A propósito del libro La Argentina devorada, de José Luis Espert.
Introducción
La Argentina Devorada [1] es el primer libro del economista liberal José Luis Espert, una obra que bien podría ser la plataforma política de su candidatura presidencial recién estrenada. Sin embargo, hasta ahora su libro debutó a modo de guión en la vida teatral de la mano de Javier Milei quien llevó la tragedia y la comedia liberal a la calle Corrientes.
Publicado en 2017, cuenta con un prólogo del “bulldog” Ricardo López Murphy quien tuvo un paso fugaz por el ministerio de Economía en 2001 tras renunciar ante el rechazo popular que despertó una agenda de shock similar a la que sugiere Espert. López Murphy debería recordarle este traspié a su amigo, pero prefiere seguir pegando sobre el fracaso de Cambiemos por quedarse a mitad de camino en un ajuste que para ellos tuvo el pecado de ser “gradualista”.
Espert da una explicación de la crisis nacional a lo largo de distintos capítulos que van desde una tradicional historia de los últimos 100 años de una Argentina que tuvo su “gloria” hasta la primera década del siglo XX con dirigentes “democráticos y progresistas” como Julio Argentino Roca; un cuestionamiento a los “señores feudales” que habitan en los sindicatos y a los “males” del gasto público, capítulos “memorables” donde se explaya sobre la “explotación sufrida por el sector agropecuario” hasta el viejo axioma de las “ventajas comparativas” en el comercio exterior.
El libro es una invitación a conocer por dentro un refrito del dogma liberal en el Siglo XXI que lo ubica a Espert dentro del elenco estable de los coristas de las falacias liberales para un país con rasgos semicoloniales, atrasado y dependiente.
Detrás del cuento liberal se esconde un proyecto de país donde se le garantice libertad total de acción al gran capital agrario, a las compañías energéticas, a las multinacionales y a un grupo selecto de empresarios de origen local. Como contracara, la única “libertad” que se le concederá a la masa de trabajadores desocupados y a las clases medias arruinadas, será la de optar por conducir una bicicleta de la “nueva economía” de Rappi o Pedidos Ya y, en el mejor de los casos, un auto de Uber o la venta ambulante como medio para zafarla.
Un diagnóstico liberal de la decadencia
“La Argentina debería ser un país desarrollado, pero no lo es. ¿Por qué? Porque tres corporaciones se la fuman en pipa”, esta es la principal definición que recorre desde la primera hasta la última hoja del libro de José Luis Espert donde despliega distintos versículos del credo liberal.
La primera “corpo” son los empresarios prebendarios de la patria contratista y el lobby permanente, aquellos que fueron retratados en los cuadernos del sargento Centeno. Aunque no todos son iguales para Espert. Mientras afirma que la familia Macri es “el arquetipo de empresario prebendario”; la familia Rocca de Techint estaría absuelta. Este fallo de Espert responde a que empresarios como Techint que han logrado –gracias a todo tipo de ayuda del Estado– constituirse en global players, son el “modelo” de un “capitalismo serio”, un cuento que lo ya lo escuchamos de los gobiernos kirchneristas.
Otro sector que recibiría igual calificativo serían aquellos industriales ligados al mercado interno. Es el caso del “amigo imaginario” de Espert, Ignacio De Travesuren, un industrial que exige todo tipo de ayudas arancelarias, beneficios fiscales y devaluatorios. Ignacio, es en realidad, De Mendiguren el ex titular de la UIA y actual diputado del massismo, quien pujó por la salida devaluatoria del 1 a 1 que conllevó a una poda del 30 % de los salarios reales, algo que José Luis no menciona. ¿Será que no quiere exponer a sus amigos del campo que se beneficiaron con la estampida del tipo de cambio y posteriormente del boom sojero, elevando los precios internos de los alimentos y jugando con el hambre del pueblo?
Sin caer en la trampa de los empresarios “buenos” y “malos”, puesto que el problema es que todos viven del trabajo ajeno, le recordamos a José Luis que en su lista están ausentes los prebendarios financieros, los bancos y especuladores de los bonos, que este año ayudaron a fugar la friolera de U$S 26.367 millones y ahogan la economía con tasas usurarias del 60 %.
Dispara contra la burocracia y grita por la reforma laboral
Para terminar, otro cáncer que afecta a la Argentina en general, y a la oligarquía sindical en particular, es el rechazo a la libertad. En este caso a la libertad de contratación… y de despido… Señores: somos un país con alto desempleo crónico. Y una de las causas es ésta: si no se puede despedir con facilidad, no se contrata fácil.
Con estas palabras Espert expone el plan de guerra de la burguesía contra los trabajadores. La justificación del plan liberal son los burócratas sobre quienes descarga duras críticas por sus privilegios y los millones que reciben a través de las obras sociales o de sus empresas. Pero sus flechas apuntan al sistema sindical argentino, cuestionando el modelo sindical único (para promover la negociación por empresas), la rigidez de los convenios colectivos, las “pesadas” cargas patronales o “la industria del juicio” por los accidentes de trabajo.
En realidad para el “Señor de las Pipas” el problema de fondo no son las burocracias, que han dejado pasar las leyes de flexibilización laboral a cambio de ingentes negocios, a la vez que actúan como policía interna dentro del movimiento obrero; sino como el mismo confiesa, “el cáncer número uno es el poder político de los sindicatos”.
Con una tasa de afiliación del 37 % de los trabajadores registrados, Argentina es uno de los países con mayor número de trabajadores sindicalizados; aunque también conserva más de un tercio de los trabajadores en negro y más de 2 millones de desocupados que están por fuera de los sindicatos. Pese a las burocracias, los sindicatos expresan una relación de fuerzas de la clase trabajadora que le permite negociar las condiciones de venta de la fuerza de trabajo en mejores condiciones respecto a países de la región como puede ser Chile, el “ejemplo” de los liberales latinos, que conserva leyes laborales de la dictadura de Pinochet.
Espert quiere una reforma laboral a la brasilera y entre sus propuestas encontramos: eliminar el derecho a huelga en el sector público y el Estatuto Docente; en el sector privado condicionar el derecho a huelga a la pérdida de los salarios. Hacia los desocupados dispone la eliminación de los planes sociales y entregar a cambio a sus beneficiarios una tarjeta que diga “Exento de aportes personales y contribuciones patronales por diez años”, o sea, un programa para que los desocupados se conviertan en “emprendedores” de la miseria.
Pichón de Bolsonaro
La tercera institución responsable de la decadencia del país es la corporación política ligada a todo tipo de “actos de corrupción y transas”. Ubicándose como un “outsider” de la política, Espert promueve la falacia liberal por la cual los funcionarios y políticos deberían “brindar los bienes públicos básicos necesarios como justicia, seguridad, diplomacia, salud y educación”. En realidad los funcionarios y el sistema de partidos burgueses juegan un rol dentro del Estado colaborando en la administración de los negocios capitalistas; los casos de corrupción, no son más que una ínfima parte de la corrupción sistémica del capitalismo como un sistema social basado en el robo del trabajo ajeno por parte de los capitalistas.
En la crisis actual los liberales toman el desprestigio profundo que recae sobre los partidos tradicionales y se presentan como una alternativa renovada. Por ejemplo Espert, reivindica ser socio de la Asociación Argentina de Economía Política que fundaron los hermanos Juan y Roberto Alemann, dos ex funcionarios del área de economía durante la última dictadura, a la vez que se muestra a favor de la separación de la Iglesia del Estado o del derecho al aborto. Su versión ultra conservadora es Jair Bolsonaro, que tiene como ministro de Economía a Pablo Guedes, un “chicago boy”, que congenia con un plan económico similar al de José Luis.
El sueño del pibe liberal
En el calendario liberal todos los males de Argentina se iniciaron en “los últimos 70 años…”. Desde entonces comenzó el “populismo industrial”, la sustitución de importaciones y una serie de distorsiones proteccionistas que explicarían la falta de desarrollo del país.
Una industria protegida lleva a pagar más caro bienes que se podrían importar a menor precio y a la implementación de aranceles a las importaciones que encarecen el dólar (aprecian el tipo de cambio) afectando el precio de los productos exportables del campo y demás sectores exportadores. Los subsidios a las empresas privatizadas de servicios públicos serían una forma de abaratar los costos de los industriales, con el consecuente déficit fiscal, como también el financiamiento a la industria poco competitiva exige controles sobre el sistema financiero. Por otro lado, el campo se ve perjudicado por la aplicación de impuestos con el objetivo de abaratar los alimentos y como vía indirecta de subir los salarios reales de los trabajadores orientando su consumo al mercado interno y a los productos de la industria.
Desandar este “camino canceroso” tiene su momento “teórico” donde Espert expone el “cuento de hadas” sobre las “ganancias” del comercio mundial citando a David Ricardo, o tergiversando de manera pueril, El Manifiesto Comunista de Marx y Engels [2]. Todo vale con tal de justificar el libre cambio en un mundo que al propio Macri se le volvió en contra a partir del Brexit, el proteccionismo de Trump y sus pujas con China, con una economía mundial cada vez más inestable.
Pero José Luis se resiste a que el mundo le arrebate el sueño de un “capitalismo competitivo”, con una apertura total de las importaciones (desplazando a las industrias poco competitivas y clausurando los “regímenes de promoción industrial” que rigen en Tierra del Fuego o San Luis), eliminando retenciones a las exportaciones y subsidios a las importaciones y promoviendo una especialización productiva del país donde emerjan las “ventajas competitivas” (costos relativos más bajos).
De esta manera, se reorganizaría un país especializado en el campo, con una acotada diversificación en el petróleo (Vaca Muerta) en la minería y en el turismo [3]. Respecto de la industria, sólo quedarían en pie aquellos pocos actores que hoy gracias a la infinidad de ayudas del Estado han logrado sortear la competencia de las multinacionales imperialistas (¿Aluar, Techint y Arcor?).
Por último, el “complemento” estatal del “capitalismo competitivo” de Espert es el clásico “Estado mínimo”. Hacerlo realidad implica reducir el gasto público de un 40 % del PBI a un 25 %, a partir del despido de millones de trabajadores, la eliminación de los planes sociales y de las jubilaciones y pensiones no sustentables en aportes previos; como también la eliminación de la coparticipación federal de impuestos y para aquellas provincias inviables fiscalmente sugiere que se reagrupen por regiones.
Tres proyectos frente a una gran crisis nacional
A su manera Espert reconoce que estamos camino a una gran crisis nacional como en “el Rodrigazo a mediados de los 70´,…, la hiperinflación a fines de los 80´ y la crisis 2001-2002”. Mientras tanto se perfilan dos intentos de salidas capitalistas que a su manera acompañarán el saqueo al pueblo trabajador como ya sucedió.
Una de ellas es el proyecto liberal que se presenta formalmente como “antisistema”, pero como ya dijimos no es más que una defensa del proyecto capitalista de hacer del país un “Supermercado del Mundo”. La añoranza de una Australia en el sur de América Latina implicaría dejar afuera a la mitad de la población según explica Daniel Schteingart [4]. Algo que reconoce Espert cuando reniega de las políticas “populistas” –que también son responsables de la decadencia– afirmando que se fijan contemplando “que los números cierren con la gente adentro”.
La otra es la trampa del kirchnerismo que apenas se presume antineoliberal y pregona mantener al país bajo la órbita del FMI con alguna renegociación del pago de la ilegal, ilegítima y fraudulenta deuda pública. “Nunca más trabajo genuino” debería ser su slogan para 2019, puesto que para los desocupados lo máximo que tienen para dar son las migajas de la AUH y un empleo precario dentro de la economía. Con esta fórmula le prometen a los grupos como Arcor volver a “llevársela con pala”, aunque como dicen en el cine, las segundas partes nunca fueron mejores.
Siguiendo la analogía de Espert podríamos afirmar que en realidad la decadencia de la Argentina capitalista reposa sobre “cuatro males”: los empresarios que saquean el país con la fuga de capitales y la rifa de los recursos naturales; el peso asfixiante de la deuda y el dominio del capital financiero internacional; la burocracia sindical que divide a la clase trabajadora y facilita la explotación capitalista; y el Estado que administra los negocios de los empresarios locales y extranjeros. Por eso, el único antídoto comienza por un programa de ruptura con el FMI y que ponga fin al pago de la deuda pública, establezca una banca estatal única controlada por los trabajadores como medida que frene la fuga de capitales y reoriente el crédito a los sectores populares junto con el monopolio del comercio exterior que permita controlar el ingreso y salida de dólares (hoy en manos de un puñado de multinacionales), la nacionalización de las empresas de servicios privatizadas y de los recursos energéticos bajo control obrero. Frente al desempleo crónico hace falta un plan de obras públicas que genere trabajo genuino y el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados sin afectar el salario. Los capitalistas van a resistir estás medidas, como ha sucedido a lo largo de la historia de la lucha de clases, por esto mismo se abre la pelea por la organización de la clase trabajadora en alianza con el pueblo pobre para conquistar su propio gobierno. O ponemos en pie esta salida o nos devoran los mismos de siempre.
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