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Red Internacional
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Opinión. Escalada guerrerista: ¿hacia una intervención en suelo ucraniano de los Estados europeos?

Si bien la elección de Trump ha allanado el camino para una posible resolución del conflicto, Rusia y Ucrania han intensificado la lucha en las últimas semanas para obtener ventaja de cara a las negociaciones. En la espiral de escalada, los Estados europeos están considerando una vez más enviar tropas a Ucrania.

Viernes 29 de noviembre 09:34

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El presente artículo es una traducción del original en francés publicado en el sitio Revolution Permanente, parte de la Red Internacional La Izquierda Diario en Francia.


Las últimas semanas han estado marcadas por una dinámica de escalada militar sin precedentes desde el inicio de la guerra en Ucrania. Debido al uso de misiles de largo alcance y a la internacionalización del conflicto con el despliegue de tropas norcoreanas, el conflicto ha entrado en una nueva fase. La promesa de campaña de Donald Trump de poner fin a la guerra dentro de las 24 horas posteriores a su toma de posesión hizo plausible la próxima celebración de negociaciones y alentó la intensificación de los combates, con cada beligerante esperando llegar a la mejor posición de fuerza hacia posibles conversaciones. Una dinámica de escalada que empuja a los europeos a considerar nuevamente el despliegue de soldados en suelo ucraniano.

La escalada militar en curso

Desde finales de octubre, Estados Unidos ha aumentado las autorizaciones militares que permiten a Ucrania utilizar armas cada vez más poderosas. Joe Biden autorizó el uso de misiles de largo alcance en territorio ruso, seguido de cerca por Inglaterra y Francia. Por ahora, Ucrania sólo ha utilizado misiles Storm Shadow, manteniendo en reserva los misiles franceses Scalp.

En respuesta, Rusia utilizó este jueves 21 de noviembre los misiles balísticos hipersónicos de medio alcance “Orechnik”. Capaces de portar varias ojivas nucleares, Rusia envió un mensaje de amenaza al utilizar este tipo de misiles contra estructuras estratégicas en la ciudad de Dniéper. Una política que es continuación de la ampliación de los criterios que permiten el uso de armas nucleares en la doctrina rusa: “La participación de un tercer país” en un conflicto armado con Rusia autoriza ahora al presidente Putin a utilizar sus armas estratégicas.

Estas nuevas amenazas están vinculadas a la extensión de la guerra en territorio ruso. Si bien la operación llevada a cabo por el ejército ucraniano en la región de Kursk tuvo efectos contradictorios, permitió a Ucrania tomar el control de parte del territorio ruso y obligó al mando ruso a redesplegar sus tropas. Como moneda de cambio para posibles negociaciones, la operación ucraniana aceleró las represalias y los bombardeos de Rusia contra su población e infraestructura.

Además, la mitad del territorio ganado por Ucrania en Kursk ya ha sido retomado por Rusia y las tropas ucranianas se encuentran actualmente atrapadas allí, lo que explica por qué Joe Biden ha respaldado el uso de ciertas armas de largo alcance. Como indicó recientemente a la BBC Marina Miron, profesora del Kings College de Londres, si la incursión de Kursk fue un momento de "genialidad táctica", también fue una "catástrofe estratégica" para Ucrania. Al provocar a Rusia, Ucrania alentó a Putin a intensificar los bombardeos sobre su población, con muy pocos resultados estratégicos.

Rusia también enfrenta contradicciones. Rusia ha logrado un avance significativo en territorio ucraniano. Como indican los datos del Instituto para el Estudio de la Guerra, las fuerzas de Moscú se han apoderado de casi 2.700 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano este año, frente a sólo 465 kilómetros cuadrados en 2023. Un avance seis veces mayor que el año pasado, pero significativamente menos importante que la progresión meteórica, 1.265 kilómetros cuadrados por día, de los primeros días de la guerra, en marzo de 2022.

En este contexto, Rusia puede beneficiarse de una importante ventaja militar sobre Ucrania, pero también se ha visto debilitada por dos años de guerra y la ampliación de la OTAN a su frontera noroccidental, con Finlandia y Suecia. Podría esperar obtener un acuerdo que prometa que Ucrania no se unirá a la OTAN ni a la Unión Europea durante un período de tiempo determinado, anexando al mismo tiempo parte de su territorio. Del lado ucraniano, la obtención de “garantías de seguridad” estará en el centro de las preocupaciones. Se tratará así de perder el menor territorio posible, consolidando al mismo tiempo sus vínculos con sus aliados occidentales para evitar una quiebra total del Estado al final de la guerra. En ambos casos, un acuerdo de alto el fuego equivaldría sobre todo a congelar el conflicto sin resolver las contradicciones estructurales que llevaron su estallido.

Para los europeos, el regreso de Donald Trump podría impulsar un compromiso militar en suelo ucraniano

El anuncio del regreso al poder de Donald Trump el 20 de enero podría tener consecuencias contradictorias para los imperialismos europeos en relación con la guerra en Ucrania. Al negarse a pagar por la seguridad de sus aliados, Trump amenaza con reducir el compromiso de Estados Unidos en Europa, de acuerdo con la doctrina de “Estados Unidos primero”, para concentrarse en el Indo-Pacífico, la prioridad estratégica del imperialismo estadounidense desde Obama. Esta reevaluación de las prioridades del imperialismo estadounidense coloca a los estados europeos en una situación de tensión crónica y contribuye a reforzar la escalada en Ucrania. Estos últimos se ven obligados a desempeñar un papel más directo en la guerra e intervenir más claramente para garantizar su propia seguridad, al tiempo que se subordinan al marco y al tono impuestos unilateralmente por Estados Unidos.

En el marco de la nueva fase de la guerra en Ucrania, el debate sobre el envío de tropas a suelo ucraniano ha vuelto al escenario político. Mencionada por primera vez por Emmanuel Macron, su propuesta rápidamente se convirtió en un fracaso e incluso en una humillación después de que la mayoría de sus socios europeos se separaron brutalmente de ella. Sin embargo, el debate ha vuelto a entrar en las discusiones europeas, esta vez de manera limitada. Como lo demuestra la reciente reunión entre Keir Starmer y Emmanuel Macron, Inglaterra y Francia podrían verse presionadas más rápido de lo que desean para asumir los costos financieros del esfuerzo bélico de Ucrania y garantizar su defensa militar. Lejos de la “autonomía estratégica” deseada por Macron, esa política estaría subordinada a los intereses y planes estadounidenses.

En este contexto, los países imperialistas europeos se verían empujados a defender a Ucrania en las coordenadas del plan de Donald Trump para avanzar hacia un alto el fuego. Como afirma el Financial Times, "algunos analistas creen que cualquier iniciativa europea para apoyar a Ucrania podría ser organizada por una coalición de países dispuestos, empezando por Polonia y la Fuerza Expedicionaria Conjunta liderada por el Reino Unido, un grupo de defensa que incluye a los estados nórdicos y bálticos así como a los Países Bajos. Estos países, que se reunirán en Tallin el próximo mes, son los más firmes partidarios de Ucrania y representan dos tercios de la ayuda militar bilateral europea a Kiev".

Entre los escenarios considerados, Le Monde cita también la posible participación de grupos militares privados (es decir, mercenarios) como el Défense Conseil International (DCI), parcialmente propiedad del Estado francés, que podrían desplegarse para garantizar "la exportación y el transferencia de conocimientos militares relacionados", "el entrenamiento de soldados ucranianos [y] el mantenimiento del equipo militar francés enviado a Kiev". Junto con su homólogo británico, el grupo Babcock, los dos grupos militares privados ya han ofrecido sus servicios al Ministerio de las Fuerzas Armadas inglés.

Según Le Monde, "las reflexiones británicas y francesas sobre esta cuestión se hacen eco de los pocos detalles públicos que se han filtrado sobre las intenciones de Donald Trump sobre Ucrania", volviendo en particular al posible despliegue de una fuerza expedicionaria cuya misión sería interponerse entre Ucrania y Rusia. Lo que el Estado Mayor llama “garantía de seguridad”.

Aunque este escenario es incierto y sus modalidades siguen siendo extremadamente vagas, permitiría a Trump lograr que Ucrania acepte su derrota, asegurando al mismo tiempo un control sobre el país gracias a la mayor participación de las potencias europeas. Sin embargo, esta política también podría dar lugar a una mayor escalada, porque las futuras tensiones entre Rusia y Ucrania se expresarían directamente en una confrontación cara a cara entre las tropas europeas y rusas. También podría alentar a Rusia a utilizar tácticas de guerra híbrida para debilitar a las potencias europeas involucradas, atacando infraestructuras estratégicas, por ejemplo.

Finalmente, las capacidades militares y financieras de los países europeos y sus complejos militares-industriales son incomparablemente más débiles que las de Estados Unidos. Según el Ukraine Support Tracker del Instituto Kiel para la Economía Mundial, la ayuda militar combinada que Alemania, Francia y el Reino Unido han proporcionado a Ucrania desde el inicio de la guerra a gran escala representa menos de la mitad de la contribución estadounidense.

Mientras las dos principales potencias militares europeas, el Reino Unido y Francia, atraviesan profundas crisis políticas y presupuestarias, Alemania también atraviesa considerables dificultades económicas, debido al estancamiento de su modelo mercantilista, y a un período de inestabilidad política. En estas condiciones, estos países tienen un margen de maniobra limitado para aumentar su apoyo al esfuerzo bélico de Ucrania. En este escenario también deberían participar abiertamente los Estados bálticos y Polonia, que es sin duda el más proactivo.

En cualquier caso, las promesas de Trump ciertamente no son llamados a la paz. La guerra en Ucrania continúa desestabilizando la situación internacional y acelerando el deterioro de los equilibrios existentes. El despliegue de tropas europeas en Ucrania constituiría una escalada militar histórica entre Rusia y la OTAN. Abriría el camino a una subordinación más amplia de las potencias europeas a Estados Unidos, al tiempo que aceleraría la militarización del continente y la bonapartización de los regímenes europeos.