Reproducimos las palabras de despedida y a modo de homenaje, del editor de La Izquierda Diario, Eduardo Castilla, a su camarada y amigo Jorge "Turco" Sobrado, militante del PTS, recientemente fallecido.
Miércoles 1ro de marzo de 2023 09:24
Foto: Jorge "Turco" Sobrado, por Luigi Morris.
Conocí a Jorge "Turco" Sobrado hace casi veinte años, en el 2004. Si los recuerdos no engañan, por esa época él entraba al PTS. No lo había visto nunca, pero cuando me senté al primer café ya conocía su "leyenda". Él había resistido la cruel brutalidad de la dictadura genocida. Llevaba en el cuerpo la crudeza de la tortura y estaba ahí para "contarla". Pero, sobre todo, era un "trosko" como nosotros. Un convencido de que la revolución no es un sueño eterno, sino un horizonte de lucha. Eso no era poco.
De ese primer encuentro guardo un recuerdo claro: la impaciencia revolucionaria del Turco. Sentado en la mesa de un barcito cordobés, nos contaba acelerado cómo lo habían torturado. Transmitía la urgencia de construir un partido revolucionario. Entre pucho y pucho, agitaba las manos para decirnos que no había tiempo que perder.
Esa sensación volvió en el tiempo en el que vivimos juntos, años después. Él te hablaba desde el dolor en los huesos, parido en un centro clandestino de detención. Desde la dentadura que perdió en las torturas ordenadas por el genocida Menéndez. Desde los errores políticos que lo habían depositado en Campo de la Ribera.
Chocamos algunas veces. Era lógico que ocurriera. Él llevaba en la piel una época que no perdonaba las demoras y las pérdidas de tiempo. Nosotros (o yo) vivíamos un tiempo -y un espacio- donde parecía que nuestra militancia tenía escasa incidencia. Éramos dos generaciones hablando de la revolución en registros distintos. Él te hablaba como si fuera el Cordobazo todos los días. Como si tuvieras una responsabilidad histórica que estaba a punto de probarse en ese momento. Esa pasión llena de impaciencia era su motor.
En esa impaciencia revolucionaria estaba su mayor virtud. Vivía en estado de entusiasmo permanente y lo contagiaba. O lo imponía. ¿Cómo decirle que no a un tipo que llevaba esa carga histórica encima? En esa impaciencia había una fuente de moral militante para ayudar a afrontar los desafíos cotidianos. El Turco era un optimista permanente. Pero no uno bobo, que "confía" en el ciego desarrollo de los acontecimientos hacia la izquierda. Era un apasionado de la voluntad política, del hacer, del no quedarse esperando "las circunstancias favorables".
Posiblemente, esa pasión llena de impaciencia fuera también su mayor debilidad. El Turco no sabía esperar. No soportaba lo que veía como "demoras" o "pérdidas de tiempo". Y de ese malestar surgían, muchas veces, la frustración y el enojo. En su optimismo permanente olvidaba, algunas veces, que las circunstancias existen y no pueden pasarse por encima a fuerza de voluntad pura. Por más fuerte que esa voluntad se sienta.
Hoy se nos fue. Un poco de golpe. Sin tiempo para una despedida. Sin tiempo para agradecerle aquellos años en que nos martillaba la cabeza con su impaciencia apasionada. Porque, aun con sus defectos, nos enseñó que el tiempo de los revolucionarios y las revolucionarias es demasiado valioso para ser derrochado. Es demasiado importante para "perderlo". Porque la historia no espera. Y la lucha de clases tampoco. Y cuando llegan los grandes combates hay que estar listo.
Hasta siempre querido Turco. Hasta que la clase obrera y el pueblo pobre hagan mierda este mundo poblado de injusticias. Hasta el socialismo.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.