Entre las elaboraciones del marxista revolucionario italiano Antonio Gramsci, se encuentran las clásicas teorizaciones en torno a la categoría de hegemonía y sus diferentes usos y acepciones.
Jueves 12 de abril de 2018
Entre el consenso y la fuerza
Entre las adquisiciones más importantes para el campo del marxismo revolucionario, el desarrollo conceptual de la categoría de hegemonía en la obra de Gramsci constituye uno de los elementos más provechosos a la hora de entender las formas de dominación de las clases dominantes en la sociedad capitalista.
Puntualmente quisiéramos centrarnos en una de las variantes de la hegemonía: la corrupción-fraude desarrollada por Gramsci en las Notas sobre Maquiavelo, compiladas en los Cuadernos de la cárcel, como forma no sólo de explicar el problema de la hegemonía en un plano teórico, sino además aprovechando la herramienta de análisis para leer algunos procesos de crisis orgánicas en la actualidad.
En el texto de Gramsci, el marxista sardo desarrolla la noción de corrupción-fraude que queremos problematizar:
El ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno devenido clásico del régimen parlamentario se caracteriza por la combinación de la fuerza y el consenso, que se equilibran en formas variadas, sin que la fuerza rebase demasiado al consenso, o mejor tratando que la fuerza aparezca apoyada por el consenso de la mayoría que se expresa a través de los órganos de la opinión pública -periódicos y asociaciones-, los cuales, con ese fin, son multiplicados artificialmente. Entre el consenso y la fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones de ejercicio difícil de la función hegemónica, presentando demasiados peligros el empleo de la fuerza), la cual tiende a enervar y paralizar las fuerzas antagónicas atrayendo a sus dirigentes, tanto en forma encubierta, como abierta cuando existe un peligro inmediato, llevando así la confusión y el desorden a las filas enemigas.
Si por un lado entendemos la fuerza como el aspecto represivo de la dominación capitalista tanto en tiempos de "paz social" (organización y funcionamiento de su aparato represivo: policía, ejército, etc), como en momentos de excepción fascista (formaciones paramilitares, etc); por otro lado comprendemos el consenso como la articulación entre las trincheras construidas en la sociedad civil por la burguesía (diferentes mediaciones políticas y culturales) y la democracia burguesa, como una de las formas políticas de la dominación estatal de la clase capitalista.
El "consenso" en estos últimos treinta años de neoliberalismo y restauración burguesa ha experimentado una transformación paradojal: mientras por un lado la clase obrera sufrió un profundo retroceso y una pérdida de conquistas materiales e ideológicas históricas, por otro lado la expansión de la democracia capitalista tuvo un nuevo impulso, constituyéndose como régimen político predominante, principalmente en Occidente, incluso incorporando (cooptando) en la agenda neoliberal mínimas demandas democráticas de los diferentes movimientos sociales emergentes: feminista, negro, de la diversidad sexual, etc.
Sin embargo retomando el planteo teórico de Gramsci, existen momentos de la dominación burguesa en tiempos de crisis económica, en que por un lado el consenso se resquebraja por diferentes factores: perdida de legitimidad ante las masas de las instituciones de la democracia burguesa y el parlamento, debilidad y división de las diferentes burocracias sociales y políticas (principalmente la burocracia obrera), e irrupción del movimiento de masas separándose de sus partidos tradicionales.
Es en estos momentos, en que pueden desarrollarse procesos de crisis orgánicas, en las cuales las clases dominantes se hallan tensionadas en la contradicción de que por un lado el consenso se ha quebrado al fracasar un empresa burguesa particular, pero por otro lado les resulta muy difícil imponer la coerción directa sobre las masas por una correlación de fuerzas no del todo favorable para la ejecución de una represión generalizada.
En los procesos de crisis orgánicas las clases dominantes pueden recurrir a la corrupción-fraude como estrategia de división del "antagonista" y "paralización" del oponente, comprando a dirigentes del movimiento obrero, regimentando las instituciones de la democracia burguesa (parlamento, justicia) mediante prebendas y compras de lealtades políticas etc.
Brasil, Argentina, también Uruguay
Sin lugar a dudas que el único escenario claro de crisis orgánica en América Latina en el presente, lo constituye Brasil.
El proceso profundizado con el golpe de Estado institucional de Temer, con la intervención decidida del imperialismo norteamericano a través del partido judicial, la la inestabilidad de todo el sistema político burgués producto de la corrupción-fraude generalizada en todos los partidos del régimen incluido el PT, y la dura represión a sectores de vanguardia de resistencia al golpe, son todos elementos de una crisis orgánica que con el encarcelamiento de Lula aún sigue abierta, cuando paradójicamente, un nuevo gobierno de colaboración de clases del lulismo con fuerte respaldo popular, podría haber sido una de las posibilidades de cierre de la misma, al menos en la superestructura política, garantizando la gobernabilidad burguesa.
Caso diferente es el de Argentina, donde el gobierno de Macri hasta las jornadas de diciembre había logrado cierto "consenso" republicano, prestigiándose ante sus aliados y su base social (sectores de las capas medias) en su ataque decidido a la casta política kirchnerista (acusada de corrupción), a la vez que lanzaba su ataque aún más cruento contra el conjunto de la clase obrera y los sectores populares.
Ahora bien un gobierno de los CEO, administrado por los gerentes de las grandes multinacionales y corporaciones capitalistas, difícilmente podría evitar la corrupción-fraude que salpica el propio gabinete de Cambiemos con ministros Off-shors implicados en los Panamá Papers y en todo tipo de "conflicto de intereses" a nivel nacional. A su vez otro elemento de corrupción-fraude en una primera etapa del gobierno macrista, fue la connivencia con una fracción de la burocracia sindical, que resultó clave en la regimentación del movimiento obrero para que pasarán los ajustes y despidos, sin lucha.
Sin embrago, después de las jornadas de diciembre y de la victoria pírrica del gobierno en la aprobación de la reforma jubilatoria regresiva (con una victoria en el palacio, pero con una profunda derrota en las calles), se pone a prueba la estabilidad del gobierno de los CEOs basado en la tregua con la CGT y la utilización del poder judicial como arma de choque; si en los primeros "semestres" de estabilidad, el gobierno hizo uso frecuente de la corrupción-fraude como forma de intentar consolidar su hegemonía, que no hará ahora que es más vital que nunca para el poder capitalista en la Argentina, el colaboracionismo de la burocracia sindical y la complicidad del poder judicial.
Por el contrario, la situación política en Uruguay es por completo diferente, por el momento no se avizoran ni siquiera elementos de una próxima crisis orgánica o una situación prerevolucionaria en ciernes; todavía no se desarrolla una aguda crisis económica, tampoco se comprueba un acenso de la lucha de clases, ni existe una crisis política abierta en la superestructura; y sin embargo desde el caso Sendic hasta los casos de corrupción en el Partido Nacional (Bascou, García Pintos, etc), la corrupción-fraude nuevamente es un mercurio a tener en cuenta en el termómetro de la política burguesa en el país.
Históricamente, el Uruguay es la prueba palpable que ante crisis orgánicas de régimen emerge la corrupción-fraude como fuerte carta a jugar por la burguesía; lo podemos apreciar en el agotamiento definitivo del batllismo como proyecto histórico (neobatllismo) donde el "clientelismo" y otras prácticas políticas se hicieron sistemáticas del régimen.
En el presente, el relativo agotamiento del ciclo político del Frente Amplio, desnuda nuevamente ante los ojos de las masas, los procedimientos putrefactos de las clases dominantes y la casta política burguesa para ejercer el poder en momentos en que se agota el consenso, pero todavía no se puede usar de forma abierta el garrote de la represión, o sea el uso de la fuerza.