Reproducimos a continuación el discurso del filósofo y economista Frédéric Lordon en el exitoso acto realizado la semana pasada en París bajo la consigna "volver a poner la revolución en la agenda" organizado por Révolution Permanente, parte de la red Internacional La Izquierda Diario en Francia.
Martes 12 de marzo 16:53
El miércoles 6 de marzo más de 1200 personas participaron y vieron el acto convocado en París por Révolution Permanente (RP), organización que forma parte de la Red Internacional La Izquierda Diario en Francia, bajo la consigna “Volver a poner la revolución en la agenda”.
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Al menos 800 personas abarrotaron la sala principal del centro cultural y artístico La Bellevilloise, y los dos bares que habían sido acondicionados para la ocasión con pantallas gigantes. Varios cientos que no pudieron entrar porque ya estaba colmado el lugar, lo siguieron por la transmisión simultánea en Youtube. En el acto participaron entre otros el trabajador ferroviario y dirigente de RP Anasse Kazib, el economista y filósofo Frédéric Lordon, el abogado de derechos humanos franco-palestino Salah Hamouri, la militante de la lucha de los sin papeles Mariama Sidibé, el dirigente sindical perseguido Christian Porta, la dirigente de RP Daniela Cobet y Sasha Yaropolskaya de Pan y Rosas.
A continuación reproducimos el discurso de Frédéric Lordon.
Quiero empezar dándoles las gracias por invitarme a hablar en esta reunión, y me gustaría dedicar unas palabras en especial a todas las personas que han trabajado para que esto sea posible. Los carteles no se pegan solos, los volantes no se reparten solos, y si toda esta gente está aquí esta noche no creo que sea obra del espíritu Santo. Aunque yo no sea militante, sé todo eso, puedo verlo.
Entonces, la revolución hoy me parece un objeto paradójico. Porque nunca pareció estar tan lejos y a la vez nunca fue tan solicitada. El objeto es frío, pero la coyuntura es caliente. Es la coyuntura del capitalismo contemporáneo. Si el mandato de Macron, que está terminando en crisis y en la vergüenza, tuvo algún mérito, fue que nos dejó ver la monstruosidad con una claridad sin precedentes.
El capital está dispuesto a todo. Ahora está decidido a realizar su programa máximo. La sumisión de toda la vida social a su lógica exclusiva. Hay que entregárselo todo y se apoderará de todo. Los hospitales públicos están siendo destruidos porque el capital está hambriento. El transporte público y la educación pública se destruyen porque el capital está hambriento. La tierra y la agricultura se destruyen porque el capital está hambriento, etcétera, etcétera. Destruyendo todas las formas de vida socializada, el capital lógicamente prepara, incluso reclama, su única solución sustitutiva para recrear la existencia colectiva. La solución es etnonacionalista, racista. En esta situación paradójica, en la que el capital se ve desafiado como nunca antes y a la vez está decidido a impulsar su programa máximo, se vuelve necesariamente fascista. Macron es el capital máximo. Lógicamente, se ha convertido en el fascistizador. Pero también seguirá siendo el ecocida, el demoledor de la salud pública, el responsable de poner en peligro la vida de los demás a una escala sin precedentes, el bufón diplomático. Por último, la figura de la infamia en Gaza, ese Titanic de la entidad que se hace llamar “Occidente”. Eso es lo que yo llamo una coyuntura caliente. Y sin embargo ustedes lo saben. Fuera de los círculos militantes, el recibimiento es desconcertante. Pero después de todo aún quedan las elecciones, votemos. Esto va a cambiar. Así es, votemos. Voten a Syriza, voten a PODEMOS, voten a Françoise Hollande.
Las cosas van a cambiar. Coyuntura caliente, revolución fría.
¿Cuál es la tarea de un partido revolucionario? Es poner la revolución en la temperatura de la situación. Empezando por hacer ver a la gente las cosas tal como son, para terminar con las falsas esperanzas, las ilusiones y las mentiras. Las cosas tal como son, significa que hay una clase social radicalizada en la sociedad: es la burguesía. Una clase social radicalizada y todas las demás clases maltratadas. La burguesía está radicalizada en su única preocupación: su propia ganancia. Los demás seres humanos y la naturaleza no son más que instrumentos para su ganancia. Si hay que destruirlo todo para que ellos ganen, que así sea. Así que, a los que no están del lado de la burguesía, o en todo caso de la burguesía en el poder, pero no son conscientes de lo que está pasando, tenemos que decírselo: más vale que abran los ojos, porque todos morirán. Y todos ustedes -enfermeras, profesores, investigadores, artistas, pero también empleados y administrativos del sector privado- pasarán por la misma trituradora. Igual que a los obreros durante los últimos 40 años, cuyo destino les fue indiferente, aunque ellos eran el rostro de lo que les espera. De todos modos, en la situación actual, sólo hay una hipótesis realista sobre la que construir una estrategia política: la hipótesis de la radicalización burguesa.
La socialdemocracia está muerta, porque el capital ayudado por el Estado, ya cerró el paréntesis y decidió que no cederá en nada. Recuerden, porque esto es reciente: 10, 15 días de movilización con un millón de personas en las calles, por las jubilaciones. El 90% de los trabajadores se opusieron a la reforma. ¿Y? Y vayanse todos a cagar! ¿Hay alguien dentro de las direcciones sindicales o de los partidos políticos, que esté pensando seriamente en esto? Por supuesto que no. ¿Cómo podrían organizaciones que están perfectamente integradas al juego institucional querer reflexionar sobre la vacuidad del juego institucional? Basta de mentirnos a nosotros mismos. Y de falsas esperanzas. ¿Y si en el poder hubiera un partido de izquierda, un partido de izquierda de verdad? Por desgracia, no le doy ni dos meses de vida. Porque la burguesía no sólo se ha radicalizado. Sino que se preparó con un arsenal atómico.
La esperanza de la alternancia política tranquila y de un cambio pacífico no se imagina lo que la burguesía desencadenará contra cualquier ataque a sus intereses. La respuesta es sencilla. Lanzará todo lo que tiene a la batalla: las fuerzas de las finanzas, que llevan las tasas de interés por las nubes reventando los presupuestos; el BCE, con su poder de embargo monetario; la crisis y quiebra industrial de la patronal, provocando despidos masivos, saboteando la logística, organizando penurias si es necesario; y por último, pero no por ello menos importante, los medios de comunicación, por supuesto, con su campaña aullante, permanente y desatada que está creando una atmósfera de fin del mundo durante las 24 horas. Yo les pregunto, ¿qué gobierno puede resistirse a eso?
Interés general, un think tank cercano a La Francia Insumisa (LFI) [partido de Jean Luc Melenchon, NdR], es muy consciente de ello y en uno de sus artículos hace propuestas urgentes (...) que están muy lejos de ser desinteresadas. Sólo creo que subestima seriamente tanto el tiempo necesario para instalar estructuras institucionales alternativas como, mientras tanto, la violencia del choque combinado de todos los ataques de la burguesía y la atmósfera totalmente irrespirable que inevitablemente producirán. Así que vuelvo a preguntar: ¿qué gobierno electo puede resistir eso? Respuesta: ninguno.
Entonces se perfila el punto L. El punto en el que todo se decide. El punto el que un poder de izquierda, elige, entre dos destinos posibles, el suyo: o bien doblegarse o bien enfrentarse. El enfrentamiento significa que si la burguesía radicalizada quiere ir a la guerra total, entonces la tendrá. El punto L es el punto L como Lenin. Al principio era un poco una broma, pero al final no tanto. Porque atravesar el punto L significa entrar en otra realidad política, una realidad revolucionaria. Y en la realidad revolucionaria, para enfrentar a la burguesía, sólo hay un protagonista pertinente: el número, la masa. (...) Sólo el número tiene el verdadero poder. De hecho, es muy sencillo. Frente a todos los medios colosales que tiene la burguesía, hay uno solo que está a la altura de enfrentarlos: la huelga general con ocupación. Esta es la visión realista del problema.
Entonces, nadie sabe si el número llegará a la cita. Lo que sí sabemos es que no estará si su formación no fue pensada y preparada desde mucho tiempo antes. En la idea de darlo vuelta todo metódicamente, construir una organización de base obrera, con una base de sectores asalariados y populares lo más amplia posible, constituye el primer artículo del método. El número no se pondrá en movimiento si antes no fue fomentado. Algunos dirán que considero nulo el juego electoral. No es eso lo que pienso.
La LFI aboga por una ruptura y, evidentemente, dado el periodo actual, hay que reconocérselo. Pero la pregunta sigue siendo: ¿una ruptura con qué exactamente? Cuando LFI, como está intentando hacer en este momento, se redefine como anticapitalista, tengo que admitir que no puedo evitar escuchar a Mitterand en el Congreso de Epinay. He ido a buscar sus palabras en Internet, es preciosa, “quien no acepte la ruptura con la sociedad capitalista no puede ser miembro del Partido Socialista”.
Ay, Ay, Ay. Bueno, bueno, bueno. Pero por otro lado, y esto también es cierto, un gobierno de izquierdas también significa que se puede controlar a la policía, que se pueden despenalizar los movimientos ecologistas, volver a escuchar a la ciencia, autorizar la protesta social, sin las cuales nada es posible. Una ventana para la entrada en escena del número. La cuestión con el número es que una vez que entró en movimiento, muy probablemente no se lo pueda detener fácilmente, y muy posiblemente no se lo pueda convencer de que se queden tranquilos, subordinados a un gobierno, y volver tranquilamente a sus casas. Porque es muy posible que ellos mismos quieran convertirse en gobernantes. Y erigirse en soberano en todos los asuntos que le conciernen. Ese es el objetivo último de una revolución. Pero necesitaría más tiempo para hablar de esto, así que terminaré aquí. Las propuestas de políticas públicas más audaces y decididas no superarán esta objeción categórica, que el capital radicalizado no permitirá que suceda. Puedes romperte la cabeza pensando todo lo que quieras, ser todo lo imaginativo que quieras, pero el capital no lo dejará. Ahora vamos a tener que mirar esta realidad a la cara y sacar las conclusiones. El caso del cambio climático debería hablar por sí solo. ¿Cuánto tiempo más tendremos que llorar? Nuestros dirigentes no escuchan nuestros gritos. Nuestros dirigentes no son la solución, ¡son el maldito problema!
El capitalismo ha creado un sistema institucional para proteger sus intereses. Crea y blinda a sus líderes adecuados, o les hace la guerra a los que no lo son. ¿Por qué es necesario ser revolucionario? pero por favor! Porque no hay otra solución! Podemos seguir inventando sueños de colores, sueños electorales, de círculos cuadrados o tigres vegetarianos. Pero en algún momento hay que despertar. ¡Es el capitalismo! ¡Última parada! Todo el mundo tiene que bajarse. O sino es la revolución. Pero la revolución significa tomar las llaves del tren. Así que mientras tanto, nuestra tarea es palpar el impasse, la contradicción -es un sueño imposible imaginar que se puede terminar con los intereses de las clases dominantes desde adentro del sistema político que los dominantes se dieron a sí mismos. Es casi una cuestión de lógica. Así que tenemos que trabajar para que llegue el día en que, para la mayoría, la revolución se haya convertido en una cuestión de lógica, desaparezca toda falsa esperanza, y aparezca la revolución como la única solución para que ya no nos destruyan, para que ya dejemos de perderlo todo y, finalmente, ¡para conquistarlo todo!
* La presente es una versión reducida del discurso completo