El exterminio de los pueblos originarios (“esa excrecencia humana”) como obra de la “providencia”. Debates para aportar a una visión crítica del “padre del aula”.
Lunes 11 de septiembre de 2017 09:42
Por estos días ríos de tinta corrieron en las páginas de Clarín, La Nación y otras empresas periodísticas cuestionando a las y los docentes que decidieron combatir la indiferencia y hablar de la desaparición forzada de Santiago Maldonado en las aulas.
En estas semanas se produjeron debates en las escuelas, sanciones y actas por parte de directivos, “bajadas de línea” de la Dirección General de Escuelas planteando que “de eso no se habla” y hasta situaciones en las que la Policía hostigó a un docente por hablar de Maldonado en su clase.
Desde las usinas ideológicas del macrismo se habló insistentemente de “adoctrinamiento” y de “politizar” la escuela. Como si fuera posible desconocer que la escuela es una institución donde la ideología y la política son constituyentes, sea en el lugar que sea y en el momento histórico del que se trate.
El gran Sarmiento
Hace 129 años moría Domingo Faustino Sarmiento. A lo largo y ancho de la Argentina en las escuelas se preparan actos alusivos al denominado “padre del aula”, celebrando a su vez el día del maestro.
El aspecto más reconocible y progresista de Sarmiento fue su avanzada idea sobre la instrucción pública para “educar al soberano”. Una idea opuesta a la del mitrismo, concentrado por el contrario a una “educación superior” destinada a las elites criollas.
Como buen hombre de su época “lo civilizado” era sinónimo de urbano, europeo, sinónimo también de progreso.
La idea sarmientina de la educación primaria obligatoria estaría unida al objetivo estratégico de “combatir la barbarie”. Pero ese combate propuesto por quien fuera presidente de la Nación argentina y gran escritor era a su vez un subproducto de una concepción etnocéntrica de la historia.
¿Qué decía Sarmiento en su obra cumbre Facundo y en infinidad de textos periodísticos sobre los “gauchos”?
“Se nos habla de gauchos… La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esa chusma criolla incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen de seres humanos” (Carta a Bartolomé Mitre, 20 de septiembre de 1861).
A ese desprecio al gaucho se sumaba otro más brutal: legitimador del genocidio colonialista sobre los pueblos originarios. En diferentes ocasiones, antes y después de ejercer la presidencia supuestamente para todos los habitantes del suelo argentino, mostró su odio tanto a la población indígena como hacia los sectores más pobres del país.
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado” (El Nacional, 25 de noviembre de 1876).
Lejos de quedarse en palabras, poco antes había acompañado y justificado el exterminio de la población guaraní en la Guerra del Paraguay. En 1872 le transmitiría sus “dudas” a Mitre sobre la existencia misma del Paraguay: “Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.
Y tampoco ahorraría ilustrados epítetos para las zonas más alejadas de Buenos Aires, cuyo atraso económico y social percibía como algo casi natural. “Son pobres satélites que esperan saber quién ha triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del Estero y San Luís son piltrafas políticas, provincias que no tienen ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son las entidades más pobres que existen en la tierra” (El Nacional, 9 de octubre de 1857).
¿Gloria y loor? ¿Honra sin par?
Algunas de las lecturas más “polémicas” de Sarmiento se conocen y se debaten poco en las escuelas.
De no ser así, la categoría de prócer asignada a Sarmiento desde hace mucho tiempo estaría más que cuestionada.
Llamarlo “padre del aula” destacando su rol progresista en la búsqueda de la universalización de la educación primaria tiene un efecto colateral del que poco hablan quienes profesan la historiografía: en nuestra educación oficial no existen próceres originarios junto a las láminas de San Martín, Belgrano o Moreno. A lo largo de los siglos ni siquiera los valientes luchadores contra la exterminadora “Campaña del Desierto” roquista fueron merecedores de una calle, una plaza, un pueblo o tan solo una estampa e un billete de dos pesos.
Hace más de cuarenta años el periodista y escritor Rodolfo Walsh afirmaba que “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. Si en lugar de “trabajadores” se pusiera “pueblos originarios”, la conclusión sería la misma.
Las trabajadoras y los trabajadores de la educación que hoy llevan a sus aulas la reflexión profunda sobre la desaparición forzada de Santiago Maldonado y el contexto de lucha originaria en el que ésta se produjo, no están haciendo otra cosa que aportar a la construcción de una historia y una “doctrina” en favor de quienes desde hace siglos vienen siendo silenciados con el fusil, la espada, la pluma y la palabra.