Dos nuevas encuestas muestran una pérdida masiva de confianza en las instituciones de EE. UU. Esto pone de manifiesto la profundidad de la crisis en el régimen de EE. UU.
Lunes 11 de julio de 2022 21:42
Foto: José Luis Magaña / AFP / Getty Images
Solo el 36% de los estadounidenses cree que el sistema de gobierno estadounidense es sólido, según una nueva encuesta de la Universidad de Monmouth. Este número es una caída significativa de las encuestas anteriores que mostraron que incluso en 2020, el 52% sentía que el sistema era sólido. Esta caída histórica, por debajo del 62% de los encuestados que en 1980 habían dicho que el sistema era sólido, es el resultado de la disminución sostenida de la confianza de los estadounidenses en los gobiernos durante los últimos años.
Una encuesta reciente de Gallup, que mide la confianza en 16 instituciones diferentes, incluidas instituciones gubernamentales e "instituciones" definidas en un sentido amplio (como el sistema médico y las pequeñas empresas), respaldó estos hallazgos.
La encuesta encontró que el nivel promedio de "fe" en las instituciones está en su punto más bajo y que la confianza en 11 de las instituciones que midió disminuyó significativamente. Las mayores caídas de 2021 a 2022 fueron la confianza en la Presidencia y la Corte Suprema, probablemente una respuesta directa a la actual crisis política del régimen. La única institución que no observó ninguna disminución en la confianza, según esta encuesta, fue el trabajo organizado, es decir: los sindicatos. También esto obedece a la percepción de trabajadoras y trabajadores de que necesitan pertenecer a sindicatos para reclamar y pelear por sus derechos. Algo que está demostrando la oleada de sindicalización sobre todo entre la juventud precarizada.
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Otros signos de esta crisis se pueden ver en el índice de aprobación históricamente bajo de la Corte Suprema. Solo el 25% de los estadounidenses cree que la Corte Suprema está haciendo un buen trabajo y la mayoría cree que esta institución se mueve de acuerdo a orientaciones políticas, una refutación importante histórico discurso del régimen de la Corte como apolítica. Recientes decisiones de extrema derecha, como la anulación del fallo Roe v. Wade, solo acrecentaron la insatisfacción pública con la Corte como institución, con “Abort the Court” ("abortar la Corte") y otros eslóganes similares que se volvieron comunes en las protestas.. Incluso los miembros de la intelectualidad liberal, por lo general defensores de las "instituciones de la democracia estadounidense", protestaron contra la Corte como institución. Jamelle Bouie de The New York Times declaró que “la Corte Suprema es la última palabra sobre nada ”, y Ezra Klein -otro periodista estadounidense- dijo que la población "debe cuestionar la legitimidad de la Corte Suprema".
Esta ira contra la Corte Suprema se produce en medio de un Congreso increíblemente impopular (82% lo desaprueba) y un presidente desaprobado por el 59%). Además, el 40% de los estadounidenses no cree que Biden haya ganado las elecciones. Esto podría estar en consonancia con el discurso trumpista. Estos resultados muestran que el régimen político es rechazado por la mayoría -pero esto es por izquierda y también por derecha-.
En los días previos a la juramentación de Joe Biden, en medio de una gran crisis nacional derivada de los restos de la presidencia de Trump y el caos del 6 de enero, escribí que Biden estaba “asumiendo el poder con un conjunto de tareas muy específicas que tenía por delante la burguesía, siendo la principal entre ellas relegitimar las instituciones del Estado”.
Esencialmente, Biden fue elegido como presidenciable por la clase dominante como respuesta a Trump, bajo la teoría de que el “tío Joe” podría restaurar la fe de los estadounidenses en instituciones que se habían revelado cada vez más como instituciones racistas, de opresión y preservación de la explotación capitalista en lugar de las idílicas nociones democráticas que históricamente la burguesía había tratado de presentar. Para combatir el extremismo producto de Trump (que ellos mismos alimentaron en su momento), la pandemia y el Black Lives Matter, los demócratas lograron ganarse a la mayoría de la burguesía para la campaña de Biden, argumentando que traería estabilidad y desmovilizaría a los movimientos sociales.
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Este ultimo punto es importante. La tarea de Biden no era simplemente restaurar la confianza en la presidencia, los tribunales, las elecciones y varias otras instituciones nacionales, sino también intentar reafirmar la hegemonía estadounidense en el escenario mundial. El enfoque nacionalista de “Estados Unidos Primero” de Trump estaba en firme oposición con el proyecto neoliberal/neoconservador de construir y mantener un control imperialista activo a través de alianzas internacionales entre las potencias imperialistas, con instituciones como la OTAN, el FMI, etc. Esa orientación trumpista llevó a Estados Unidos a retirarse o distanciarse de varias de estas organizaciones. Abiertamente, por ejemplo, criticó a la OTAN y consideró retirarse de ella. Estos movimientos debilitaron la posición ya en declive de Estados Unidos en el extranjero y dejaron a los demócratas con un lío en el escenario internacional con el que lidiar, además de las crisis internas.
En esta tarea, Biden ha tenido mucho más éxito que en los desafíos internos. Específicamente como resultado de la invasión rusa a Ucrania, Biden ha podido reposicionar a EE. UU. como líder a nivel internacional -aunque su crisis de hegemonía persiste-, reconstruir las fuerzas estadounidenses dentro de la OTAN y convencer a otros Estados miembros para que se rearmen. El Congreso ha aumentado los presupuestos militares, lo que le permite a Biden más recursos con los que maniobrar a nivel internacional. Además, el apoyo público a la OTAN es increíblemente alto ( 65%), mientras que la principal oposición al enfoque militarista de Biden en Europa proviene de Trump, que cuestiona desde la derecha nacionalista, el envío de fondos a Ucrania en medio de una crisis económica interna. Pero desde la izquierda del partido Demócrata, nadie cuestionó ni la plata ni el armamento destinados a que la guerra continúe.
En el frente interno, por supuesto, la situación es muy diferente. Como se describió anteriormente, las instituciones nacionales son cada vez más impopulares y la presidencia de Biden parece estar en crisis y los demócratas probablemente se dirijan a una fuerte disputa en las elecciones intermedias, que muy probablemente empeoren para los demócratas, por su vergonzosa y políticamente inepta respuesta al derrocamiento del fallo Roe.
La aparente ruina electoral inminente para los demócratas es en gran medida una respuesta a la economía tambaleante y la alta inflación, que afectan a la clase trabajadora a diario. Biden y los demócratas han sido relativamente impotentes en la cuestión de la inflación, eligiendo en cambio dejar que la Reserva Federal lo resuelva. Con muchos economistas prediciendo una próxima recesión, la ansiedad económica y la ira hacia el presidente -que según su campaña nos traería de regreso a la prosperidad- están en su punto más alto.
La luna de miel que se le ofreció a Biden después del 6 de enero ha terminado (siendo de las mas cortas) y, desde que ese período de luna de miel llegó a su fin, Biden y los demócratas no han podido aprobar ninguna parte importante de su agenda legislativa, comprometiéndose políticamente con compromisos costosos que ya de por sí son tímidos.
Un área importante de fracaso en la arena legislativa fue la Ley PRO, que pretendía en parte incorporar la nueva ola sindical al Partido Demócrata al hacer que los demócratas parecieran ser el partido que lucha por los derechos sindicales. Pero ni siquiera pudieron aprobar eso, mostrando una vez más una desunión legislativa que solo subraya su incapacidad para abordar la crisis actual. En este contexto, cualquier esperanza que los demócratas hayan tenido por la continuidad de la guerra en Ucrania de a poco se desvanece.
Los dos partidos en un momento de crisis institucional
En este contexto, parece probable que la crisis dentro del Partido Demócrata, entre las alas progresista y conservadora, que efectivamente ha detenido toda la agenda legislativa de Biden con los conservadores representados por Joe Manchin y Kyrsten Sinema, resurgirá de una manera aún mayor. Las tensiones del período actual de la administración Biden han sido principalmente entre el ala del establishment y el ala conservadora, y los progresistas brindan apoyo político al establishment. El ala progresista está en relativa retirada con su alianza con ese establishment, desde la pelea primaria de 2020 entre Sanders y Biden.
Con esas instituciones impopulares, los políticos demócratas tendrán que idear una estrategia para detener la hemorragia y encontrar a alguien a quien culpar. Para el establishment demócrata, parece claro que la estrategia será, una vez más, competir contra el trumpismo (apoyándose en las audiencias por la toma del capitolio del 6 de enero) e intentar ganar moderados al partido dejando de lado los “temas de activistas”. Como ejemplo de esto, Hillary Clinton dijo recientemente en una entrevista que los derechos de las personas trans (que están bajo ataques masivos por parte de la derecha) no deberían ser una prioridad para los demócratas.
Los miembros del ala progresista, por el contrario, están tratando de parecer más conflictivos con la esperanza de que esto los haga ver separados del régimen al cual sirven actualmente. Alexandria Ocasio-Cortez ha exigido que los jueces de la Corte Suprema sean investigados por mentir bajo juramento en torno a declaraciones que hicieron anteriormente sobre no revocar el fallo Roe, durante las audiencias de confirmación de varios de los jueces que luego votaron para revocarlo.
Cori Bush (diputada por Missouri, pastora afrodescendiente) persiguió a Biden aprobando protecciones climáticas a través de una Orden Ejecutiva y Rashida Tlaib se unió a un grupo de activistas para pedir más transparencia en torno a la política del agua en Detroit. Varios miembros del "squad" o "Escuadrón" (como se conoció a diputadas progresistas del partido Demócrata) también han sido muy elocuentes en las redes sociales con feroces declaraciones denunciando varias decisiones judiciales en las últimas semanas.
Si los demócratas terminan el año como minoría en el Congreso, parece probable que los progresistas puedan volver a su estrategia anterior a 2020 de discutir abiertamente con el ala tradicional del partido gobernante, como un intento de desmarcarse del liderazgo del Partido Demócrata. Aunque como la propia historia del "squad" lo muestra, parece probable que cuando llegue el momento, se atengan a la línea y hagan su parte de “salvar” al Partido Demócrata dándole una cobertura por izquierda. Como lo hicieron después de las elecciones presidenciales del 2016 y del 2020.
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Los republicanos están con su crisis cada vez más latente que hace unos meses. Ha surgido un nuevo enfoque de "trumpismo sin Trump", que combina parte del populismo y la retórica de Trump con enfoques republicanos más tradicionales de la política exterior, así como algunas posiciones ultra reaccionarias sobre temas como el aborto, los derechos de las personas trans y la inmigración. Este enfoque se puso a prueba en la carrera para gobernador de Virginia en 2021 con gran éxito y se ha implementado en varios estados desde entonces.
Las figuras clave del trumpismo sin Trump incluyen a Gregg Abbott y al probable favorito para 2024, Ron De Santis (que está palmo a palmo con Trump en las encuestas primarias republicanas de principios de 2024). Ambos han podido aprovechar parte de la base de Trump y al mismo tiempo mantener mejores relaciones con la dirigencia del partido, y han hecho muchos más movimientos hacia el “ala de Mike Pence”, socialmente conservador.
A pesar de toda su fanfarronería y su agenda reaccionaria, Trump siempre estuvo relativamente desinteresado en los típicos monstruos republicanos del aborto y los derechos de las personas homosexuales. En cambio centró su odio en los inmigrantes y adoptó un enfoque de política exterior significativamente diferente al ala dominante del Partido Republicano, que favorece el proteccionismo sobre la globalización y critica abiertamente instituciones imperialistas como la OMS, la OTAN y la ONU.
Abbott, De Santis y otros en este nuevo momento del Partido Republicano han aportado un enfoque trumpista a esos temas para, desde su perspectiva, alcanzar un gran éxito con la promulgación de algunas de las políticas más opresivas contra las personas trans en varios estados y la revocación del derecho al aborto. En esto, queda claro cómo el trumpismo sin Trump ha sido capaz de unir las diversas alas en guerra del partido: opresión social para el ala de Pence, populismo de derecha y antiinmigración para el ala de Trump, y un enfoque republicano más tradicional de política exterior y gobernanza para el ala Romney.
Este nuevo momento del Partido Republicano lo posiciona bien para actuar como la representación política del actual momento con cierto avance de la derecha.
Si este momento de disminución de las tensiones dentro del partido republicano continuará o no, es por supuesto, una pregunta abierta. Trump sigue siendo un jugador importante y no está claro si volverá a postularse o no y, si no lo hace, si apoyará a otro líder republicano.
Además, la mayor parte del trumpismo sin Trump está corriendo a nivel estatal con solo un puñado de políticos trumpistas sirviendo en el Congreso. Después de noviembre, es probable que este ya no sea el caso: se habla de la formación de un posible "escuadrón" de extrema derecha en la Cámara con Marjorie Taylor-Greene y los nuevos trumpistas elegidos, lo que pondrá a estos delfines de Trump en conflicto directo con Mitch McConnell, líder de la bancada republicana en el senado.
Pero esta impopularidad de las instituciones del Estado también tendrá un impacto en los republicanos, ya que cualquier posible explosión de ira en las calles se dirigirá en gran medida contra ellos, lo que podría obligarlos a adoptar una posición más defensiva. Además, muchos economistas predicen que se avecina otra recesión que impactaría en gran medida en el terreno político en el que operan ambos partidos. De todos modos, parece claro que la crisis actual beneficia mucho más a los republicanos que a los demócratas.
Mientras los dos principales partidos capitalistas luchan entre ellos por quién debe gobernar con esta crisis del principal país imperialista, la clase trabajadora y los oprimidos están cada vez más furiosos con las instituciones que nos trajeron hasta aquí. En el tercer año de una pandemia con otra crisis financiera "única en una generación", una crisis climática que empeora constantemente y fallos y resoluciones reaccionarias contra nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y contra la salud reproductiva, hay una verdadera rabia por la situación actual que, hasta ahora, permanece relativamente latente, aunque con algunas explosiones significativas como Striketober, las recientes protestas contra la Corte Suprema, etc. Sin embargo, los barriles de pólvora se están ensamblando. Es solo cuestión de tiempo hasta que se encienda un fósforo.
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Sybil Davis
Docente y artista teatral, vive en New York.