El canciller alemán Olaf Scholz fue el primer líder europeo en visitar Pekín desde el estallido de Covid-19. También, el primer líder occidental que se reunió con Xi Jinping flamantemente coronado para su tercer mandato. Su viaje despertó fuertes críticas al interior de Alemania como en el exterior, en especial de los EE. UU. ¿Qué es lo que está en juego?
Después de la Guerra de Ucrania, los círculos atlantistas de Berlín a la ofensiva
Nunca antes un viaje de un canciller alemán a Pekín generó tanta controversia en la misma Alemania. La ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, está a la vanguardia de los agresivos ataques políticos contra Pekín, con el pretexto de luchar por los derechos humanos. La experiencia de Alemania con Rusia ha demostrado “que no podemos permitirnos seguir dependiendo existencialmente de ningún país que no comparta nuestros valores”, declaró el mes pasado la ministra de los Verdes al Süddeutsche Zeitung. “Una dependencia económica total basada en el principio de la esperanza nos deja expuestos al chantaje político”. Incluso no dudó en atacar públicamente al propio canciller en el extranjero. “Fue el Canciller quien decidió hacer este viaje en este momento”, comentó la Ministra de Asuntos Exteriores, el martes 1 de noviembre desde Tashkent. Más tarde y paralelamente a la reunión de Scholz en Pekín con Xi, Baerbock siguió atacando al canciller en la reunión de ministros de Exteriores del G7 en Münster. Anunció que el centro de las conversaciones del G7 giraba en torno a la cuestión de “cómo se podrían evitar los errores del pasado en la política hacia Rusia en relación con China”, refiriéndose a la afirmación de que la ambición de involucrar a Moscú a través de la cooperación económica –por ejemplo, con el Nord Stream 2– había sido un error. Otros representantes de los Verdes salieron duramente a la carga. Reinhard Bütikofer, parlamentario europeo del Partido Verde, dijo que Scholz “debería dejar en casa” a la delegación empresarial que le acompaña a China y, en cambio, durante sus conversaciones, “explicar a Xi Jingping lo que entendemos por rivalidad sistémica”. “Scholz persigue una China que ya no existe. Mientras que China ha cambiado profundamente, Scholz está haciendo ‘la Merkel de siempre’”. Como dice Le Monde, viniendo de este ex presidente de los Verdes alemanes (2002-2008), partido que integra la coalición del socialdemócrata Olaf Scholz, la acusación es severa. El acuerdo de coalición que firmamos a finales de 2021 establece claramente que Alemania debe ser mucho más exigente con China. Parece que el Canciller no se siente vinculada por este compromiso”, reprochó Bütikofer.
La visita de Scholz –y su aprobación de la adquisición de una participación del 24,9 % en una terminal de contenedores de Hamburgo por parte de la naviera china Cosco [1]– suscitó una fuerte oposición del Partido Verde y del Partido Liberal Democrático (FDP), socios de la coalición de gobierno liderada por el Partido Socialdemócrata (SPD) de Scholz. Esta es la primera crisis importante de la actual coalición de gobierno. También es la primera cuestión política en la que la CDU/CSU y los pequeños partidos de la coalición están alineados. Según el líder de la derecha alemana, Friedrich Merz (Unión Demócrata Cristiana), Olaf Scholz “no podría haber elegido un peor momento” para visitar Pekín, menos de dos semanas después del 20º Congreso del Partido Comunista Chino, “en el que se profirieron violentas amenazas contra Taiwán y se expulsó de la sala al predecesor del presidente Xi Jinping, Hu Jintao, ante los ojos de todo el mundo”.
Este antiguo presidente de Blackrock en Alemania es un ideólogo atlantista y –al igual que Baerbock– partidario de la estrategia estadounidense de contención económica y tecnológica de China. Alegan que Alemania tiene una peligrosa dependencia económica de China, un argumento que no se apoya en ningún hecho relevante, pero que se ve reforzado por las consecuencias de la dependencia alemana del gas ruso.
Estas críticas virulentas contra Olaf Scholz son la expresión en la misma Alemania de un nuevo macartismo en relación a “los amigos de la China” que se difunden desde los Estados Unidos. Sin embargo, como afirma Mikko Huotari, directeur du Mercator Institute for China Studies, El mayor centro europeo de investigación sobre China, con sede en Berlín, la realidad es más compleja. En su primer viaje a Asia como canciller, a finales de abril, Scholz fue a Japón y no a China, a pesar de que ésta es el mayor socio comercial de Alemania. En las próximas semanas, también visitará Vietnam y Singapur. Esto demuestra que Alemania quiere diversificar sus redes de alianzas en Asia. La Cancillería es consciente del riesgo de que Alemania se vuelva demasiado dependiente de China, aunque esto aún no se haya traducido en una estrategia clara” [2], analiza.
Lo cierto es que en Alemania se está produciendo un cambio tectónico que rompe con el planteamiento de la ex canciller Angela Merkel de apostar por unas relaciones económicas cada vez más estrechas con Pekín. El catastrófico fracaso de la política alemana sobre Rusia ha acelerado este cambio. Como afirma el analista antes citado: “Desde el 24 de febrero, Alemania es consciente del enorme problema que supone su dependencia de Rusia, especialmente en lo que respecta al suministro de gas. Esto cambia el debate sobre cómo tratar con China. Hace tres o cuatro años, se discutía si una empresa como Huawei debía tener acceso al mercado del 5G en Alemania. Hoy, lo que está en juego es nuestra estrategia global hacia China. China se ha convertido en un tema importante de debate político en Alemania, incluso dentro del gobierno”, observa Huotari, mientras que el gobierno alemán se ha comprometido por primera vez a elaborar una “estrategia para China” que no se espera que se publique hasta la primavera de 2023.
Parte de este cambio son las divisiones del mismo campo patronal. Según una encuesta reciente de la Cámara de Comercio Alemana en China, el núcleo de la economía alemana, el llamado Mittelstand de pequeñas y medianas empresas manufactureras, es menos optimista sobre las perspectivas en el mercado chino en comparación con sus homólogos más grandes. Sorprendentemente y por primera vez, Siegfried Russwurm, presidente del influyente lobby industrial de la Federación de Industrias Alemanas (BDI) fue excluido de la delegación tras expresar su interés por viajar. La BDI ha estado al frente de la advertencia a las empresas alemanas sobre los crecientes riesgos en el mercado chino y las ha animado a comportarse de forma responsable ante las violaciones de los derechos humanos en China. En la conferencia anual de la BDI celebrada en junio, Russwurm calificó de “clarísima” la posición de la industria alemana ante la competencia entre Estados Unidos y China: “Estamos firmemente anclados en la relación transatlántica. No hay equidistancia en la relación de la Unión Europea con Estados Unidos y China”. Estos posicionamientos de la BDI va en contra de algunos de sus propios miembros, para quienes el alejamiento de China ni siquiera es una opción. Estamos hablando de los líderes de las grandes empresas que se han hecho fuertemente dependientes del mercado chino, especialmente en el sector del automóvil (por ejemplo, Volkswagen, Mercedes-Benz y BMW), la ingeniería (por ejemplo, Siemens) y los productos químicos (por ejemplo, BASF). El director general de BASF, Martin Brudermüller, es uno de los directores generales más favorables a Pekín que piden el fin de los “ataques a China”. El gobierno chino le recompensó con una exención de las estrictas normas de cero COVID. En septiembre, Brudermüller pudo viajar a China sin tener que pasar la cuarentena para inaugurar la nueva inversión de BASF, de 9.900 millones de dólares, en Zhangjiang, con la presencia del viceprimer ministro chino Han Zheng. El director general de Volkswagen, Oliver Blume, defendió recientemente la planta de la empresa en Urumqi, en el corazón de la provincia china de Xinjiang, diciendo: “Se trata de llevar nuestros valores al mundo”. Lo que está claro que son estas grandes organizaciones empresariales, bien poderosas y con fuertes lazos en las redes de poder nacionales e internacionales, las que deciden. Lo que también es evidente, que el cambio de las condiciones geopolíticas y las tensiones del hasta ahora exitoso modelo alemán, dificulta su rol hegemónico sobre el conjunto del tejido empresarial alemán.
El significado del viaje de Scholz a Pekín
Para Alemania, el acceso al mercado chino es una cuestión central: su prosperidad depende en gran parte de su poderosa maquinaria exportadora. El peso de su industria manufacturera es una fuente importante de su sustento y cohesión social, a diferencia de otros países imperialistas donde la desindustrialización ha hecho desastres no solo económicos sino sobre todo sociales como puede verse en Estados Unidos o la misma Francia.
A su vez, como ya hemos discutido en otros trabajos, Alemania se ha visto muy afectada por la guerra en Ucrania después de que Rusia cortara su suministro de gas a Europa. Con una recesión en ciernes, Scholz no puede permitirse poner en peligro la relación económica de Alemania con China.
En este marco, el hecho de que Scholz se la jugara solo tanto en el plano de la coalición de gobierno como a nivel europeo, disgustando fuertemente al presidente francés Emmanuel Macron, que también buscaba un viaje a Pekín a pesar de todas las demás dificultades del eje franco-alemán, demuestra lo mucho que hay en juego. Posiblemente, Berlín quiera negociar urgentemente acuerdos económicos antes de que se produzca una nueva escalada de la guerra económica de Estados Unidos contra la República Popular China. Por ejemplo, Berlín quiere proteger a la industria del automóvil de la revolución eléctrica, que amenaza con perturbar el mercado laboral europeo [3]. La presencia de Volkswagen en la delegación de Scholz en Pekín demuestra esta preocupación [4]. La política industrial estadounidense en este sector fomenta exclusivamente la producción nacional y ha desesperado a los fabricantes europeos. China, además de ser un actor principal en este sector emergente, es también un importante extractor de materias primas como el litio y el grafito, que escasean en Europa y sin las cuales el coche eléctrico tiene bases poco sólidas.
Alemania se choca contra el redoblado proteccionismo norteamericano
Junto a lo anterior, la dura realidad es que, mientras Washington intenta superar a Pekín, se vuelve cada vez más proteccionista. Los alemanes están furiosos por las disposiciones “Buy American” de la Ley de Reducción de la Inflación del presidente Joe Biden, que favorecen los vehículos eléctricos de producción nacional. Para la Casa Blanca es una obviedad defender su base industrial para competir con China, pero los fabricantes de automóviles alemanes no entienden por qué deben ser excluidos también. Esto es aún más alarmante para Alemania porque, lejos de abandonar su modelo de crecimiento basado en las exportaciones, Berlín quiere redoblar la apuesta, como demuestran sus consideraciones para reabrir las conversaciones de libre comercio con Washington.
Noah Barkin, Managing Editor de Rhodium Group’s China y miembro del German Marshall Fund of the United States, un claro atlantista, da cuenta del estado de ánimo existente en el Viejo Continente. Dice:
Los europeos, por su parte, no están entusiasmados con lo que consideran un creciente proteccionismo estadounidense y un desprecio por las soluciones multilaterales. Reinhard Bütikofer, un firme defensor de la cooperación transatlántica en el Parlamento Europeo, advirtió la semana pasada que las relaciones comerciales entre Estados Unidos y la UE corrían el riesgo de entrar en crisis debido a una larga lista de políticas estadounidenses, como las medidas proteccionistas de la Ley de Reducción de la Inflación de la administración Biden y su búsqueda de acuerdos plurilaterales como el Marco Económico Indo-Pacífico y la Alianza Chip 4. Un funcionario de la UE me expresó el mes pasado su preocupación por el hecho de que el Consejo de Comercio y Tecnología UE-EE. UU. pueda estar cerca de un “punto de ruptura”. Por ahora, hay poco optimismo en cuanto a que la tercera cumbre del TTC, prevista para finales de este año, produzca los grandes resultados que algunos creen necesarios para justificar el tiempo y los recursos que se le dedican. El Comisario de Comercio de la UE, Valdis Dombrovskis, estará en Washington la próxima semana para celebrar reuniones destinadas a aliviar las tensiones comerciales y dar un nuevo impulso al TTC [5].
Mas grave aún es la realidad en el terreno:
Un número cada vez mayor de empresas alemanas está ampliando su presencia en los Estados Unidos –a expensas cada vez más de los centros de producción en Alemania–. Las causas son, por un lado, los enormes programas de inversión en Estados Unidos y, por otro, las consecuencias de las sanciones occidentales destinadas a “arruinar a Rusia” (Annalena Baerbock). Desde el año pasado, Washington ha puesto en marcha medidas de estímulo económico, algunas de ellas de tres dígitos, para inducir a las empresas alemanas a establecer centros de producción en Estados Unidos. Debido a las subvenciones ofrecidas en EE. UU., la empresa Northvolt está considerando suspender sus planes de construir una fábrica de baterías en el norte de Alemania y, en su lugar, construir una planta en Norteamérica. Al mismo tiempo, la existencia de las industrias que consumen mucha energía está en peligro en Alemania, debido a los elevados precios actuales de la energía. La amenaza de su deslocalización al extranjero –en particular a Estados Unidos, donde los precios de la energía son significativamente más bajos– es tangible. Así, la reindustrialización de EE. UU. va de la mano de la desindustrialización de Alemania [6].
Los límites del fortalecimiento norteamericano y las tensiones crecientes del frente occidental
Por el momento, una de las grandes victorias diplomáticas de la Administración Biden ha sido en la política transatlántica, donde logró consolidar su dominio sobre Europa al poner en el centro de la escena la cuestión de Rusia, avivando los temores de los países europeos a un resurgimiento histórico del poder ruso. Detrás de esta operación en su pelea por conservar su hegemonía global, los EE. UU. buscan establecer una nueva Cortina de Hierro, minando la relación privilegiada entre Berlín y Moscú (gracias a la guerra de Ucrania y el posterior sabotaje de los gasoductos Nord Stream) y como vimos también trata de desacoplarla de China para debilitar la fortaleza económica de la que gozaba Alemania, como líder y el motor económico de Europa.
Está claro que China es el tema más importante y difícil en la relación transatlántica. Los Estados Unidos, el principal aliado militar de Alemania y -todavía- el lugar más importante de la industria alemana en el extranjero, está intensificando masivamente su lucha de poder contra China y exigiendo una lealtad incondicional a sus aliados. Por ejemplo, la administración Biden acaba de imponer un amplio embargo de semiconductores a China, para privar a las ramas más avanzadas de la industria de alta tecnología china –inteligencia artificial (IA), supercomputación– de los chips de alto rendimiento necesarios y así destruirla. Pero las consecuencias de estas políticas a uno y otro lado del Atlántico son brutalmente distintas. Es que, para Estados Unidos, la desvinculación de China plantea problemas de cadenas de suministro, pero va de la mano del impulso proteccionista básico para corregir un gran déficit comercial. Por el contrario, para Alemania China es un mercado vital para muchos exportadores industriales alemanes.
En este marco, el canciller Olaf Scholz ha viajado a Pekín con el mensaje explícito de que, sea cual sea el clima actual, Alemania no está interesada en desvincularse de China. Más aun, al hablar de inteligencia artificial con Xi, Scholz convence a EE. UU. de que Alemania no solo no quiere romper sus lazos más sensibles con China, sino que tampoco quiere prestarse al estrangulamiento tecnológico de Pekín, cuestión central de las restricciones a la exportación de chips y maquinaria para producirlos decididas en Washington a principios de otoño. De esta forma, Alemania, el tercer mayor exportador del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, se resiste a la estrategia de desvinculación liderada por este y –con su peso como la mayor economía, con diferencia, de la UE– ejerce un importante contrapeso a la estrategia estadounidense. Junto a las crecientes disensiones en el frente oriental, en especial acerca de cómo debe terminar la guerra, así como que el seno de la política exterior alemana comienzan a surgir voces que critican la guerra económica contra Rusia como una “aberración” y recomiendan poner fin rápidamente a las sanciones, esta oposición alemana en relación a China promete unas relaciones tormentosas entre Berlín y Washington en el futuro próximo.
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