La Masacre de Pacheco pretendía dejar un mensaje bien claro en el movimiento obrero. Investigamos sobre las causas que generaron este ataque de la Triple A, el primero en su género.
Claudia Ferri @clau.ferriok
Sábado 29 de mayo de 2021 18:45
Ilustración: Ana Laura Caruso
Nada volvería a ser igual en el Talar, General Pacheco, después de la madrugada del 30 de mayo del 1974. A las 00:30 horas cinco automóviles rodearon la esquina de Brasil y Belgrano e ingresaron al local partidario que el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) tenía en la zona. Entre 15 y 20 personas armadas, vestidos con camperas de cuero y con un brazalete de color claro que los identificaba entre sí, ingresaron forzando la puerta de entrada y saltando por los techos mientras se encontraban varios militantes en el lugar, algunos terminando reuniones y otros de guardia.
Los culata -que se comunicaban por radio transmisores- se abrieron paso con más de cien disparos. Golpearon a quienes estaban adentro, quemaron ropa, colchones y se llevaron máquinas de escribir y un mimeógrafo. Pero no sólo eso, secuestraron a seis militantes: tres mujeres y tres hombres. Y mientras que las primeras fueron liberadas unas horas más tarde, los tres militantes socialistas fueron acribillados. Sus cuerpos aparecieron en un descampado de Pilar rodeados de casquillos y cápsulas de calibre 9 y 11.25. El local quedó destrozado y fue incendiado. Fueron los vecinos del barrio los que apagaron el fuego y lograron sacar algunas cosas cuando la banda se escapó de la zona.
Las víctimas fueron Oscar Dalmasio Meza, Antonio Moses y Mario Zidda. “Hijitus”, “toni” y “el tano” para los amigos y compañeros. Ninguno superaba los 27 años.
Nada fue al azar. Tanto el accionar violento en el local como la puesta en escena de los cuerpos tenían el objetivo de dejar un mensaje bien claro. Por eso es necesario tener algunos factores en cuenta para entender la naturaleza de esta masacre.
En primer lugar, se cumplían exactamente cinco años del levantamiento popular conocido como Cordobazo. Esto no es un dato menor si se tiene en cuenta que, por un lado, abrió una nueva y dinámica etapa en Argentina protagonizada por jóvenes estudiantes y trabajadores que empezaron a cuestionar todo; hablaban de revoluciones y discutían como superar al sistema capitalista.
Por otro lado, aunque muchas veces el Cordobazo fue reivindicado y utilizado por el peronismo, contrariamente a lo que era su política, porque en la práctica fue una acción independiente de las masas. Esto implicó -por ejemplo- que el proceso no centre su tensión en la vuelta de Perón sino en la idea de “luchar por un gobierno obrero y popular”. Por eso, que hayan dado un golpe en Pacheco en esta fecha no tiene nada de casual porque atacaron a un partido trotskista que justamente apuntaba a fortalecer la independencia política de los trabajadores.
En segundo lugar, era la primera vez que una banda paraestatal ingresaba a un local partidario legal de la forma en que lo hizo. Un ataque en toda su línea. Pero el hecho no sólo fue contra la izquierda sino contra el movimiento obrero de conjunto, particularmente contra una vanguardia en el gremio de los metalúrgicos que estaba ganando mucho terreno en la zona norte del Gran Buenos Aires. Una historia poco conocida y a la vez importantísima para reconstruir esta historia.
El móvil de la masacre
“La triple A podría haber puesto los fierros, los elementos y los lúmpenes pero el objetivo era pegar ahí porque porque en el local de Pacheco se concentraba la parte más obrera y metalúrgica. Nosotros teníamos una lista, que se llamaba la lista gris, que de haberla dejado competir hubiéramos afanado”. Comenta “Chiquito” Moya, dirigente metalúrgico del PST de aquellos años en Pacheco, en una entrevista realizada hace algunos años. [1]
A comienzos de los 70, con la dictadura de Onganía & cía ya resquebrajándose, surgieron comisiones internas y cuerpos de delegados en los lugares de trabajo que se convirtieron en una especie de contrapoder fabril porque aunque peleaban por mejores condiciones económicas, empezaron a cuestionar el control del trabajo de los empresarios. A la vez confrontaron con la vieja dirigencia sindical, desgastada y desprestigiada, que hacía causa común con los patrones y había negociado por años con los militares.
El triunfo presidencial de Cámpora en 1973, en lugar de calmar las aguas, generó un efecto contagio en fábricas de todo el país. Pequeños, medianos, grandes: en todos los establecimientos surgían activistas combativos con ganas de organizarse. El cordón industrial del era un hervidero. Un análisis detallado de este interesante proceso pueden encontrarlo en el libro Insurgencia Obrera de Rith Werner y Facundo Aguirre.
Los locales que el PST tenía en Pacheco y Beccar se convirtieron en centros de encuentro de trabajadores de distintas industrias que se acercaban para debatir, intercambiar y pedir apoyo para sus luchas. El partido dirigido por Nahuel Moreno comenzó a impulsar la formación de agrupaciones sindicales antiburocráticas y apuntó a construirse en metalúrgicos, un gremio falsamente catalogado como “peronista desde siempre” porque de hecho corrientes de izquierda tuvieron importante influencia en distintos momentos de su historia. Los trotskistas por ejemplo habían intervenido activamente en la combativa huelga de 1956 que duró seis semanas.
Todo esto le daba una particularidad a la UOM porque mantenía como herencia de esas épocas ciertos espacios de democracia sindical como las asambleas, órganos de resolución colectiva. Si bien se habían reducido con el creciente control de la burocracia del Lobo Vandor, Rucci y Lorenzo Miguel, fueron aprovechados por la izquierda para intervenir activamente en el gremio y allí surgieron activistas combativos, transformados luego en referentes. Uno de ellos fue Arturo Apaza, dirigente de la autopartista Del Carlo que la empresa quiso despedir a fines de 1973 y fue tal el revuelo en la fábrica que terminó con una huelga en enero con toma de rehenes de los ejecutivos y dueños.
“Nosotros nos juntábamos en el local de la UOM, en Munro, el viejo local no se si estará ahí todavía. Y se hacían los famosos congresos de delegados. En el gremio había un salón, como un cine, muy grande. Entraríamos unos 300 tipos” dice Moya y agrega “nosotros íbamos, no nos podían impedir la entrada porque eran mandatos de base”.
El 12 de marzo de 1974 iban a ser las elecciones en el sindicato y los aires estaban caldeados. El Pacto Social peronista había erosionado el poder de la dirigencia en las bases, sobre todo entre los jóvenes, pero se sostenían gracias al fuerte apoyo de Perón.
El PST impulsó en la seccional de Vicente López una lista clasista, antiburocrática y antipatronal para competir en esas elecciones. Hicieron en febrero dos plenarios generales donde participaron representantes de 19 importantes fábricas de la zona y más de 130 delegados con dos ejes claros: contra el Pacto Social y por democracia sindical. Así se formaría la Lista Gris donde además tendría participación aunque en menor proporción el PRT, Política Obrera, el maoísmo y activistas. La Juventud Trabajadora Peronista (JTP) participó de las discusiones pero su límite era el Pacto Social, porque no querían romper con su líder.
La seccional había estado bajo control de Victorio Calabró por más de una década y cuando asumió como vicegobernador bonaerense quedó reemplazándolo su lacayo Gregorio Minguito. Sin embargo, para las elecciones debió presentarse como cabeza de lista Calabró (incluso siendo ya gobernador) para retener los votos.
Es importante tener en cuenta que la burocracia de Miguel ya sabía que en Villa Constitución iban a perder las elecciones programadas para marzo por eso las suspendieron y esto llevó a una huelga enorme que los forzó a hacerlas finalmente en el mes de noviembre. Entonces, perder otro polo industrial clave como el de Vicente López hubiese sido para ellos realmente catastrófico. Por eso hizo lo imposible para que la lista Gris no se presente.
En el plano legal el gremio dispuso que sólo podían integrar listas delegados con más de 5 años de antigüedad, limitando la participación de muchos. En otro plano, atacaron a esta vanguardia obrera. En importantes fábricas como CORMASA, CORNI, TENSA hay registros de tiroteos en los portones de entrada y de amenazas reiteradas a militantes socialistas.
Llegamos a Mayo de 1974
“El 1 de Mayo de 1974 Perón echó a los Montos de la Plaza de Mayo, le da un espaldarazo a la burocracia sindical y a la derecha del peronismo, es decir vía libre para la Triple A” cuenta el dirigente del PTS José Montes quien en aquel momento era un joven militante que hizo guardia en el local de Pacheco la noche anterior a la masacre.
Perón había llegado a su tercer gobierno para desviar el proceso revolucionario abierto y a pesar de la incomodidad de los “progres”, fue quien avaló esta escalada represiva siendo mayo de 1974 un mes decisivo. Pero todo empezó mucho antes. El famoso “documento reservado” que llamó a erradicar a los infiltrados del movimiento y llevó a la creación de la Triple A, la sanción de la Ley de Asociaciones Profesionales que le daba mucho poder a los dirigentes sindicales, la reforma al código penal que criminalizaba las luchas, el apoyo al golpe policial cordobés conocido como Navarrazo. Por eso aunque Perón oscilaba desde el exilio entre la izquierda y la derecha de su movimiento, eligió al segundo para gobernar. Y dio vía libre a la intervención de bandas armadas.
La Triple A junto a otras organizaciones de la derecha peronista conformaron grupos de tarea que estaban integrados por culatas de la burocracia, ex policías y militares. Aunque su accionar comenzó a fines de 1973, sería a partir de mayo del año siguiente que los secuestros y acciones violentas se incrementarían en proporción. Y la masacre de Pacheco se dio en este contexto.
El 7 de mayo, una semana después del acto de Perón en la Plaza, fue asesinado Inocencio “Indio” Fernández de un itakazo y su cuerpo apareció en Campana calcinado. Un antecedente directo de lo que vendría después. Era subdelegado metalúrgico de CORNI-CORMASA, la fábrica más grande de Pacheco. Había sido peronista pero rompió y comenzó a militar en el PST. Nunca encontraron a los culpables aunque se decía que el autor probablemente había sido un delegado de la UOM de la misma empresa, vecino, que había perdido la interna y le tenía mucha bronca.
Al mismo tiempo se dio una seguidilla de ataques a locales del PST. El local de Beccar fue atentado en seis oportunidades y la misma noche de la masacre fueron incendiados los locales de Mar del Plata y Córdoba. No hay que olvidarse que el PST peleó para la independencia de clase frente a Perón y además había peleado por la formación de una coordinadora nacional en el gran plenario Antiburocrático de Villa Constitución. El mensaje sin dudas era contra la vanguardia y contra quienes la organizaban. Y los tres asesinados en Pacheco aquella noche eran parte de todo esto, estaban dedicando su vida para cambiar las cosas.
“El tano” era dirigente estudiantil de la Técnica 1 de Tigre y participaba de una coordinadora estudiantil. Apasionado, sentía una gran indignación por las injusticias. Mientras que los otros dos eran metalúrgicos. “Tony” trabajaba en Wobron. Según Montes “todos los que formábamos los equipos de guardia estábamos seguros que ‘Tony’ se había ‘cargado’ un facho, por eso se ensañaron con él. Era un compañero que se la re bancaba”. E “Hijitus” trabajaba en Astarsa desde muy chiquito, se había formado en la escuela que tenían allí. “Era un tipo muy querible. Durante años, y mirá que hubo muertos, todos los 29 de mayo iba una delegación de compañeros a Corrientes. Viajaba uno o dos proles para poner unas flores en la tumba” cuenta Moya.
La masacre de Pacheco tuvo enorme repercusión a nivel nacional. Quedaba al descubierto el accionar de bandas paraestatales de una forma novedosa y brutal. Al día siguiente se realizó un acto de más de cinco mil personas en el local central que el PST tenía en la porteña calle 24 de noviembre. Allí habló Moreno que llamó a formar comités de autodefensa pero lamentablemente no fue una política que se sostuvo en el tiempo. También hablaron todas las tendencias políticas, incluido Montoneros, y es recordada la intervención del diputado Rodolfo Ortega Peña: “señalo al responsable directo de esta política que ha abandonado las pautas programáticas, que ha dejado de ser peronista, y que es el general Perón”. Más tarde en una entrevista en Avanzada Socialista dijo que la Masacre de Pacheco parecía dirigida a “escarmentar, a intimidar, a producir muertes ejemplificadoras para evitar el desarrollo de este trabajo en la clase” y llamó a “coordinar todos los sectores que se den una política antiburocrática, anticapitalista y que tratan de enfrentar al Pacto Social” (AS núm. 108). Estas declaraciones “lo sentenciaron” a muerte en manos de la Triple A dos meses después.
El único miembro de la patota que pudo ser reconocido por una de las militantes secuestradas fue Julio Yessi. Dirigente de la Jotaperra y mano derecha de López Rega. Aunque fue condenado y estuvo preso un tiempo por este hecho y por asociación ilícita -como integrante de la Triple A- hoy a sus 82 años disfruta de las comodidades de su casa en Banfield porque increiblemente fue absuelto. “Algo habré hecho que molestó al sistema, pero no sé bien qué” dijo cínicamente en una entrevista que publicó la Revista Noticias hace dos años.
La masacre de Pacheco no puede ni debe ser una causa más archivada. Hoy más que nunca es necesario recordar esta historia y la de miles de militantes que fueron asesinados primero por un gobierno constitucional y luego, a gran escala, por la dictadura militar para sacar lecciones que sirvan en el futuro que se avecina. Los 30 de mayo suele realizarse un acto en las viejas puertas del local donde hace poco pusieron una placa conmemorativa. Otra placa en la Plaza del Talar también recuerda a los tres militantes y su lucha. Tradiciones de nuestro movimiento obrero y de la izquierda que deberíamos redescubrir.
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[1] Carlos “Chiquito” Moya fue dirigente obrero del PST y luego del MAS. Durante el ascenso revolucionario trabajo en la metalúrgica Buffalo que realizaba parabrisas.
Claudia Ferri
Historiadora, UBA. Columnista de la sección Historia de La Izquierda diario.