El 27 de diciembre se presentó en Italia la versión en italiano del libro El marxismo de Gramsci, de Juan Dal Maso. La charla se organizó en común entre La Voce delle Lotte y la editorial Red Star Press, que publicó el libro en italiano. A continuación reproducimos en video y transcripta la primera ronda de intervenciones.
Giacomo Turci, traductor del libro e integrante de la redacción de La Voce delle Lotte introduce el contexto de discusión sobre la herencia de Gramsci y el tipo de lectura necesaria para la situación de la izquierda en Italia.
Fabio Frosini, integrante de la International Gramsci Society, profesor e investigador de la Universidad de Urbino, retoma varios de los puntos planteados en su prefacio a la edición italiana del libro, destacando especialmente las cuestiones de la “política totalitaria” y la “revolución pasiva”.
Por último, Juan Dal Maso vuelve sobre estos temas para intentar rediscutir el problema de la hegemonía desde una óptica teórica y estratégica, tomando en cuenta algunos debates de la historia de la izquierda y el marxismo en Italia.
La charla completa puede verse aquí.
Giacomo Turci: Buenas tardes y felicidades, a quienes se están conectando. Presentamos hoy por primera vez de manera online este libro, El marxismo de Gramsci, de Juan Dal Maso, que está hoy con nosotros, un compañero argentino que desde hace años estudia la figura y el pensamiento de Antonio Gramsci, además de otros pensadores socialistas y es militante político del Partido de los Trabajadores Socialistas, que es la sección argentina de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, una organización política internacional, en la que colaboramos también nosotros como grupo italiano, como FIR y como diario online La Voce delle Lotte, dentro de la red internacional de diarios La Izquierda Diario, en diversas lenguas y difundida en América y Europa. Hoy también hemos invitado al autor del prefacio de esta edición italiana del libro, que ha salido por Red Star Press hace unos pocos días, Fabio Frosini, que es profesor de la Universidad de Urbino y autor de varios trabajos entre otros también sobre Gramsci. Luego de una primera ronda de intervenciones, abriremos a preguntas e intervenciones, por mensaje de texto o por audio-video, escríbannos y les daremos el link para entrar en la llamada de Zoom. Quienes deseen el libro, se lo enviaremos a la mayor brevedad posible, escríbannos por nuestras redes sociales o por nuestro sitio. Para quien no conociese nuestro diario online, es lavocedellelotte.it, es un diario político que trata muchos temas. En este período hemos dedicado un amplio espacio a la crisis pandémica y encontraran en el inicio del sitio un banner que remite a todos nuestros artículos sobre el tema.
Iniciaré yo introduciendo el contexto actual en el cual sale este libro, y luego le pasaré la palabra a Fabio y luego a Juan.
Quisiera destacar dos cuestiones que me parecen importantes para tener en cuenta el contexto social y político en el que podemos leer ahora este libro, que se publica en italiano a finales de 2020, en una época de crisis pandémica, crisis económica, gran incertidumbre y temor.
Una época que es en muchos aspectos nueva, pero que presenta incluso a nivel superficial, analogías significativas con los tiempos en los que Gramsci vivió su lucha política hasta su arresto y encarcelamiento, donde luego produjo los famosos Cuadernos de la cárcel, una obra que en cierto modo es el centro del libro de Juan. No me detendré en estas características de la época en esta introducción, pero desde mi punto de vista están ligadas a los conceptos que Gramsci expresó y que los comunistas de su época en su conjunto expresaron en su contexto histórico y en su lucha política por el socialismo.
Hay, entre otras, dos grandes respuestas a la pregunta: ¿Por qué leer Gramsci hoy? que podemos identificar. Ambas, desde nuestro punto de vista, que intenta ser un punto de vista marxista y revolucionario en estas primeras décadas del siglo XXI, son un límite y un problema. Un límite y un problema que, sin embargo, no podemos simplemente ignorar o eludir, porque son dos respuestas y dos actitudes que se difunden precisamente en la izquierda, entre los que hacen política hoy en día, que se interesan por el socialismo, por la lectura de Gramsci y otros autores marxistas y otros, por exigir un mundo mejor y por luchar por él, aunque sea de formas diferentes, quizás parciales y contradictorias. Así que pensamos que tenemos que relacionarnos con estas visiones.
La primera respuesta es la que acepta más o menos integralmente la parábola del PCI, de la izquierda italiana de origen obrero y popular del siglo XX, que se ha ido integrando poco a poco de manera perfecta o casi perfecta en la sociedad capitalista, en los engranajes de la burocracia estatal y de la sociedad civil burguesa, que no solo ha cambiado de nombre formalmente, sino que ha sufrido procesos de transformación social a mediano y largo plazo.
Una respuesta que durante décadas, desde la publicación de la primera edición de los Cuadernos de la cárcel, que fue editada por un importante intelectual como Felice Platone, con un cierto trabajo de corte y costura a voluntad de Palmiro Togliatti, por lo tanto tratando de seleccionar un cierto Gramsci, ha tratado de armonizar el pensamiento de Gramsci con una estrategia abiertamente reformista, yo diría orgullosamente reformista, que todavía afirma querer superar el capitalismo para llegar al socialismo, pero que luego parece no llegar nunca a él, por decirlo suavemente.
En definitiva, Gramsci, con esta respuesta de por qué leerlo se reduce a ser el teórico de la hegemonía, como más tarde nos diría Juan, pero no para los fines de la lucha de clases, de la preparación política de la clase obrera y de las masas populares para la fundación de un nuevo orden político –como decía la revista editada por el propio Gramsci– de una nueva democracia que sería verdaderamente propia, verdaderamente amplia, inclusiva, abierta, simple, accesible a los que en la sociedad capitalista actual están oprimidos, explotados, los que no cuentan en el gran juego de la economía y la política.
Por lo tanto, falta el resultado político de la irreconciliabilidad entre el capitalismo y una sociedad justa y verdaderamente democrática de emancipación de los oprimidos, que en una palabra llamamos socialismo. Entonces, ¿qué Gramsci se propone? Lo que se propone es un Gramsci desafilado, que no es revolucionario... surge un identikit que para nosotros no se corresponde con el de Gramsci: está más cerca del identikit político de otros grandes exponentes de lo que fue en todo caso el mismo partido, el PCI, como Palmiro Togliatti o Enrico Berlinguer.
La segunda respuesta presenta un problema diferente pero que puede tener consecuencias muy graves, o al menos muy peligrosas desde el punto de vista político, al pensar en los conceptos que Gramsci expresa en su obra en general y en los Cuadernos: es decir, hacer una lectura abstracta y descontextualizada. No solo y no tanto con respecto a Gramsci, sino con respecto al pensamiento socialista y revolucionario en general, especialmente con respecto al pensamiento marxista que siempre ha tratado de reivindicar su propia coherencia interna con el materialismo histórico, y no un pensamiento mítico formado por autores y escritos que son sagrados como las sagradas escrituras. Existe un problema, al utilizar un término que el propio Gramsci utiliza ampliamente, pero que en realidad atraviesa el debate de la Tercera Internacional, de la Internacional que quería hacer la revolución de verdad. Es el problema de la traducibilidad, por lo tanto, de saber llevar a la realidad, en diferentes campos, los conceptos que se expresan en el campo teórico.
El propio Lenin planteó el problema de que la Tercera Internacional había publicado condiciones de admisión y por tanto, digamos, premisas para agrupar a los revolucionarios de Europa y del mundo, que ciertamente eran suscribibles en abstracto, pero que estaban “escritas en ruso”. No fue porque los camaradas no pudieran traducirlo a los distintos idiomas de todos los países, sino porque no pudieron decir algo concreto, útil o articulado a la sociedad fuera de Rusia, y por lo tanto también a los comunistas fuera de Rusia. Creemos que este problema de la traducibilidad se plantea seriamente también al acercarse al pensamiento de los autores marxistas y por lo tanto, aún más, para nosotros los italianos, el pensamiento de los comunistas históricos italianos y el pensamiento de Antonio Gramsci primero. Por lo tanto, volver a proponer la mentalidad y la actitud de una lectura que de un modo u otro descontextualiza a Gramsci y que –esto nos interesa mucho– lo saca del contexto del debate teórico-político y de la lucha política que sostuvo hasta su encarcelamiento, es para nosotros un problema grave, un límite sobre el que debemos trabajar y que debemos tratar de superar con respecto a la visión que tenemos de Gramsci. Por lo tanto Gramsci es también desde este punto de vista “desafilado” porque no se le considera en su dimensión de crecimiento contradictorio, con límites, de un dirigente comunista que interactúa con un escenario internacional, con otros intelectuales y militantes marxistas, con otros dirigentes de la Internacional Comunista. En esta obra, Juan ciertamente logra explicar, o al menos reintroducir, esta dimensión, comparando a Gramsci no solo con un autor que ya era “clásico” en su relación con Gramsci, como Benedetto Croce –otro autor italiano– sino con otros autores marxistas de su tiempo. Por ejemplo, con Lenin y con Trotsky, que fueron los dos principales líderes de la revolución rusa, así como de los primeros congresos de la Internacional Comunista. Por lo tanto, con este libro que hemos editado y proponemos en italiano, tratamos de dar pistas en esta dirección, para afrontar estas dos lecturas, de Gramsci pero no solo, que son problemáticas; pero también para devolver la lectura de Gramsci y del pensamiento marxista a una dimensión política, a una traducibilidad del pensamiento teórico para la política de hoy, porque pensamos precisamente que la revolución socialista no es una reliquia del pasado, y que por lo tanto los escritos marxistas incluso de hace un siglo no son una reliquia del pasado. Por lo tanto, este libro nos parece un excelente instrumento también en Italia, no solo en América Latina donde ha tenido un cierto peso en el debate contemporáneo, para retomar a Gramsci como autor político revolucionario.
Fabio Frosini: Gracias, muchas gracias. No voy a hablar mucho, me gustaría introducir dos o tres temas y luego dejar la voz a Juan para que nos hable de este libro y de lo que quería decir. Escribí el prefacio, que surgió de una manera que vale la pena contar: conocí a Juan no hace muchos años, inmediatamente nació entre nosotros una cierta simpatía y también una estima de mi parte por su trabajo, por lo que escribe. Nos reunimos una tarde en Madrid para presentar este libro; de esta presentación, de mi discurso, nació el prefacio a la edición portuguesa y luego a la italiana, que reescribí y mejoré, tratando de decir mejor lo que quería decir. Quería señalar esto porque de alguna manera es parte de este libro: no en el sentido de que fue escrito durante una presentación, sino en el sentido de que este libro intenta abrir una lectura, que es la lectura de Gramsci, una lectura que como dije antes, se encuentra dentro de esquemas preestablecidos, algo que siempre sucede con autores que son ampliamente leídos y ampliamente interpretados.
En mi opinión, uno de los méritos de este libro, además de ser un libro escrito con cierta agilidad, es que no quiere aburrir y decir todo, yendo al meollo del asunto. Lo hace con una mirada que intenta ser nueva teniendo en cuenta lo que ya se ha dicho. Lo cual no es fácil. Por una parte, es necesario no llegar con total ingenuidad frente a un texto como el de Gramsci, que es un texto completamente estratificado, muy distante de nosotros, por lo tanto difícil de reconstruir en sus intenciones, en sus subtextos, en sus implicaciones; al mismo tiempo, trata de encontrar un camino a través de estas lecturas para volver a proponernos hoy un Gramsci legible, incluso de alguna manera utilizable como brújula para orientarnos en el mundo actual. Está claro que no es el único que lo hace: una buena parte de la historia de la lectura de Gramsci es la de volver a los textos y proponerlos de nuevo para su interpretación. Hay que decir que, mientras que en Europa este vínculo se ha perdido por una serie de razones, entre ellas el fin de la parte de referencia de esta obra, en América Latina, quizás particularmente en Argentina (pero también en Brasil) esta estrecha relación con el presente nunca ha fallado. Ahora bien, cuando hablamos de esto, también hablamos de un riesgo que corremos: proponer a Gramsci como brújula para orientarnos en el presente implica el riesgo de ser superficial, de caer en una lectura anquilosada: el modo de leer los textos ya está preestablecido, pero el modo de interpretarlos para hoy también está preestablecido. Por lo tanto, el riesgo es el de simplificar en exceso los textos que, para ser utilizados, se reducen a tres o cuatro indicaciones que se aplican más o menos a todas las situaciones y que, por lo tanto, no son específicamente válidas para ninguna.
En cambio, según mi opinión, una virtud de este libro, además de su agilidad y es el carácter esencial de su enfoque de las cuestiones. Está también en el hecho de que nunca cae en esta forma de superficialidad. Después se puede estar de acuerdo o no con la lectura, con las propuestas interpretativas que hace Juan –estoy de acuerdo con muchas, con otras no– pero en definitiva nunca es superficial. Esto es algo que creo que debe ser enfatizado y que, incluso cuando uno no está de acuerdo, sigue dando indicaciones interesantes, sobre las que se puede discutir, se debe discutir: invita a la discusión. Aquí está: este es un libro que nació un poco como un intento, me parece, de reabrir una pregunta. Claramente –se ha dicho, ¿no?– Juan es un investigador y un activista político. Ciertamente es muchas otras cosas también, por lo que claramente en su acercamiento a Gramsci se siente todo esto, es decir, siente la necesidad de hacer de Gramsci algo también para su propio grupo político, o sea: volver a proponer la lectura de Gramsci a un cierto ámbito cultural y a una cierta cultura política, pero en mi opinión, bueno, va mucho más allá de eso, en definitiva: habla también a los que leen a Gramsci, que lo leen "en general" porque se interesan por Gramsci, porque son marxistas, porque son comunistas. También habla a los que quieren entender a Gramsci porque –es mi convicción– no puedes proponer nada nuevo si no lo has entendido realmente en profundidad. Naturalmente, la comprensión no es un asunto ocioso, es decir, uno no va a buscar algo dentro de los textos de Gramsci porque no tiene nada mejor que hacer, sino porque tiene un interés preciso. Pero este interés preciso debe estar armado con muchos instrumentos, que son básicamente los instrumentos de la historia, que no son fáciles de obtener. Bueno, eso es lo que quería decir en general.
Luego me gustaría tocar algunos puntos del libro porque son puntos sobre los que Juan reflexionó, yo también traté de reflexionar, tanto antes de leer este libro como cuando escribí el prefacio, y también son puntos sobre los que continué reflexionando después. Es decir, son aspectos del pensamiento de Gramsci que, con el paso del tiempo, me parecen cada vez más claros. Tal vez no fueron más claros antes, al menos no para mí, de esta manera: más claros y también más estimulantes, precisamente en el doble sentido que he dicho, es decir, para entender a Gramsci y para entender nuestro mundo. En particular, me gustaría centrarme en dos conceptos sobre los que Juan razona y que están presentes en el libro y en muchas lecturas de Gramsci, y que creo que se abordan en este libro de forma innovadora. Una es la cuestión de la sociedad de masas y el totalitarismo, o más bien el estado totalitario, en realidad, que es una cuestión a la que se dedica un parágrafo del libro y en la que he trabajado bastante, con el que me he encontrado muy a tono. Aquí, creo que uno de los puntos importantes de este libro es su capacidad para arrancar este mundo de los años 20 y 30, el mundo de principios de siglo –es decir, el mundo en el que Gramsci escribe los Cuadernos– de una imagen que de alguna manera se ha consolidado, de modo que por un lado este mundo es más o menos el mismo en todas partes, con muy pocas excepciones; y es un mundo en el que hay una pérdida definitiva en términos de civilización y libertad, digamos lo que se puede resumir en el término “totalitarismo”, que en realidad no es un término gramsciano. Gramsci habla más bien de política totalitaria; este hecho tiene su propio valor, su propio significado. Pero la sociedad de masas es ciertamente una expresión que se refiere a una concepción en la que efectivamente, independientemente del régimen –el régimen también puede ser constitucional y democrático– pero se razona en términos de una seca pérdida de libertad. ¿No? Después de la Segunda Guerra Mundial, se habló de “dictadura de la mayoría”, de conceptos políticos totalitarios incluso en presencia de regímenes formalmente democráticos. Creo que uno de los puntos fuertes del pensamiento de Gramsci es, dentro de ese mundo, y por lo tanto entre sus contemporáneos, pero también con respecto a las generaciones posteriores, el de haber logrado escapar a cualquier tentación de reducir la sociedad de masas y el mundo de la política totalitaria a un todo indiferenciado. Tanto en el sentido de que es importante distinguir dentro de este mundo, así que para Gramsci, digamos, la política totalitaria es válida, no, para los diferentes países, pero no es la misma en todos estos países, es decir, la base social del Estado y también la forma del régimen es importante para comprender cómo se realiza concretamente este fenómeno, que en todo caso es un fenómeno según él que tendía a ser universal en las décadas de 1920 y 1930. Pero incluso la sociedad de masas es cualquier cosa menos una sociedad en la que los derechos del individuo son borrados. Gramsci se toma en serio la idea de la socialidad, es decir, de la civilización como fundamentalmente basada en la socialidad.
La socialidad es, desde el principio, una marca de dependencia de cada individuo de las relaciones de las que forma parte. Así que el hecho de que la sociedad se convierta en masa para Gramsci, digamos, en el momento en que se la juzga negativamente es, precisamente, un juicio dado por aquellos que no comprenden realmente la naturaleza de esta sociedad, sino que se limitan a reducirla, precisamente, a un fenómeno de serialización de los individuos, a una asimilación de uno a otro que pierde completamente de vista, en cambio, las profundas innovaciones que esto conlleva en términos no solo de una organización y mayor eficiencia de esta sociedad, algo que uno comienza a ver en los años 20 y 30 y que probablemente solo ve en su plenitud hoy en día. Así que Gramsci comienza a comprender los fenómenos que comenzaron a surgir en el mundo occidental después de la Primera Guerra Mundial, pero que luego realmente explotaron después de la Segunda y a lo largo de las décadas siguientes. Gramsci no solo capta esta innovación en términos de organización y por lo tanto de eficiencia y poder, que no es otra cosa que el poder de la socialidad y por lo tanto de la cooperación, en última instancia. Gramsci también comprende la forma en que dentro de este mundo, solo dentro de este mundo, es posible experimentar y realizar formas superiores de libertad e individualidad. Así que Gramsci no contrasta la libertad individual con la socialidad y, si quieres, con la libertad de grupo, la libertad colectiva, incluso la colectividad. Por el contrario, él ve estos dos momentos como mutuamente referenciales. Así que pienso que, al subrayar estos puntos, Juan ha captado un elemento fundamental para arrebatar a Gramsci de un vasto, demasiado vasto, grupo de críticos del mundo de la sociedad de masas, marcado por la política totalitaria, y ha visto correctamente que dentro de este mundo hay en realidad una corriente a la que, precisamente, pertenece Gramsci que ve en este mundo una enorme expansión de la potencialidad, de la creación de nuevas potencialidades. El otro punto que quería subrayar era la cuestión de la revolución pasiva, que es un tema central del libro –creo que Juan volverá a ello en su intervención–. Solo quiero decir algo muy esquelético, si se quiere, pero que en mi opinión es muy importante. La revolución pasiva es una expresión, una categoría, un concepto que tiene en los Cuadernos de la cárcel, en el pensamiento de Gramsci, una historia que no puedo reconstruir ahora. Es importante, sin embargo, decir que este concepto comienza, aparece las primeras veces en el pensamiento de Gramsci como la denominación de un límite, que es entonces el límite del Risorgimento italiano porque el Risorgimento italiano, precisamente, tiene el límite de no haber involucrado al pueblo en las diversas luchas por la liberación nacional, la formación del Estado, por lo tanto también la afirmación de la burguesía. Pero tiene una historia muy compleja y, si tomamos las primeras apariciones de la revolución pasiva, justo al comienzo de la escritura de los Cuadernos, y los últimos, que se encuentran entre las últimas notas escritas por Gramsci en ellos, vemos que hay un pasaje de extraordinaria importancia porque en las últimas notas la revolución pasiva se convierte para Gramsci en una forma de nombrar cualquier época compleja de transformación. Así que esencialmente la revolución pasiva se convierte en una forma de nombrar la transición, la transición entre épocas históricas. Así como la transición, no solo como en el caso del Risorgimento italiano, sino más generalmente en Europa, fue del feudalismo al capitalismo, fue una revolución pasiva, así la afirmación de la burguesía fue ésta, también Gramsci intenta releer la época actual como una revolución pasiva, es decir, como una época en la que se producen elementos de transformación en ausencia de iniciativa popular.
Pero hay una gran diferencia, y aquí, en mi opinión, está el punto esencial: al hablar de revolución pasiva, Gramsci quiere unir dos elementos que son exactamente opuestos entre sí; la revolución se refiere a un discurso, al comienzo de una acción y así sucesivamente, mientras que la pasividad parece referirse exactamente a su opuesto. Pero, si bien la lucha de la burguesía contra el feudalismo (o los restos del feudalismo) durante el siglo XIX es en realidad una lucha contra un elemento puramente conservador, es decir, un elemento que se ata a sí mismo, que se apoya en tradiciones desprovistas de historia, básicamente, para impedir una innovación –por lo que esta innovación debe introducirse con toda precaución para evitar que se convierta en una revolución democrática–, en el caso en que en lugar del mundo actual, es decir, de la época que vive Gramsci (los años veinte, los años treinta), en el que ve grandes y extraordinarias innovaciones –a las que me referí fundamentalmente antes (la sociedad de masas, la política totalitaria y muchas otras cosas)–, el elemento que conserva, es decir, la propia burguesía, en este punto, ya no la aristocracia feudal, no se refiere en absoluto a las tradiciones sin historia en la que apoyarse. Es decir, sustancialmente su preservación no se basa en nada: no es una preservación que pueda mirar al pasado, no es una preservación que pueda ser realmente una preservación, es decir, un intento de no cambiar las cosas. ¿Pero por qué esto? Aquí nos ayuda una idea de Marx que Gramsci toma muy en serio, y es la idea que Marx nos da en el Manifiesto de la burguesía como clase revolucionaria: la burguesía se nos presenta como una clase paradójica porque es una clase/no clase, una clase que no se presenta, a diferencia de la aristocracia feudal, como una serie de filas cerradas, sino que por el contrario se presenta como un proyecto abierto, un proyecto potencialmente ilimitado, ilimitado en el sentido de no tener límites, sin límites precisos. Así que quien quiera puede ser, puede convertirse en burgués, cualquiera puede convertirse en burgués. En este sentido –Gramsci toma muy en serio esta idea de Marx– es efectivamente cierto que la burguesía no puede conservar si no es revolucionando, es decir, no puede mantener el poder, en el sentido de mantenerse en el poder, evitando así que se produzca una verdadera transición histórica, un paso de épocas en el sentido de Gramsci, solo cambiando continuamente estas condiciones, porque no tiene tradiciones a las que apelar, sino solo un proyecto, potencialmente abierto e infinito, ante ella.
Así pues, aquí surge precisamente la necesidad de una revolución pasiva en un nuevo sentido, ya no como un intento de evitar que el pueblo participe en la lucha antifeudal, haciendo que esta lucha pase casi insensiblemente de antifeudal a democrática y por lo tanto incluso potencialmente antiburguesa, sino dedicándose a revolucionar constantemente todas las condiciones de la vida, y por lo tanto en ampliarlas, en superar constantemente el nivel de vida alcanzado y así sucesivamente –esencialmente, introduciendo siempre nuevas innovaciones– para evitar que las clases subalternas tomen la iniciativa, es decir, que el pueblo tome por sí mismo la iniciativa de llevar a cabo estas transformaciones. Es aquí, de hecho, donde Gramsci no señala casualmente que ciertas innovaciones introducidas por el americanismo eran en realidad reivindicaciones de la clase obrera. Aquí se abre toda una cuestión que nos hace comprender cómo en toda la concepción de la política de Gramsci esta idea de la revolución está de alguna manera implícita precisamente como un diagnóstico, como una forma de analizar el modo de ser de la burguesía. Por lo tanto, la revolución pasiva pasa de la falta de revolución a la forma real en que la burguesía hace la revolución: tanto contra la clase feudal como –y esto es lo más importante– en una especie de repetición ampliada permanente contra las clases subalternas. De ahí que Gramsci subraye la revolución pasiva como algo que es, por un lado, un instrumento de análisis, pero por otro, también un proyecto político. Bueno, creo que en los capítulos sobre la revolución pasiva Juan toca muchos de estos puntos, en particular creo que es muy interesante la forma en que, analizando este concepto, lo conecta con la hegemonía y la revolución en permanencia porque –de hecho aquí toca un punto ya tocado por otros– solo comprendiendo el entrelazamiento de todos estos conceptos podemos entender la complejidad de esta categoría, su significado real, su función real en los Cuadernos.
Juan Dal Maso: Agradezco muchísimo a Fabio, Giacomo y los compañeros y compañeras de La Voce delle Lotte, a Cristiano Armati y Red Star Press y a todos los que están participando de esta charla. No hablo suficientemente bien en italiano, como se puede ver, entonces he escrito el texto de mi intervención y trataré de hablar sin leerlo literalmente.
Fabio y Giacomo ya afrontaron distintos problemas importantes que están tratados en el libro y su actualidad para la izquierda. Yo quería hablar de tres cuestiones: una es el contexto del debate argentino y latinoamericano sobre Gramsci y su relación con Italia. La segunda tiene que ver con algunos problemas teóricos de carácter general y por último, quería abordar algunas implicaciones estratégicas, tomando como referencia la importancia de la contribución de Gramsci a la historia del movimiento obrero italiano.
En Argentina hay una larga historia de lecturas y discusiones sobre Gramsci. Las ediciones temáticas de los Cuadernos fueron publicadas en castellano por la editorial del Partido Comunista Argentino en los años ‘50. En los años ‘60, Gramsci fue la fuente de inspiración para el grupo Pasado y Presente, que fue expulsado del PCA. Este grupo intentó utilizar a Gramsci para comprender el fenómeno del peronismo y atravesó distintos momentos. En los años ‘60 se acercó a lo que podríamos llamar la “nueva izquierda”, en los ‘70, a la izquierda peronista y después con la dictadura y el exilio se volcó hacia una posición “eurocomunista” con la revista Controversia (dirigida en común con un grupo de intelectuales peronistas en el exilio mexicano). En los años ‘80, adoptaron una perspectiva socialdemócrata que proponía la democracia como preludio al socialismo. Una trayectoria que podríamos sintetizar un poco brutalmente con este arco de nombres: Che Guevara, Togliatti, Berlinguer, Bobbio. Vale la pena mencionar aquí obras como las de Raúl Burgos y Martín Cortés, que son fundamentales para conocer la experiencia de Pasado y Presente. Pienso que aquello que une las distintas etapas del grupo es la continuidad de la estrategia del Frente Popular con la supuesta burguesía progresista.
Más allá de las derivas políticas del grupo Pasado y Presente, el trabajo teórico de Aricó y Portantiero abarca puntos de discusión muy importantes, que merecen ser tomados en cuenta. Es relevante, por ejemplo, el interés de Aricó por el problema de la traducibilidad de los lenguajes (pensado en una dimensión teórica pero también política) en La cola del diablo; o las reflexiones de Portantiero en Los usos de Gramsci, sobre los problemas del Estado, las clases, los movimientos populares. Pero desde los años ‘80 hasta hoy, estos no han sido los aspectos más difundidos de sus obras y han estado subordinados a la idea general de que Gramsci es el pensador de la democracia burguesa como un modo para conquistar la hegemonía.
Pero lo que quiere destacar es que incluso en las mejores lecturas sobre la tradición gramsciana en Argentina y América Latina (con la excepción de Álvaro Bianchi y Massimo Modonesi) se parte de una relativa aceptación de la oposición entre hegemonía y revolución permanente. Esto es el producto de una serie de razones ligadas con la historia de los debates teóricos pero también de las luchas políticas.
En este contexto, pienso que los trabajos sobre Gramsci como los que se vienen realizando en Italia en las últimas décadas, como los libros y artículos de Fabio, sirven para releer a Gramsci en su contexto, sin los esquemas de lectura que le fueron impuestos en América Latina tras la derrota de los años ‘70.
Por este motivo, he intentado en este libro tomar como punto de referencia el debate en Italia, implicando al mismo tiempo una intervención en el debate argentino y también manteniendo un aspectos fuerte de la tradición argentina que es la lectura de Gramsci con fines políticos.
Sobre los problema teóricos que aborda el libro: Fabio pone en evidencia en el prefacio el tema de Gramsci como marxista, la importancia de rediscutir la hegemonía y su relación con otros conceptos como revolución pasiva y revolución permanente.
Aquí quiero hablar brevemente sobre una cuestión ligada a estos problemas, que es la de la traducibilidad de los lenguaje y la nueva inmanencia. Dos conceptos que Gramsci usa para pensar en la relación entre el marxismo y otras tradiciones teóricas, pero también en su propia coherencia interna. De modo tal que la teoría del valor y el plusvalor, el concepto de la praxis y la concepción del Estado, forman equivalentes que constituyen una teoría unitaria.
Pienso que es importante utilizar estos conceptos para comprender el pensamiento de Gramsci, desde una perspectiva integral y no desde el uso de algunas citas aisladas o desde interpretaciones unilaterales. Porque de esta forma es posible comprender a Gramsci desde su propio punto de vista y también poner de relieve su dimensión de teórico y militante revolucionario. Con la expresión “perspectiva global” o integral, quiero decir que debemos leer a Gramsci teniendo en cuenta la unidad de sus posiciones en los planos de la política, la historia, la economía y la filosofía. Esto permite, por ejemplo, poner en valor el significado político de sus críticas a Benedetto Croce, que implican una crítica al reformismo evolucionista que paradójicamente se ha atribuido al propio Gramsci; o las implicaciones teóricas de la cuestión de la hegemonía en sus lecturas de los problemas económicos, sintetizadas en sus reflexiones sobre el “mercado determinado”, tema abordado en el libro de Giuliano Guzzone.
Y este abordaje global, por su parte, nos permite pensar la hegemonía en todas sus dimensiones: económico-social, política, estratégica e histórico-cultural, con predominancia de la dimensión política y estratégica.
Sobre la relación entre hegemonía y revolución permanente: podemos pensarla de dos maneras, que para mí son complementarias. Una es la hegemonía como continuidad de la revolución permanente en un momento en el cual el movimiento obrero ha sido incorporado en el Estado, a través de lo que Gramsci llama el Estado integral y por ende la posibilidad de desarrollar procesos revolucionarios debe superar obstáculo mayores que antes de la Revolución rusa. Esta sería la perspectiva propiamente gramsciana. Desde el punto de vista de la teoría de Trotsky, la hegemonía puede ser entendida como parte de la dinámica o “mecánica” de la revolución permanente, o sea como un proceso de superación de los límites que el Estado integral impone a las luchas obreras, populares y democráticas, para ir más allá de la mera acumulación de reivindicaciones y constituir un movimiento revolucionario que luche por el poder del Estado y la expropiación de la burguesía.
En definitiva, pienso que este problema es relevante para pensar la cuestión de la estrategia en la izquierda italiana.
Hablaré entonces un poco superficial y fragmentariamente de algunos debates de la historia de la izquierda italiana, para volver después a la relación entre hegemonía y revolución permanente.
Un primer aspecto es el de los debates entre Bordiga y Gramsci en los años ‘20. Bordiga, que era un marxista muy inteligente, había subrayado la importancia de los mecanismos de legitimación de la democracia burguesa como obstáculo para la revolución en Europa Occidental. Pero al mismo tiempo, había subvaluado la posibilidad de una dictadura fascista primero y minimizado después el rol de las reivindicaciones democráticas en la lucha de la clase obrera. De este modo, su orientación era contraria a una política hegemónica, pero no podía ser considerada tampoco en términos de revolución permanente, porque terminaba en una combinación de lucha económica y propaganda comunista.
En los años de la segunda posguerra, con la dirección de Togliatti, el PCI concebía la hegemonía como una política popular, “generalista”, en el marco de una evolución gradual sindical y parlamentaria.
El operaismo, que criticaba esta orientación, en los primeros años ‘60, sintetizaba en el slogan “partido de clase y sindicato popular” una propuesta alternativa, que intentaba basarse en la lucha de fábrica y en la fuerza social de la clase obrera. Una posición que expresaba una línea alternativa a la de Togliatti, pero sin un desarrollo teórico y estratégico completo, como lo demuestra la disolución de Quaderni Rossi y la evolución de los grupos surgidos del operaismo en los años ‘70.
Respecto del “largo ‘68”. Podemos ver la contraposición entre la política del PCI y la izquierda extraparlamentaria que intentaba construir una política alternativa, pero terminó por aislarse del movimiento obrero, quedando totalmente expuesta a la dura represión del Estado. Pienso que en las estrategias en lucha en esos años, faltaba una posición que intentase articular la lucha por la hegemonía con una teoría, una política y una estrategia de revolución permanente. La autodisolución del PCI y la evolución del autonomismo hacia una posición relativamente acrítica de las innovaciones del capitalismo, plantea el problema estratégico de la construcción de un partido de la clase trabajadora con influencia de masas pero con un programa y una práctica revolucionarios.
Y este problema se reproduce de alguna manera hoy en la división entre las corrientes políticas de izquierda que intentan desarrollar un discurso “popular” y las que están ligadas al movimiento obrero pero sin una política de unidad entre los diversos sectores de la clase y sin una política que vaya más allá de la lucha social.
En consecuencia, pienso que el problema de la hegemonía debería ser ubicado nuevamente en una perspectiva estratégica. Esto significa ligarlo a la cuestión de la lucha de clases, al problema de la unidad de la clase trabajadora y contemporáneamente a la articulación de su lucha con la de otros movimientos sociales.
Esto implica la superación de una concepción que supone que la hegemonía comienza donde se termina la lucha de clases y la acción directa. Pero también implica la polémica con las posiciones que defienden las acciones de movimientos específicos separados de la cuestión de clase como fin en sí mismo, tanto como con las que consideran que el sindicalismo es de por sí una solución política.
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