Diego Sztulwark, a propósito de los diez años del agrupamiento político santafesino Ciudad Futura, retoma en Revista Anfibia algunas lecturas y debates sobre la importancia del revolucionario italiano en la situación política actual marcada por el ascenso de Javier Milei al poder. A su vez, retoma la experiencia de Ciudad Futura en Rosario como alternativa a la emergencia de la derecha radicalizada en Argentina, afirmación con la que este artículo se propone hacer un contrapunto.
En su nota, Sztulwark parte de la reemergencia de la denominada “batalla conceptual” basada en una serie de discusiones públicas que volverían a poner a Gramsci en escena: la principal de ellas es el hilo de tuits de Milei. En la descripción que hace el autor de la etapa actual, si bien incluye el empobrecimiento de enormes sectores de la población, limita el debate a lo que Milei y sus secuaces exponen en redes y no a lo que el gobierno realmente es y los objetivos que se propone.
Por otra parte, el autor le otorga un rol importante al Partido por la Ciudad Futura en la batalla por salir de la encrucijada en la que quiere meternos la derecha con Milei actualmente. Para ello relata la experiencia desde sus orígenes, retomando algunas de sus propuestas programáticas y destacando la elección municipal de la ciudad de Rosario en 2023. A su vez reivindica el método de Ciudad Futura y sus horizontes que irían más allá de lo electoral. Abordaremos estas cuestiones a lo largo de este artículo.
Un gobierno de guerra de clases
Sztulwark comienza planteando una definición del gobierno que nos interesa resaltar: “Milei no es referente de una nueva derecha, sino de una política en descomposición”. Desde nuestro punto de vista, esta definición es una verdad a medias, y como toda verdad a medias acaba por ser falsa. No puede negarse que la emergencia del fenómeno Milei responde en parte al hartazgo ante la situación a la que “la casta” (que incluye a todos los signos políticos) empujó a millones de personas a la degradación de sus condiciones de vida. Más concretamente, Milei emerge sobre los hombros caídos de dos ensayos fracasados: el presunto intento de Macri de poner institucionalidad, República y honestidad frente al ocaso del kirchnerismo, y el intento fallido de Alberto Fernández y (no hay que olvidarlo) Cristina de resolver las penurias económicas que dejó Macri. Estos dos naufragios efectivamente son las parteras de la emergencia de La Libertad Avanza. Sin embargo, este elemento no alcanza para definir al gobierno libertario en su dinámica.
Desde su asunción Milei, Caputo y compañía realizaron una declaración de guerra abierta contra el pueblo trabajador. No se proponen una mera batalla conceptual. Apoyado en sectores burgueses concentrados, particularmente el capital financiero (pero también con sostén en la AEA y el agro) viene buscando asestar una derrota a la clase trabajadora que logre cambiar la relación de fuerzas instaurada en nuestro país y superar por derecha, parafraseando a Fernando Rosso, la “hegemonía imposible” en la que se encuentra Argentina las últimas décadas. Milei se propone alterar radicalmente la estructura del país, tan o más radicalmente que como lo hizo la dictadura. De allí sus formas “rústicas”, que encubren su debilidad de origen para un plan tan ambicioso. Y que se topan permanentemente con la dura realidad de la relación de fuerzas y de la puja con muchas instituciones y actores, como se puede ver en el naufragio de la Ley Omnibus y en la votación en contra del DNU en el Senado.
La batalla simbólica, el software de su plan, está subordinado a este hardware, a este core “clasista y combativo” de las clases dominantes. Esta búsqueda se configura a partir del ataque al conjunto de derechos conquistados por los trabajadores y sectores populares durante años de historia: intento de reforma laboral, cientos de despidos, búsqueda de disciplinar de los sindicatos, intento de prohibición de la protesta y todo esto enmarcado en un duro ataque al salario y las condiciones de vida. Como hemos definido en este medio retomando un término de Antonio Gramsci es un intento de cerrar por derecha la crisis orgánica que atraviesa nuestro país.
¿Cómo busca llevar adelante este plan? Con todas las herramientas que tenga a su alcance, y si es posible neutralizando toda oposición que pueda surgir: reprimiendo la protesta social a un nivel nuevo para las últimas décadas, desconociendo parcialmente al Congreso, con un ataque a toda oposición y doblando todo lo que se pueda la Constitución, para lo cuál ayuda la admirable versatilidad de la oposición (peronista y radical) que deja correr muchas de las medidas tomadas por el gobierno. Para describir las “formas” en que Milei trata de aplicar su contenido de reacción patronal, seguimos la idea de Matias Maiello quien retoma el concepto de Dictadura Comisarial de Carl Schmitt, que ayuda a pensar que tipo de régimen busca imponer el gobierno de Milei.
Sin esclarecer previamente esta definición de un gobierno de guerra de clases, podemos encontrarnos desarmados. La batalla cultural, indudablemente tiene un rol preponderante, pero esa importancia es parte de una pelea más amplia por enfrentar exitosamente frente a los ataques que busca asestarnos la derecha. Con esto nos referimos a que la batalla no se limita a lo simbólico, sino que es económica, política, organizativa y crecientemente física. Si la política es “economía concentrada”, la batalla cultural es esa política también concentrada. Y las taras en ese terreno no pueden separarse del combate contra el contenido real de sus ataques.
Ciudad Futura: desde Gramsci y los orígenes a su integración al peronismo
Partiendo de lo que creemos es una definición descriptiva y puramente simbólica del gobierno de Milei y, en consecuencia, una definición naif del momento político y sus “tareas”, Sztulwark retoma la experiencia de Ciudad Futura como fórmula destacada de militancia y, en perspectiva, gestión.
Ciudad Futura surgió hace 10 años, como parte de la fusión de dos organizaciones, Giros y la organización social M-26, impulsada en aquel entonces por el Frente Popular Darío Santillán. Aunque originalmente la clave excluyente de su actividad fue el impulso de un tambo en el barrio popular Nuevo Alberdi, la militancia en Villa Moreno (donde tres militantes del FPDS fueron asesinados en 2012) y la actividad social, desde su debut electoral en el 2015 tuvieron un crecimiento electoral muy importante, a partir del cual se tejió el objetivo fundamental de la organización: ser gobierno municipal de Rosario.
El año pasado, en las elecciones locales, el referente de Ciudad Futura junto a Caren Tepp, Juan Monteverde, participó de unas internas junto al peronismo para elegir candidato a intendente. Compitió con Roberto Sukerman al que derrotó encabezando un colectivo conformado junto al Movimiento Evita llamado “Rosario sin Miedo”. En las elecciones generales enfrentó al intendente Pablo Javkin en un virtual ballotage. Javkin terminó ganando por un porcentaje exiguo.
En su emergencia, Ciudad Futura expresó (más allá de lo que opinemos de su política) un voto de descontento frente a la crisis de diferentes partidos, sobre todo del Partido Socialista, ensayo de progresismo no peronista local. Las imágenes de Chávez, cierta reivindicación de la izquierda, hablar del “abajo” fueron parte de la emergencia de Ciudad Futura en Rosario, que comenzó a mirarse (como veremos) en el espejo de Podemos.
Sztulwark habla del estadío actual de Ciudad Futura al que emparenta a Gramsci sin explicitar mucho en qué, más allá de la consabida “batalla cultural”. Sin embargo, para llegar donde llegó en 2023 en la pelea por la intendencia de la ciudad de Rosario, Ciudad Futura fue haciendo un giro hacia la moderación política que se puede ver en diversos mojones de su evolución. Primero tuvo que manifestar su apoyo no muy críptico en 2015 al hoy funcionario de Milei Daniel Scioli, plasmado en la consigna “Macri No”. Luego, en 2019 Ciudad Futura apoyó abiertamente la fórmula entre Alberto y Cristina, sin hacer declaraciones ni acciones de oposición durante 4 largos años de un gobierno que significó un duro golpe para el pueblo trabajador y, como sabemos, un trampolín para la emergencia de la ultraderecha. Como corolario de ese giro hacia la unidad y subordinación al peronismo, armaron listas en el mismo frente electoral que el peronista conservador Omar Perotti (representante del poder concentrado en el campo), yendo, como dijimos, a internas con Sukerman, que venía de hacer campaña electoral subido a un patrullero. La cercanía al poder ha sido sustentada menos en los apotegmas de Gramsci y más en el teorema de Baglini.
Como mencionamos anteriormente, Ciudad Futura tuvo un devenir similar al partido que miran como ejemplo al otro lado del charco: PODEMOS en España. Sin haber pasado por la sala de parto del 15 como los ibéricos pero emulando su discurso anti-casta, al igual que sus amigos españoles Ciudad Futura concluyó que no hay forma de acceder al poder sin hacer migas con los partidos, parafraseando a Nancy Fraser, del “neoliberalismo progresista”. Podemos con el PSOE, Ciudad Futura con el PJ.
Esta lógica se puede ver en la praxis política de la organización. A pesar del fuerte peso electoral y del peso en el Concejo Municipal, Ciudad Futura nunca tuvo como objetivo la movilización de los diferentes sectores sociales frente al agravamiento progresivo de las condiciones de vida de la población.
Con respecto al gobierno de los Fernández ya lo mencionamos: lo avalaron por la vía del silencio y la desmovilización. Pero no solamente, frente a Javkin tuvieron la misma actitud, sumado a una intermitente colaboración: votándole autoridades en el Concejo, dejando pasar aumentos del boleto, apoyando el primer desembarco de tropas federales en la ciudad (utilizado para aumentar el control social sin mejorar las estadísticas de la criminalidad), entre otras acciones y omisiones que cuestionamos. A diferencia de la política del Frente de Izquierda a nivel nacional, nunca la movilización extraparlamentaria fue su orientación: ni frente a la construcción de torres de lujo, ni ante el aumento del boleto, que fueron denunciado por los ediles de Ciudad Futura. Tampoco el desarrollo de corrientes en los sindicatos (instituciones centrales del “estado ampliado”) frente a las direcciones cómplices del agravamiento de las condiciones de vida. Todo lo contrario: en Ciudad Futura han profundizado su alianza con sus direcciones burocráticas “progresistas”. Esa estrategia culminó con la alianza pan-peronista en el 2023.
Desde esta óptica cabe preguntarse, siguiendo el hilo de Sztulwark: ¿Cuál es el Gramsci de Ciudad Futura? Más allá de la analogía que le da el nombre no encontramos referencia concreta a las reflexiones del comunista Italiano. El objetivo de Gramsci fue siempre la construcción de una fuerza social de clases subalternas y una organización política para la conquista de un gobierno de trabajadores, algo que consideraba una tarea revolucionaria, no puramente electoral. Para el revolucionario italiano la pelea cultural siempre fue parte de un objetivo más amplio: la lucha para que la clase trabajadora se vuelva hegemónica y conquiste aliados frente al estado burgués, al que buscó siempre derrotar y no copar.
¿Cuál es el Gramsci que “vuelve”? ¿Es el de su texto y su vocación socialista? ¿O será el de la interpretación forzada que sostiene que Gramsci teoriza sobre una estrategia de “cavar trincheras” para ganar posiciones en un estado capitalista burgués decadente (y en este caso, solamente municipal) con el objetivo de acceder al poder vía elecciones? Una especie de “vía pacífica a un socialismo municipal”. Si ese es su proyecto, perfecto. Pero no es el de Gramsci.
Podríamos suponer una lectura que parte de la interpretación del Estado ampliado como una “fortaleza” a ocupar. Este punto de la obra de Gramsci fue muy discutido por la diversidad de conclusiones que se desprenden, las cuales en resumidas cuentas se basan en discutir si esa fortaleza a ocupar es un fin en sí mismo o un medio para otra cosa: una transformación profunda de la sociedad, para construir una nueva sobre otras bases sociales. Una sociedad socialista.
¿Cómo nos preparamos para las batallas por venir?
En su artículo, Sztulwark intenta discutir con dos de los principales problemas que puede atribuírsele a Ciudad Futura: el hacer de lo electoral el centro de su actividad política, y el limitar su intervención a lo municipal. Al respecto plantea:
La experiencia de este partido de movimiento no se agota en la instancia electoral, ni su espacio territorial se limita en la ciudad de Rosario. No sólo porque su concepción de la política lo impulsa a disputar el sentido de las prácticas territoriales, gremiales, culturales, educativas y productivas, y no sólo las legislativas, ni tampoco por el hecho de que el partido ya se desarrolla en varias ciudades y pueblos de la Provincia. Sino también por la sensibilidad con la que intuye que su involucramiento en la disputa por el tiempo y por la excepcionalidad puede dar lugar a algo nuevo.
Disentimos del planteo del autor sobre que la experiencia de Ciudad Futura no se limita a la ciudad de Rosario, porque consideramos que la lógica de su política no depende de en cuantos o cuales territorios se ubique sino de cuál es el programa y la estrategia en la que la enmarca. Desde este punto vista las propuestas programáticas de este espacio político se han limitado a los márgenes de la ciudad. No es una interpretación arbitraria, creemos, sino la estrategia que ellos mismos han reivindicado en múltiples ocasiones, llegando a encabezar el foro mundial “Ciudades sin miedo” que agrupó a múltiples proyectos municipalistas.
Esta orientación municipalista tiene sus límites entre otras cosas porque se da en el marco de un país asediado por el FMI. La estructura de Argentina está indisolublemente ligada al problema de la deuda y la dependencia con el imperialismo, que imponen condiciones onerosas, que se expresan en el círculo de “ajuste permanente”, que van agravando cada una de los índices sociales que nos duelen: la pobreza, la desigualdad, la informalidad laboral y, en perspectiva, el desempleo. Este camino, que comenzó a paso lento pero firme durante el kirchnerismo, se agravó con Macri, se profundizó con el Frente de Todos, y dio un salto cualitativo con Milei. Sin romper ese ciclo vicioso es imposible modificar los aspectos estructurales que hacen a los penurias de las grandes masas. Desde ya que toda política implica pensar las especificidades locales, por la historia y la idiosincrasia de cada lugar. Sin embargo esto no puede estar aislado de pensar cuales son las causas de la situación en la que estamos y de buscar una salida que debe involucrar a la gran fuerza social de los sectores explotados y oprimidos a escala nacional.
Desde otra óptica, si tomamos un grave tema que es actualmente acuciante, el narcotráfico, toda búsqueda pacífica y evolutiva de tomar el control del Estado por la mera introducción de una papeleta electoral en una urna, se da de bruces con una realidad endiablada. La necesidad de pensar soluciones más integrales ante este problema grave se vuelve clave: soluciones que partan de controlar los puertos, cuestionar el lavado de activos, encarar la resolución íntegra de los déficits en trabajo, salud, educación y vivienda, terminar la criminalización y el prohibicionismo en tema drogas. Toda esa enorme agenda implica, indefectiblemente, la movilización más amplia y abarcativa posible de los sectores populares, no una búsqueda de “consensos” entre diferentes actores políticos, planteo en el que cae Ciudad Futura. No es “por arriba”, acordando con los actores que nos trajeron hasta acá, ni votando una fuerza electoral alternativa que puede pensarse una resolución integral a este asuno. Sino desplegando el poder social de las clases subalternas. El nivel de agravamiento de la actividad narcocriminal es producto de organizaciones probadamente ligadas al Estado y a su “core”: la Policía. ¿Se puede enfrentar por el mero hecho de acceder a un gobierno municipal? Definitivamente no.
La contraparte de esta ilusión en el municipalismo en una ciudad “asediada” es una “abstención” aparente de las posturas en el plano nacional, que en realidad parte de tercerizar su política nacional en uno de los partidos que es parte del hundimiento: el peronismo. Para ello muchas veces se hace una abstracción de la responsabilidad central que tuvo el fracaso del Frente de Todos en el ascenso de la figura de Milei como frontman de una nueva derecha, así como se silencia que el ajuste que impulsa el gobierno avanza gracias al transformismo de los diputados tucumanos, a la tregua de la CGT, de los sindicatos, de las organizaciones estudiantiles y de los movimientos sociales conducidos por el peronismo. Incluso en la carta en la que la misma Cristina plantea que estaría dispuesta a discutir privatizaciones de empresas estatales e incluso una reforma laboral. Una “batalla cultural” en la cancha de Milei y con el árbitro y el VAR puestos por el libertario. Estas cosas no se dicen.
Un colectivo que actúa. ¿Qué colectivo y cómo actúa?
El autor retoma algunas definiciones de integrantes del Partido por la Ciudad Futura que nos interesa profundizar. Ante la pregunta de cómo se construye una alternativa, un militante de Ciudad Futura afirma: “Por medio de la construcción, aquí y ahora, de fragmentos de la ciudad que queremos para mañana, y a partir de que estas prefiguraciones afecten masivamente a la población”. En esta definición, y en los postulados reales de Ciudad Futura conviven, creemos, dos formas aparentemente contradictorias de pensamiento político: por un lado podríamos leer resabios del autonomismo, tan fuerte en la Argentina post 2001. En aquel entonces, bajo el apotegma del escocés John Holloway que hablaba de “Cambiar el mundo sin tomar el poder”, se postulaba una suma de experiencias sociales, como la construcción de bloqueras, panaderías, clubes de trueque, experiencias al margen de la economía capitalista, que se proponían como una vida social alternativa al Estado capitalista. Luego de ello, apareció el negativo de esa foto: un giro hacia el fornido estatismo de los Kirchner, Chávez, etc. Ya entrada la década del 2000, los mismos que hablaban de construir al margen del Estado, se subieron a la maquinaria estatal capitalista, la que se propusieron domar para la conquista de beneficios populares. Si bien en la autodefinición que hace Ciudad Futura de sí misma coexisten estas dos concepciones, la que ordena, la que determina es la conquista del Estado (municipal) como fin último.
Dicho esto, ¿cuál es en este marco el sujeto que llevaría adelante esta transformación para Ciudad Futura? Creemos que aquí se encuentra el principal problema. Ya que no se trasluce cuál sería el sujeto o los sujetos que logren conquistar una hegemonía sobre otros sujetos oprimidos y que organizándose colectivamente lleve adelante su propio programa. Si para los socialistas ese sujeto colectivo es un bloque entre la clase trabajadora con todos los sectores oprimidos de la sociedad , el sujeto del cambio de Ciudad Futura parecería ser Ciudad Futura, y más en general los gobiernos. Hay allí una dosis de mesianismo autorreferencial, y una negativa a impulsar la fuerza autoorganizada de los sectores populares, a identificar el poder del desarrollo de la fuerza autónoma de las clases subalternas.
Retomando las afirmaciones en las que se basa Sztulwark, sobre cómo responder a la crisis de representación: “Caren Tepp, concejala de Rosario, agrega: ‘A la crisis de representación hay que responderle con acción política concreta’. Ambas enfatizan la importancia de la organización, del instrumento, del colectivo que actúa”.
Aquí nuevamente nos encontramos con el mismo problema que discutimos más arriba: ¿cuál es el colectivo del que hablan? No queda claro o es Ciudad Futura, lo cual lo lleva a una política de alianzas con aquellos que articulan cuotas de poder: conducciones sindicales que actúan como un freno a la movilización, sectores políticos responsables del ajuste. Nunca la movilización es una estrategia.
Una estrategia para la ciudad futura: no se puede “tomar el poder sin cambiar el mundo”
A pesar de que los grandes medios tratan de presentar a Milei como un monstruo inexpugnable imposible de derrotar, la derrota en la discusión de la Ley Ómnibus, la votación en contra del DNU en el Senado e incluso la crisis en la fórmula presidencial muestran que la casa libertaria ya tiene goteras en sus techos de Durlock.
Por otro lado, a pesar de la enorme tregua que garantizan las conducciones sindicales, estudiantiles y sociales, vergonzosa frente a un ataque de un nivel no visto desde el menemismo, comienzan de a poco a surgir sectores que expresan el descontento y la voluntad de pelearla. El frente de izquierda buscó tempranamente romper la parálisis, con la movilización del 20 de diciembre. Luego hubo acciones el 21 de diciembre en Rosario, cacerolazos, surgieron asambleas vecinales, seguido fue el paro del 24 de enero y manifestaciones contra la Ley Ómnibus donde se desarticuló el protocolo de Bullrich y se resistió a la represión. El 8M hubo una enorme movilización nacional de mujeres en varias ciudades, que expresa la primera manifestación de mujeres y diversidades frente a un gobierno misógino y patriarcal, los artistas y trabajadores de la cultura defendiendo al INCAA, etc. Es decir: fuerzas hay.
Hoy hay asambleas populares en Rosario, en las que participan militantes de Ciudad Futura, además del PTS y otras corrientes políticas. Esas asambleas protagonizaron un cacerolazo con cortes de calle el viernes 1 de marzo, frente al discurso de Milei en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. ¿Son suficientes esas acciones? Claro que no. Pero son un punto de apoyo. Desarrollar, extender, coordinar y otorgar funciones a asambleas de vecinos es fundamental para poder tener ejemplos concretos de formas democráticas de organización. Unir esas asambleas a las luchas en curso, comenzando por el conflicto docente, es clave en muchos sentidos, en primer lugar para que esas luchas triunfen. Ciudad Futura interviene en las asambleas con una lógica contraria: que sean un sostén para sus políticas que se juegan en otro lado. Es decir: para legitimar su política en el concejo municipal o en los medios de la ciudad.
Solo desarrollando todo lo que se pueda las tendencias más progresivas que da la realidad es posible que surja una corriente (desde nuestro punto de vista, socialista, de izquierda, de trabajadores y trabajadoras) que se proponga derrotar al gobierno de la derecha y subvertir el Estado burgués. Lo contrario a eso es pensar todo en clave de puntos de apoyo para la próxima campaña electoral, más allá de los vericuetos que se hagan para ocultar este objetivo. Si no hay una fuerza social que enfrente a los capitalistas y su Estado, solo queda que asuma “el mando” de ese Estado una fuerza que providencialmente cambiará las cosas a fuerza de buenas intenciones. Eso no lleva a conquistar una “Ciudad Futura”, sino a administrar con otro packaging y haciendo algunas concesiones, la Rosario de las cerealeras, las cámaras de la construcción y las bandas narcocriminales. Esa estrategia, en medio de una crisis nacional y de ataques frontales de la clase dominante, es un despropósito.
En definitiva: si no se piensan las peleas locales enmarcadas en la pelea nacional contra la clase capitalista y su gobierno de ultraderecha, eso conduce a un vecinalismo que termina siendo derrotista e ingenuo en el marco del terremoto que significa la crisis nacional. Si no se desarrollan los fenómenos de lucha y de autoorganización, todo acaba en un electoralismo mesiánico. Si no se piensan las tareas para los trabajadores y las fuerzas capitalistas, solo queda administrar, embelleciendo un poco, la “ciudad pasada” del peronismo, el macrismo y el socialismo. Lo contrario a ello es postular un programa para que en Rosario y en todo el país la crisis la paguen los grandes capitalistas: romper con el FMI, nacionalizar los bancos, estatizar los puertos y las grandes cerealeras, desarrollando la más amplia organización democrática y de bases, y comenzando por derrotar de manera revolucionaria al gobierno de Milei.
Solamente así se puede concebir la pelea por una “ciudad futura”, un gobierno de los trabajadores, las trabajadoras y los sectores populares. Sin eso, Gramsci es un mero camuflaje para una política de reforma de un Estado en bancarrota.
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