El día 11 de mayo se llevó adelante una nueva audiencia en el juicio por los crímenes de lesa humanidad perpetrados en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes e Infierno. En esta oportunidad declararon Nora Ungaro, Marta Ungaro y Walter Docters.
Jueves 20 de mayo de 2021 18:34
Nora
Relató que su hermano Horacio Ángel Ungaro y su amigo Daniel Alberto Racero, quienes eran militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios, fueron secuestrados la madrugada del 16 de septiembre de 1976. Ese mismo día hubo varios adolescentes secuestrados, entre ellos están María Clara Ciochini, que era la novia de su hermano, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Víctor Treviño, Francisco López Montaner.
A Horacio y Daniel los secuestró un grupo de la Concentración Universitaria Nacional (CNU) liderado por el Indio Castillo y que integraba también el profesor Beroch. Los mismos represores llamaron al conjunto de operativos La Noche de los Lápices por secuestrar a estudiantes secundaries.
A partir de ahí comenzó algo muy terrible y doloroso para su familia, su madre empieza a hacer todos los reclamos por los dos, Horacio y Daniel. Nora muestra el pañuelo de su madre que lleva bordado ambos nombres. Expresó que “los chicos no son un número, tenían sueños, tenían proyectos de vida, por ejemplo, Daniel quería ser abogado y Horacio quería ser médico”.
Sostuvo que un común denominador para toda la gente de esa época era la solidaridad: “Los chicos compartían lo que tenía, a lo mejor era la mejor ropa, lo mejor que le había comprado la mamá, los pulóveres tejidos, comida para los barrios”.
Con mucha emoción contó que Horacio es el menor de cuatro hermanos y que fue un hermano amado. También manifestó que era un gran lector. Fue parte de una generación que luchó por una sociedad más justa donde todos sean iguales y todos tengan las mismas posibilidades. Su familia era una familia politizada y todes empezaron a militar muy jóvenes.
Relató que la primera palabra que Horacio dijo fue “Marta”, el nombre de una de sus hermanas y gran referente en la lucha por los derechos humanos que declaró posteriormente. Hizo referencia a que “somos familias que hemos sido afectadas, han destruido, no digo la vida porque hemos hecho una vida que hemos salido adelante y hemos peleado por justicia, pero todo esto es tan injusto”.
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Luego relató que el 30 de septiembre de 1976 al mediodía se dirigía a la casa de Daniel Rasero para ayudar a su mamá en un trámite por la búsqueda de él y Horacio y fue secuestrada. La llevaron a las instalaciones de la policía bonaerense en 1 y 60, luego al Destacamento de Arana, al Pozo de Quilmes y nuevamente a Arana antes de ser liberada.
En el primer centro clandestino donde estuvo secuestrada fue muy golpeada y torturada con picana eléctrica haciéndole preguntas al azar sobre la prensa política que leía. Explicó que el objetivo de los genocidas era la destrucción y denigración de las personas secuestradas. Luego de la sesión de tortura ella estaba tirada en un pasillo y la sangre le chorreaba hasta los tobillos, y la manosearon y tocaron. Nora se preguntó: “¿Quién hace eso?, ¿quién los formó para que hagan eso, ¿quién les permitió que hicieran eso?”
Relató la enorme solidaridad y apoyo de compañeres más grandes como Osvaldo Busseto con quienes compartió cautiverio que, pese a las tremendas condiciones, daban ánimo y protegían a compañeras más jóvenes como ella que en ese momento tenía 22 años. “Eran tan especiales, por ejemplo, Ángela nos decía: las voy a hacer viajar y nos contaba su experiencia en Cataratas, y lo contaba de una manera que le verdad es que ya casi sentíamos el agua que nos salpicaba”.
Cuando la llevan a Arana por segunda vez compartió celda con Nilda Eloy a quien dedicó unas palabras: “Lamento tanto que Nilda que falleció de una enfermedad terrible no esté hoy acá. Yo no le había visto la cara, la conocí años después, fue una gran persona, una gran madre, dedicó la vida a testificar, a acompañar a las familias para que no se pierda. Esta cuestión de ser sobrevivientes nos acompaña toda la vida, tenemos una obligación. La recuerdo con muchísimo cariño y muchísimo dolor que ella ya no esté”.
Al liberarla, a mediados de octubre de 1976, pesaba aproximadamente veinte kilos menos. Al día siguiente el padre le pidió que le diga con quién estuvo para poder contactar a les familiares de lo que se encarga su padre.
Sufrió manoseos en Arana y en Quilmes. El trato fue para todas las mujeres el mismo y a algunas peor porque había más ensañamiento. El abuso era parte de la denigración de las mujeres y de sus compañeros en muchos casos, con el intento de destruirles como persona.
Con profunda emoción expresó: “Son 45 años que han pasado de todo esto, nosotros nunca fuimos por venganza, siempre nos movió la justicia. Hemos recibido llamados de amenazas por buscar justicia. Cuando salieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida no nos dejamos caer, seguimos adelante. Digo esto porque no quiero más un país en el que se persiga a los jóvenes porque tiene una idea de justicia, porque quiere un país de iguales porque necesita ser solidario. Quiero hacer un homenaje a Nilda Eloy, tardó tanto esto que hemos perdido compañeros, hace poco murió Juan Scatolini, un compañero excelente. A mí hasta el día de hoy me duele la desigualdad, que la gente no tenga el alimento suficiente. Yo me crié en una familia muy solidaria al igual que las familias de los chicos".
"Tenemos que lograr un Nunca Más de verdad, si hay jóvenes con inquietudes y que luchan no tienen que desaparecer. El Estado fue un estado terrorista. Ley de obediencia debida, de punto final, la justicia fue a cuentagotas, 43 años han pasado, perdimos mucha gente querida, mis padres ya no están, mi hermano mayor tampoco. Cuando mi padre estaba por morir internado en terapia intensiva me dijo: sé que nunca te vas a olvidar de tu hermano y vas a ver a los asesinos en el banquillo de los acusados”, concluyó.
Marta
Comenzó su declaración, jurando por su hermano Horacio y por los 30000 detenidos desaparecidos decir verdad y buscar justicia. Recordó a Virginia Ogando que no llegó a este juicio y no pudo encontrar a su hermano Martín quien recuperó su identidad hace unos años. A Adelina Alaye, a Adriana Calvo y a Nilda Eloy y a los muertos recientes que se llevó el covid como Juan Scatolini y Jorge Watts que aportaron tanto para la búsqueda de justicia.
Expresó que su hermano tenía 17 años y estaba durmiendo para ir a la escuela cuando lo secuestraron. Hacía muchas actividades, jugaba al ajedrez en el Club de Estudiantes. Hace poco le entregaron su carnet, reivindicando que los clubes rescaten las historias de les desaparecides. Quería estudiar medicina, ella se lo imagina trabajando ahora contra el covid. Y al servicio de las causas populares. Muestra el carnet del boleto secundario por el que lucharon y se consiguió en el año 75 y a partir del golpe fue anulado. Había inflación y el boleto estaba aumentando cada semana.
Marta relató que durante el operativo de secuestro robaron todo lo que habían podido. Mostró el guardapolvo que estuvo pintando Horacio el día anterior a su secuestro con la pintura de Guernica y la lágrima que quedó inconclusa.
Acompañó a sus madres el 21 de noviembre de 1977 cuando venía de visita el secretario de Estado de Estados Unidos Cyrus Vance, y conoció a otras Madres de Plaza de Mayo, entre ellas a Azucena Villaflor.
Mencionó la complicidad de la Iglesia relatando que el cura Astolfi participó de sesiones de torturas en Arana. Marta pidió que se arbitren los medios necesarios para que la calle 66 de La Plata no lleve más su nombre. Mencionó también el rol de Monseñor Plaza, quien tiene un sobrino desaparecido desde el mismo día que su hermano Horacio.
Contó que el sobreviviente Carlos Juls declaró que Juan Miguel Wolk asesinó a los chicos en el sótano del Pozo de Banfield. Marta fue una de las impulsoras del juicio por la verdad. El genocida figuró como fallecido durante 25 años. Ella investigó y supo que Wolk estaba vivo. Le concedieron arresto domiciliario que violó siendo la fiadora su hija policía. “Todo lo consiguieron las madres, familiares, hermanos. La justicia no nos escuchó”. Luego lo volvieron a detener y ella pide el cese inmediato del beneficio del arresto domiciliario y que vaya a la cárcel común. Sostuvo: “El delito de desaparición forzada es permanente desde hace 45 años”.
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Marta tuvo varios intentos de suicidio después del secuestro de Horacio. Luego pudo formar una familia y salir adelante. Sostuvo que la vida le dio revancha porque le dio tres hijos, un compañero y nietos. Su primer hijo se llama Horacio en honor a él y también uno de sus nietos. La madre de los Ungaro, una de las primeras madres que iba a Plaza San Martín, muere en 1984.
“A mí todos los días mi hermano me mira y me pregunta qué hago por él y por los 30.000 desaparecidos, quedaron jóvenes con una sonrisa y nos piden que no perdonemos, que no nos reconciliemos, que no olvidemos y que sigamos pidiendo por el juicio y castigo a los responsables. Horacio vive en cada joven que pide justicia, que lucha, la marcha de La Noche de los Lápices es una marcha alegre, aunque el boleto costó vidas, como el primero de mayo, nadie nos regala nada. Fuimos una juventud iluminada por la revolución cubana. Veíamos que los cambios se hacían. Quiero terminar con la frase de Pablo Neruda: Para que con su sangre regaron la tierra pido castigo, ¡30000 compañeros detenidos desaparecidos presentes ahora y siempre!”, así cerró su declaración.
Walter
Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores que tenía el órgano de lucha en el Ejército Revolucionario del Pueblo. Ingresó a la policía de la provincia de Buenos Aires a través de trámites y favores que hizo su padre al que consideró un represor pensante. Su padre había sido funcionario en el Gobierno dictatorial de Onganía y formaba parte de un grupo de apoyo dentro de la DIPPBA junto a Miguel Osvaldo Etchecolatz. Gracias a la alta jerarquía que tenía su padre logró que él entrara a la fuerza de la que al poco tiempo lo expulsaron.
Su primo había ido de visita a su casa y cuando Walter lo acompañaba para volver a CABA, los secuestraron a ambos llevándolos a cada uno en un auto. Fueron vendados y atados y llevados al Destacamento de Arana. En el lugar lo primero que lo impactó fue el olor a carne y desechos humanos. Lo golpearon y lo torturaron con picana eléctrica sobre todo en los genitales, submarino mojado y seco y lo colgaron.
Fue trasladado al Pozo de Banfield y con posterioridad nuevamente al Destacamento de Arana donde lo siguieron torturando. Pudo reconocer al comisario Vides. Posteriormente fue llevado al Pozo de Quilmes donde aprendió a comunicarse con las manos. La comunicación siempre fue un elemento cuasi imprescindible. Les daba cierta esperanza de denuncia y era un sostén a nivel psicológico. Les daba alivio y tranquilidad. Las compañeras en un acto de solidaridad y para hacerlo sentir acompañado el 23 de octubre le cantaron el feliz cumpleaños. Subió la guardia y le pegaron una fuerte paliza y lo castigaron durante varios días. Su padre hizo una gestión en la Policía para que lo dejen vivo.
Sostuvo que las mujeres tenían un doble castigo, por ser militantes y mujeres, era un bien de uso para todos estos asesinos. Hacían muchas cosas para poder sobrevivir. Como casi no comían hablaban de recetas de cocina. Y recurrían al humor negro como parte esencial de la resistencia. En ocasiones y por el gran poder de su padre dentro de las fuerzas represivas recibió visitas. Destacó la inmensa solidaridad para el conjunto de las compañeras y los compañeros. La muerte estaba al alcance de las manos.
Relató que en Quilmes “estábamos ahí guardados y ante un hecho, un levantamiento, una huelga obrera, sacaban veinte compañeros, diez o cinco y los fusilaban dejando trascender falsos enfrentamientos. Nos daban papel de diario para ir al baño y siempre estaban esas noticias fraguadas a propósito”.
Luego pasó a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, obligándolo a firmar papeles sin leer como la renuncia a la policía por falta de sentimiento policial. En Quilmes estuvo desde el 5 de octubre hasta el 23 de diciembre de 1976. Posteriormente lo trasladaron a la comisaría de Valentín Alsina y en enero de 1977 lo llevaron a la Unidad 9 de La Plata. Luego estuvo un año y medio en Caseros, otra vez lo llevan a la Unidad 9 y en 1983 lo trasladaron a Devoto. “El país era una cárcel” expresó.
El 18 de octubre de 1983 le fue otorgada la libertad. Empezó a ligarse a organismos de derechos humanos y familiares y empezó a trabajar por la libertad de los presos políticos.
Manifestó que esperó 45 años para poder hacer este relato. Dio cuenta del daño psíquico que sufrió, que a la misma altura y en la misma medida y proporción de la tortura estaba el dolor de las vejaciones, ver cómo vejaban a otros compañeros y fundamentalmente a otras compañeras: “Cómo quedamos después a nivel físico, con un físico bastante endeble, con varias enfermedades encima a pesar de que nos vean enteros. Con trastornos psíquicos. Yo creo que ninguno salimos bien, a todos algún cable no nos hace contacto, al menos lo que me pasa a mí”.
Para finalizar planteó una reflexión. “Hasta cuándo vamos a permitir que esta gente que está siendo juzgada que cometió delitos y comete delitos todos los días, cuando nos deja morir a los familiares y a los represores sin pedir dónde están los restos. Hasta dónde nosotros no podemos hacer nada para que esta gente esté con cárcel común, perpetua y efectiva. Nosotros permitimos que en los juicios se haya secuestrado a Julio López, ver el testimonio de Nilda en un video, que le hayan hecho limpiar la placenta a Adriana Calvo. Siguen cometiendo delitos hoy y tienen que estar en la cárcel y no poner un cartelito “qué lindo estar en la casa”.