A más de dos meses de asumir como ministro de Economía, Sergio Massa, logró cierta tranquilidad en las cotizaciones paralelas del dólar, aunque esto está cada vez más en duda ¿Cómo lo logró? Realizando concesiones al gran empresariado exportador, en particular al agronegocio. Acelerando la suba del tipo de cambio oficial, que alimenta la devaluación salarial. Dando lugar a que florezcan mil tipos de cambio: dólar ahorro, Coldplay, Qatar, soja, etcétera. Elevando las tasas de interés que paga el Estado por la deuda pública y del Banco Central por Leliq y otros pasivos: es decir, beneficiando al capital financiero. Anunciando los tarifazos en los servicios públicos en beneficio de las privatizadas: entre ellas las que son propiedad de amigos de Massa. Apretando el acelerador del ajuste del gasto público más allá de lo que soñó Martín Guzmán. Y restringiendo las importaciones.
Se trata de un combo que beneficia al gran capital y agudiza la pérdida del poder de compra del salario. Y tiene como perspectiva la desaceleración económica, cuando no, directamente, la recesión. Aun así, la gestión del “superministro” navega por un escenario de tensa calma. La estabilidad alcanzada es precaria. Es por eso que emerge la idea de que se implemente algún plan de estabilización, algún tipo de acuerdo de carácter más general. Los trascendidos periodísticos señalan que ese plan podría lanzarse en noviembre, luego de que se apruebe el Presupuesto 2023 en el Congreso.
Por estas horas, también se señala al Secretario de Programación Económica, Gabriel Rubinstein, como el funcionario a cargo de la elaboración del plan de estabilización, el cual implicaría el congelamiento de precios y salarios durante cuatro meses.
Hacia 2023
La consultora PxQ, que conduce Emmanuel Álvarez Agis, analiza las perspectivas hacia 2023. Descartada la idea de que Massa realice el trabajo sucio para dejar la macroeconomía ordenada a la próxima gestión presidencial, el análisis de la consultora plantea tres escenarios alternativos. A cada escenario le asigna una probabilidad de realización.
Al que denomina plan “llegar” le asigna un 20 % de probabilidad de ocurrencia y consiste en seguir como hasta ahora, cumpliendo con las metas del Fondo con una ligera flexibilización por parte del organismo multilateral. En este escenario, la “normalización” de las tarifas energéticas con subas promedio de 150 %, la suba gradual del tipo de cambio y el cumplimiento de la meta fiscal de 1,9 % del PIB, conducen a una inflación que se eleva al 110 % en 2023. De este modo, si las tarifas y la suba del tipo de cambio no espiralizan la inflación, el gasto público y los salarios operan como “ancla”.
El resultado, según PxQ, es que “el salario real cae un -8 % y para el momento de la elección el salario real privado se ubica un -15 % por debajo del salario real que cuando Macri no pudo reelegir en 2019. El consumo privado se contrae -5 % y el PIB -1 %”. A este escenario la consultora le asigna una probabilidad baja (20 %) en tanto el “voto-bolsillo” quedaría en peor situación que en 2021, cuando el oficialismo perdió votos a granel.
El segundo escenario que proyecta la consultora es con el plan “bomba”, al cual también le asigna una baja probabilidad (20 %). En este caso, se trataría de “exigir al máximo la política económica para tratar de estimular la actividad económica y, con esto, las chances electorales”. Implica intentar medidas como las impulsadas en 2015, 2017 y 2021: aumentar el gasto público, con eje en obra pública, usar el tipo de cambio como “ancla” nominal, reducir la tasa de interés y estimular las paritarias. Según PxQ, el peligro es generar una crisis financiera.
Además, señala, este plan depende del espacio (hoy estrecho) que tiene el gobierno para estimular la economía por la vía de financiamiento en pesos del Banco Central al Tesoro y para financiar con reservas las importaciones que requiere estimular la economía. Por lo tanto, advierte, que “el truco electoral de ponerse keynesiano de cara a la elección pierde efectividad”. Aun cuando el oficialismo logre acumular reservas, con la brecha cambiaria en un nivel alto como el actual e impactando en precios, se corre riesgo de que el resultado sea más inflación y más desempleo.
Bajo estas restricciones, se plantea como ineludible un plan de estabilización, al que la consultora lo asocia con “ganar”. A este escenario le otorga un 60 % de probabilidades de implementación. Por un lado, valora los indicadores que el actual equipo logró mejorar en relación al pico de crisis en la corta gestión de Silvina Batakis. La consultora señala que, si bien la posibilidad de reelegir del Frente de Todos sigue lejana, “el cambio en el eje político-económico dentro del FdT con el paso de Massa al ejecutivo aumentó la probabilidad de reelección”.
Para PxQ el escenario de base es que el salario real (es decir, su poder de compra) del sector privado llegue a 2023 en el mismo nivel que cuando Mauricio Macri perdió en 2019 y en el sector informal quede 20 % debajo.
Hasta el momento, los únicos resultados favorables del oficialismo están dados por el crecimiento del PIB y una baja de la desocupación. Esto, en función de las promesas de campaña del FDT (aumentar las jubilaciones con la plata de las Leliq y que vuelva el asado) no parece que alcance para reelegir. Y, afirma PxQ, el problema para la recuperación del salario, no es aumentarlo nominalmente, sino reducir la inflación. La consultora reconoce que no es fácil lograrlo, en particular porque el programa acordado con el FMI es inflacionario. Es decir, el plan estabilización requeriría sentarse a renegociar con el Fondo. Detalles…
Para la consultora PxQ el plan Ganar es el que maximiza las chances electorales del FDT porque reduciría la inflación. No obstante, “El riesgo de este escenario es que el plan de estabilización fracase antes de las elecciones y la crisis entierre al FdT”, explica.
Es interesante lo que ocurre con los escenarios delineados porque se vislumbra una lógica similar a cuando se realizó el acuerdo con el FMI. Los defensores de aquel acuerdo (hasta los más tímidos o los que lo criticaron cuando casi estaba consumado) decían que el acuerdo no era bueno, pero era necesario para evitar el caos económico. Resulta que, a pocos meses de implementado el acuerdo, el caos económico miró a los ojos de Martín Guzmán y luego de Batakis. Finalmente, llegó Massa y logró una estabilidad muy precaria.
Ahora se presenta, de nuevo, como inexorable, como la única vía para bajar la inflación, como el inevitable camino para alejarse del abismo hiperinflacionario, un plan de estabilización que congele precios y los salarios.
De eso no se habla
La inflación terminará el año rondando el 100 %. Se trata de un nivel muy elevado donde se tienden a perder las referencias de precios relativos y esto hace operar a la economía sobre una incertidumbre que afecta todos los planos. No obstante, existen “variables” relativas donde el resultado es claro: en la pelea entre salarios y ganancias, las segundas llevan la delantera.
Esto se expresa en un aumento en la tasa de explotación (en realidad, una aproximación realizada a partir de datos de la Cuenta de Generación del Ingreso del INDEC) que pasó del 109 % en 2017 al 160 % en 2021. Esto implica un salto significativo de la ganancia que obtiene la clase empresaria por cada peso que paga de salario. Visto de otra forma, según estimó el Centro CIFRA, implica una transferencia de U$S70 mil millones, desde la clase trabajadora hacia la clase capitalista que operó en los cuatro años que van desde 2018 a 2021.
Guillermo Wierzba, en un artículo publicado en El Cohete a la Luna, señala que la inflación puede explicarse por la puja distributiva, en particular por el aumento de las ganancias empresarias. Es claro que para explicar la inflación habría que rastrear en varias causas: la estructura económica atrasada del país que en un contexto de escasez de divisas (enorme peso de la deuda y la fuga de capitales mediante) conduce a una presión permanente sobre el tipo de cambio, la suba de precios internacionales de las materias primas, los tarifazos, entre otros; pero no hay dudas que en Argentina “existe una inflación cuya clave dinámica es la recomposición de la tasa de ganancia”, sostiene Wierzba.
Si bien el viceministro Rubinstein afirmó en un hilo de Twitter que “atacando la inercia inflacionaria y procurando una razonable caída de márgenes empresariales, se puede lograr que la inflación real se acerque a la teórica”, los trascendidos de un plan de estabilización indican que el mismo no evitaría un sendero de suba de tarifas y del tipo de cambio, lo cual tiene por efecto desvalorizar el poder de compra del salario y, por ende, mejorar las ganancias.
No hay pruebas, pero tampoco dudas de que el Gobierno dialoga sobre el plan de estabilización con los empresarios, quienes con la escalada inflacionaria de los últimos meses se armaron de un colchón de aumento de precios que les permite mejorar márgenes de ganancias previendo un posible congelamiento.
Esto es muy importante porque el plan de estabilización inexorable, inevitable, en realidad no pone en discusión las ganancias empresarias. De hecho, el congelamiento de precios y salarios implica congelar, cristalizar, el aumento de la tasa de explotación o, como se dijo, visto desde otro ángulo, la transferencia de ingresos que favoreció al gran capital en los últimos años.
Veo el futuro repetir el pasado
El plan de estabilización que estaría preparando el gobierno tiene como antecedentes el Plan Austral y el Plan Primavera, ambos durante el Gobierno de Raúl Alfonsín.
En abril de 1985, Alfonsín declaró una “economía de guerra”: fuertes recortes en el gasto público; congelamiento de vacantes en el sector público; aumento de tarifas y de los precios de combustibles y transportes; detención de la obra pública; y privatización de empresas públicas.
Juan Carlos Torre, en su libro Diario de una temporada en el quinto piso, tal vez uno de los más comentados en el “mundo político” en los últimos tiempos, relata que mientras el 24 de mayo de aquel año hubo una enorme manifestación de la CGT en Plaza de Mayo para pedir por el aumento de salarios, en las oficinas del Ministerio de Economía se preparaba una estrategia antiinflacionaria.
Señala que incluso sus amigos se preguntaban “qué diablos” estaban haciendo con los ajustes que se sucedían. La respuesta: “esos ajustes se hacían buscando un nivel de mejor equilibrio para cuando llegara el momento del freeze, como llamábamos en código a la estrategia de shock”. Las medidas se preparaban en diálogo con José Luis Machinea, quien se encontraba en Washington negociando con el FMI. Paréntesis: ¿qué estuvo haciendo Massa en la capital estadounidense?
Cerrado un acuerdo con el Fondo, en junio de 1985, el ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille, lanzó el Plan Austral, asociado a un ajuste “heterodoxo”, es decir que no seguía los parámetros habituales del liberalismo ni los mandatos de los organismos multilaterales. Sin embargo, el plan recibió, obviamente, un fuerte apoyo del FMI y del Tesoro estadounidense, en tanto el ajuste fue más allá de lo exigido desde Washington.
El Plan Austral, además, consistió en un cambio del signo monetario con una nueva moneda donde un austral sería equivalente a $1.000. A lo que se agregó: el congelamiento de precios; de las tarifas (luego del aumento previamente implementado) y de los salarios; reducción de la tasa de interés; devaluación y luego congelamiento del tipo de cambio; aumento de impuestos de exportación; política fiscal y monetaria estricta.
El plan en principio mostró resultados positivos: la inflación bajó de casi el 700 % en 1985 al 90 % en 1986. Pero, el éxito inicial del Plan Austral no duró mucho. La inflación reapareció al poco tiempo. En 1987 escaló al 131 % y en 1988 al 343 %, a pesar del Plan Primavera, otro plan de estabilización que durante este último año intentó contener la suba de los precios. Los precios escalaron hasta el desborde de 1989 con más de 3.000 % de inflación. Es decir, que los planes de estabilización lejos de evitar el devenir hiperinflacionario, tal el objetivo originalmente enunciado, en realidad lo terminaron precipitando.
Juan Carlos Torre señala una secuencia muy elocuente de cómo se formuló el Plan Primavera. Para neutralizar el riesgo de presiones y concesiones que desvirtuaran el plan, “el equipo económico recurrió a una táctica de negociación clásica: se ató las manos” (pág.478). ¿En qué consistía “atarse las manos”? En acordar primero una serie de medidas con el Banco Mundial (en esos momentos el FMI le estaba soltando la mano a Alfonsín) para luego publicarlas en el Boletín Oficial. Y, a partir de ahí, negociar con los empresarios con límites a las concesiones a entregar.
Según datos copilados en el libro de Historia económica, política y social de la Argentina (pág. 745) de Mario Rapoport, incluso hacia 1986 el poder de compra del salario promedio se recuperó casi 2 puntos porcentuales. Pero nunca recuperó los más de 13 puntos porcentuales perdidos entre 1984 y 1985. No solo eso. Luego se reinició el descenso: desde 1987 hasta 1989, los salarios reales perdieron 23 puntos porcentuales adicionales. Estos datos concentran, tal vez, la audacia de los planes de estabilización: mostrar un respiro frente a una “sociedad” estresada por el desborde de precios, generar la sensación de alivio con una relativa estabilidad, para consolidar, en el mismo acto, pérdidas en una clase social, la trabajadora, en beneficio de los dueños de todo.
Los antecedentes históricos exhiben la necesidad para que la clase trabajadora pelee por recuperar todo lo perdido en términos de poder de compra en los últimos años. La única “estabilización” progresiva es con salarios y jubilaciones que cubran de mínima lo que se necesita para vivir: la Junta Interna de ATE Indec estimó que la canasta familiar a fines de agosto costaba $193 mil. Esto debe unirse a que exista trabajo para todos y todas con la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo. Por su parte, la nacionalizar el comercio exterior en manos de los propios trabajadores permitiría terminar con las especulaciones de los agroexportadores y las maniobras de los importadores. En definitiva, el pueblo trabajador tiene la necesidad de luchar por una reorganización de la economía que en lugar de priorizar la insaciable búsqueda de incrementar sin parar las ganancias se organice en función de las necesidades de las mayorías.
Una primera versión de este artículo fue publicada en El Juguete Rabioso, el newsletter de economía de La Izquierda Diario, el día 13 de octubre de 2022.
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