A partir de la disposición de cuarentena masiva decretada por el Gobierno Nacional, los medios de comunicación profundizaron sus campañas de miedo y persecución de los “desertores”. Una mirada desde la salud mental.
Domingo 22 de marzo de 2020 11:29
¿EL MIEDO ES OTRO PRIVILEGIO DE LOS RICOS?
Desde que se decretó la cuarentena obligatoria, se ha lanzado desde los medios masivos de comunicación, una verdadera cacería de brujas contra quienes la infringen.
Más aún, en estas horas trascendió que se les dará salvoconducto para poder circular a personas que padezcan de alguna enfermedad mental; siempre y cuando lleven un distintivo azul para su identificación. Se ve que hay que tener bien en claro quiénes son los potenciales peligrosos en nuestro cuerpo social.
¿Las filas de autos para entrar a Monte Hermoso, se forman solo de imbéciles que piensan que estamos de vacaciones? ¿Los cortes de ruta que realizan los habitantes de ciudades y pueblos alejados, son fruto solo de la conciencia de la gravedad de la situación? ¿El miedo no juega un rol en todo esto?
Tal vez sea como dijo Sergio Berni en su discurso frente a la Policía Bonaerense: “En este momento no hay lugar para libre pensadores, ni mucho menos para aquellos que piensan que esta cuarentena es un concurso de creativos”, “Aquellos hombres y mujeres que no sean convocados, pasan a ser la reserva operacional de esta fuerza, que entre otra de las misiones será la de informar, será la de contener, y por sobre todas las cosas, la de asistir a la familia de aquel hombre o de aquella mujer, que este afectada a esta operación”. La familia de la policía se cuida y se contiene. A los trabajadores y a sus familias, ¿quién los contiene?
Los medios nada dicen respecto de la fuga de los grandes millonarios como Marcelo Tinelli hacia Esquel, pero si atacan de egoístas e inconscientes a los miles de pasajeros hacinados en el tren roca por no mantener la distancia reglamentaria, a las personas mayores de edad que salen en busca de sus medicamentos o en busca de algún dinero para poder comprarlos o a los miles de trabajadores precarizados que no pueden no salir a trabajar para poder comer.
Lo que si no se cansan de mostrar minuto a minuto, es la cantidad de muertos e infectados que hay en la Argentina. Como para asegurarse de que todo el mundo vea que no cesa de haber muertos a cada segundo. ¿No tendría que pasarse el parte de enfermos y fallecidos al final del día? ¿No dijo el presidente que hay que evitar la psicosis?
Se ve que en este momento decisivo de la historia, el miedo es otro privilegio que gozan solo los ricos. Claro, hay que hacer como hacen los heroicos concertistas de balcones en España o aplaudir desde los edificios a los médicos, médicas, enfermeros, enfermeras y todos los agentes de salud, que están poniéndole el cuerpo a esta terrible pandemia; pero triplicarles el sueldo nunca y si hacen huelga, de héroes pasan a parásitos estatales en un abrir y cerrar de ojos. Basta con recordar los comentarios y ataques fascistas que recibían hasta hace unos pocos meses los residentes y concurrentes de la Cuidad de Buenos Aires, cuando se movilizaron por sus condiciones de trabajo y salario.
Una vez más, la clase trabajadora, los que mueven al mundo, salen a salvar el día. Ellos y Ellas no tienen el privilegio de sentir miedo; ese privilegio está reservado para las buenas gentes.
#YOMEQUEDOENCASA: AISLAMIENTO Y PRECARIEDAD
Así como el miedo parece ser un privilegio de ricos, el encierro también se vive muy distinto en ambas caras de la realidad, mientras un minúsculo puñado de privilegiados se retira a sus casas de lujo para tomarse vacaciones, hacer retiros espirituales, programas de dieta, etc., otros cientos de miles nos quedamos encerrados en nuestras casas de pequeños ambientes, trabajando - aunque para muchos es difícil atendiendo a los chicos- para cumplir con las actividades y con esa extraña imposición de “normalidad” que te exigen las empresas, ni que hablar si trabajás en un call center y te obligan a salir, o te instalan el cubículo en la casa con vincha y todo.
Los seres humanos que somos en realidad, profundamente animales sociales, padecemos el aislamiento y la pérdida de contacto con ese otro con el que construimos la vida cotidiana y también el proyecto colectivo de vida, el amigo, el compañero de trabajo, de la fábrica, de la facultad, la pareja, los hijos, el vecino, y si le sumás el nivel de ansiedad que te genera el bombardeo mediático sobre el avance y las muertes por coronavirus, nadie podría negar que la salud mental también está en cuarentena.
¿TODOS PODEMOS QUEDARNOS EN CASA?
Pero hay una realidad que es muchísimo peor y es la de cientos de miles de trabajadores precarizados, de familias enteras que viven hacinadas en villas miseria o que están directamente en situación de calle. Si bien la psicología define las crisis psicosociales como rupturas abruptas de la cotidianidad, tanto objetivas como subjetivas, que generan un deterioro de las relaciones sociales, no podemos pensarlas por fuera de las condiciones materiales que las constituyen.
En los sectores más vulnerables de la sociedad, la miseria del sistema capitalista ya ha construido una brutal naturalización de la incertidumbre como moneda corriente, como vida cotidiana: hacer changas para comer por día, tener trabajos precarios, cumplir tres jornadas laborales, arriesgar la vida en una bici o no tener agua potable, el abanico es grande, así que si las crisis irrumpen en la vida cotidiana, mucho peor lo hacen en éstas vidas cotidianas, la de un gran sector de trabajadores y trabajadoras, hoy en Argentina y en el mundo.
Lo cierto es que cuando el Gobierno Nacional decreta la cuarentena masiva, sin contemplar una sola medida económica que atienda la necesidad de enormes sectores y sin destinar partidas presupuestarias reales para refinanciar el sistema de salud y poder enfrentar esta pandemia, no solo descarga todo el peso sobre las espaldas de las y los trabajadores de la salud que empeñan su vida en los hospitales, sino que desarrolla todo un operativo ideológico que individualiza la enfermedad y desresponsabiliza al Estado, a las grandes empresas saqueadoras y a los laboratorios, verdaderos mercaderes de la salud. El chivo expiatorio es cualquiera y pone igual sello a la patrona que enfermó a su trabajadora doméstica a propósito, que al vendedor ambulante que sale a buscarse el día y que además lo agarra el gendarme, porque eso sí, la cuarentena llegó con las fuerzas armadas en las calles.
Así como las anuncios del gobierno no contemplan esta realidad, los decretos de necesidad y urgencia también desconocen los factores que constituyen la salud física y mental de las grandes mayorías, más aún si intenta instalarse un clima de pensamiento único, donde las decisiones las toma “el gran frente de unidad nacional” de radicales, peronistas, neoliberales, que ya desfinanciaron la salud durante años que hoy nos llaman a confiar en ellos y que quieren dejar por fuera las voces de trabajadores de la salud, científicos, especialistas y también la voz de la izquierda.
Importantes muestras de solidaridad, y organización obrera, que son la contracara de la miseria capitalista, ya se están desarrollando entre docentes que organizan bolsones de comida para los chicos de las escuelas, entre trabajadores como los del Astillero y estudiantes de la UNPL o de la fábrica recuperada Madygraf que están poniéndose al servicio de producir jabón y alcohol en gel masivo, así como instructivos para llegar a los sectores más vulnerados.
En el día de ayer fue tendencia #TestMasivosYa. Hacer test a la población, cómo ya se demostró en otros países con éxito, no solo cumple un rol en relación a aplanar la curva de la expansión de la pandemia, sino que también podría llevar alivio a la población, bajar los niveles de ansiedad y soledad a la que estamos expuestos.
Sabiendo quiénes no están infectados, quienes son portadores, y quienes ya presentan síntomas de corona virus, no solo se salvan vidas sino que además mejora la calidad de vida de quienes no están afectados. Todo esto dentro de un Plan Integral de Emergencia en Salud, que destine los recursos para el pago de la deuda al FMI a la salud pública, contemplando también la salud mental de la población.
En estos tiempos de pandemia, no olvidemos que para la preservación de la humanidad, hay que salvar algo más que la mayor cantidad de cuerpos posibles.