El MAS obtuvo un triunfo categórico en las elecciones presidenciales del 18 de octubre, alcanza el 55 % de los votos y supera por casi 27 puntos a Carlos Mesa, el candidato de la centro derecha de Comunidad Ciudadana. Fernando Camacho (Creemos) que expresaba el golpismo en estado puro, quedó tercero lejos, con un 14 %. El MAS también se quedó con la mayoría en el parlamento aunque no le alcanza para mantener los dos tercios.
La hipótesis que había instalado la derecha según la cual iba a haber un “voto útil” a Mesa para evitar que el MAS regrese al Palacio Quemado –es decir que el humor mayoritario era más “antimasista” que “antigolpista”– existió solo en la cabeza de Mesa y en las columnas de opinión de quienes están del otro lado de la grieta. Se equivocaron por el eje. En la realidad hubo una derrota inapelable del bloque golpista.
El triunfo de la fórmula Luis Arce-David Choquehuanca sorprendió por la contundencia. Aunque con el beneficio que da la mirada retrospectiva, el resultado estaba en gran medida inscripto.
Bajo el signo del golpismo y el coronavirus, las masas populares bolivianas vivieron un año catastrófico. El gobierno de extrema derecha de Jeanine Áñez profundizó el racismo estatal. Con la biblia en una mano y las armas en la otra, humilló a los pueblos originarios, desató una brutal caza de brujas no solo contra referentes del MAS sino también contra dirigentes sindicales y de movimientos sociales, a quienes acusó de “narcoterrorismo” y “sedición”. Hizo una gestión pésima de la pandemia del coronavirus lo que explica que con 8.500 fallecidos por Covid-19,según las cifras oficiales, aunque se calculan más del doble, Bolivia esté en el tercer puesto del top ten macabro de muertes cada 100.000 habitantes. Y siguen las malas noticias. La economía se contrajo entre un 9 y un 11 %, el desempleo trepó al 13 % y la pobreza a casi el 40 %. Áñez dejó librados a su suerte a los trabajadores, sobre todo en el sector informal, mientras que endeudó al país con el FMI e intentó avanzar con privatizaciones y otras medidas neoliberales.
Las huelgas con movilizaciones de agosto de este año contra el intento de los golpistas de perpetuarse en el poder, y luego las elecciones, mostraron que la derecha se había pasado de la relación de fuerzas.
El golpismo exhibió sin maquillaje el rostro profundamente antiobrero, anticampesino y anti indio de la elite oligárquica. Eso causó espanto sobre todo en sectores de las clases medias urbanas –estudiantes, profesionales, asalariados y quienes accedieron al ascenso social de los últimos años– que habían rechazado el giro antidemocrático de Evo Morales en 2019 y volvieron a votar por el MAS en 2020.
La geografía electoral arroja más luz sobre la composición político-social del voto masista y la concentración de la derecha golpista en Santa Cruz, donde Camacho sacó un 45 %, lo que podría anticipar futuros conflictos.
El MAS se impuso en seis de los nueve departamentos –Oruro, Potosí, La Paz (donde supera el 68 % de los votos), Pando, Chuquisaca y Cochabamba–. En sentido estricto, es el único partido-movimiento de alcance verdaderamente nacional, ante todo porque la composición sociológica de su electorado comprende a la mayoría popular-plebeya del país: campesinos, trabajadores, pueblos originarios, y sectores de las clases medias urbanas.
En contraste, la votación de Fernando Camacho (el “macho” que encabezó el golpe) que ganó en Santa Cruz, el único distrito donde la extrema derecha polarizó con el MAS, admite dos interpretaciones complementarias: que el oriente sigue siendo el bastión de la reacción pero a la vez que la oligarquía cruceña no ha logrado saltar el cerco y extender su influencia. La lectura política más ajustada parece ser que Camacho no peleó la elección nacional sino que su objetivo era consolidarse como representación política del poder de facto de la oligarquía de Santa Cruz. Los números indican que lo ha conseguido. Veremos qué traducción política tendrá para el futuro gobierno del MAS.
La etapa “pos evista”
Por primera vez el MAS estará en el gobierno sin Evo Morales, quien más allá de haber demostrado con creces durante casi 14 años que su programa es de reformas limitadas a una política de redistribución y de intervención estatal acotada dentro del capitalismo, en el imaginario político aún funciona como un “significante” que evoca el espectro de momentos de radicalización. Aunque se haya degradado, sobre todo en el último mandato, por sus rasgos caudillísticos, por las tendencias autoritarias y por haber adoptado medidas antipopulares.
El perfil de Luis Arce es el de un “tecnócrata”, alejado de los “fundadores” del MAS y de las bases campesinas e indígenas, lo que abre un abanico de hipótesis sobre el carácter que tendrá este retorno del MAS “pos Evo” y “pos golpe”. Mientras que el progresismo de centroizquierda carga con el karma de Lenín Moreno, la derecha y la burguesía agitan el fantasma de que Arce sea un “títere” de Morales, haciendo una analogía con el peso de Cristina Fernández de Kirchner en el gobierno de Alberto Fernández en Argentina. Buscan que el gobierno de Arce sea lo más “moderado” posible y no se vea tentado a tomar medidas, aunque sean tibias, que afecten en algo sus intereses.
Apaciguamiento vs. lucha de clases
Hay abierta una disputa por el sentido del retorno del MAS al poder que tiene importancia estratégica para la lucha de clases, y hace a las perspectivas futuras no solo de Bolivia sino de América Latina.
La primera gran discusión es en torno a la tesis de la “moderación” como clave del éxito, transformada en el único programa político posible y deseable. Según este sentido común ampliamente extendido y amplificado por el “progresismo”, el desplazamiento como candidatos de Evo Morales y de figuras asociadas directamente con los “movimientos sociales” como Andrónico Rodríguez, le permitió al MAS perforar su base histórica campesina-indígena y no “asustar” a los sectores medios con un discurso polarizado.
La segunda, relacionada con la anterior, es que a la derecha golpista –y a la derecha en general– se la derrota en las urnas y no en las calles por medio de la acción directa de los explotados. Este balance es el que plantea Pablo Stefanoni en una nota reciente. El fracaso de “la calle” también cuenta según el autor para la “insurrección” de la derecha golpista.
Esta discusión no es menor porque implica postular el “apaciguamiento” como estrategia permanente frente a las clases dominantes, que tiene su expresión política en el “malmenorismo”. No es la realidad de lo que ocurrió.
El golpe en Bolivia encontró una resistencia heroica con epicentro en El Alto, la gran concentración obrera y popular adyacente a La Paz que había empezado a adquirir una dinámica de extensión nacional. Esta resistencia incluyó no solo movilizaciones de masas de mujeres de pollera, campesinos, trabajadores y jóvenes al centro mismo del poder de los golpistas. Sino sobre todo elementos muy avanzados de la lucha de clases como el bloqueo a la distribución de combustibles, que había transformado a Senkata en una posición estratégica. E instancias de autoorganización y democracia obrera y popular como los “cabildos” de El Alto, con una relación tensa con la dirección de la COB, que había convocado a la huelga sin ninguna preparación, pero en el medio se pasó al bando golpista. Las oscilaciones de la dirección de la COB merecen un párrafo aparte, porque la burocratización de las organizaciones de masas es parte del problema. Durante los 14 años del gobierno de Evo la burocracia de la COB estuvo integrada al estado, luego tuvo un paso circunstancial pero efectivo por el bloque golpista, hasta que comenzó gradualmente a reincorporarse a la estructura del MAS al servicio de la campaña electoral.
La lucha contra el golpe fue brutalmente reprimida, con masacres como la de Senkata y Sacaba y verdaderas batallas campales en el centro de La Paz. Sin embargo, el elemento central que permitió sostenerse al gobierno golpista fue la propia acción de los dirigentes MAS, en particular su ala parlamentaria, que decidió conciliar con los golpistas, y darle legitimidad institucional al gobierno de Áñez, a pesar de tener la mayoría de dos tercios en ambas cámaras del parlamento.
Esa resistencia y los más de 10 días de huelgas y bloqueos en agosto contra el intento de los golpistas de perpetuarse en el poder hacen a la relación de fuerzas que le puso un límite a la extrema derecha y a la injerencia creciente de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, el no haber derrotado al golpe en las calles cuando esa posibilidad existía, no es gratuito. Y aunque hayan sido derrotados en las urnas, las fuerzas que organizaron el golpe, la policía, el ejército y la oligarquía cruceña mantienen sus parcelas de poder.
Arce promete un gobierno de “unidad nacional”, es decir, conciliador con los golpistas y de colaboración de clases, y un plan quizás basado en la explotación del litio con un esquema de nacionalización parcial, similar al que rige la explotación del gas.
Apuesta a recrear ilusiones en que podrá repetir el supuesto “milagro” que produjo mientras fue ministro de economía de Evo, es decir, una política de colaboración con los capitalistas que deje margen a la vez para hacer concesiones parciales.
Pero esa “fórmula de la felicidad reformista” tenía una base material en el súper ciclo de las materias primas que hace rato ya no existe. Las perspectivas para América Latina pos coronavirus son ominosas. Según un informe de la CEPAL, la economía regional se contraerá un 9,1 %, lo que supera la recesión por la crisis económica de 2008-2009 e incluso la caída por la crisis de la deuda de la “década perdida” de 1980, habrá 44 millones de desocupados (18 millones más que en 2019), 231 millones de pobres y 96 millones en pobreza extrema.
Estas condiciones materiales ponen las ilusiones y expectativas de las masas populares de recuperar y ampliar sus conquistas en un curso de colisión con los gobiernos que se autodenominan “progresistas” pero gobiernan al servicio de los capitalistas. Lo que probablemente acelere la experiencia política de las masas con esta renovación del MAS 2.0 y abra las perspectivas para construir una alternativa obrera revolucionaria. En esa pelea están nuestros camaradas de la Liga Obrera Revolucionaria de Bolivia, que estuvieron en la primera línea de la lucha contra el golpe.
Las perspectivas en América Latina
El golpe tuvo un fuerte contenido proimperialista, al igual que el gobierno de Áñez. La OEA –el “ministerio de colonias” de Estados Unidos– justificó el golpe contra Evo Morales a través de un informe falso que sostenía que había habido fraude en las elecciones de octubre de 2019.
Desde el punto de vista de la geopolítica regional, la derrota de la derecha golpista debilita las iniciativas imperialistas más ofensivas, como el grupo de Lima y le puede dar un respiro a Venezuela, Cuba y Nicaragua, hoy bajo una presión redoblada por las sanciones económicas y los bloqueos impuestos por Donald Trump.
Es una derrota en particular para el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro, que participó activamente en la organización del golpe y para los gobiernos de la derecha regional, aliados incondicionales de Estados Unidos. En síntesis debilita las tendencias reaccionarias -desde el bolsonarismo hasta la creciente gravitación de las fuerzas armadas- en las que se apoyó la propia derecha golpista para asentarse en Bolivia ante el ciclo ascendente de la lucha de clases a fines de 2019. Esta derrota de la derecha continental podría ampliarse si como todo indica, Trump pierde las elecciones el 3 de noviembre. Esto no es menor cuando, tras el paréntesis de la pandemia, vuelve la conflictividad social, como muestran las movilizaciones contra la violencia policial y el paro nacional contra Duque en Colombia, las protestas y los bloqueos de rutas en Costa Rica contra el FMI y las políticas del Gobierno de Alvarado así como las marchas contra el FMI en Ecuador. O la movilización masiva en Chile a un año del levantamiento contra Piñera.
El significado profundo de la derrota de los golpistas en Bolivia para la relación de fuerzas en América Latina se verá en el próximo período. Pero ya es un hecho que se ha abierto en nuestro continente una etapa de cambios bruscos, de oscilaciones a derecha y a izquierda en lo político y de retorno de la lucha de clases.
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