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¿Intelectuales comunistas? Desentrañando el oxímoron

Gabi Phyro

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¿Intelectuales comunistas? Desentrañando el oxímoron

Gabi Phyro

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Reseña de Intelectuales y cultura comunista. Itinerarios, problemas y debates en la argentina de posguerra, de Adriana Petra (Bs. As., FCE, 2018).

“¿Cómo pensar el compromiso político de los intelectuales con un proyecto o una experiencia partidaria que exige una lealtad sin fisuras?”. A partir de este interrogante Adriana Petra se adentra en un laberinto doble. Por un lado, describir todas las paradojas y contradicciones que llevan a hombres y mujeres profesionales, ligados al arte, la ciencia y la cultura, englobados en la figura moderna del intelectual –figura de por sí controversial– a sumarse a las filas de un partido verticalista, dirigido por líderes pragmáticos y censuradores de toda práctica o expresión contraria a la línea partidaria coyuntural. Por otro, explicar cómo, pese a esta aparente contradicción, el Partido Comunista Argentino logró hacerse terreno entre los intelectuales e incluso recrear una “cultura comunista” local, o mejor dicho, una cultura partidaria estalinista criolla.

A lo largo del libro, centrado en el periodo de posguerra, se analiza la fusión de algunos itinerarios, como los de Aníbal Ponce, Emilio Troise, Ernesto Giudici y sobre todo Héctor Agosti, a través de distintos hitos en los intentos de los comunistas por encontrar un espacio cultural propio, separado a la vez de la intelectualidad liberal –ante la necesidad de no estar “tan separados del pueblo”– pero también de la inteligentzia nacional y popular. Para esto, la autora expone un vasto trabajo de archivo buceando en decenas de iniciativas culturales, desde congresos, exposiciones, centros culturales, proyectos editoriales y una veintena de revistas, mediante las cuales los comunistas buscaron tender lazos con un mundo que, al menos durante el periodo de “clase contra clase”, les era sumamente hostil. El giro frentepopulista, que los ubicó dentro del amplio campo del “antifascismo”, abrió las puertas del Partido a decenas de intelectuales, en su gran mayoría jóvenes, que veían en la URSS al último bastión de la cultura humana amenazada por la “bestia nazi”, cuestión que los comunistas supieron consolidar, entre otras iniciativas, mediante la creación de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAIPE) de gran actividad durante el periodo.

La búsqueda de Petra evita tocar los extremos. Ni los intelectuales del PCA fueron miembros dotados de una identidad precedente que luego de un momento conflictivo termina de ser subsumida por la disciplina partidaria, ni el monolitismo de la dirección partidaria era absoluto, lo cual impediría dar cuenta de la inserción del partido en este ámbito. Más bien lo que expone son constantes y densas negociaciones entre la autonomía y la heteronomía, entre la ortodoxia y la heterodoxia. Por un lado, intelectuales que renunciaban a los prestigios académicos y al reconocimiento de sus pares, a cambio de insertarse en una maquinaria de producción cultural que implicaba en muchos casos la publicación de libros por cientos de miles a nivel internacional, con traducciones, invitaciones a conferencias organizadas por otros Partidos Comunistas del mundo y distinciones que significaban ascenso social como por ejemplo, el premio “Lenin”, que equivalía a 20 mil dólares de la época. Por otro, un partido dispuesto a concesiones teóricas y políticas con figuras relevantes como Aníbal Ponce y Héctor Agosti, que eran sin duda una llave para entrar a revistas, proyectos y nichos culturales, a los cuales el PCA no habría podido acceder si asfixiaba a sus principales figuras.

Los años ‘50

La elección del periodo no es azarosa. No solo se trata de un periodo poco investigado –como la temática en general, lo que constituye uno de los grandes méritos del libro– frente a los seductores años ‘60, sino que es una etapa de fuertes movimientos para el comunismo internacional y el PCA argentino en particular.

En términos generales, el hecho decisivo es el comienzo de la guerra fría que llevará a los comunistas a considerar a sus aliados durante la guerra como nuevos enemigos de la URSS, y por ende del comunismo internacional. En el plano cultural esto significará mayores controles sobre la producción artística e intelectual comunista, ya que la “batalla ideológica” emprendida con el mundo capitalista no podía dejar lugar a ambigüedades. Esto significó apartar y perseguir a aquellos que renegaban del llamado realismo soviético, cuyas obras estaban impregnadas de “formas burguesas” y cosmopolitismo. Pero al mismo tiempo, la lucha contra el “imperialismo cultural” norteamericano obligó a redescubrir algunas tradiciones nacionales de las cuales el comunismo local había renegado, en tanto se separaban de las raíces liberales que habían formado la cultura partidaria desde mediados de los ‘30. La asunción de “lo nacional” como temática literaria, política y artística durante el periodo no es nueva en el comunismo para Petra, pero cobra una dinámica particular durante el periodo.

La autora logra reconstruir aquí la dinámica de negociación entre una cúpula partidaria preocupada por reproducir las tesis de Andrei Zhdánov (que imponían un dogma estético y doctrinal a las creaciones artísticas), y los intelectuales que sin oponerse abiertamente a estas directivas (con excepción de casos que terminaron en la expulsión o el alejamiento), fueron “profesionalizando” su práctica durante el periodo bajo la idea de crear “frentes culturales” que lograron cierta autonomía, como lo expresan publicaciones como Cuadernos de Cultura, que tuvo entre sus directores a Hector Agosti, quien fuera uno de los introductores de la obra de Gramsci en Argentina.

En el plano local, los años ‘50 estuvieron marcados por el ascenso del peronismo, que significó un golpe casi mortal para todo el trabajo obrero del PCA por la combinación entre el apoyo a la Unión Democrática pronorteamericana, la represión y la capacidad del régimen inaugurado el 17 de octubre de cooptar a muchas de las bases que durante los ‘30 habían militado en los sindicatos comunistas. La necesidad de ampliar el trabajo político hacia otros sectores empujó sin dudas a los comunistas a buscar consolidarse entre estudiantes, profesionales e intelectuales. Lo que el libro demuestra sin embargo, es que el hecho político del peronismo, ubicó a los comunistas en un gris confuso, en tanto la búsqueda por separarse del “fascismo corporativo” que para ellos trasmitía una cultura falsamente nacionalista que solo refería a las masas para adoctrinarlas, no debía ubicarlos en el lugar del campo liberal “aristocratizado”, al cual describían en una crisis profunda, en tanto habían llegado a su punto de máximo alejamiento del “pueblo”. Anécdotas como las del escritor Alfredo Varela, cuyo libro fue adaptado cinematográficamente con gran éxito por Hugo del Carril, mientras su autor estaba en la cárcel por comunista, grafican las contradicciones del momento.

En el plano internacional, la “desestalinización” posterior al XX congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), la invasión a Hungría en el ‘56, de gran impacto en toda la intelectualidad europea, y la revolución cubana del ‘59 también impactaron en el proyecto cultural de los comunistas locales. Sin embargo, Adriana Petra considera que estos procesos no fueron tan decisivos como el fin del peronismo, que abrió paso al desarrollo de un antiliberalismo que buscó reinterpretar no solo el pasado nacional, sino el propio rol de la “izquierda tradicional”. Es decir el PC y el PS, dando lugar a impugnaciones por izquierda (en donde el libro no incluye curiosamente casi mención al trotskismo local). Estos ataques, sin embargo, fueron atenuados en parte con el periodo de mayor producción de uno de los intelectuales más importantes de la historia del comunismo local, Héctor Agosti, a la que el libro le dedica un lugar destacado.

¿Contradicción resuelta?

La carencia de una definición contundente a lo largo del libro sobre la “cultura comunista”, puede deberse a que más bien el análisis de Petra refiere a una cultura partidaria en un contexto muy particular. Si a comienzos de la década del ‘30 la cultura ligada al PCA era la de un partido de mayor composición obrera, perseguido e ilegalizado (como durante casi todo el periodo) y excluido del régimen político –pese a su convivencia con los métodos más crueles de persecución y exterminio llevados adelante por la URSS–; la década del ‘50 encuentra al PCA como un actor mucho más integrado al régimen, de menor peso en el movimiento obrero y cargando en sus espaldas una ubicación reaccionaria ante el peronismo. Es este partido, que en 1959 rechazará los primeros pasos de la Revolución cubana, el que intenta en la década del ‘50 desarrollar una cultura propia entre todas estas contradicciones. Por lo tanto la paradoja no es tanto la posibilidad del desarrollo de una cultura comunista “en general” durante el periodo, sino de una cultura partidaria ligada al estalinismo, en el marco de múltiples impugnaciones “por izquierda” a la tradición del PCA, con hitos en el ‘55 y el ‘59.

Es el itinerario de Agosti el que lleva a preguntarse sobre el éxito o el fracaso del proyecto comunista en la recreación de una cultura partidaria local. Uno de los aspectos más interesantes que aborda Petra es la tesis de que la recepción de la obra de Antonio Gramsci por parte de Agosti, es parte de un proceso más general de asimilación de la cultura italiana y en particular de la producción cultural ligada al Partido Comunista Italiano y sus reconocidos cineastas impulsores del neorrealismo, que “fueron apropiados como un insumo crítico para postular un nuevo vínculo entre la política y la cultura”.

Es este momento de mayor “heterodoxia” de Agosti, el que marca la ruptura entre la disciplina y el desarrollo intelectual. La expulsión de sus discípulos (que en Córdoba habían lanzado la revista Pasado y Presente), y su temor a un “exilio civil”, terminaron inclinando la balanza hacia la conservación del status quo partidario. Es decir, el intento más audaz en las propias filas comunistas por poner a tono al marxismo con los principales debates de la época y de dotar al PCA de un puente entre las viejas generaciones y las nuevas que esperaban una renovación de las izquierdas tradicionales, fue abortado por una estructura partidaria incapaz de cuestionarse a sí misma.

El mérito de la obra de Petra consiste entonces en abrir un campo de reflexión tanto dentro de la propia historiografía, en tanto da cuenta del peso del PCA para hacer cualquier historia de la intelectualidad argentina, como dentro de la izquierda, en función de repensar la compleja articulación entre intelectualidad, cultura y el desafío permanente de poner en diálogo y combate al marxismo con las principales tendencias ideológicas de la época, contra cualquier tipo de pragmatismo y lectura dogmática del mismo.

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Gabi Phyro

Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica