En este artículo abordaremos la huelga azucarera de la FOTIA (Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera) de septiembre de 1974, en el marco de una conflictividad muy alta en Tucumán frente al Pacto Social. En aquel momento, la FOTIA nucleaba entre 50.000 y 60.000 obreros organizados en 40 sindicatos de base. El impacto de esta huelga es importante para analizar la potencialidad de la clase obrera y para comprender las razones de la burguesía para implementar, meses después, el Operativo Independencia.
El retorno de Perón y el Pacto Social
Con el Cordobazo se abrió un proceso de radicalización de amplias franjas de masas obreras y populares que se tradujo en varios levantamientos con elementos insurreccionales. Tucumán tuvo episodios de este tipo en mayo de 1969, en noviembre de 1970 y en junio de 1972, que significarán una recuperación de la subjetividad combativa tras la derrota del cierre de los ingenios en 1966.
Tomando nota del desprestigio de la dictadura y la burocracia sindical, las clases dominantes apostaron por el retorno al país de Juan Domingo Perón para contener la lucha de clases y frenar la radicalización con un desvío electoral. Ya en el poder, Perón planteó el Pacto Social como política de masas; mientras que contra la vanguardia obrera y la izquierda puso en pie la Triple A. Al interior del peronismo, promovió y avaló golpes institucionales a gobernadores relacionados con la “Tendencia Revolucionaria”.
En tensión constante con el movimiento obrero, el Pacto Social marcó la orientación del peronismo hasta 1975. La huelga azucarera de 1974 fue una de las primeras respuestas obreras a esta política ideada por Perón.
“El último grito”
En 1974 la combinación de salarios congelados y aumentos de precios producía una degradación de las condiciones de vida. El malestar se hacía sentir en fábricas y surcos, donde también se expresaba el rechazo a la introducción de las máquinas cosechadoras integrales que amenazaban miles de puestos (se estimaba que cada máquina reemplaza a 100 y 260 obreros). La conducción de la FOTIA –con Atilio Santillán como secretario general desde 1973– apostaba a las negociaciones con el gobierno, evitando las medidas de fuerzas.
La tensión entre la base y la dirección tuvo un primer episodio en el Congreso de Delegados del 16 de julio donde hubo mandatos de delegados por sección rechazando el Pacto Social [1]. Como contraparte, la dirección de la FOTIA argumentó que no se podía iniciar una huelga porque “no se podía romper con el Pacto Social”. Finalmente, el Congreso de Delegados votó la huelga general pero otorgándole a Santillán la potestad de establecer la fecha y la modalidad en función de las negociaciones.
Ricardo Otero, hombre de la UOM al frente del Ministerio de Trabajo, se negó a recibir a la FOTIA mientras mantenga el llamado a huelga. El Consejo Directivo de la FOTIA resolvió paros progresivos, comenzando por uno de 24 horas el 11 de septiembre. El gobierno respondió con la suspensión de la personería gremial y la intervención. El 13 se comenzó a parar espontáneamente, realizando asambleas, más allá del intento de la dirección por impedir una acción generalizada. Se conformó la Comisión de Movilización, basada en delegados electos y encargada de coordinar y organizar a los ingenios. Así comienza la última gran huelga del proletariado azucarero [2].
La huelga despertó un coro de rechazos por parte de los gobiernos nacional y provincial junto a la CGT nacional y provincial, además de los industriales. En términos de fuerzas sociales, se abría un enfrentamiento entre el sector obrero con mayor peso en la provincia por su capacidad de paralizar la principal actividad económica, con la posibilidad de acaudillar a los demás sectores combativos y articular una alianza obrero-popular, y el sector de la burguesía que marcaba el pulso político y económico local.
La primera demostración de fuerzas en las calles se dio el 17 con una movilización multitudinaria hacia la Capital que se organizó desde el Este y el Sur, con los estudiantes universitarios marchando en el centro. Todos son brutalmente reprimidos en los operativos montados.
El interventor de la FOTIA intentó un primer golpe a los huelguistas. Consiguió que los dirigentes de los ingenios Concepción y San Juan declaren el fin de la huelga. La respuesta de las bases fue contundente: hicieron asambleas, echaron a “los traidores” formando una Comisión provisoria, cortaron la ruta 9 y resistieron la represión coordinada entre la Policía Federal y Gendarmería, que llega a disparar contra las casas de los vecinos que se solidarizaban.
En las horas siguientes se gestó un nuevo intento de negociación por iniciativa de los diputados de origen sindical, como Benito Romano [3] del Peronismo de Base. El gobierno nacional se decía dispuesto a negociar pero con la condición del fin de la huelga. Una asamblea de los delegados seccionales rechazó por amplia mayoría la propuesta.
La asamblea del 27 de septiembre cristalizó las perspectivas y, con la discusión sobre la continuidad de la huelga puesta en el centro, se conformaron tres alas. Un grupo de delegados tenía el mandato de continuar; Santillán propondrá levantar a raíz de la promesa de que se devolvería la personería gremial y la posibilidad de una negociación por un aumento salarial; otros delegados se acoplaban a la mayoría. Para consultar a las bases, la asamblea pasó a un cuarto intermedio hasta el día siguiente.
Durante ese lapso llegó la noticia del paro de solidaridad en los ingenios Ledesma (Jujuy), El Tabacal y San Isidro (Salta). Esta noticia constituía el germen de una coordinación regional de las fuerzas que las burguesías venían dividiendo [4]. Pero esto no fue suficiente para torcer el curso de los acontecimientos. Reunidos nuevamente en asamblea, había una mayoría de mandatos por levantar la huelga. Santillán apeló a su prestigio y amenazó con renunciar si no se aprobaba de manera unánime, disciplinando al sector más duro. Finalmente, la huelga se levantó. Un mes más tarde el gobierno devolvería la personería a la FOTIA, reconociendo sus autoridades previas, y un aumento salarial de $ 510 mensuales, la mitad de lo exigido por los obreros.
El 12 de octubre un Congreso de Delegados, con la participación de 35 ingenios, rechazó el aumento de $510 mensuales y llamó a “asambleas informativas”, como manera de presentar un paro de dos horas. Los industriales captaron el sentido de la medida y el Ministerio de Trabajo formuló una advertencia de sanción por “paralización del trabajo”. La dirección de la FOTIA desistió. La idea de “levantar la huelga para ganar” se demostró equivocada a las semanas, ya que la FOTIA quedó atada de manos para tomar medidas aun cuando las bases se mostraban disconformes con lo ofrecido por el gobierno.
Elementos para una coordinación obrera regional
Como señalamos, la Comisión de Movilización cumplió las funciones de organizar y garantizar las medidas votadas. Fue un reflejo de cómo durante 16 días las bases garantizaron la huelga, comenzando a organizar ollas populares en los ingenios.
Al mismo tiempo la huelga azucarera logró el apoyo de un importante núcleo de sindicatos que se plasmó en una solicitada en el diario La Gaceta firmada por el gremio docente ATEP (encabezado por Isauro Arancibia), Textil Escalada, ATE, Telefónicos, Gráficos, Unión de Taxímetros, entre otros. Siguiendo la unidad obrera-estudiantil forjada en los últimos años, los Centros de Estudiantes y la Comisión del Comedor apoyaron activamente. Esta solidaridad incluía, por ejemplo, simulacros de reuniones de supuestos delegados azucareros para despistar a la represión y permitir que los verdaderos delegados puedan reunirse clandestinamente, además de participar en las ollas populares y en las movilizaciones.
Además de las muestras de solidaridad, también se sucedieron en paralelos otros conflictos obreros. En el compás de espera de la huelga azucarera, también se da un proceso importante contra el Pacto Social con la ocupación de citrícola San Miguel en demanda de aumento salarial del 50 % y otros reclamos. El 31 de julio unos dos mil trabajadores citrícolas votaron tomar la fábrica ante el fracaso de las negociaciones. El 2 de agosto la planta fue desalojada con un importante despliegue policial [5]. “El proceso de lucha mantenido por los obreros del citrus ha demostrado que el tan pregonado diálogo entre obreros y patrones no existe. La patronal recibe los beneficios del Pacto Social, y los obreros sólo hemos logrado palos, balas y gases”, denunciaron [6].
En tanto, los docentes de la CTERA retomaban en septiembre los paros nacionales. Por la presión de las bases, habrá jornadas de paro nacional de 48 horas con una contundente adhesión durante el 5, 6, 17 y 18. En septiembre también la UTA hizo un paro nacional ante el asesinato a manos de la Triple A de Atilio López, el 16 de ese mes.
Además durante 1974 también se registraron conflictos fabriles en Alpargatas, Miski (hoy Arcor), Tecotex, Grafanor, Bosch, entre otras. En Fabuloso, una fábrica de los Bunge & Born, más de 500 trabajadoras textiles organizaron un cuerpo de delegadas combativas que consiguieron ponerle un freno a la prepotencia patronal. Como revancha, comenzaron los despidos y, para defender su organización, las obreras se enfrentaron a la patronal, al delegado del Ministerio de Trabajo, a la dirección del sindicato y a los matones de la Juventud Sindical Peronista.
A pesar de esta serie de conflictos y las muestras de solidaridad, la conducción de la FOTIA no tuvo como orientación avanzar efectivamente en una coordinación, donde la tarea se planteaba en dos niveles: hacia el resto de los azucareros del NOA y luego hacia los sectores combativos obreros y estudiantiles de Tucumán.
La dirección de la FOTIA dilató desde el inicio la coordinación regional de los azucareros, coherente con su demora en lanzar la huelga. El 5 de agosto se realizó se reunió en Tucumán el Congreso Nacional Azucarero. Con Atilio Santillán negociando en Buenos Aires, el único presente fue Melitón Vázquez del ingenio Ledesma. El fracaso de esta instancia se debió a que el diputado nacional jujeño Roque Barrionuevo, referente del ingenio Esperanza, presionó sobre otros dirigentes para que desistan de emprender un conflicto que le haga frente al gobierno peronista.
Otro tanto ocurrió en el llamado para el 14 y 15 de septiembre a un Plenario Nacional Sindical Combativo en Tucumán, impulsado como principales convocantes a la Federación Gráfica Bonaerense, el SMATA y Luz y Fuerza de Córdoba. Por la persecución, el plenario funcionó de manera accidentada sólo el primer día, donde se proclamó la Coordinadora de Gremios en Lucha.
Una crónica de La Gaceta señala que Santillán declaró que “si bien [la FOTIA] era entidad convocante, él personalmente no concurrió y que ignoraba si alguien de gremio azucarero había concurrido. […] Consultado sobre si tenía conocimiento de un acuerdo de formar coordinadoras de lucha por rama o región, afirmó no tener una versión precisa sobre el particular”. Días después, Santillán afirmó: “No me gusta cuando hablan de gremios combativos. Yo participé en la convocatoria a todos los gremios en conflicto del país”. La Coordinadora de Gremios de Lucha, que según Agustín Tosco reunió a 100 gremios, resultó solamente una formalidad sin ninguna acción concreta en ese momento y posteriormente.
Solidaridad, coordinación y Frente Único Obrero
Como se ve en lo narrado anteriormente, lo que evitó triunfar tanto en los procesos de 1974 como en preparación de la resistencia a la represión desatada con el Operativo Independencia fue la ausencia de una dirección revolucionaria, con inserción y peso en el movimiento obrero, que podría haber dotado a la clase obrera de una estrategia para unirse desde las bases y aliarse a otros sectores.
Las direcciones existentes, incluso las combativas, se limitaron a declaraciones y reuniones superestructurales, como ocurrió con la Coordinadora de Gremios en Lucha. Estas medidas eran absolutamente insuficientes para conquistar la fuerza social para derrotar una política burguesa estratégica como el Pacto Social o luego el Operativo Independencia.
Para esto era necesario un verdadero frente único obrero, que comiencen replicando las asambleas de delegados por sección de la FOTIA en el resto de las fábricas, reparticiones, escuelas y universidades, para poner de pie una gran asamblea o coordinadora provincial de delegados de base. Por lo tanto, el objetivo no podía limitarse al justo reclamo azucarero. No porque no pudiera conquistarse en sí mismo el aumento salarial, sino por las fuerzas reaccionarias que desataría el desafío mismo al Pacto Social. Un plan de lucha de conjunto podría no sólo haber puesto en jaque al Pacto Social, sino incluso dificultado la embestida reaccionaria.
Al igual que en Villa Constitución [7] –donde los sectores con mayor influencia, como la JTP y el PRT, evitaron la conformación efectiva de la coordinadora–, en Tucumán esas mismas direcciones junto Santillán, evitaron tanto la coordinación efectiva como levantar un programa para el conjunto de los trabajadores.
Esta política de coordinación era particularmente importante en Tucumán, ya que el prestigio de los azucareros era también autoridad suficiente para convocar a la coordinación a los sectores combativos del NOA, como los docentes de ADEP, los azucareros de Salta y Jujuy, principalmente de Ledesma, los mineros que venían de protagonizar el Aguilarazo en Jujuy, los jornaleros del tabaco y vitivinícolas salteños que venían de la experiencia de la “CGT Clasista”, por nombrar sólo algunos de los principales núcleos de trabajadores del NOA que eran dirigidos o influenciados por fuerzas opositoras al gobierno o al Pacto Social, y que luego serían un objetivo de la represión. Y desde allí dirigirse hacía otros aliados, como el movimiento estudiantil. Podríamos decir que, con mayor claridad estratégica, la burguesía unificó como objetivos de los ataques del Ejército y los grupos paraestatales a los sectores que no se unificaron en torno a las luchas contra el Pacto Social.
La izquierda y la huelga
Además de las diferentes alas del peronismo, dentro del movimiento obrero tucumano, tenía influencia el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) dirigido por Mario Santucho, aunque fue perdiendo peso en el movimiento obrero a la par que crecía su adhesión a la estrategia guerrillera con la creación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) [8]. Con la instalación de la Compañía de Monte en los cerros tucumanos, muchos dirigentes importantes y los recursos militantes se centraron en esta actividad. No obstante, Leandro Fote (del ex ingenio San José) seguirá siendo una referencia para los sectores combativos aunque sin transformarse en alternativa de dirección.
Acorde a una lectura escéptica sobre el movimiento obrero y la lucha de clases, la huelga no modificará el curso del PRT-ERP. Son ilustrativas las palabras de un integrante de la Compañía de Monte: “Era claro que era un conflicto que no se podía sostener en el tiempo, porque la gente (creo) cobraba por quincena y, con los salarios que tenían, sumado a la precariedad laboral, dejaban de cobrar una quincena y no tenían para comer. Así de simple” [9].
Esto se reflejó también en que en medio de la huelga, el 18 de septiembre, ajusticiaron a un policía y un comerciante en Santa Lucía, acusados del asesinato del zafrero Ramón Rosa Jiménez, militante del PRT-ERP. Estas acciones desligadas de la huelga y las consecuencias que podían ocasionar, están inscriptas en la lógica de una guerra de bolsillo con las fuerzas del Estado [10]. Por lo tanto, el triunfo o no de los azucareros no era estratégico, ya que para el PRT-ERP la clave pasaba por los combates y escaramuzas con el Ejército.
Por su parte, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) [11] llevó adelante una intensa campaña en apoyo a la huelga. Con una considerable influencia en el movimiento estudiantil, impulsó un comité de solidaridad que acompañará las acciones decididas por los obreros. Además, editaron boletines de lucha, que dieron cuenta de la situación y el desarrollo de la huelga.
Sin embargo, su poca inserción en el movimiento obrero [12], producto entre otras cuestiones de las consecuencias de la tardía delimitación con la estrategia guerrillera, no será suficiente para conquistar fuerza material que le permitiera ser alternativa [13]. Con la firma del acuerdo, tanto el periódico Avanzada Socialista como los documentos internos hablarán de “triunfo parcial”, midiendo el desenlace de la huelga solamente por el logro de algunas reivindicaciones sindicales sin problematizar las consecuencias políticas y profundizar un balance con la dirección conciliadora de Santillán.
La huelga del 74 demostró cómo la línea de Santillán comenzaba a encontrar serios límites ante las aspiraciones de las bases. Esta línea consistía en el plano sindical moderar los reclamos y las metodologías, junto a subordinar políticamente a la clase obrera detrás del peronismo. Un elemento destacable de esta huelga, y del cual la burguesía tomará nota, es que las bases azucareras son las que desafían una política implementada por Perón.
Esta experiencia obrera en desafío a las múltiples facetas del peronismo permite discutir la idea homogeneizadora de que “todos los obreros son peronistas”, con la que se busca borrar estos jalones de experiencias que adquirió la vanguardia obrera en la tendencia a una superación de ese muro de contención que fue el peronismo. Este proceso de ruptura dará un salto en 1975 con las Coordinadoras Interfabriles y la primera huelga general contra un gobierno peronista. Este camino fue truncado a sangre y fuego en Tucumán con el Operativo Independencia, luego generalizado al resto del país con la Dictadura genocida.
A más de 45 años de esta huelga, y en vísperas del 50 aniversario del Tucumanazo, retomar estas experiencias y profundizar en sus lecciones es un aporte a revitalizar el hilo rojo que une el pasado y el presente de las diferentes generaciones de obreros y estudiantes que se proponen tomar el cielo por asalto.
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