Con Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar, Joseph Stiglitz elabora un manifiesto para “salvar al capitalismo de sí mismo”. Describe la creciente desigualdad centrándose en EE. UU., y hace una autocrítica por no ayudar a los perdedores de la globalización. La actual crisis vuelve a dejar al desnudo la irracionalidad de un sistema que carece de rostro humano.
El último libro de Joseph Stiglitz, premio nobel de Economía, Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar (2019) realiza un diagnóstico duro sobre la situación de muchos países centrales y en particular sobre Estados Unidos donde aumentó la desigualdad, hubo un estancamiento de ingresos y salarios y se esfumó el “sueño americano”.
Stiglitz fue mentor del ministro de Economía argentino, Martín Guzmán, con quien trabajó en la Universidad de Columbia. El premio nobel y Guzmán también escribieron varios artículos juntos, y después del nombramiento del argentino, Stiglitz escribió un artículo de opinión elogiando a su ex discípulo.
El autor presenta una plataforma, para cambiar el rumbo y afirma que “antes que una reforma económica habrá que hacer una reforma política” [1]. Para el economista, “no es demasiado tarde para salvar al capitalismo de sí mismo” [2].
El libro fue escrito previo a la crisis que atraviesa el mundo ante la expansión del coronavirus a escala global con consecuencias que aún se desconoce su plazo y su profundidad, pero que los analistas comparan la catástrofe a niveles similares a la crisis del 1929. El capitalismo una vez más muestra su descomposición con miles de muertos, con servicios de salud vaciados por los recortes y despidos.
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Viejas recetas para preservar el capitalismo
Stiglitz presentó a comienzo de año en la reunión anual en Davos (donde los millonarios del mundo esperan encontrar una salida capitalista a los problemas globales) sus ideas sobre un “capitalismo progresista” en sintonía con la tesis de su libro.
Tras el foro el economista escribió un artículo donde afirmó que “la discusión en Davos este año puede ser parte de un movimiento en la dirección correcta, pero si los líderes verdaderamente hablan en serio, necesitamos ver alguna prueba: corporaciones que paguen impuestos y salarios dignos, para empezar, y que respeten –y hasta defiendan– las regulaciones gubernamentales para proteger nuestra salud, nuestra seguridad, nuestros trabajadores y el medio ambiente” [3].
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El economista dice que “unos pocos líderes empresarios también reconocieron que nuestros padecimientos económicos y sociales no se curarán solos”. ¿A qué capitalista le habla el premio Nobel? De cara al foro de Davos Oxfam publicó un informe que revela que los 2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (un 60 % de la población mundial). Este año el tema central de la cumbre fue “un mundo cohesionado y sostenible” donde hubo presentaciones sobre el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, así como facilitar el debate sobre tecnología y gobernanza empresarial. Lo cierto es que desde hace medio siglo, en este foro se reúnen políticos, empresarios para buscar soluciones a problemas globales, pero son puro show y no se tomaron medidas seriamente.
Sus declaraciones son ideas recicladas para limitar los efectos de este sistema basado en la apropiación privada de las ganancias y la socialización de las pérdidas. Un capitalismo progresista es un oxímoron, sin quitar el poder del Estado a la clase capitalista, avanzarán con más reformas para exprimir aún más a la clase trabajadora.
La decadencia de la globalización
El libro de Joseph Stiglitz tiene dos partes. Una llamada “Perdiendo el rumbo” donde describe la economía norteamericana, el poder de mercado, las finanzas y la crisis estadounidense, y el rol de las nuevas tecnologías.
Y una segunda parte denominada “Reconstruyendo la política y la economía estadounidenses: la vía hacia adelante” un conjunto de medidas y una plataforma que según el autor “puede servir como un consenso para un Partido Demócrata renovado” [4]. Se recuerda que este año hay elecciones en Estados Unidos (por los efectos de la pandemia habrá que ver cómo se desarrollan) y el autor del libro es crítico de las políticas de Trump.
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El autor advierte que la economía en Estados Unidos se ralentizó en torno 1980, el aumento de ingresos se frenó y en muchos casos decayó. Entre 1947 y 1980 el país del norte creció a una tasa anual del 3,7 %, pero desde 1980 a 2017, el promedio de crecimiento fue de 2,7 %. Representa una baja de aproximadamente un 30 %.
La crisis del 2008 dejó en evidencia que parte del crecimiento de los años anteriores “no era sostenible” [5]. Stiglitz explica que “la crisis financiera de 2008 demostró que nuestra aparente prosperidad era un castillo de naipes, o más exactamente, una montaña de deudas” [6].
La desigualdad también empeoró. El economista señala que la cuota del factor trabajo, se podría decir la porción de los ingresos que se llevan los trabajadores (excluye directivos y banqueros) descendió de un 75 % en 1980 a un 60 % en 2019, es decir una caída del 15 % en treinta años (estimado por distribución funcional del ingreso) [7]. En sentido contrario, el 10 % de la cúpula, el 1 % en la cima y hasta el 0,1 % aún más arriba, están quedándose con una porción cada vez mayor de la torta nacional. Ese 1 % duplicó y el 0,1 % subió casi cuatro veces en los últimos cuarenta años [8].
Los salarios perdieron su poder adquisitivo, la recomposición salarial fue insuficiente y los salarios están en el mismo nivel que estaban hace sesenta años. El autor sostiene que los ingresos totales de EE. UU., el PIB per cápita, se duplicaron en el mismo período, mientras la productividad de los trabajadores estadounidenses subió siete veces en dicho plazo. Entre mediados de los años setenta y mediados de los ochenta hubo un quiebre, antes de ese período la remuneración subía a la par de la productividad, pero después se abrió una brecha, y los salarios subieron menos de una quinta parte del incremento en la productividad, “lo cual significa que una porción mayor está yendo a manos de alguien que no son los trabajadores” [9], se pregunta Stiglitz.
El economista también da cuenta de la desigualdad de salarios entre los trabajadores, e indica que los salarios de la mujer equivalen a un 83 % al de los varones, el de los hombres negros es un 73 % del salario de los trabajadores blancos, y el de los hispanos un 69 % del sueldo que perciben los blancos. Para Stiglitz
… los auténticos problemas en Estados Unidos son […] de nuestra propia cosecha: muy poca inversión en la gente, las infraestructuras y la tecnología; demasiada fe en la capacidad de los mercados para solucionar todos nuestros problemas, muy poca regulación donde se requiere, combinada en ocasiones con exceso de regulaciones donde no son necesarias. El espectáculo diario de Trump nos distrae de aplicarnos en estos asuntos más profundos e importantes [10].
El autor afirma que la globalización ocupa el lugar central en la crisis económica de Estados Unidos y reconoce que los trabajadores estadounidenses fueron perjudicados, en especial los no calificados, y que vieron descender sus salarios. Stiglitz confiesa “nosotros, como país, no hicimos lo que debíamos para ayudar a aquellos a quienes la globalización estaba perjudicando”.
El premio nobel cuestiona tanto las posiciones que sostienen que los “malos” acuerdos comerciales generaron la pérdida de empleos industriales, como aquellos defensores de la globalización que niegan el deterioro de un sector de la población que vio estancarse o disminuir sus ingresos. Según Stiglitz, “el peso real de la culpa debería, con todo, recaer en nosotros mismos: hemos administrado mal las consecuencias tanto de la globalización como del progreso tecnológico” [11].
El economista también es crítico sobre el rescate “en extremo generoso” a los bancos en la crisis de 2008 donde no se les exigió ninguna responsabilidad por la crisis que generaron, mientras millones de familias perdieron su vivienda. El autor advierte que el Gobierno podría haber exigido que utilizaran los rescates para ayudar a los propietarios de viviendas y pequeñas empresas y no para pagar las bonificaciones de los banqueros. Luego cuando la economía comenzó a crecer, Stiglitz sostiene que el 91 % del crecimiento fue a manos del 1 % en la cima de la pirámide. La descripción de Stiglitz es sombría sobre el rumbo de los últimos años, pero considera que es posible una globalización alternativa y una agenda progresista es su propuesta.
¿Una vía hacia delante?
La segunda parte del libro contiene los ejes que Stiglitz considera vitales para modificar la situación en la que se encuentra Estados Unidos. Los capítulos son la restauración de la democracia, recuperación de una economía dinámica con empleo y oportunidades para todos, una vida decente para todos y la regeneración de Estados Unidos.
El autor es crítico de la reforma tributaria que llevó adelante Trump en 2017 y benefició a las empresas. Stiglitz considera que además de derogar dicha norma hay que aumentar los impuestos a las corporaciones que no inviertan en Estados Unidos, a las transacciones financieras, crear empleos y gastar parte de los ingresos tributarios en mayor infraestructura e inversiones en tecnología y ciencia. La inversión de las empresas no es lo que abunda, incluso su debilidad es uno de los ejes que explican el estancamiento de largo plazo luego de la crisis de 2008, como explicó en varias ocasiones la economista Paula Bach.
Stiglitz sugiere que sería efectivo que los sectores más jóvenes que quieren participar en política, y les preocupa temas como los derechos de género, oportunidades económicas, el medioambiente, vivienda, control de armas trabajen en conjunto, y si se da una alianza entre estos movimientos el Partido Demócrata debería “reinventarse como la voz de una alianza de esa índole” [12] .
En la campaña electoral, previa al estallido de la pandemia en Estados Unidos, quedó en evidencia que el Partido Demócrata hizo todo lo posible para encontrar y fortalecer un candidato moderado, Joe Biden. Finalmente Bernie Sanders, cuya candidatura es apoyada por un sector de la juventud, se bajó de la interna demócrata dejando el camino libre al ex vicepresidente de Obama. Para el autor “el único poder de auténtico contrapeso es el de la gente, el poder de las urnas” [13].
Lejos está de “reinventarse” el Partido Demócrata como sugiere Stiglitz. Recientemente republicanos y demócratas negociaron un paquete de “estímulo” de 2,2 billones de dólares, donde los sectores más beneficiados son las grandes empresas, aerolíneas, y se entrega una leve ayuda para las familias y trabajadores. Se otorgará un cheque por 1.200 dólares por contribuyente y 500 más por hijo menor de 17 años y se triplica el seguro de desempleo con más duración, pero son sumas insuficientes para poder afrontar los gastos de salud en caso de enfermarse y no alcanza para llegar a fin de mes a las familias. Sin embargo, el economista en un artículo del diario El Paísafirmó que “hizo falta la acción decidida del Partido Demócrata para sacar una ley que en los hechos será la probable salvación de la economía”. Una declaración optimista. Por su parte, el economista Michael Roberts advierte que estas medidas no evitarán la depresión y son insuficientes para impulsar el crecimiento en la mayoría de los países el siguiente año.
Al igual que en la crisis del 2008, donde Stiglitz critica el accionar del Gobierno, ambos partidos priorizan una vez más salvar al gran capital ante una nueva catástrofe.
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El capitalismo es enemigo del progreso de las mayorías trabajadoras
Las propuestas de Stiglitz para salvar al capitalismo incluyen que los trabajadores deben tener más poder de negociación que se redujo en los últimos años, evitar los esquemas de explotación, administrar la globalización, cobrar impuestos de manera progresiva y adelantar políticas efectivas de redistribución, a través del gasto público en educación o salud, infraestructura, entre otros.
Sobre la educación el autor denuncia el endeudamiento de los jóvenes y las familias, y su propuesta es que haya créditos estudiantiles provistos por el Estado, incentivos a los Estados para que igualen fondos entre los sectores más ricos y pobres.
Sobre el acceso universal a la atención médica Stiglitz propone restaurar el mandato y los subsidios públicos con la opción pública; o el sistema de pagador único donde el Gobierno otorga la asistencia sanitaria para todos [14].
Un paquete de medidas tímido ante la situación de Estados Unidos de aumento de trabajo precario, la falta de acceso a la salud, y la desigualdad como describe el autor. El aumento progresivo de impuestos se aplicó en Estados Unidos, pero no fue en cualquier situación, sino luego de la crisis de 1929 y se mantuvo en los años previos a la guerra. Los empresarios aceptaron pagar más impuestos ante una situación extraordinaria, pero luego con la ofensiva neoliberal comenzó la reducción.
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Sobre la mayor regulación que sostiene Stiglitz que hay que establecer para que “los mercados funcionen como deberían” hay que señalar que en las últimas décadas los mismos capitalistas presionaron y los “reguladores” eliminaron regulaciones. Por ejemplo, en cuanto a los bancos, durante el New Deal en Estados Unidos, se estableció la ley Glass-Steagall que separaba la banca de depósito de la banca de inversión ligada a la bolsa. La reglamentación siguió rigiendo durante el boom de la segunda posguerra mundial, pero durante el neoliberalismo “las necesidades de “valorización” ficticia del capital fueron acompañadas por la progresiva eliminación de todas las regulaciones, cuya máxima expresión fue la anulación de la ley Glass-Steagall en 1999 bajo gobierno de Bill Clinton y tras una petición específica del Citibank” [15].
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El “pacto socialdemócrata” que añora Stiglitz solo se concretó cuando existía la amenaza real de expropiación de la burguesía (aunque de manera deformada por la burocracia estalinista en los estados obreros burocratizados). Cuando se agotó el boom económico de posguerra, con las derrotas y desvíos del ascenso mundial que comenzó a fines de los años ’60, la ofensiva neoliberal significó un avance sobre la clase trabajadora, se desmantelaron las instancias más de conciliación para restablecer la ganancia e incrementar la apropiación del excedente por los capitalistas.
El diario Financial Times publicó es sus páginas que se necesitan medidas radicales ante la crisis actual, es decir el capital está dispuesto a aceptar reformas para preservar el orden social. Branko Milanovic, economista serbo-estadounidense, en declaraciones al periodista Alejandro Bercovich afirmó: "los ricos deberían darse cuenta de que no solo están pagando para compensar a los pobres por los ingresos que pierden, sino que también están pagando para evitar un colapso social. ¿Podrá más el miedo y eso empujar a favor de que algunas ideas de este economista heterodoxo se adopten? Dependerá del desarrollo de la lucha de clases y las crisis político-sociales que deje la pandemia, pero si de la clase dominante depende esto ocurrirá solo en la medida que sea estrictamente inevitable.
La única salida progresista vendrá de la clase trabajadora y los sectores populares. Como afirma Trotsky en el Programa de Transición “si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra que morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista”.
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