Reproducimos a continuación, para Ideas de Izquierda, la entrevista a Emilio Albamonte que forma parte del evento audiovisual “#Trotsky2020, la actualidad de sus ideas” realizado por la Red Internacional La Izquierda Diario con motivo de cumplirse los 80 años del asesinato de León Trotsky. En ella reflexiona sobre el significado histórico de Trotsky y su corriente, así como sobre la actualidad del trotskismo en esta situación de crisis económica, política y social agudizada por la pandemia de coronavirus. Albamonte es dirigente del PTS y de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI), y coautor de Estrategia socialista y arte militar. El evento completo puede verse aquí.
Para comenzar ¿cuál es el significado histórico del teórico y político revolucionario León Trotsky?
Para las nuevas generaciones: en el momento de su asesinato, Trotsky era una figura temida no solo por el estalinismo sino también por todos los gobiernos capitalistas; Winston Churchill lo había descripto, incluso estando en el exilio aislado, como el “ogro de la subversión internacional”. En los años ’30, en los campos de concentración de la helada Siberia se podía escuchar a cientos de fusilados morir al grito de “¡Viva Trotsky!”. ¿Qué significaba ese grito en boca de aquellos militantes bolcheviques veteranos que habían sido en muchos casos protagonistas de la Revolución rusa de 1917 y habían luchado en el Ejército Rojo? Era una protesta con el último hálito de vida contra la liquidación de la democracia de los soviets, de los consejos obreros y campesinos por parte de la burocracia, que hacía retroceder brutalmente las conquistas de la democracia obrera. Era una protesta contra la colectivización forzosa y las masacres de millones de campesinos; contra la instalación del gulag; en fin, contra la expropiación política del poder de la clase obrera y la constitución de un régimen totalitario.
Esa valentía y lucidez era también la de muchos seguidores de Trotsky en Occidente. Recordemos sin más a Rudolph Klement, que llevaba consigo los documentos de fundación de la Cuarta Internacional, y apareció flotando en el Sena, asesinado por la KGB unos días antes de la conferencia de fundación en septiembre de 1938. Recordemos a Martin Monath, joven militante que, en la Francia ocupada por los nazis, organizó células en el ejército alemán, que fueron descubiertas –lo cual provocó el asesinato por parte de la Gestapo de todos los conjurados–, dando un enorme ejemplo de fraternidad internacional de los trabajadores. Aunque fracasaron en sus objetivos, lograron dar un ejemplo de cómo podrían haberse ahorrado millones de vidas humanas si los grandes partidos socialdemócratas y estalinistas, en vez de empujar el odio chauvinista entre naciones, hubieran desarrollado en gran escala la confraternización entre los trabajadores ahora en uniforme.
Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores habían protagonizado enormes revoluciones, que fueron brutalmente traicionadas por socialdemócratas y estalinistas, como las revolución china del ‘27-‘28, la grandiosa revolución y guerra civil española de la década del ’30, o el ascenso obrero en Francia, traicionado por el Frente Popular. Solo Trotsky y sus seguidores en occidente, apresados, exiliados y asesinados por los nazis, por los estalinistas y hasta por los capitalistas “democráticos”, se opusieron a la política suicida que relataron los compañeros de Alemania [ver aquí] y que culminó con la Segunda Guerra Mundial. Entonces, el grito “¡Viva Trotsky!” de los cientos que enfrentaban el pelotón de fusilamiento sintetizaba esas grandes luchas y esas grandes derrotas de la clase obrera internacional.
¿Cómo podrías definir la situación actual?
Muchas cosas cambiaron y otras no. El fascismo fue derrotado por los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, como todos sabemos. La burocracia estalinista sobrevive unas décadas luego del triunfo de la Unión Soviética frente a los nazis. Durante un período parecía que realizaba su sueño de industrialización y de “socialismo en un solo país”, pero luego, como no podía ser de otra manera, se estancó la economía por las presiones del imperialismo mundial, y se derrotaron los intentos de revoluciones políticas en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, haciéndose al final realidad uno de los pronósticos Trotsky en su gran libro La revolución traicionada, de que la burocracia dirigente se transformaría en restauradora del capitalismo.
Hubo muchos cambios, pero ¿cómo llegamos a la situación actual?
En primer lugar, tengo que decirte que el movimiento trotskista quedó descabezado. Deutscher lo definió como un barquito pequeño con una vela enorme. Esa vela desapareció bajo la piqueta estalinista. En la situación objetiva se cambió todo para que nada cambie, como solía decir el novelista italiano Lampedusa en El gatopardo. El estalinismo hizo un pacto, con los acuerdos de Yalta y Potsdam, con los vencedores capitalistas de la guerra, Norteamérica e Inglaterra, donde se dividieron las zonas de influencia para, sin dejar de competir entre ellos, desviar o derrotar la revolución internacional. No pudieron frenar, sin embargo, grandes revoluciones como la Revolución china, aunque lograron que grandes procesos de independencia en el mundo semicolonial no llevaran al socialismo.
El capitalismo, que ganó unas décadas de respiro relanzando la producción para cubrir lo destruido en la guerra –el famoso plan Marshall–, no solo siguió sometiéndonos a crisis recurrentes como la del petróleo de los ‘70 sino que, asustado por las enormes luchas obreras desde fines ‘60 hasta mitad de los ‘70, largó la gran contraofensiva neoliberal. Lograron infringirle una gran derrota a los trabajadores no solo en Occidente sino conquistando para el capital a los que llamábamos “Estados obreros”, fundamentalmente Rusia y China. A pesar de estos avances, no pudo evitar la gran crisis del 2008, que abre un ciclo de crisis histórica, el cual ahora se profundiza con la pandemia. Parece que estamos viviendo no solo una crisis coyuntural del capitalismo, sino una crisis histórica, más parecida a los ‘30 que a la serie de crisis que venimos presenciando desde los años ‘70.
¿Por qué decir que se parece a una crisis histórica como la de los años ‘30?
Mirá, en primer lugar, porque es parte del ciclo abierto en 2008. A pesar de las recuperaciones parciales, el capitalismo nunca logró restaurar la situación de crecimiento previa este año. En estos primeros meses de la pandemia se ha planteado la amenaza de quiebras masivas de empresas, con su secuela de millones de nuevos desempleados, baja de salarios y pobreza generalizada. Mientras tanto, los Estados nacionales ponen en marcha rescates multimillonarios que agravan sus enormes deudas sin encontrar ninguna solución estructural para las economías de sus países. La llamada globalización, que marcó la historia de las últimas décadas y ahora está en crisis, abrió paso al “America First” de Trump, a las peleas por la tecnología, como el 5G, a la reanudación de la carrera armamentística, a las guerras comerciales con China, y a las tendencias nacionalistas que estamos viendo en los diversos países y, junto con esto –no hay que olvidar–, a una renovada lucha de clases.
Se están produciendo muchos análisis sobre las consecuencias económicas y sociales de la crisis, pero se habla mucho menos de la lucha de clases como factor decisivo…
Sí, como vimos durante el 2018 con los Chalecos Amarillos en Francia o con las grandes huelgas obreras dirigidas por los ferroviarios y los colectiveros contra la reforma de las jubilaciones. El mundo estuvo sacudido por una oleada de revueltas por motivos económicos, democráticos, políticos, que atravesaron desde Hong Kong en el Extremo Oriente, pasando por el Medio Oriente con Líbano, Irán e Irak, o el Norte de África con Argelia y Sudán, y llegaron hasta nuestro subcontinente, en Latinoamérica con la grandiosa revuelta de la juventud de los trabajadores chilenos. Sin olvidar las jornadas revolucionarias de Ecuador, las grandes luchas de los trabajadores colombianos, la resistencia al golpe en Bolivia. Todo esto para tratar de resumir los acontecimientos de los últimos años, pero debemos recordar que luego de la crisis del 2008 hubo una revolución, luego derrotada, en Egipto, y todo un proceso que se llamó la Primavera Árabe, y grandes acciones de masas en países decisivos como Turquía, España y Brasil. Se habla poco de la lucha de clases pero ha estado muy presente desde el inicio de la crisis del 2008. Hoy, casi al inicio de esta nueva etapa de la crisis, agudizada por el coronavirus, vemos la movilización más grande de la historia de los afrodescendientes y explotados en el racista corazón del imperialismo yanki.
¿Cómo definirías entonces la situación actual de conjunto?
Y, mirá, si la tengo que definir en pocas palabras, a mí me parece que entramos a una etapa donde se actualizan las características de la época imperialista, que Lenin, Trotsky y la Tercera Internacional llamaron “de crisis, guerras y revoluciones”.
Queda claro cuáles son para vos las condiciones objetivas para que avancen los marxistas revolucionarios, pero ¿cuáles serían las condiciones subjetivas para que esta época termine con revoluciones socialistas triunfantes?
Voy a tratar de contestarte sintéticamente, pero es una pregunta que da para una respuesta muy larga. Tengo que empezar por decir que, como balance del siglo XX, a pesar del carácter bombero del estalinismo, de la socialdemocracia, hubo grandes procesos revolucionarios; muchos de ellos fueron derrotados o desviados de sus objetivos socialistas por todo tipo de direcciones.
Ya en el lejano 1906, refiriéndose a la socialdemocracia alemana que en ese momento contaba con millones de votos y afiliados y dirigía a gran parte los sindicatos, Trotsky previó que por el carácter centrista de su dirección se podría transformar, en situaciones agudas, en un factor enormemente conservador. Esto fue predicho una década antes de que la socialdemocracia votara en el parlamento los créditos que permitieron la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Así lo hicieron todos los poderosos partidos europeos de la Segunda Internacional: salieron en defensa de sus “patrias burguesas” y traicionaron sus juramentos de enfrentar la guerra con huelgas generales coordinadas. Este tipo de traiciones las repitieron y agrandaron luego los estalinistas de todo pelaje. Esto se transformó en un curso de acción común, que incluyó incluso guerras entre países que habían derrotado al capitalismo. El carácter revolucionario del troskismo en vida de Trotsky no está en duda. Él y su corriente se opusieron y plantearon alternativas revolucionarias frente a todo este ciclo de grandes revoluciones y traiciones. Luego de la muerte de Trotsky y de la Segunda Guerra Mundial, el propio movimiento trotskista, ahora descabezado, se transformó en consejero de esos grandes partidos reformistas o, en el otro extremo, se refugió en posiciones propagandistas sectarias. No pudieron ser una alternativa entonces a este curso que terminó en la pérdida, a manos del capitalismo y del imperialismo, de muchas de las grandes conquistas la clase trabajadora.
¿Entonces vos planteás que la situación subjetiva es muy mala para la gran crisis que enfrentamos?
Si y no, hay que verlo dialécticamente. La existencia de la URSS y las revoluciones triunfantes daban gran autoridad a direcciones como la maoísta o la cubana, en nuestro propio continente, para plantear políticas de conciliación de clases que incidían cualitativamente para que toda nueva revolución sea desviada o traicionada, muchas veces combinadas con políticas ultraizquierdistas como la estrategia de guerra de guerrillas que impusieron los cubanos en los años ‘70 en nuestro continente. La historia del siglo XX tiene algunas revoluciones triunfantes bajo dirección estalinista o pequeñoburguesa que, en vez de luchar por la extensión de sus conquistas, tenían como objetivo realizar el “socialismo en un solo país”, que después de algunos éxitos en las primeras décadas retrocedían, se estancaban, y finalmente transformaban a las burocracias dirigentes en restauracionistas del capital, provocando un gran retroceso en la clase trabajadora, no solo en esos países sino a nivel internacional. La parte positiva de esta tragedia histórica es que hoy no hay, frente a la crisis que enfrentamos, enormes aparatos con millones de militantes y prestigio para frenar, desviar y finalmente derrotar los procesos revolucionarios que se abran. Para darte un pequeño ejemplo: nuestros jóvenes compañeros y compañeras de Chile que forman el PTR lograron hacer una coordinadora en Antofagasta, al norte del país en la zona minera, y consiguieron para la huelga general un frente único con la CUT, dirigida por el Partido Comunista, que convocó a un acto común de toda la región en medio del proceso de huelga y revuelta, que reunió más de 20.000 trabajadores. Esto era imposible por supuesto en la década ’70, donde el PC tenía decenas de miles de militantes, formaba parte del gobierno y terminó apoyando la monstruosidad de poner a Pinochet en el gabinete de Allende, lo que le permitió a los golpistas controlar todas las posiciones un mes antes de asestar el golpe. Si desde un punto de vista este ciclo de derrotas y resistencias ha debilitado la moral e incluso la estructura del proletariado, desde el punto de vista de los obstáculos a enfrentar estamos mucho mejor. Estos aparatos entregaron conquistas y revoluciones a costa de devaluarse y perder la mayor parte de la hegemonía que ejercían sobre las clases laboriosas. Para concluir la respuesta a tu pregunta, la profundidad de la crisis –que se clarificará en el próximo período– y la debilidad de todo tipo de dirección reformista burocrática, es un handicap [1] para que nosotros, los trotskistas, si desarrollamos y fogueamos la acumulación de cuadros y dirigentes que hemos logrado en muchos países, podamos jugar un rol decisivo en el ascenso de los trabajadores que se vislumbra, quizá, muy superior al jugado por los trotskistas en crisis y ascensos anteriores.
¿Y dónde se expresa hoy el movimiento de masas?
Los socialdemócratas reformistas se transformaron en abiertamente neoliberales e incluso grandes partidos estalinistas de masas, como el italiano, se hicieron también directamente neoliberales. Los Partidos Comunistas como el francés, el uruguayo o el chileno, son incomparablemente más débiles ahora que en su momento. Las nuevas formaciones reformistas o neoreformistas, como las llamamos nosotros, como Syriza y Podemos, son fenómenos esencialmente electorales, sin militancia, por lo tanto son también expresión de esa debilidad.
Para contestar tu pregunta hasta el final, importantes sectores de masas con diferencias grandes entre países se siguen expresando en los sindicatos que, aunque son impotentes y sin prestigio, constituyen el lugar central donde muchas veces se expresan la lucha de los y las trabajadoras. Es por eso que hay que trabajar en ellos. Sus cúpulas burocratizadas oscilan entre exigencias de reformas que por lo general son impotentes, cuando no se transforman directamente en agentes de la contrarrevolución, como lo hicieron en Argentina en la década de los ‘70 formando parte la 3A, que asesinó a 1.500 de los mejores activistas obreros antes del 24 de marzo 1976. En el Programa de transición, Trotsky afirma que los sindicatos no agrupan, en el mejor de los casos, más que el 25 % de la clase trabajadora, pero que muchas veces en ellos y sus organizaciones de base –cuerpos de delegados, comisiones internas– se encuentran los sectores más conscientes y organizados. Es por eso que sostiene que el que le da la espalda a los sindicatos, le da la espalda a las masas. Hay que ganar peso militante entre los mismos para arrancar a las cúpulas burocratizadas de su sillones, lograr llamados a la lucha para que en la propia acción, por mínima que sea, la clase trabajadora termine de hacer la experiencia con esta casta podrida y nos permita conquistar los sindicatos para una lucha de clase consecuente.
Por supuesto que la lucha dentro de esa minoría de la clase obrera no es suficiente para dirigir a las grandes masas que entran en combate en un proceso revolucionario, hay que levantar un programa que establezca la hegemonía de los trabajadores sobre la inmensa masa de precarios informales, que la crisis aumentará día a día. La lucha por recuperar nuestras organizaciones es inseparable de unir las filas obreras, hoy divididas entre ocupados, precarios y desocupados, teniendo también una política hacia el imponente movimiento de lucha de las mujeres, hacia el movimiento negro, hacia el de los inmigrantes, y hacia las clases medias arruinadas, para que no sean ganadas por la derecha. Todo esto nos debe alentar. Si la crisis se desarrolla y actuamos bien, tendremos una oportunidad para que podamos forjar partidos con influencia de masas y refundar la Cuarta Internacional, y en esto esperamos confluir con las tendencias de nuestro movimiento que busquen, como modestamente hacemos nosotros, levantar un programa y una estrategia consecuente. Sin ir más lejos, el éxito de la Red de La Izquierda Diario, con millones de entradas en los momentos agudos de lucha de clases, y que son editados diariamente en múltiples idiomas, parece anticipar esta perspectiva.
Para vos se abre una oportunidad para que los trotskistas puedan construir partidos revolucionarios en distintos países y reconstruir la Cuarta Internacional, pero ¿qué significa ser trotskista hoy, ya ha avanzado el siglo XXI?
Sí, qué difícil para decirlo en pocas palabras. Algunos compañeros nos dicen que la definición de trotskista remite solamente a un problema ideológico, dando a entender que no es clave desde el punto de vista de desarrollar una práctica revolucionaria hoy. No se trata de un problema simplemente en nombres. Cuando hablamos del “trotskismo” no nos referimos a una ideología más, como puede ser profesar tal o cual religión, como ser católico, protestante, budista, sino una teoría con bases científicas que fundamenta un programa y una estrategia para que las y los explotados puedan vencer en su lucha contra los explotadores. Todo esto está condensado en la teoría-programa de la Revolución Permanente y el Programa de transición, que nos dan un cierto GPS para recorrer el camino que nos lleve al triunfo de la clase trabajadora y los oprimidos, tanto a nivel nacional como internacional.
Para las nuevas generaciones, ¿cuál es la teoría del trotskismo?
Los camaradas que me precedieron [en el homenaje a Trotsky de la FT-CI] explicaron distintos aspectos de la teoría de la revolución permanente. Ya en el siglo XXI, es claro que no es más que una ilusión pensar que los países atrasados, o llamados subdesarrollados, van a desarrollarse y liberar a cientos de millones que viven en la miseria en todo el mundo de las manos de las burguesías locales, atadas por unos mil lazos al capital financiero internacional. En Latinoamérica, hasta hace pocos años hemos vivido un ciclo de ascenso de los que apostaron a desarrollar las famosas burguesías nacionales, como Lula, los Kirchner o Chávez. Solo ver el desastre en que quedó Venezuela luego de dos décadas de chavismo nos evita tener que hablar mucho más. Echarle solo la culpa a los bloqueos e intentos de golpes imperialistas no es más que una excusa para los seguidores de esos gobiernos. Solo países como Rusia o China, que han protagonizado enormes revoluciones donde se expropio la burguesía –aunque hayan degenerado o hayan nacido deformadas–, han logrado salir del atraso y la dependencia, aunque el dominio de la burocracia stalinista y maoísta, respectivamente, terminaron encerrando a estas revoluciones en las fronteras nacionales y llevando a la restauración del capitalismo. Una vez más, la teoría de la revolución permanente mostró su superioridad contra la pseudo teoría del socialismo en un solo el país.
¿Esta teoría es solo para los países atrasados?
No: en los países adelantados las tareas son directamente socialistas, es decir, no hay que liberarse de las castas terratenientes, del imperialismo que aplica mecanismos de opresión y saqueo. Los trabajadores ahí pueden llegar más tarde a tomar el poder porque enfrentan a una burguesía mucho más fuerte, pero al ser países avanzados con una alta productividad del trabajo, si toman el poder, además de liberar de paso a los países atrasados, podrán avanzar con mucha más rapidez en la lucha por la reducción de las horas de trabajo, es decir, por los objetivos comunistas de nuestro programa. El hecho de que los trabajadores alemanes dirigidos por la socialdemocracia y el estalinismo no hayan triunfado ni en el ‘21, ni en el ‘23, ni en el ’29, no solo permitió el ascenso de Hitler sino que dejó sola a Rusia en el medio de su atraso, lo que explica la mayor parte del ascenso de la burocracia stalinista, como explicó el compañero de Alemania. Imaginemos si el alto nivel científico y técnico de los trabajadores alemanes se hubiera ligado a la disposición de combate de los trabajadores y campesinos rusos. Nos hubiéramos evitado el estalinismo, el fascismo y la propia Segunda Guerra Mundial. Ese era el programa y la estrategia de León Trotsky.
¿Cuál es el programa para el desarrollo de la movilización?
Para librar el proletariado del sistema de esclavitud moderna, de la esclavitud asalariada, tanto en países atrasados como adelantados, voy a referirme por unos momentos no solo a la letra fría del programa, sino al método para que pueda hacerse carne en las grandes masas. Los millones que se movilizan cuando estalla un proceso revolucionario no avanzan en su conciencia mediante la mera propaganda. Solo una minoría de trabajadores avanzados que forman la vanguardia y, más específicamente, la militancia de los partidos revolucionarios, puede llegar por este medio a una conciencia revolucionaria. Trotsky redacta el Programa de transición del ‘38 partiendo de esta premisa. Continuando la tradición de los primeros años de la Tercera Internacional, busca establecer un puente entre las reivindicaciones y necesidades actuales de las y los trabajadores, y aquellas consignas que conduzcan a la toma del poder. Para darte un ejemplo simple: la crisis que se profundiza va a traer el cierre de fábricas y empresas, entonces, ¿qué pueden hacer los trabajadores de esas empresas en un escenario donde hay cada vez más desocupados? Tomarlas y ponerlas producir con control de los propios trabajadores exigiendo la estatización sin pago, dice el Programa Transición. En mi país hay una gran experiencia en este sentido, donde los trotskistas estuvimos a la vanguardia de este tipo de iniciativas. Si la situación que estamos describiendo dura varios años y tiene la potencialidad de convertirse en revolucionaria –que nosotros prevemos hoy–, esto que va a estar planteado no en una o dos fábricas sino en ramas enteras de la producción y los servicios, lo que implicaría un nivel de planificación general, buscando hacer una escuela de planificación socialista.
Entonces viene la pregunta, ¿con qué recursos financieros van a funcionar esas empresas en medio de la crisis, o van a funcionar sin recursos en base a salarios que no cubran lo básico para la subsistencia, similar a los desocupados? Solamente si se expropian los bancos privados y se unifican todos los ahorros nacionales en un banco único los trabajadores pueden impedir que esos recursos financieros vayan a la especulación y la fuga de capitales, y así obtener el dinero para que aquellas empresas e industrias puedan funcionar, preservando por supuesto los ahorros del pequeño ahorrista, al que siempre estafan los banqueros. Algo similar pasa con los insumos, ¿cómo van a conseguir los insumos necesarios para estas industrias, las divisas, es decir, los dólares que son necesarios para comprar lo que haya que importar del extranjero? ¿Cómo sortear el chantaje y los negociados de las corporaciones capitalistas que controlan el comercio internacional de los países –por ejemplo, en Argentina este comercio lo controla un puñado de transnacionales cerealeras y terratenientes–? Las y los trabajadores tienen que imponer el monopolio estatal del comercio exterior para ponerlo en función de los intereses de las mayorías. Esto que dije es un mero ejemplo, que indica que cuando la crisis es profunda y los trabajadores entran en una etapa revolucionaria, su consciencia va cambiando y avanzando a medida que hacen experiencias con los problemas a los que se enfrentan. No se trata solo de hacer propaganda, aunque hay que hacer mucha lucha teórica e ideológica, sino plantear las consignas adecuadas en cada momento para que los trabajadores puedan resolver progresivamente las enormes dificultades que enfrentarán. Todo eso es cierto siempre que se tome en cuenta que no solo tenemos enemigos externos, como son los capitalistas y sus Estados, sino también internos, como son las direcciones burocratizadas de los sindicatos o de los movimientos sociales que intentarán, mediante el engaño y la represión en última instancia, reforzar los prejuicios reformistas de los propios trabajadores, diciéndoles que nada es posible salvo ser mendigo de la asistencia estatal o patronal.
¿Dónde entra en el programa cómo se deben organizar los trabajadores?
Mirá, el Programa de transición plantea que alrededor de la lucha por sus demandas, la clase obrera puede y debe desarrollar su autoorganización para arrancar los sindicatos de la mano de burocracia que los subordina el Estado y los convierte en agentes de los planes de hambre de los propios capitalistas, y que de esa forma tiene que avanzar en constituir organizaciones verdaderamente democráticas que sean capaces de aglutinar a todos los sectores en lucha garantizando, además, la autodefensa contra la represión y las bandas paraestatales. Los trabajadores rusos, y luego lo repitieron los trabajadores en numerosas revoluciones, crearon organizaciones muy superiores a los sindicatos; su nombre original fue “soviet”, que significa nada más que consejo, y unía a los trabajos de la ciudad por encima de los gremios, con delegados revocables y mandatados por sus compañeros de trabajo, para debatir y centralizar la respuesta frente a todo problema creado en esa situación de la lucha de clases.
Te doy un pequeño ejemplo: es imposible hablar hoy de la hegemonía de los trabajadores –que son los que controlan las palancas de la economía– sobre otros sectores oprimidos sin órganos de democracia directa que hagan confluir la lucha de los y las trabajadoras con los poderosos movimientos que se han expresado en las últimas décadas como, por ejemplo, el imponente movimiento de mujeres y disidencias sexuales, los movimientos de raza y el de la lucha contra las catástrofes ambientales. Solo ese tipo de organización, que es muy superior a la de los sindicatos, puede unificar y centralizar todos los reclamos.
¿Cuál es el objetivo último del programa?
Empezaré por el penúltimo. El objetivo es que alrededor de esta experiencia la clase trabajadora y los sectores oprimidos lleguen a la conclusión de la necesidad de conquistar su propio poder, una república de trabajadores, a lo que Marx llamó una dictadura del proletariado. Así como la burguesía, bajo los regímenes democráticos o autoritarios, mantiene siempre la dictadura del capital imponiendo constantemente sus propios intereses, el proletariado debe imponer los intereses de las grandes mayorías obreras y populares. Una república de trabajadores que funcione en base a la democracia de los que trabajan, a través de consejos de delegados electos por unidad de producción –empresa, fábrica, escuela, etc.– para que gobiernen los trabajadores en el sentido más amplio del término, no limitándose a votar cada dos o cuatro años, sino definiendo cotidianamente el rumbo político de la sociedad, así como la planificación racional de los recursos de la economía. Es decir, que los consejos obreros pasan de ser órganos de centralización de la lucha a ser la base de un nuevo Estado de las y los trabajadores.
¿Cómo se puede sacar el poder a los capitalistas y a sus fuerzas armadas y de seguridad?
Te puedo responder en términos generales. Recuerdo un reciente artículo de la revista New Left Review donde el sociólogo socialdemócrata de izquierda Wolfgang Streeck analiza el pensamiento militar de Engels, y lleva el debate hasta la actualidad para decir que los avances tecnológicos, el desarrollo de los drones para asesinatos selectivos, por ejemplo, o el desarrollo de sofisticados sistemas de espionaje informático, hacen que haya que descartar hoy toda perspectiva revolucionaria. Se trata de una discusión de primera importancia, ya que hace a la posibilidad o no de la revolución. El error fundamental de la tesis de Streeck es reducir la fuerza a su aspecto técnico-material.
Trotsky partía de la tesis del general prusiano Clausewitz en cuanto a que no se trata solo de fuerza física, sino también de su relación con lo que llamaba “fuerza moral”. En el caso de una revolución obrera: el número de trabajadores y sus aliados, que son infinitamente mayores a los de cualquier ejército profesional o de reclutas, y su disposición de llevar la lucha hasta el final. A esto se agrega por supuesto la calidad de la conducción, que no puede improvisarse en la lucha misma. Veamos ejemplos. Trotsky hace un siglo analizaba el caso del ferrocarril, que en ese entonces era un enorme avance porque permitía a los ejércitos transportar tropas a las ciudades en cuestión de horas. Él replicaba que no había que olvidar que una verdadera insurrección de masas supone primero la huelga que paraliza los propios ferrocarriles. Hoy podríamos decir algo similar con los sofisticados sistemas policiales de información de los que habla Streeck. ¿Qué pasa si los trabajadores de las telecomunicaciones bajan la palanca, o los de la electricidad cortan el suministro a determinados lugares, como suelen hacer los trabajadores en Francia? La burguesía podrá tener mejores armas y más medios para reprimir, pero quien mueve la sociedad son los trabajadores, y una verdadera insurrección de masas supone la huelga general, que es la base de toda insurrección. Ya Hannah Arendt, insospechada de trotskismo, sostenía que la guerra civil española había demostrado que los obreros dirigidos por los anarquistas, armados con pistolas y navajas, por su enorme número y la división de la clase dominante habían conseguido triunfar en las ciudades donde predominaron derrotando al muy profesional ejército de Franco alzado contra la república. Concluía que en situaciones revolucionarias no se puede solo contar la cantidad y capacidad técnica de las fuerzas del orden, sino que hay que ver la disposición al combate de los oprimidos y la voluntad de disparar de los represores. La milicia obrera tiene como objetivo central hacer dudar y paralizar esa voluntad represiva.
¿Por qué dijiste que era el penúltimo objetivo del programa?
Sencillamente, porque el objetivo último es el comunismo, un concepto que ha sido bastardeado durante gran parte del siglo pasado por el estalinismo y los llamados “socialismos reales”. Se trata de recuperar la lucha por una sociedad sin clases sociales, sin Estado, sin explotación y sin opresión, eso es el comunismo. Nunca puede ser una cuestión nacional sino el producto de la unión y coordinación de toda la fuerza productiva de la humanidad a nivel internacional y en última instancia mundial. Esto potenciará infinitamente la capacidad productiva de nuestra especie para que los seres humanos se liberen del trabajo obligatorio embrutecedor. Recordemos que la palabra “trabajo” viene de un instrumento de tortura que aplicaban los romanos a los esclavos llamado “trepalium”.
Buena parte de la filosofía del siglo XX se ha dedicado a insistir unilateralmente sobre los males de la tecnología. Estas visiones negativas van desde las visiones de extrema derecha, como la del afiliado y simpatizante del nazismo Martin Heidegger, pasando por los posmodernos, hasta visiones de izquierda socialdemócrata como Adorno y Horkheimer. Sin ir más lejos, hoy podemos ver montones de series que relatan distopías donde la tecnología domina a los seres humanos al estilo de “Black Mirror”, máquinas que esclavizan a masas amorfas e inermes de gente que no puede resistir su dominio. No están haciendo predicciones, están exacerbando algunos rasgos de la dictadura de las grandes transnacionales y sus Estados en el capitalismo actual.
Solo los marxistas revolucionarios nos imaginamos la potencialidad que pueden tener los avances de la ciencia y la tecnología para reducir a un mínimo insignificante el tiempo que le dedica cada individuo al trabajo como imposición en una sociedad no capitalista. No podemos olvidar que las decisiones estratégicas sobre el diseño, la utilización y el desarrollo de la tecnología las toman personas, no las propias máquinas; no somos esclavos de robots sino que vivimos bajo el dominio de las multinacionales y sus Estados. La esclavitud moderna es la del trabajo asalariado. Todo, inclusive la ciencia y la tecnología, se subordinan a ese mando.
El desarrollo de la ciencia y la tecnología permite reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de mercancías que necesitamos para vivir. Pero como decía Marx, bajo el capitalismo esto no se transforma en mayor tiempo libre para las grandes mayorías, sino en masas de desocupados, subocupados y precarios que viven en la miseria en un polo de la sociedad y, en el otro, toda otra parte de la clase trabajadora que se ve obligada a dejar la vida en el trabajo con jornadas de 13 o 14 horas, todo para el beneficio de los capitalistas y sus grandes multinacionales, y lograr que 25 millonarios tengan la misma riqueza que la mitad de la humanidad, al mismo tiempo que destruyen el planeta y la naturaleza.
La conquista del poder por la clase trabajadora permitiría terminar con esta irracionalidad absoluta y repartir las horas de trabajo distribuyéndolas en forma igualitaria, garantizando al mismo tiempo un salario acorde a las necesidades sociales. La perspectiva de la revolución socialista, justamente, es la que puede abrir en el siglo XXI el camino para poner los enormes avances la ciencia y la técnica al servicio de la liberación de la esclavitud asalariada, incluyendo el trabajo doméstico, desplegando así todas las capacidades humanas en una relación equilibrada y no predatoria con naturaleza. Por eso cuando hablamos de la lucha por un Estado de los trabajadores nos referimos a un Estado transicional hacia una sociedad sin clases, donde el Estado desaparezca en su función represiva. Como señalaba Trotsky, el propósito del comunismo es desarrollar la técnica para que la materia dé al ser humano todo lo que necesita y mucho más, pero este objetivo responde a otro fin más elevado, que es el de liberar para siempre las facultades creadoras del ser humano de todas las trabas, limitaciones y dependencias humillantes, y que las relaciones personales, la ciencia, el arte, ya no tengan que sufrir ninguna sombra de obligación despótica.
Para cerrar la entrevista, ¿quieres agregar una conclusión?
Sí. Repasamos rápidamente distintos problemas a los que nos enfrentamos. En este día de conmemoración del trágico asesinato de Trotsky, considero que el mejor homenaje que podemos hacerle es desentrañar las oportunidades que nos abre a nosotros los revolucionarios la crisis capitalista. Por esto este video y esta entrevista solo puede culminar diciendo: ¡Viva la vida y el legado de Trotsky, dedicado a liberar a los explotados y oprimidos de toda la tierra! ¡Viva la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional!
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