“Hay que pensar el problema -dijo el historiador- en otra escala, ver la batalla como un torbellino y aislar un momento y detenerse allí” (Los casos del comisario Croce, Ricardo Piglia)
Aquel jueves 29 de mayo salió a la calle el N.° 220 de Eléctrum, el semanario del sindicato de Luz y Fuerza. Bajo un enorme título que rezaba “Cumplir todos el PARO GENERAL”, se leía
Con alta conciencia sindical y firme determinación la Clase Obrera de todo el país vivirá una extraordinaria jornada de lucha asumiendo la defensa de sus derechos y expresando su repudio a la dictadura. EL PUEBLO TRIUNFARÁ [1].
En las horas siguientes la ciudad se poblaría de barricadas. El carácter extraordinario de la jornada quedaría a la vista. El Mayo cordobés retumbó a escala internacional. La historia argentina daba otro de sus giros. La lucha de clases iba al volante.
Tornillos y barricadas
Hace medio siglo la Córdoba de las campanas fue invadida por otros sonidos, también potentes. Gritos, explosiones y disparos llenaron el aire a lo largo de 48 horas.
El 29 y 30 de mayo de 1969 pasaron a la historia bajo el nombre de Cordobazo. La ciudad que había parido la Revolución Fusiladora alumbraba, década y media más tarde, otro hecho de tamaña o mayor intensidad, orientado en sentido contrario.
En el origen del Mayo Cordobés estuvo, cuando no, la disidencia. El paro nacional convocado por la CGT para el 30 de mayo inició un día antes en la provincia. Aquel jueves, desde la media mañana, la clase trabajadora paralizó masivamente sus tareas. El paro detonó la movilización. Ésta fue el prólogo a un enorme levantamiento que haría temblar al país.
El aire cordobés se respiraba distinto desde el vamos. Todas las alas de la dirigencia sindical, más allá de sus discrepancias, convocaron a aquella medida de fuerza. El paro encontraría unidos al combativo sindicato de Luz y Fuerza y a la conservadora UOM, pasando por una gama de grises que incluía a la UTA, el SMATA y la CGT toda. La acción ganaría la activa simpatía de una vasta porción de la población, ya opositora al régimen de Onganía y su política económica.
La crónica de aquellos días reparó, entre otras cosas, en las manos de los obreros. Al retirarse de las fábricas, en ellas viajaban bulones y barras de hierro. Iban hacia un enfrentamiento con las fuerzas policiales que estaba prenunciado. No sería el primero. Tampoco el último.
El reloj marcaba las 11,30 hs. cuando los trabajadores del SMATA cruzaron lanzas con las fuerzas policiales. Estas intentarían lo imposible: bloquear el avance de las columnas obreras y estudiantiles hacia el centro de la ciudad. Aquellos choques abrieron el camino al segundo momento de aquel mayo caliente. La cronología de los hechos datará el asesinato de Máximo Mena entre las 12,30 hs. y las 13 hs. El joven, obrero y estudiante, será mártir y símbolo de aquella jornada. La esquina de San Juan y Arturo M. Bas devendrá lugar icónico de la Córdoba insurrecta.
El odio contra la Policía recrudece. Las piedras surcan el aire. Los enfrentamientos se multiplican. La lucha se extiende por todo el casco céntrico, abarcando cerca de 150 manzanas. La ciudad se convierte en una sola barricada. En la represión, las fuerzas policiales agotan sus municiones. Son derrotadas. Se retiran del campo de batalla. Densas columnas de humo se elevan hacia el cielo. Aquella imagen quedará grabada en la retina de los protagonistas.
Los combates trascienden a sus protagonistas iniciales. Obreros y estudiantes funcionan como destacamento de avanzada de un pueblo que se rebela contra el Onganiato. Las clases medias aportan sus pertenencias para mantener vivas las hogueras de la rebelión.
A las 17 hs. de aquel jueves 29 las tropas del Ejército ingresan a una ciudad turbulenta. Su llegada encuentra una poderosa resistencia. Cada calle y cada esquina se convierten en un obstáculo a sortear.
El movimiento estudiantil muestra su disposición al combate. Durante más de 30 horas, el Barrio Clínicas se convertirá en una fortaleza inexpugnable. Las Fuerzas Armadas apelan a sus hombres mejor entrenados para recuperar terreno. Desde el lado de los manifestantes hará su entrada en escena una minoría de francotiradores, que hostigarán desde los techos el avance militar.
Pero los combates no cesan cuando cae el barrio estudiantil. La crónica periodística y la memoria popular registrarán choques y manifestaciones hasta la noche del sábado. En el mediodía de aquel 31 de mayo se conocen las penas dictadas por los consejos de guerra. Agustín Tosco es condenado a 8 años y 3 meses de prisión. La lucha popular lo arrancará de las cárceles en un lapso infinitamente más breve.
Haciendo crujir al poder
Desde el infierno helado de Rawson, mes y medio más tarde, Agustín Tosco escribe a Susana Funes
No sé si recuerdas que te dije que si salía siquiera una décima parte de lo preparado todo iba a salir bien. Bueno, creo que salió al revés: no fue una décima parte, fue multiplicado por diez y ha tenido resonancia mundial. Creo que el hecho se ha de registrar en la historia de la lucha del movimiento obrero [2].
El Cordobazo fue una enorme bofetada para la dictadura de la Revolución Argentina. De inmediato, el gabinete en pleno de Juan Carlos Onganía puso a disposición su renuncia. Días después, el liberal Krieger Vasena salía eyectado de su cargo como ministro de Economía.
Aquellas jornadas constituyeron una verdadera semi-insurrección de masas. Un enorme levantamiento popular cuyos límites radicaron en la falta de objetivos claros, la debilidad del armamento y en la ausencia de una dirección que, conscientemente, se propusiera el triunfo.
Constituyó un hecho profundamente revolucionario, que inauguró una etapa caracterizada por el protagonismo activo de la clase obrera, la juventud y el pueblo pobre. El Cordobazo conformó lo que el marxismo define como una acción histórica independiente de masas [3], con la irrupción violenta de los explotados, chocando abiertamente con los límites impuestos por la legalidad del Estado burgués.
El Mayo Cordobés, por la magnitud de los hechos, no pudo sustraerse a la guerra de interpretaciones. Sus lecturas y re-lecturas orientan y explican mucho más que aquellas 48 horas. Analicemos (polemicemos con) algunas de ellas.
El mito del “Cordobazo organizado”
Por décadas, un bombardeo sistemático ha caído sobre aquello presentado como el carácter espontáneo del Cordobazo. No resulta casual que así sea. Se trataba y se trata de reinterpretar la historia, echando una luz más favorable sobre la dirigencia sindical, esencialmente aquella que comulgaba en filas peronistas.
Esta versión de los hechos supone el protagonismo activo de los dirigentes que “organizaron” aquellas jornadas. Bajo ese prisma, Lucio Garzón Maceda −histórico abogado del sindicalismo cordobés− rememoraba:
... siempre en toda contienda hay algo espontáneo, siempre está la creación individual. Pero debo decirle que hasta las dos de la tarde, todo se desarrollaba como estaba previsto. El paro activo, el encolumnamiento masivo y su distribución geográfica, los actos de distracción policial, el combate callejero (…) Lo único que no fue previsto fue la derrota de la policía; nunca esperamos que la policía se replegara y retirase por falta de gases y por temor. Son imponderables que juegan para uno u otro contendiente [4].
Ni puro espontaneísmo ni organización absoluta. El asesinato de Máximo Mena desata la ira popular. Las acciones planificadas por la dirigencia sindical quedan archivadas. La masa en movimiento desborda a todos sus jefes y combate hasta derrotar a las fuerzas policiales. Los “imponderables” constituyen el corazón del hecho insurreccional que fue el Cordobazo.
James Brennan pondrá al desnudo el (lamentable) papel de muchos líderes sindicales en aquellas horas. El mito del “Cordobazo organizado” se derrumba sobre la cabeza de algunos de sus “organizadores”
El espectáculo era tan impactante que muchos de los organizadores obreros comenzaron a amilanarse, temiendo que la protesta hubiera llegado demasiado lejos. La dirigencia de la UOM se retiró a su sede central en la más segura zona este de la ciudad y dejó de participar por completo del levantamiento (…) un periodista que cubría los acontecimientos para un diario local, Los Principios, visitó la sede de la CGT donde habían buscado refugio Correa y otros líderes gremiales. Encontró allí trabajadores asustados y dirigentes aturdidos, una visión que contrastaba con el desafío y la ira que había advertido en los rostros de los obreros de las columnas del SMATA [5].
La imagen es elocuente, nítida hasta el extremo. Aquel abismo entre dirigentes abatidos y trabajadores enardecidos ilustra, como pocas cosas, la dinámica del Cordobazo. Ayuda, al mismo tiempo, a explorar otro punto interesante para el debate histórico.
Mitologías y tradiciones
Es también James Brennan quien señala que
Irónicamente, el levantamiento no ingresó al panteón de la corriente principal del movimiento peronista como uno de sus días sagrados, a pesar del papel crucial jugado por los sindicatos peronistas. El Cordobazo llegó a ser asociado casi exclusivamente con los otros sectores del movimiento obrero local, para simbolizar un nuevo tipo de protesta obrera [6].
En la provincia que le dio su nombre, la memoria del levantamiento ha sido utilizada en exceso por las conducciones sindicales burocráticas. El tono conmemorativo busca identificar a las direcciones actuales con los fuegos heroicos de aquellas jornadas. Una operación que, por más que se sostenga sobre pilares débiles, no deja de ser ejercitada una y otra vez.
Sin embargo, en términos políticos e ideológicos, el Cordobazo nunca alcanzó el estatus del 17 de octubre en la mitología peronista. En eso le asiste la razón al investigador norteamericano.
La “ironía” pone al desnudo la contradicción manifiesta entre los momentos iniciales del Cordobazo y la radicalización de las horas posteriores. El asesinato de Máximo Mena detona un nuevo momento al interior de aquellas jornadas. El protagonismo de los sindicatos se convierte casi en un recuerdo. El elemento espontáneo supera los límites que le impone la dirigencia gremial.
El Cordobazo demostró una fuerza social inmensamente superior a la que la clase trabajadora y el movimiento estudiantil habían expresado en los años precedentes. Punto de convergencia de tendencias previas, concentró además la multiplicidad de contradicciones que asolaban el momento político nacional.
Aquel hecho inauguró, efectivamente, un nuevo tipo de protesta obrera que develaba la contradicción entre la potencia social (y política) de la clase trabajadora y los estrechos límites que imponía la regimentación peronista en los sindicatos.
Las jornadas de mayo de 1969, al abrir un ciclo revolucionario, empujaron al despliegue y desarrollo de esa contradicción. Las profundas tendencias antiburocráticas que empezaron a recorrer al movimiento obrero tuvieron matriz de origen en aquel levantamiento. También en este sentido, el Cordobazo operó como punto de quiebre.
La exclusión de la mitología peronista se explica a partir de ese nudo. Aquella rebelión popular constituye una suerte de hecho maldito para un sistema de pensamiento que proclama, a viva voz, que “los sindicatos son de Perón”.
Esa delgada línea entre la rebelión y la revolución
Mónica Gordillo señalará que
[El Cordobazo] no debe ser considerado como el que inicia el proceso de lucha popular sino que éste se habría ido conformando desde mucho antes, durante toda la década y a partir de distintas vertientes (…) deban ser analizados como la culminación, la síntesis de todo el proceso previo que he venido analizando desde Córdoba pero, también, como punto de partida para una radicalización posterior” [7].
Que el Cordobazo “no cayó del cielo” queda ampliamente demostrado por el trabajo de esta investigadora. Córdoba en los ‘60 ilustra los combates que precedieron a mayo del 69 y da cuenta de subjetividades configuradas previamente.
Sin embargo, en el análisis de Gordillo el énfasis está puesto en limar las aristas más revolucionarias del Cordobazo. Aquellas que lo definen como punto de quiebre en la historia del período.
La derrota y el repliegue de las fuerzas policiales, la toma de la ciudad por los trabajadores, la juventud y el pueblo. El combate. Allí hay que buscar la esencia del Cordobazo. El levantamiento popular es inseparable de ese conjunto de elementos que definen su carácter revolucionario, de ruptura y cuestionamiento a la legalidad.
Si el Cordobazo reúne y sintetiza múltiples elementos del ciclo previo, su carácter de hecho histórico reside en el viraje que impone en la política nacional. A modo de simple y limitado ejemplo, obliga a la clase dominante a clausurar el largo exilio de Juan Domingo Perón. El viejo líder volverá al país en 1973 para lidiar con los demonios desatados cuatro años antes.
Lecciones del pasado, recuerdos del futuro
Mayo de 1969 inauguró un período marcado por combates heroicos de la clase trabajadora y el pueblo pobre. Abriendo un ciclo de ascenso revolucionario, aquellas jornadas impusieron una nueva agenda al poder. Durante siete (largos) años la burguesía se vio obligada a lidiar con una persistente actividad de masas, que irá acrecentando su radicalidad.
Este proceso tomará cuerpo en los múltiples “azos” que surcarán el territorio nacional hasta fines de 1972. Se materializará, también, en procesos intensamente antiburocráticos al interior de la clase trabajadora. Así, en la tierra del Cordobazo emergerán los sindicatos clasistas de Sitrac-Sitram en 1970. Quinientos kilómetros al sudeste, en 1974, Villa Constitución alumbrará su propia versión de aquella corriente. Tan solo un año más tarde, el desafío proletario llegará a las puertas de la capital nacional, cuando las clase obrera protagonice las jornadas de junio y julio contra el Plan Rodrigo. El listado precedente no agota, ni mucho menos, la riqueza de fenómenos políticos que encendió el Mayo Cordobés.
La osadía de los explotados fue respondida por el poder burgués. A los engaños se sumó la saña. En la primera de estas categorías entra el retorno del líder exiliado entra. En la segunda habrá que apuntar el encadenamiento entre la Masacre de Trelew, la Triple A, el Navarrazo y el golpe genocida de marzo de 1976.
Aquella (enorme) potencia revolucionaria se estrelló contra un límite. Ni en los años previos ni durante aquel ciclo de ascenso, la clase trabajadora pudo construir una organización política propia, independiente, capaz de permitirle una disputa efectiva por el poder.
La Historia, con mayúsculas, se halla lejos de su final. Su motor, como hace 50 años, sigue siendo la lucha de clases. Medio siglo más tarde, la mayor enseñanza del Cordobazo reside en aprender sus potencialidades y sus límites. Esas lecciones del pasado son un valioso tesoro para construir, al calor de los combate por venir, un nuevo futuro.
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