuerza que se limitaba a presionar a Lechín [4] y el ala izquierda del MNR para que fueran más allá en sus objetivos democráticos y nacionalistas.
Por otro lado, si bien la única fuerza armada en el país eran los trabajadores organizados en la COB (fundada el 17 de abril del ’52, es decir con los fusiles aún humeantes) que agrupaba al conjunto de los trabajadores del campo y la ciudad, quienes habían logrado monopolizar la dirección eran Lechín y el MNR. La estructura sindical adoptada por la COB, le permitió evitar que los sectores más a la izquierda de los trabajadores y de las milicias pudieran expresarse directamente. La inexistencia de formas de democracia y de organización soviética en consejos, se convirtió en una poderosa ventaja para el MNR que pudo avanzar en la reconstrucción del ejército y del Estado burgués casi sin resistencia, para luego del ‘54 ir adoptando una política cada vez más represiva sobre los trabajadores. El POR debido a su adaptación al MNR, tampoco vio necesario pelear por nuevas formas de organización democrática de las masas en lucha que buscaran desplazar a Lechín y al MNR del tutelaje establecido sobre las organizaciones obreras. Recién en 1954 el POR avanzará en cuestionar al régimen del MNR y a Lechín, pero ya la dinámica de la lucha de clases era otra y el MNR avanzaba aceleradamente en la subordinación del país al imperialismo norteamericano y en la reconstrucción del ejército que será quien termine de derrotar la revolución con el golpe de Barrientos de 1964.
Y en todo esto, habiendo la COB centralizado a todo el movimiento obrero e indígena-campesino, ¿no podía convertirse en un sóviet como en Rusia en 1917?
La COB, había surgido como un verdadero poder obrero, en realidad el único poder real, ya que tenía el monopolio de las armas, poder que era usado para sostener el fantasmal gobierno de Siles primero y a los pocos días el de Víctor Paz Estenssoro que acaba de llegar del exilio. En la medida en que el poder burgués, representado por el MNR buscaba fortalecerse, necesitaba que de manera simétrica el poder obrero se diluya o desaparezca, por eso el MNR procedió rápidamente al desarme de las milicias y a la reconstrucción del ejército. Para que el poder obrero avanzara y pudiera consolidarse, era necesario tener una política que desenmascare primero y derrote al MNR, en particular a su ala izquierda representada por Lechín en el seno de la clase trabajadora. Lamentablemente el POR, que fue la organización política ubicada más a la izquierda, no tenía una estrategia orientada a este fin, sino que en realidad fue la expresión más a la izquierda del bloque nacionalista en el poder. Para que la COB pudiera “sovietizarse” era necesario tener una política completamente antagónica a la sostenida por el POR, una política que buscara expresar y organizar a la vanguardia de la clase obrera ya sea sobre la base de impulsar la coordinación de las milicias o diversas formas que contribuyeran a socavar el control de Lechín de la COB y del MNR, que desde el triunfo mismo de abril empezaba a trabajar al servicio de un nuevo estado burgués. En el movimiento trotskista se discutió extensamente sobre este problema y la necesidad de la consigna de “todo el poder a la COB”, como expresión de esa necesaria lucha contra el MNR y su política de contención de la revolución en los estrechos marcos de la democracia liberal. Sin embargo, esa consigna, con lo necesaria que era, se hacía insuficiente para derrotar a Lechín y al MNR, si la misma no era articulada con formas organizativas que permitieran expresar a lo más avanzado de la clase obrera y sus milicias; es decir hacía falta una estrategia de autoorganización de masas que alentara una política independiente.
Viniendo al presente, ¿qué análisis o balance hacen de la revolución de 1952 los intelectuales del MAS de Evo Morales?
En general, la intelectualidad del MAS tiende a apoyarse en las elaboraciones de René Zavaleta Mercado, quien fue parte del MNR hasta el ‘64 y luego formó filas con el stalinismo del PCB (Partido Comunista Boliviano). A lo largo del gobierno de Morales, la intelectualidad del MAS tuvo miradas contradictorias con respecto a la revolución del ‘52, ya que en un primer momento afirmaron algunos que la gestión gubernamental de Evo, a la que se calificó con el mote de “revolución democrática y cultural”, era muchísimo más profunda que la revolución del ‘52 al visibilizar e incluir en los marcos de la institucionalidad estatal a naciones y pueblos indígenas. Recordemos que el MNR buscaba construir un estado nacional a semejanza de las sociedades europeas, y para tal fin se propuso construir la bolivianidad homogenizando en la misma al conjunto de pueblos y naciones indígenas que eran denominadas a partir de ese momento como campesinos, y donde las particularidades nacionales, culturales y/o lingüísticas quedaban reducidas a manifestaciones de folclore pero despojadas de sustancia política que pudiera malograr el objetivo homogeneizador de un Estado-Nación basado en la ficción de la “bolivianidad”. La liberación de la fuerza de trabajo indígena sobre la base de la reforma agraria y la inclusión de los campesinos como parte del nuevo Estado-Nación, se realizaba a cambio de avanzar en la homogenización y castellanización de los pueblos oprimidos. La intelectualidad del MAS, en la que destaca Álvaro García Linera, no intentó construir un balance o una visión sustancialmente distinta a la que aportó Zavaleta Mercado de aquel proceso, que, como conocemos, es una visión que siempre buscó legitimar el papel del MNR en la revolución. Para Zavaleta, como para sus actuales epígonos, la clase obrera tenía una conciencia democrático burguesa afín al MNR y por lo tanto es solo una ilusión de sello trotskista hablar de doble poder o pensar sobre qué bases la clase obrera podía derrotar al MNR y avanzar en la construcción de un Estado de obreros y campesinos, como si la conciencia obrera no pudiera modificarse al calor de la lucha política.
La construcción de un balance por parte de Zavaleta y sus seguidores, se apoya en la premisa metodológica de despojar de contradicciones a las clases subalternas y sus expresiones políticas circunstanciales, presentando a la revolución de obreros y campesinos como revolución del MNR, o actualmente presentar al MAS como la expresión directa de las aspiraciones de obreros y campesinos. Esta operación metodológica tiene la ventaja de embellecer al MNR en los ‘50, o al MAS hoy, evitando un balance político de estos procesos para contentarse con frases y lugares comunes tomados de la sociología. No sorprende que Zavaleta haya sostenido esta visión de la revolución, toda vez que él mismo fue parte del momento más represivo y pro imperialista del gobierno del MNR en su calidad de ministro de minas en 1964. Por otra parte, esta visión, para el MAS, le viene como anillo al dedo a la hora de hacer un balance de los 14 años de su gobierno, ya que con esa mirada, la responsabilidad de los resultados de estas experiencias son endosadas a las masas, exculpando de responsabilidad a los partidos, los programas y los dirigentes que actuaron en estos momentos convulsivos de nuestra historia y que contribuyeron desde el Estado al fortalecimiento de las salidas contrarrevolucionarias y golpistas que cerraron estos diversos ciclos políticos.
El libro que nos encontramos editando que nos dejó nuestro compañero Eduardo Molina y que será publicado este año, servirá para profundizar en estos temas ya que parte de un debate con estos intelectuales que contribuyen a minar la confianza de las masas en sus propias fuerzas. Por otro lado, este trabajo de quien fue también un gran amigo, servirá para mostrar la enorme fuerza que puede tener la clase trabajadora y acercar una interpretación alternativa de la revolución boliviana a las nuevas generaciones. Porque la revolución social no es una utopía sino una creciente necesidad para evitar la catástrofe a la que nos arrastra el capitalismo.
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