Este domingo termina el 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que desde La izquierda Diario cubrimos con diversas reseñas y entrevistas.
La edición de este año fue dedicada a la memoria de Fernando “Pino” Solanas, recientemente fallecido víctima de coronavirus. La hora de los hornos, primera parte –Neocolonialismo y violencia– (1968) hizo la apertura. A su vez, a lo largo de todas las secciones en competencia y paralelas se proyectaron un centenar de realizaciones.
En el contexto de la pandemia se desarrolló por completo en forma online y gratuita, con la inédita posibilidad de acceder a las películas y actividades desde cualquier parte del territorio argentino. Aunque las proyecciones se organizaron con el límite de “cupo por sala” y en el lapso condensado de tan solo una semana, tres días por película, elementos que limitan de por sí la capacidad de espectadores.
Ambos hechos son un fuerte recordatorio de un año que golpeó duramente al mundo del cine, como así también de las contradicciones que lo encierran. Cierres de salas, suspensiones de rodajes, postergaciones de estrenos, pérdidas de puestos de trabajo y proyectos caídos, con un largo listado de reclamos pendientes del sector, donde la realización independiente es la más golpeada.
La crisis es mundial y abre nuevos interrogantes sobre el devenir de la actividad cinematográfica. A modo de ejemplo en Estados Unidos, la tierra de los “tanques” y la fábrica de los sueños de Hollywood, se anuncian cierres generalizados de salas en paralelo a la emergencia de los grandes del streaming como Netflix, en una ardua competencia y expansión que llega hasta nuestras tierras, trastocando todo a su paso y multiplicando sus ganancias en medio de la pandemia.
El 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se realizó también en medio de un debate sobre “el futuro del cine”, ya que la crisis del coronavirus aceleró tendencias que venían evolucionando a menor ritmo ¿Las salas se volverán definitivamente un espacio de lujo solo para sectores muy acomodados? ¿Habrá una retirada a los hogares con campañas de ventas multiplicadas de nuevos equipamientos home-cinema? ¿Y quién podrá acceder a ellos en Latinoamérica, donde las proyecciones anticipan 45 millones de nuevos pobres generados este año? ¿Cuál será el impacto en los ritos del cine como el “estreno”? ¿Y cuál será el costo en el lenguaje, ya bastante ahogado por la industria cultural, si además la experiencia colectiva de la sala fuera reemplazada casi en su totalidad por el consumo hogareño y “la pantalla chica”?
Los grandes festivales internacionales de cine son toda una “institución” que reciben esas preguntas e intentan respuestas para su propia sobrevivencia. Los intereses comerciales de grandes productoras y distribuidoras cruzan el ambiente, no por casualidad desde hace algunos años Netflix planifica minuciosamente como entrar a este circuito. Pero la variedad es enorme, desde los famosos y tradicionales, hasta eventos independientes realizados a puro pulmón motivados por el entusiasmo de traspasar los dictados de la taquilla. Lo cierto es que detrás o delante de esos escenarios está lo que realmente importa: las películas, las opiniones de quienes las crean y los encuentros de las obras con el público.
Las películas
La programación de las diferentes Competencias y Secciones del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ofreció un panorama con intensa vitalidad. Nuevos directores y directoras, experiencias renovadoras y experimentales, miradas críticas y agudas sobre el mundo actual. La presencia de realizadores argentinos fue muy importante en las competencias centrales, Internacional, Latinoamericana, Argentina, Estados Alterados y En tránsito.
Se destacaron realizadoras jóvenes, entre ellas Clarisa Navas con Las Mil y una, historia de amistad y diversidad sexual en un barrio periférico de Corrientes. Como relata la directora en una entrevista en La Izquierda Diario, “Parte de una experiencia muy personal porque yo me crie en ese barrio y entonces creo que de alguna manera me interesaban construir imágenes desde ahí, de ese estar periférico, también de un estar minoritario, ser mujer, pertenecer a una minoría”. Una película que cuenta además con una importante participación de actores y actrices del nordeste del país, un elemento que la directora destaca en cada oportunidad que se presenta. La película que viene de un amplio recorrido en festivales y tuvo las entradas virtuales agotadas, se estrena el próximo 3 de diciembre por cine.ar.
Amistad, incertidumbre y deseo en Las mil y una, de Clarisa Navas
Entrevista a Clarisa Navas: construyendo imágenes desde la periferia
Tatiana Mazú Gonzalez participó con Río Turbio, un documental que parte de una experiencia traumática a nivel personal para terminar recorriendo las voces y luchas de las mujeres en pueblos mineros. Una película experimental que se propone entender la estructura social, económica que genera una sociedad violenta, en términos de género y clase. En cuanto a su original tratamiento formal la directora comentaba en una entrevista: “Para mí era importante que esas voces no tuvieran una identificación tan clara con un primer plano, pensando en esta tiranía de la imagen por sobre el sonido, o del primer plano y la necesaria identificación del cine clásico en un individuo, sino que me interesaba pensar más a las mujeres del pueblo como algo colectivo, encarnado en ese paisaje, y que diera cuenta también de una estructura social. Que no eran casos individuales, ni excepciones, sino que es la norma en el pueblo, ese habitar, ese transcurrir, y por suerte también esa resistencia”.
Tatiana Mazú y Río Turbio: cine con mirada feminista y perspectiva de clase
Otra interesante película proyectada es Esquirlas, de la realizadora cordobesa Natalia Garayalde, sobre la tragedia de las explosiones en Río Tercero, Córdoba, en noviembre de 1995. Un documental realizado con material de archivo personal y familiar filmado por la directora cuando tenía 12 años y resignificado ahora para dar cuenta de este hecho, sus consecuencias y las tramas de encubrimiento. También desde Córdoba participó Las motitos, de Inés María Barrionuevo y María Gabriela Vidal, que junto al documental Vicenta de Darío Doria presentan de distintas formas la necesidad de la lucha por el derecho al aborto. Otras producciones como Mamá, mamá, mamá, de Sol Berruezo Pichon-Rivière, El tiempo perdido, de María Álvarez, junto a realizadoras de cortos a través de las distintas secciones marcaron esta importante presencia de las mujeres en el Festival.
Vicenta, un documental que revela la necesidad del derecho al aborto
A su vez participaron las nuevas producciones de realizadores como Nicolás Prividera (M, Tierra de los padres), que estrenó Adiós a la memoria. Como describe Diego De Ángelis en su reseña para La Izquierda Diario, la película “continúa y expande, tal vez por última vez –en tanto cierre de una "trilogía involuntaria"–, una lúcida y emocionante indagación sobre la memoria y los modos, diversos y enigmáticos –mas bien cifrados–, en los que la memoria personal se entrelaza en conflicto con la memoria colectiva y social. En su nuevo ensayo documental, su reflexión parte de una enfermedad que padece su padre –el mal de Alzheimer– para detenerse en las distintas formas que puede evidenciar la otra cara de la moneda, la contraparte necesaria de la memoria: el olvido”.
Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera: apuntes urgentes sobre su cine
A su vez Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis) presentó su segunda película de ficción Un crimen común. En esta oportunidad el director pone la mirada en la violencia policial y la construcción de los prejuicios en una sociedad de clases. Con una destacada actuación de Elisa Carricajo (Petróleo, La flor) y Mecha Martínez, la tensión atraviesa la pantalla para incomodar a su público, como señala Celina Demarchi en una reseña para La Izquierda Diario: “quizá el punto neurálgico sea la interpelación que hace el director al espectador, el lugar incómodo que lleva a preguntarse qué hubiera hecho cualquiera de quienes se sientan frente a la pantalla”.
[Un crimen común, silencios cotidianos.> https://www.laizquierdadiario.com/Un-crimen-comun-silencios-cotidianos-en-el-Festival-de-Cine-de-Mar-del-Plata]
Estas películas, junto a 1982, de Lucas Gallo, documental que a través del rescate el material de archivo de los medios de comunicación durante la guerra de Malvinas devela la construcción de la mentira realizada en esos años, Isabella, de Matías Piñeiro, Nosotros nunca moriremos, de Eduardo Crespo, Historia de lo oculto, de Cristian Ponce, Las ranas, de Edgardo Castro, entre otras, son parte de la amplia producción de realizadores y realizadoras del cine nacional de los tiempos que corren.
Isabella, la nueva película de Matías Piñeiro
La participación internacional tuvo presencia desde variados puntos. Entre las producciones destacadas por la crítica estuvieron en la Competencia Internacional el documental El año del descubrimiento, del español Luis López Carrasco, una película que centra su mirada en el año 1992, mientras sucedían el aniversario de 500 años de la conquista de América, las Olimpíadas en Barcelona y la exposición universal de Sevilla, al mismo tiempo en Cartagena, Murcia, una serie de huelgas terminaban con el incendio del parlamento local. Desde Japón Red Post on Escher Street de Sion Sono; el cine rumano con The Exit of the Trains de Radu Jude y Adrian Cioflâncă con una potente puesta para rescatar la memoria de las miles de víctimas de la masacre contra los judíos en ese país iniciada en junio de 1941; el documental franco-ruso Mis queridos espías de Vladimir Léon, donde al morir su madre dos hermanos viajan desde Francia a Moscú para emprender una búsqueda que los hace descubrir una genealogía familiar ligada por décadas al gobierno de la URSS, recorren archivos y mientras reflexionan sobre Stalin y los campos de concentración intentan entender el lugar de sus ancestros en este oscuro laberinto. La participación latinoamericana tuvo su lugar con producciones como Piola del chileno Luis Alejandro Pérez, la brasileña Mascarados de Henrique Borelay y Marcela Borela, Selva trágica de Yulene Olaizola con producción de México y Colombia, entre otras.
Después de la función
La posibilidad de tener acceso online y gratuito a todas estas opciones por el limitado tiempo de una semana invita a reflexionar sobre el lugar de los festivales y más especialmente, sobre las opciones cotidianas que ofrecen las pantallas.
Hasta marzo de 2020 las salas de cine de nuestro país demostraron año tras año la consolidación de un modelo en donde alrededor del 80 % de las películas que ocupan las pantallas son de origen norteamericano, el otro 20 % se reparte entre las producciones nacionales y del resto del mundo. Los porcentajes se repiten en la programación de cable y los servicios de streaming. Mientras se producen múltiples películas en el cine mundial, con temáticas, estéticas, personajes, espacios e historias diferentes, las producciones que nos llegan son más que limitadas.
Miles de realizadores alrededor del mundo crean imágenes e historias novedosas. En los festivales se puede acceder tan solo a una pequeña parte y por pocos días de esta extensa producción. Construir puentes para ampliar las opciones en las pantallas cotidianas es una tarea pendiente.
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