Conversamos con Mabel Alicia Campagnoli, doctora en Filosofía y subdirectora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG) de la FaHCE, sobre qué implica la pandemia en nuestra sociedad hoy.
Magdalena Ramos @Maguiramos_ Estudiante de Derecho/ UNLP
Miércoles 8 de abril de 2020 19:48
La crisis basada en el COVID 19 es más política que epidemiológica, si tenemos en cuenta que se habían dado alertas científicas a través de la OMS y de distintos informes expertos, desatendidos por los gobiernos. 189 Gobiernos se habían comprometido en la cumbre de Abuya de 2000 a destinar el 15% de su presupuesto a mejorar la sanidad y pasados 20 años, no lo han hecho. Esta falta de previsión económica y de política de cuidados poblacional intensifica el efecto de inmediatez que conduce al pánico, sensación además fogueada mediáticamente.
El primer impacto va a ser una profundización de la injusticia social, mayor pauperización de los grupos desfavorecidos, acrecentamiento de la vulnerabilidad y alta morbilidad de personas pobres, desprotegidas, ancianas, desocupadas, con trabajo precarizado y sin estabilidad de ingresos.
También va a afectar a la economía en su aspecto productivo si no se logra una red de responsabilización hacia el empresariado y grupos de decisión en torno a la producción y circulación de alimentos, exigiéndoles el cumplimiento de sus obligaciones. En este sentido, empezó a circular hoy un documento producido desde 100 organizaciones, que interpela “¿De la pandemia de los agronegocios, quién nos cuida?”
Sin desdeñar la materialidad de esta crisis, me preocupan sus efectos simbólicos; es decir, en sintonía con lo anterior, la necesidad de establecer límites y pautas a los grupos mediáticos hegemónicos, tarea dificultada desde que se vació la Defensoría del Público de Comunicación Audiovisual. El taladro noticiario que propicia el miedo, el pánico, la xenofobia y simplifica de modo reduccionista el “Quedate en casa” estimulándonos solo a la posición de defensa de un enemigo invisible, con metáforas de guerra, sin propiciar acciones afirmativas de cuidado que no estén relacionadas con el temor.
Un impacto, además, que muestra la eficacia de la articulación de lo material con lo simbólico, es el de las formas de duelo que conlleva este contexto de cuarentena obligatoria, ya que las pautas médicas aíslan a las personas contagiadas de sus seres queridos, lo que impacta, para casos de muerte, en los rituales de despedida.
El énfasis en el control social con el argumento del cuidado a raíz de la pandemia puede naturalizar formas inusitadas de vigilancia y denuncia, sobre todo si se le agrega a ello un aumento de atribuciones para las fuerzas de seguridad. Un peligro particular lo constituye el edulcorar los aspectos represivos de la institución policial, al destacar una coyuntura de ejercicio del cuidado.
En el marco de una sociedad hiper conectada tenemos la paradoja de que la conexión es la posibilidad de construir redes de resistencia, de creatividades que se desatan del control, pero a la vez de un aumento de la eficacia de la vigilancia y las correcciones. Se hace urgente atisbar la configuración que se delinea de una cartografía sobre a quiénes se cuida y a quiénes se castiga. ¿Cómo se están valorando las espacialidades? ¿Qué está pasando con la calle, la posibilidad de circulación, el hábitat?
“Quedate en casa”, “Lavate las manos”… Desde La Garganta Poderosa están denunciando la falta de agua en muchas villas, además de los cuantiosos casos de dengue. Las decisiones políticas sobre cuáles son los problemas sanitarios y las medidas al respecto, tienen sesgos que se enmascaran cuando se nos presenta la pandemia como un flagelo de la “Humanidad”.
Nos compelen a pensar en abstracto y a pronunciarnos de inmediato. No digo que no haya urgencias, pero la excusa de la urgencia implica imposiciones. Las consecuencias del glifosato, la extensión del dengue y del mal de Chagas, el crecimiento de los femicidios, no merecen el tenor de pandemia del COVID19, que se presenta como un problema del mundo, agravado por la intensidad de propagación del contagio. Tenemos aquí el término diferencial, contagio, que transforma los vínculos en tomar distancia.
Resulta imperativo aquí el trabajo en redes, que resignifique las posibilidades de encuentro para que nos “contagiemos” de nuevos sentidos. Aunque parezca imprudente, sería deseable una actitud filosófica, en el sentido de inquietarse, interrogarse, afectarse en red, para sensibilizarnos a lo que puede venir, a lo que podemos generar. Está bueno no saber y pensar que el hacia dónde queremos ir, no está pre-establecido.
Algo mencioné antes. En el caso particular de las mujeres, me preocupa que el confinamiento las obligue a convivir con sus agresores. Del mismo modo, que niñas, niños y adolescentes, estén forzad*s a convivir con sus abusadores. Esto lleva a pensar también qué encubre el “Quedate en casa…” cuando está imaginando hogares heterosexuales reproductivos. ¿La situación de calle? ¿Las comunidades travestis y trans? ¿El trabajo sexual? ¿Las personas indocumentadas? ¿La práctica clandestina del aborto?
En este marco invito a adherir a la petición de la Campaña Nacional contra las Violencias hacia las Mujeres en Facebook
Ante el Ruidazo Feminista, la respuesta del Gobierno a través del Ministerio de las mujeres, género y diversidad, es más...
Publicado por Campaña Nacional contra las violencias hacia las Mujeres en Martes, 31 de marzo de 2020
Para cerrar. En un nivel macro, habría que reconsiderar la deuda externa, tramitar su invalidez. Asimismo, procesar a quienes fugaron tantos millones del país y obligarles a volcar ganancias al Estado que contribuyeron a vaciar y endeudar. En un nivel micropolítico, volviendo a la necesidad de resistir en red, urge que a las tareas de voluntariado que podamos sumarnos, le agreguemos el recursero con las cuentas bancarias en las que podemos contribuir económicamente con distintos grupos especialmente perjudicados.
Entrevista realizada el 2 de abril de 2020