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Elecciones EE. UU.. La política derechista del Partido demócrata le abrió la puerta a Trump

Al intentar acomodarse a los “nuevos intereses” del electorado ayudan a correr la agenda a la derecha allanando el camino a Trump y la extrema derecha. Necesitamos una alternativa independiente de la clase trabajadora.

Domingo 3 de noviembre 16:00

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El presente artículo fue publicado originalmente en inglés en el sitio Left Voice, parte de la Red Internacional La Izquierda Diario en Estados Unidos.


El momento populista de los demócratas terminó. Cuatro años después de que el entonces candidato Joe Biden prometiera asistencia sanitaria pública, leyes a favor de los sindicatos y un salario mínimo de 15 dólares, la legalización del derecho al aborto, la matrícula gratuita en la universidad y el fin del muro fronterizo del presidente Trump, Kamala Harris se presenta con una plataforma xenófoba, antiinmigrante y del lado de las empresas. La administración Biden-Harris no solo no cumplió todas estas promesas, sino que allanó el camino para las fuerzas reaccionarias que Harris pretende derrotar el 5 de noviembre. El impulso inicial generado por la campaña de Harris-Walz defiende el statu quo desde la derecha, con escaso rechazo -y en algunos casos apoyo a ultranza- de los sectores izquierdistas del partido.

Promesas progresistas incumplidas

Ante la presión de los progresistas y de candidatos insurgentes como Bernie Sanders, las campañas tanto de Hillary Clinton en 2016 como de Joe Biden en 2020 se vieron obligadas a hacer varias concesiones a la izquierda. Clinton prometió opciones universitarias gratuitas, por ejemplo, y Biden llegó a prometer un salario mínimo de 15 dólares y salud pública. En las primarias presidenciales demócratas de 2020, algunos candidatos fueron incluso más lejos: Harris propuso prohibir el fracking (de lo que ahora se ha retractado), Pete Buttigieg quería abolir el colegio electoral, y la mayoría de los candidatos apoyaron dar asistencia sanitaria a los inmigrantes indocumentados.

Las elecciones de 2016 y 2020 obligaron al establishment del Partido Demócrata a contar con dos fuerzas sociales emergentes opuestas tras la crisis económica de 2008 y las consecuencias materiales de la erosión de la dominación imperialista estadounidense en la escena mundial. Desde la derecha, encarnada en el ascenso de Donald Trump y su MAGA, esto tomó forma como una agrupación mixta de las clases trabajadoras y medias cuyas condiciones de vida se volvieron más precarias y el "sueño americano" cada vez más fuera lejos.

Desilusionado con el régimen bipartidista y su defensa de la globalización, este sector acepta, en diversos grados, el panorama pintado por los políticos de extrema derecha que culpan a la inmigración, los derechos sociales de los grupos oprimidos, la intervención extranjera y la regulación estatal de los males de la sociedad, y en su lugar plantean un programa virulentamente nacionalista de "América First" (EE.UU. primero). Esta coalición está ganando cada vez más el apoyo de sectores de la burguesía: mientras que los votantes blancos con educación universitaria se inclinan cada vez más hacia los demócratas, muchos capitalistas tecnológicos y financieros, así como de los sectores inmobiliario, minero y energético, se vuelcan hacia Trump.

Desde la izquierda, el Partido Demócrata se enfrentó a divisiones dentro de sus propias filas frente a progresistas como Sanders, que dieron voz a las aspiraciones de una generación política escéptica del capitalismo y moldeada por procesos sociales como Occupy Wall Street y Black Lives Matter, así como por los devastadores efectos del cambio climático. Estos sectores tuvieron una influencia significativa en un nuevo movimiento obrero que alcanzó nuevos niveles de combatividad tras la pandemia, no sólo organizándose en sus lugares de trabajo para mejorar sus condiciones, sino planteando demandas para cambiar el carácter profundamente antiobrero de las instituciones estadounidenses. Sanders, y posteriormente figuras como Alexandra Ocasio-Cortez (AOC), saltaron a la fama ofreciendo promesas populistas de salud pública y regulación de las grandes empresas para financiar programas de bienestar social que iban en contra de la lógica del neoliberalismo clásico.

Ambos fenómenos representaban un problema creciente para el Partido Demócrata, ya que sectores de su base tradicional de votantes de clase trabajadora han empezado a romper o a alejarse. Esto se expresó en las campañas presidenciales de Sanders en 2016 y 2020, que cosecharon un apoyo masivo. El reto de los demócratas fue contener estas fuerzas sociales. Dentro del propio partido, esto significaba utilizar el ala progresista para fomentar las esperanzas de su base y canalizarla en votos para un partido fundamentalmente capitalista e imperialista. En 2020, eso significaba ofrecer políticas más progresistas, con Joe Biden tratando de recuperar sectores de la clase obrera en riesgo de desertar a Trump o al abstencionismo. Después de entrar efectivamente en la carrera para derrotar al sandersismo, Biden se alió con Sanders para reconstruir su imagen como "el presidente más pro clase obrera desde Roosevelt."

Por supuesto, la campaña Biden-Harris abandonó en gran medida o suavizó significativamente muchas de sus promesas progresistas, y viró hacia la derecha en varias cuestiones. Tratando de distanciarse de su posición como segunda al mando en la administración Biden, Harris asumió en muchos aspectos el programa de la derecha. Esto es especialmente claro cuando se trata de su visión económica, que abandona las limitadas promesas populistas de Biden en favor de la tibia "economía de la oportunidad" diseñada para intentar evitar una recesión que afecte las ganancias de los donantes millonarios y multimillonarios de Harris.

Ante la fuerza de Trump en las encuestas, Harris también se ha unido a la guerra de los republicanos contra la inmigración, tratando de posicionar a los demócratas como "serios" en la represión de los inmigrantes y solicitantes de asilo, pregonando su apoyo al fallido "proyecto de ley bipartidista de fronteras". Cuando se le preguntó si cree en el acceso a las terapias de afirmación de género para los menores, Harris se limitó a decir: "Creo que debemos cumplir la ley", adaptándose de hecho a los ataques de la extrema derecha contra las personas trans a nivel nacional. La candidata demócrata hizo escasas referencias al cambio climático, prometiendo en cambio no prohibir el fracking. Otras políticas progresistas, como el aumento del salario mínimo y el acceso a la salud pública, se han diluido o se han desvanecido por completo. Mientras tanto, Harris, al igual que Trump, apoya firmemente el genocidio israelí contra los palestinos y prometió seguir financiando el ataque del Estado sionista contra Gaza.

No culpemos a los votantes

Algunos justifican el giro a la derecha de los demócratas señalando que el electorado estadounidense se desplazó hacia la derecha. Como los votantes son más conservadores, Harris no tiene más remedio que adaptarse y adoptar políticas más derechistas en. Incluso Bernie Sanders defendió las posiciones cambiantes de Harris, diciendo que tiene que ser "pragmática" y hacer "lo que cree que es correcto para ganar las elecciones". Para Harris esto significa acercarse a los republicanos, incluyendo hacer campaña con la conservadora Liz Cheney, y prometer nombrar a un republicano en su gabinete, con el fin de ganarse a los sectores indecisos del electorado y presentar un mensaje de "unidad" bipartidista contra la amenaza de una segunda presidencia de Trump.

Sin duda, un sector de los votantes estadounidenses giró a la derecha en algunas cuestiones. El continuo poder de resistencia de Trump y lo peleado de la campaña son prueba suficiente de ello. Pero no es solo la base de Trump la que se aferra a las explicaciones derechistas de la incertidumbre económica. Por ejemplo, mientras que en 2020 solo el 28% quería que disminuyera la inmigración, esta cifra ha aumentado hasta el 55% en 2024. Las encuestas también muestran apoyo a las prohibiciones de los atletas trans y las restricciones a las terapias de afirmación de género para los jóvenes. Muchos de estos cambios en la opinión pública están claramente vinculados a las posturas cada vez más reaccionarias de los políticos y al alarmismo de los medios de comunicación, pero también son la expresión reaccionaria de los temores de los votantes ante la inestabilidad provocada por la guerra en Oriente Medio y Ucrania, el miedo a la recesión y el declive de la influencia de Estados Unidos en el escenario mundial, tanto política como económicamente, en su competencia con China. A esto se añade un sentimiento creciente de que el Partido Demócrata - campeón del neoliberalismo - no es capaz de gestionar estas crisis.

Sin embargo, en muchas otras cuestiones, los estadounidenses se han desplazado hacia la izquierda. Más del 80% de los votantes quieren un aumento del salario mínimo, el 63% creen que el aborto debería ser legal en todos o en la mayoría de los casos, y el apoyo a los sindicatos está en máximos históricos. Las mayorías de todos los partidos apoyan más medidas para combatir el cambio climático, como dar prioridad a las fuentes de energía renovables y la neutralidad del carbono. El hecho de que la campaña de Trump se vea obligada a rechazar públicamente el reaccionario Proyecto 2025 es una prueba de lo impopulares -y políticamente tóxicas- que son muchas propuestas políticas de extrema derecha. Cada vez hay más sectores que cuestionan el apoyo incondicional de Estados Unidos al Estado de Israel. A esto se añade un mayor cambio entre los sectores de jóvenes que son más críticos con el capitalismo y ven con buenos ojos el socialismo.

Pero incluso si los estadounidenses se hubieran movido a la derecha en todas estas cuestiones, no sería una razón para hacerse de derecha. De hecho, al ceder terreno al trumpismo y adoptar el discurso y las políticas de los republicanos en muchas cuestiones, Biden, Harris y los demócratas le allanaron el camino. Lejos de proporcionar una alternativa a una agenda republicana cada vez más reaccionaria, los demócratas normalizaron y perpetuaron el discurso y la política antiinmigración, por ejemplo. Como hemos escrito anteriormente, "ahora que ambos partidos están tratando de parecer duros con la inmigración, solo tiene sentido que los votantes que desconfían cada vez más de la inmigración se desvíen hacia el candidato que, esencialmente, ha apostado toda su carrera a demonizar a los inmigrantes."

Sin embargo, el hecho de que los demócratas se muevan hacia la derecha no es un mero intento de seguir la opinión de los votantes. El énfasis de Harris en reforzar el statu quo y revigorizar la viabilidad del régimen bipartidista -uno que ahora incluye al trumpismo- es también una respuesta al resurgimiento del movimiento obrero y de los movimientos sociales que entraron en escena en los últimos años. Con desafíos en el exterior y en el interior, al Partido Demócrata le resulta cada vez más difícil contener las aspiraciones progresistas de sectores de la población estadounidense que alguna vez lo vieron como un vehículo para el cambio. Esto se refleja en el cambiante papel del ala progresista del partido, especialmente en los últimos meses de la carrera presidencial de 2024.

Los progresistas y la burocracia sindical facilitaron el giro a la derecha de los demócratas

Algunos analistas, como Branko Marcetic, de Jacobin, señalaron correctamente que los demócratas giraron a la derecha a pesar de un electorado cada vez más progresista. Lo que falta en es diagnóstico, sin embargo, es el papel reaccionario que las figuras progresistas jugaron en el escenario político actual.

Con el apoyo de Sanders a Biden en 2020, el ala progresista del Partido Demócrata quedó prácticamente subsumida en la maquinaria del partido. En los últimos cuatro años, el llamado "Escuadrón" progresista -incluidos AOC y Jamaal Bowman, entre otros- se alinearon con el establishment del partido y la administración de Biden en nombre de la unidad, desde su intervención en la huelga ferroviaria de 2022 hasta la financiación de la Cúpula de Hierro de Israel. Los moderados ganaron las elecciones legislativas de 2022 y consolidaron la táctica de los demócratas de dejar explícitamente de lado las cuestiones raciales y LGTBQ+, centrándose en cambio en el aborto y en amplias políticas económicas para ayudar en la competencia con China.

Las fisuras en el Partido Demócrata que salieron a la luz en 2016 se disiparon rápidamente cuando los progresistas abandonaron gran parte de sus propuestas políticas y se centraron en forjar un frente único contra la extrema derecha en el Congreso. Pero esa oposición a la amenaza muy real de la derecha se ve socavada cuando la llamada ala izquierda del partido se niega a desafiar su giro a la derecha.

La promesa de "empujar a Biden a la izquierda" que se suponía justificaría el voto a los demócratas en 2020 y 2022 quedó atrás a medida que la distancia entre estas dos alas del partido se cerraba, con los progresistas siendo marginados o acercándose al centro sin obtener mucho a cambio. No hay más que mirar a John Fetterman, que efectivamente mandó a pasear a los progresistas que le hicieron ser elegido, convirtiéndose en un defensor del genocidio y demostrando una vez más que un programa diluido de "populismo económico" puede convertirse rápidamente en apoyo al establishment político.

De hecho, con el Partido Demócrata en el poder, los progresistas -así como los líderes sindicales y de ONG- han proporcionado cobertura de izquierda a un partido capitalista imperialista mientras desmantelaba lentamente los programas sociales instituidos durante la pandemia, adoptaba los temas de conversación de la derecha, aprobaba políticas antiinmigración sacadas directamente libreto de Trump y financiaba un genocidio.

Las tensiones dentro del Partido Demócrata amenazaron con resurgir en torno a la cuestión del apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, pero hasta ahora la dirección del partido usó esto como un medio para disciplinar y neutralizar a los progresistas. La diputada Rashida Tlaib se quedó en gran medida sola en su apoyo a Palestina tras el lanzamiento del asalto genocida de Israel en 2023, con muchos progresistas defendiendo el apoyo militar y financiero de la administración Biden al Estado de Israel y negándose a reconocer lo que estaba sucediendo en Gaza. Desde entonces no paran de criticarla, y los demócratas se mantuvieron impasibles mientras se convertía blanco de los ataques islamófobos de la derecha. Las tibias críticas de Cori Bush y Jamaal Bowman, casi un año después del genocidio, sirvieron para echarlos de sus cargos. Tal vez lo más condenable es que AOC trató de pintar a Harris como una defensora del pueblo palestino, incluso cuando la propia Harris afirmaba firmemente su apoyo a Israel.

Con el telón de fondo de un escenario más derechista, en el que la retórica nacionalista antisistema de Trump ha cobrado impulso, Harris se ha distanciado del ala progresista tras ocupar su puesto en la cabeza de la candidatura, evitando cualquier ilusión de que el Partido Demócrata sea "radical" en cualquier forma. El ala izquierda del partido se alineó obedientemente, minimizando y normalizando las políticas antiinmigración de los demócratas, sus tibias propuestas económicas y su silencio ante los ataques contra las personas trans.

Esto adopta dos formas. Por un lado, figuras como AOC abrazaron a Harris y su programa con entusiasmo, jugando a videojuegos con Walz y atacando a candidatos de terceros partidos en Instagram o haciendo campaña por Harris. Este discurso progresista oculta cuán derechista se volvió la campaña de Harris.

Otras figuras que encarnaron las aspiraciones progresistas de sectores de la clase trabajadora, como el presidente del sindicato automotriz UAW, Shawn Fain, intentan pintar una imagen de continuidad con el barniz pro-laboral y pro-derechos civiles de la administración Biden, incluso cuando Harris trata de presentarse como candidata del cambio. Harris tiene menos vínculos políticos con el movimiento obrero que Biden. Ha hecho menos propuestas a los votantes de la clase trabajadora, centrándose en la clase media. En consecuencia, depende en gran medida de la burocracia sindical para presentar sus argumentos a los miembros de los sindicatos, una tarea difícil, ya que amplios sectores de los trabajadores a Trump con buenos ojos.

Por otra parte, la campaña conservadora de Harris aleja a sectores de votantes cada vez más desilusionados con los demócratas, sobre todo en lo que respecta al genocidio en Palestina. Esto obliga a los progresistas a salir a la palestra y defender cada vez con más ahínco el mal menor. Por ejemplo, Sanders está instando a los votantes a unirse contra Trump eligiendo a Harris; dando la apariencia de criticar a Harris desde la izquierda, está tratando de canalizar el disgusto por el genocidio en Gaza directamente de vuelta al partido imperialista que lo ha hecho posible. Sanders pide a quienes se oponen al genocidio que lo acepten en nombre de la protección de los derechos reproductivos.

Cómo combatimos a la derecha

El giro a la derecha encarnado en la campaña de Harris no es solo una estratagema cínica del Partido Demócrata; forma parte de un intento de fortalecer un régimen bipartidista debilitado en un escenario incierto de desafíos económicos y políticos externos e internos, un proceso que se ha acelerado en los últimos cuatro años. Supone el disciplinamiento de la izquierda con la ayuda del ala progresista y las ONG y una normalización de las políticas de la derecha, incluso cuando los demócratas se pintan a sí mismos como la antítesis de Trump. Por su parte, los miembros del ala progresista del Partido Demócrata no solo han renunciado a sus propias propuestas políticas, antaño ambiciosas, que podrían haber disputado los votantes de la derecha, sino que también han obstaculizado la lucha contra la Extrema Derecha al no montar ninguna oposición significativa a su abrazo por parte del partido. Un voto a favor de Biden no detuvo los ataques contra los derechos reproductivos o contra las personas LGBTQ+ y el derecho al voto. Tanto demócratas como republicanos han intervenido para reprimir los movimientos que luchan por proteger nuestros derechos democráticos. Pintar a los demócratas como un mal menor es simplemente mandarnos a la guerra desarmados.

Gane quien gane las elecciones, tendremos que seguir luchando contra la extrema derecha y por los derechos de todos los oprimidos y explotados. Tanto la victoria de Harris como la de Trump significarán la continuación del genocidio en Palestina, más ataques contra los migrantes y las personas trans, y más capitulación ante el capital.

Esta lucha significa no poner nuestra fe en los demócratas, que han virado a la derecha y han tirado a los trabajadores y a los oprimidos, como los inmigrantes, debajo del autobús cada vez que era políticamente conveniente hacerlo. Los demócratas están firmemente del lado del capitalismo y el imperialismo, y debemos resistir el impulso de poner nuestras fuerzas detrás de un partido menos malo, especialmente uno que adopta cada vez más políticas de derechas. También significa no capitular ante ningún giro reaccionario ni de los políticos ni de las masas. La lucha contra la extrema derecha va de la mano de la lucha por los inmigrantes, los derechos trans, el aborto y por todos los grupos oprimidos y explotados.

Los sindicatos, los movimientos sociales, los estudiantes y otros grupos tienen que unirse como un frente unido, organizándose independientemente del Partido Demócrata. Desde este frente unido, necesitamos construir una alternativa política a los dos partidos del capital. Sólo una organización independiente de la clase obrera con un programa revolucionario puede derrotar a la derecha.