El movimiento ‘En pie’ en Alemania, la ‘Francia insumisa’ de Mélenchon, y sectores de la izquierda española proponen políticas de “redistribución” para los obreros nativos a costa de mayores controles migratorios. Cuando la izquierda toma la agenda de la extrema derecha.
Josefina L. Martínez @josefinamar14
Sábado 15 de septiembre de 2018
Foto: Matteo Salvini, líder del partido italiano la Lega. EFE
Hace unos días, tres personalidades “ilustres” de la izquierda española, Manuel Monereo, Julio Anguita y Héctor Illueca, publicaban el artículo: “¿Fascismo en Italia?: Decreto dignidad” donde elogian sin sonrojarse una serie de medidas sociales por parte del gobierno de Salvini, sin apuntar ni una sola crítica a sus políticas xenófobas, racistas, y antiobreras.
En el artículo afirman que “el Gobierno italiano está asumiendo la defensa de las clases populares frente a grupos de presión poderosos e influyentes que controlan los principales medios de comunicación a través de gigantescas inversiones publicitarias”.
Construyendo su discurso sobre el eje perdedores de la crisis/elites europeas, los autores del artículo suman voluntades a la nueva ola “rojiparda” que parece estar seduciendo a sectores de la izquierda europea. Ante el crecimiento de la extrema derecha y el retroceso de la izquierda reformista, su lema parece ser: “si no los puedes vencer, únete a ellos”.
En un segundo artículo publicado este viernes contestan a las múltiples críticas que recibieron. Aseguran que “lo que emergió en las elecciones del 4 de marzo [en Italia] es una auténtica rebelión popular contra la UE, similar a la que se produjo en Gran Bretaña con el brexit. Una rebelión muy parecida a las que tuvieron lugar en otros países europeos como Francia, Holanda o Grecia, donde sucesivos referéndums rechazaron sin ambages el diktat de Bruselas.”
Su argumento es que ante el fracaso de la “izquierda que se hizo neoliberal y ya no es capaz de entender a su pueblo”, hay que construir una fuerza política que se organice alrededor de las ideas de la “soberanía popular”, el “proteccionismo”, la “seguridad” y hable del “futuro de la clase trabajadora”. Eso sí… sin cuestionar las políticas xenófobas y racistas del nuevo gobierno italiano, o igualando la votación del brexit (campaña empujada por el discurso antiinmigrantes de UKIP) con el referéndum griego donde el 60% de la población votó contra el tercer rescate de la Troika -algo que fue ignorado por Syriza, que capituló días después-. Por esta vía, Monereo, Anguita e Illueca pretenden darle forma a una izquierda obrerista, nacionalista y xenófoba, a tono con otros movimientos que han aparecido en Europa.
En Alemania, el lanzamiento del movimiento “De pie” el 4 de septiembre, impulsado por Sahra Wagenknecht (del partido Die Linke) y Oskar Lafontaine, es otra expresión de este giro rojipardo. El movimiento está impulsado por políticos de Die Linke, el SPD y los Verdes. En su manifiesto fundacional, planteaban la idea de que “para proteger los servicios sociales, no pueden entrar en Alemania todas las personas”, proponiendo restringir el ingreso de inmigrantes y refugiados, es decir la defensa de un “estado de bienestar sólo para los alemanes".
En Francia, hace tiempo que Mélenchon viene sosteniendo un discurso soberanista que apuntaba hacia el mismo sitio, llegando a acusar a los inmigrantes de robar “el pan” a los obreros franceses. Así busca recuperar a sectores de los votantes del Frente Nacional de Le Pen entre la clase trabajadora o las clases medias empobrecidas.
La lógica que los une -ya sea en clave populista o más obrerista-, es la construcción de un sujeto popular-nacional agraviado por las elites de Bruselas y temeroso ante la inmigración supuestamente “incontrolada” promovida por los representantes del neoliberalismo europeísta. La premisa sería: “Resolvamos nuestros problemas primero”, adoptando los mantras de la extrema derecha contra los inmigrantes.
La nueva fórmula es antineoliberalismo + nacionalismo + rechazo a la Unión Europea + xenofobia. Si el fracaso de la izquierda reformista “europeísta” (que tuvo un punto de inflexión con la capitulación de Syriza) ha favorecido que la ultraderecha capitalice en Europa la crisis de los regímenes dirigidos por los partidos del “extremo centro”, como los llamó Tariq Ali, esta nueva izquierda rojiparda pretende curar la llaga prendiendo fuego al enfermo. Adoptar políticas chovinistas y racistas, y esgrimir que se hace para proteger a “nuestros obreros”, solo lleva a profundizar las divisiones y los enfrentamientos al interior de la clase trabajadora. Y no de una clase en sentido abstracto, sino de la clase obrera multirracial, nativa e inmigrante y fuertemente feminizada que mueve los resortes fundamentales de la economía de Europa. Semejante política no sólo favorece a los capitalistas; también fortalece a las corrientes populistas reaccionarias o de extrema derecha que sostenidamente vienen ganando terreno en el viejo continente.
Los problemas de estos “nuevos” movimientos chovinistas de la izquierda son tantos que merecerían un tratado. Pero apuntemos algunos. Por un lado, “compran” la idea de que es posible volver a un estado nacional “soberano” en los marcos del capitalismo imperialista globalizado del siglo XXI, y que esta opción es “progresista”. Frente a la debacle del “sueño europeo” buscan recrear la utopía reaccionaria de la “salvación nacional”.
Pero, aquí la novedad, estos fenómenos emulan el discurso proteccionista de Trump o Le Pen, y hasta tal punto adoptan ese punto de vista que también replican su xenofobia. Esto era algo que hasta ahora diferenciaba a los populismos de “derecha” de los de “izquierda”, pero ese Rubicón ya se ha cruzado.
Cuando la izquierda chovinista plantea que hay que tomar medidas para “controlar la inmigración” está legitimando las políticas represivas de cierre de fronteras, deportaciones y hostigamiento hacia los inmigrantes. Si por esta vía busca ganar más votos, tiene un problema grande: entre la “copia” y el “original”, seguramente los votantes de la extrema derecha se quedarán con los que agitan estas ideas de forma mas abierta.
Las políticas nacionalistas de “salvar lo nuestro primero”, camufladas bajo una retórica izquierdista, sin embargo, no son en absoluto novedosas. A principios del siglo XX, la socialdemocracia Europa echó por la borda el programa internacionalista y se sumó al carro guerrerista de sus propias burguesías: antepuso la “defensa nacional” a los intereses de la clase trabajadora. La guerra imperialista y las masacres de los pueblos de Europa fueron el trágico resultado de esa capitulación.
Unas décadas después, en los años 20 y 30, hubo incluso intentos de establecer alianzas “rojipardas” entre los partidos comunistas y los nazis. En Alemania esta deriva se conoció como la “línea Schlageter” propuesta por Radek en 1923 para “neutralizar” a los nacionalsocialistas, adoptando un discurso patriótico y ensalzando la “valentía” de los “soldados de la contrarrevolución”. La política fue un fracaso estrepitoso que sólo permitió que los nazis cosecharan simpatías entre los obreros comunistas y fue abandonada poco tiempo después. Más tarde, en 1926, vino el apoyo de los estalinistas polacos al golpe de Estado del mariscal Pilsudki, que abrió paso a una dictadura fascista. Una y otra vez, estas políticas de “diálogo” con los fascistas, lejos de debilitarlos, los fortaleció. Después de estas aventuras, la III Internacional bajo el control de Stalin se negó a desarrollar la política leninista del “Frente único” para agrupar a millones de obreros en la lucha contra los nazis. De este modo, facilitaron sin lucha el ascenso del fascismo en Alemania y una derrota histórica de la clase obrera mundial.
El fracaso de la izquierda neorreformista y sus ilusiones europeístas está llevando a sectores de la izquierda a adoptar discursos nacionalistas y xenófobos, olvidando que, como dijo Engels, “un pueblo que oprime a otro pueblo nunca puede ser libre”.
La alternativa a la izquierda neoliberal no es una izquierda chovinista reaccionaria, sino profundizar el internacionalismo y defender un programa anticapitalista y de independencia de clase, para que la clase trabajadora, multirracial y feminizada, pueda levantar como propias las reivindicaciones de todos los sectores oprimidos por el capitalismo, transformándose en una fuerza hegemónica. En Europa, eso implica necesariamente enfrentar las políticas de la Unión Europea del capital y todos los pactos reaccionarios de la Unión Europea, luchando por los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Josefina L. Martínez
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.