A pesar de su breve duración en el tiempo, la Comuna de París logró resignificar el espacio urbano, poniendo en cuestionamiento la lógica de planificación de la ciudad que había hecho de París “la capital del mundo” durante el imperio de Napoleón III.
La ciudad con la que se encontraron los comuneros en 1871 fue una ciudad radicalmente distinta a la de los revolucionarios de 1848. Los 18 años del Segundo Imperio habían dado origen a una transformación integral de París, que había pasado de tener características principalmente medievales a ponerse a tono con el desarrollo capitalista y llegar a ser denominada “capital del mundo”. Para 1851, Napoleón III había otorgado al Barón Haussman la tarea de la renovación urbana de la ciudad. Si la limitada circulación del aire, el hacinamiento y las diferentes enfermedades y epidemias, producto de las condiciones de vida precarias a las que eran sometidas las clases populares, constituían graves problemas sociales, para el régimen desde la perspectiva de la clase dominante, eran menores en comparación a la existencia de grandes concentraciones trabajadoras y artesanas. Las mismas fueron caldo de cultivo para las barricadas, en las angostas calles, durante revoluciones de los años 1830 y la de 1848, que había culminado con el fusilamiento de 10 mil parisinas.
La gran transformación a la que se vio subsumida París bajo la transformación del “artiste demolisseur” [1] supuso el ensanchamiento de sus calles por medio de avenidas diagonales con grandes bulevares que bifurcaban los anteriores barrios, por las cuales el tránsito desde los cuarteles se hacía mucho más corto y efectivo. Esa nueva distribución del espacio se asociaba al principal objetivo del plan de Napoleón III y el Barón Haussman que fue lo que Walter Benjamin llamó “asegurar la ciudad contra las guerras civiles” [2], es decir, garantizar una distribución del espacio urbano enfocada en la prevención de la lucha de clases. El cambio terminó trasmutando el área céntrica de París en una zona ya poco habitable para la clase trabajadora; los desalojos masivos, a partir del ensanchamiento de las avenidas, y la expulsión de barrios enteros generaron un movimiento masivo de la clase obrera que fue desplazada hacia las banlieues (término asimilable a zonas periféricas) como zonas residenciales.
La valorización del suelo en el centro de la ciudad, el desarrollo de la especulación financiera y la circulación de capitales, en gran parte por la asociación de Haussman con el banco de los hermanos Periere, mientras se producía el desplazamiento de la industria por el encarecimiento del suelo urbano, transformaron a París en uno de los centros financieros de mayor importancia a nivel mundial en el siglo XIX.
El desarrollo de un alto nivel de obra pública con grandes mercados, nuevos sistemas de alcantarillado, puentes y la ópera, entre otros, con el fin de hacer una ciudad más lujosa para las clases altas parisinas, dio origen a una situación de pleno empleo que David Harvey llama una especie de “Keynesianismo primitivo” [3] y como consecuencia, un determinado nivel de apaciguamiento de las masas [4]. Pero el requerimiento de la mano de obra para la realización del plan provocó una migración interna desde las provincias, y nuevas concentraciones de dormitorios obreros se ubicaron en las periferias Este y Norte. Allí convergieron los migrantes de las provincias y los desplazados del centro. Años después, estas concentraciones obreras y artesanas serían en gran parte protagonistas de los hechos de la Comuna.
Fue así que para los años 1860 ya había cambiado radicalmente la fisonomía de la ahora “capital del mundo”. Bajo una apariencia de mayor libertad, que daban la apertura de las grandes calles, los comercios y un tráfico siempre fluido, se escondía la represiva y contundente custodia que el imperio bonapartista de Napoleón III ejercía sobre la clase trabajadora, a la que prohibía el derecho a reunión (hasta 1868) en una París en estado de excepción. La ciudad dirigida por las reglas, los compases y lápices de los mapas del Barón Haussman había escondido al movimiento obrero de los anchos bulevares, los comercios y los lujos urbanos.
El caldo de la Comuna
La conquista de determinadas libertades democráticas como la libertad de reunión en 1868 (unos años antes había sido el derecho a huelga) permitió que miles de trabajadores pudieran reunirse alrededor de toda la ciudad en los 63 clubes en los que se conglomeraba una parte muy considerable de la clase trabajadora, los artistas y los artesanos. Kristin Ross en su libro Lujo Comunal. El imaginario político de la comuna de París les da bastante importancia a estas instituciones, que en gran medida fueron impulsadas por la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) . El surgimiento de los clubes marcó una transformación en varios sectores de los más conscientes entre las clases populares parisinas. La “espada de hierro” del bonapartismo del Segundo Imperio en su apogeo se había impuesto como un “equilibrio” entre las distintas clases producto de la derrota de 1848, pero a su vez ese equilibrio también será contradictorio, cuestión que tomará relevancia desde fines de los años 1860 con el pase a la oposición activa de grandes sectores de masas [5]. La relevancia que asume la organización obrera durante la crisis de este (desde 1868, sobre todo) mediante instituciones legales como los clubes políticos es de una dimensión mucho mayor.
Según un informe policial de la época transmitido al gobierno, el rol de estas instituciones había sido claro: “Son los clubes y asociaciones los que han hecho todo el daño […]. Yo atribuyo todo lo que acaba de suceder en París a los clubes y reuniones […] al deseo de esa gente de vivir mejor de lo que su condición permite” [6]. Es entendible el porqué de la alteración de las fuerzas policiales, dado que la censura y prohibiciones frente a determinadas cuestiones no impedía que miles de trabajadores que no se conocían entre sí pudieran acercarse a partir de ideas que ponían en cuestionamiento el régimen establecido: “No se podía hablar contra el emperador o sus diversos funcionarios, pero se podría abogar por el fin de la propiedad privada, o explicar que ‘la propiedad individual de la tierra es incompatible con la nueva sociedad’” [7]. Los clubes políticos, desplegados por todo París, fueron los recogedores del hastío de los trabajadores con el Segundo Imperio en su decadencia.
Para finales de la década de 1860, las movilizaciones opositoras también comenzaron a desfilar sobre los bulevares parisinos. David Harvey da una idea de esto cuando señala: “La posterior campaña electoral de mayo de 1869 estuvo marcada por la agitación política y el intento de Ollivier de llevar al centro de París el apoyo al imperio liberal desató una revuelta. La multitud en Châtelet, antes de dispersarse, se desplazó ruidosamente hasta el Faubourg Saint-Antoine, el tradicional hogar de la revolución. Al día siguiente, una multitud de veinte mil personas se manifestaba por los barrios de los artesanos, y el posterior, quince mil personas trataban de llegar desde la Sorbona, donde se habían concentrado, hasta la Bastilla, pero encontraron el acceso bloqueado. En este momento, los bulevares de Haussmann se convirtieron en campos de batalla” [8]. Aquí Harvey recalca una “transición”, donde el desplazamiento que Hausmman había planificado termina volviéndose en su contra. La crisis financiera (en parte producto del endeudamiento devenido del gasto en la transformación urbana) fue uno de los puntos más críticos en los últimos años del Segundo Imperio. La reconquista de las calles por parte de los desplazados urbanos sería la evidencia de que su plan de una ciudad destinada para la gran burguesía tampoco era infalible.
Los días de la Comuna
Varias de las medidas de la Comuna de París se jugaron en el espacio urbano. Para poder comprender la transformación bajo esta dimensión, Henry Lefebvre sintetizaba en una de sus obras más célebres, El derecho a la ciudad, un pasaje muy alusivo: “Debe advertirse que Haussmann no ha alcanzado su objetivo. Uno de los logros que dieron sentido a la Comuna de París (1871) fue el retorno por la fuerza al centro urbano de los obreros expulsados previamente a los arrabales, a la periferia. Eso supuso su reconquista de la ciudad, ese bien entre los bienes, ese valor, esa obra que les había sido arrebatada” [9]. El haber sido arrebatada debe entenderse en dos sentidos. La ciudad es arrebatada históricamente como lugar de vivienda, trabajo y esparcimiento, cuando es desplazada la clase trabajadora hacia la periferia de la misma. Pero también se la arrebata en el sentido marxista de la explotación capitalista en tanto se la separa del producto de su trabajo. Es inconcebible un proyecto de modernización urbana como el de Haussman sin una demanda abismal de mano de obra en la construcción, de obreros y obreras que trabajan y hacen en la ciudad. El “retorno al centro urbano” entendido como la disputa de la clase obrera por ese espacio tiene muchos significados, marcados por hechos que en gran medida tienen un claro objetivo material, pero en otros casos también uno fuertemente simbólico.
En el aspecto militar, el decreto de la Comuna por el cual se suprimió al Ejército y se lo reemplazó por el pueblo armado (una situación dada en los hechos) plantea una transformación antagónica al control burgués de las ciudades. Quedó bajo las manos de la Comuna el control efectivo de las armas para la defensa del espacio urbano, que en el caso de París estaba limitado por sus murallas. Este aspecto fue tan central que se plantearía al 18 de marzo como el día inaugural de la Comuna, a partir del rechazo a entregar los cañones situados en el Montmartre al gobierno provisional de Thiers.
A nivel de la vivienda, la población obrera de París habitaba desde los tiempos de Haussmann en un constante movimiento, incapaz de afrontar en gran medida los altísimos costos de los alquileres y la especulación inmobiliaria. Las moratorias de las deudas y la suspensión de los desalojos durante la Comuna fueron una respuesta a ello.
La promulgación de la separación de la iglesia y el Estado tuvo asimismo consecuencias, en función del acceso a la educación laica, pública, gratuita y de calidad, en recursos del espacio urbano. Llegaron a ser expropiadas determinadas instituciones eclesiásticas ocupadas por los jesuitas, dado que estos tenían buenos instrumentos astronómicos y laboratorios. Como señala Kristin Ross en su libro, a la hora de establecer instituciones, los comuneros preferían las politécnicas en tanto en ellas se unían el trabajo material e intelectual [10].
Un aspecto que plantearía posteriormente grandes motivos de polémica fue la destrucción en el espacio urbano de monumentos, la guillotina de la Plaza Voltaire y la columna de Vendôme. Lo cierto es que ambos eran protagonistas de la simbología parisina durante el Segundo Imperio. La guillotina representaba la liquidación de la Revolución francesa de 1789; la columna Vendôme, erigida por Napoleón III en homenaje a su tío, Napoleón I, representaba, según el comunero Benoît Malon, “las guerras entre pueblos” y su destrucción “la promoción de la fraternidad internacional”. La carga simbólica que contenían fue el impulso para su demolición.
Este proceso de desarrollo urbano al igual que fue un peligro para el régimen burgués, también fue un límite para la Comuna. Al no extenderse nacionalmente su política y que la clase obrera de la Comuna no lograse arrastrar del todo a los sectores rurales, su aislamiento en París fue una de las causas fundamentales de la derrota, junto con la no avanzada de los comuneros sobre Versalles y el no haberse apropiado de los fondos del Banco Nacional de Francia, entre otras cuestiones. El apoyo a los revolucionarios en otras ciudades y el campo no faltó. Por el contrario, se dio en otras provincias y zonas rurales como lo muestran por ejemplo los levantamientos de Lyon, Toulouse y Marsella rápidamente aplastados, o el aumento electoral de los republicanos en muchas zonas rurales, aunque tampoco ninguna de dichas cuestiones lograron sostenerse activamente.
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El aplastamiento de la Comuna de París por el ejército del presidente provisional Adolphe Thiers, luego del fusilamiento de más de 10.000 comuneros, fue el hecho fundacional de la Tercera República. A nivel del espacio urbano, no es casual la construcción de la enorme basílica del Sacre Coeur sobre la cima del Montmarte (lugar de enorme contenido simbólico), dado que fue una de las metas que se propuso alcanzar el Estado capitalista para la destrucción de la memoria de la Comuna.
Sobre el legado de la comuna de París
Sin embargo, la memoria colectiva del primer gobierno obrero urbano de la historia no puede ser negada. Más allá que se hayan transformado las condiciones de desarrollo urbano, a partir del esquema de irracionalidad capitalista en la planificación y la gentrificación como proceso de segregación dentro de las mismas ciudades, se da muestra de que dentro de los límites del sistema capitalista no existen respuestas a fondo para problemas como la cuestión del espacio urbano. La irracionalidad en las ciudades que se desenvuelve a partir de la lógica capitalista de maximizar la ganancia, genera a su paso hacinamiento, epidemias y los grandes crímenes socio-ambientales: la contaminación, los incendios, las inundaciones, producto de dichas condiciones.
Las revueltas de 2019 en lugares tan distintos como París o Santiago de Chile tuvieron uno de sus ejes de conflicto en el acceso y el derecho a la ciudad y se plantearon devuelta los términos de “vuelta al centro” por parte de las masas movilizadas. Estos límites en el acceso no siempre tienen que ver con características estrictamente geográficas, en términos de estar más lejos o más cerca del centro. La burguesía hizo en el siglo XX un gran negocio en relación al hábitat como recurso: la construcción de zonas exclusivas en regiones periféricas de la ciudad y autopistas por las cuales se pueden atravesar urbes enteras en solo minutos sin tener que transitar la realidad social interna de millones que no tienen un mínimo acceso a esas condiciones de hábitat.
En la actualidad sigue completamente vigente la pelea por una planificación urbana racional y un derecho a la ciudad que contemple el acceso a la vivienda contra la ciudad de los capitalistas, la de la usura del negocio inmobiliario y el lucro de la vivienda, donde haya un acceso integral a la educación laica pública, gratuita y de calidad, a la salud pública, al transporte, y al trabajo, al servicio de las necesidades de las grandes mayorías trabajadoras y populares.
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