La presidencia de Trump ha deslegitimado las instituciones del estado americano, tanto en el país como en el extranjero. Biden tiene la tarea de restaurar esa legitimidad. Nada menos que la hegemonía global de EE.UU. está en juego.
Miércoles 20 de enero de 2021 00:01
Reuters/Kevin Lamarque
Después de cuatro agitados años, la presidencia de Donald Trump finalmente está llegando a su fin. Su sucesor, Joe Biden, es presentado por gran parte de los medios hegemónicos y la clase política como una bienvenida bocanada de aire fresco. El día de su victoria, la gente literalmente bailaba en las calles, y los tweets sobre no tener que seguir las noticias todos los días se hicieron virales. Aunque por supuesto ninguno de nosotros está ni remotamente triste de ver a Trump irse, la asunción de Biden no debe ser vista como un día de celebración o progreso. Biden asume con una serie de tareas muy específicas, siendo la principal de ellas la de re-legitimar las instituciones del estado nortamericano.
El declive de la hegemonía de EE.UU. ha estado en curso durante más de una década, iniciado por la crisis económica de 2008. Esto ha coincidido con el ascenso de China como superpotencia mundial que está cada vez más cerca de desafiar la posición de Estados Unidos en el escenario mundial. Esta creciente crisis para el régimen estadounidense en el extranjero se ha encontrado en los últimos años con una creciente crisis de legitimidad para el gobierno estadounidense en el plano interno. Esto ha caracterizado a los años de Trump en particular, ya que más y más gente ha comenzado a perder la fe en muchas instituciones previamente sagradas del régimen, en parte como reacción a su escandaloso comportamiento.
Por ejemplo, una encuesta reciente mostró que el 61% de los estadounidenses apoyan la abolición del Colegio Electoral. Varios medios de comunicación han hecho un llamamiento para abolir el Senado, y la demanda de abolir la policía ha ganado el apoyo de un tercio de las personas entre 18 y 34 años. De hecho, con el ridículo retraso en el recuento de los votos de la elección presidencial y el asalto del Capitolio por la extrema derecha, las últimas semanas han hecho que las instituciones del gobierno parezcan ridículas, ineficaces y corruptas.
El estado de las instituciones de los Estados Unidos
Trump, por su parte, ha contribuido a esta deslegitimación tanto de forma intencionada como no intencionada. Por un lado, pasó todo su mandato atacando al pantano y al establishment político. Al principio de su presidencia, atacó fuertemente a instituciones como el FBI y, recientemente, ha estado acusando explícitamente a los mecanismos de la "democracia" de los Estados Unidos de conspirar contra él. Este es el discurso que llevó a sus partidarios a manifestarse violentamente contra la certificación del triunfo de Biden a principios de este mes. De esta manera, Trump ha atacado intencionadamente la legitimidad de varias instituciones gubernamentales.
Sin embargo, también las ha deslegitimado sin querer a través de lo que la presidencia le ha permitido hacer. Desde utilizar los poderes del ejecutivo para instituir medidas reaccionarias como la prohibición de los musulmanes hasta movilizar a la policía y la guardia nacional contra los manifestantes durante el verano (boreal), Trump ha sido casi una sátira de lo que se ha llegado a conocer como la "presidencia imperial", término que describe el creciente poder que se ha consolidado en la presidencia en los últimos decenios. Personificó esta tendencia pero también fue demasiado lejos para el resto del estado capitalista que comenzó a revocar sus innumerables órdenes ejecutivas. Sin embargo, debemos tener claro que esta resistencia a Trump por parte del Congreso y la Corte Suprema no se debe a la "presidencia imperial" ni siquiera al mecanismo antidemocrático de los decretos, sino más bien a la inestabilidad que ha causado. Biden seguramente empleará métodos similares durante su mandato.
Sin embargo, como marxistas, tenemos un término aún mejor con el que describir el régimen de Trump: bonapartismo. El bonapartismo es un concepto desarrollado por Karl Marx para describir:
Un líder autoritario que surge cuando los diferentes sectores de las clases sociales luchan entre sí y no encuentran la forma de imponer su propio representante. En este contexto, emerge un "Bonaparte", presentándose como un árbitro desde arriba, aparentemente libre de mecanismos institucionales y de las clases dominantes.
Trump, sin embargo, fue una versión muy débil de esto ya que no fue capaz de superar con éxito los mecanismos del estado capitalista. Desde que la Corte Suprema revocó sus órdenes ejecutivas, hasta que el Congreso rechazó su propuesta de revocar la reforma del sistemade salud conocida como Obamacare, hasta que los militares se negaron a movilizarse para reprimir el movimiento Black Lives Matter, su presidencia se definió por su incapacidad de concretar sus sueños bonapartistas. Sin embargo, el conflicto entre el poder ejecutivo y las otras dos ramas del gobierno federal ciertamente llevó a que más gente perdiera la fe en la llamada creación "perfecta" de los Padres Fundadores.
Los recientes levantamientos contra la policía son el ejemplo perfecto de lo que la combinación de cuatro años de Trump, décadas de neoliberalismo, tecnología moderna y una masiva crisis económica internacional han hecho por la legitimidad de las instituciones estadounidenses. Radicalizado por el fracaso de las reformas conquistadas durante el primer movimiento Black Lives Matter en mejorar significativamente la situación de las comunidades negras y latinas, las demandas de esta segunda ola desatada luego del infame asesinado de George Floyd fueron más allá que antes y comenzaron a desafiar la naturaleza de la policía como institución. Desde la consigna de "abolir la Policía" hasta la más moderada "desfinanciar de la Policía", millones de personas comenzaron a comprender y desafiar el verdadero papel que la policía desempeña en una sociedad capitalista. Si bien ambas demandas tienen límites, es importante que el mayor movimiento social de la historia moderna de los Estados Unidos ataque la legitimidad de una de las instituciones clave del estado capitalista.
Sin embargo, las instituciones no sólo han perdido su credibilidad por izquierda. La expresión más dramática de esta cuestión por derecha llegó con la toma del Capitolio. Muchos de los partidarios de Trump creen que las instituciones del gobierno de EE. UU. - a veces definidas por ellos como el "Estado Profundo" - conspiraron para robarle la elección a Trump. También vimos la oposición de la derecha al FBI, al Congreso, a la Corte Suprema y a otras instituciones previamente sagradas cuando se volvieron contra Trump.
Trump también ha acelerado la pérdida de la hegemonía de EE.UU. en el extranjero. Desde la amenaza de abandonar la OTAN hasta la retirada de 12.000 soldados de Alemania, Trump ha sido una figura errática en el escenario mundial, lo que ha llevado a los aliados y rivales de los Estados Unidos a cuestionar su liderazgo. Un ejemplo de esto se produjo en 2019 cuando varios líderes mundiales, todos los cuales representaban a aliados cercanos de los Estados Unidos, fueron sorprendidos en una cinta burlándose de Trump en un evento de la OTAN. Como un ex funcionario de la administración Bush postuló en 2017, Trump puede haber terminado la "Era Americana" en el escenario mundial.
Las tareas de Biden
Biden asume con la legitimidad de muchas de las instituciones más sagradas en ruinas. Su tarea es recomponerlas y hacer que los sectores del pueblo estadounidense que están perdiendo la fe en ellas vuelvan a confiar. Debe restaurar la fe de todos para suprimir cualquier lucha de clases que surja mientras la crisis actual continúa. Biden también necesita relegitimar rápidamente estas instituciones porque puede necesitar usarlas para imponer la austeridad como una forma de resolver la crisis económica. Por ejemplo, una vez que los desalojos de viviendas, ahora suspendidos, comiencen de nuevo, Biden y el resto de la clase dirigente necesitan que se mejore la percepción pública de la policía para que pueda volver a desalojar violentamente a la gente sin resistencia. Por otro lado, Biden también tiene que restaurar la legitimidad entre la base de la derecha.
Esta necesidad de recuperar la legitimidad es una de las razones por las que los capitalistas apoyaron abrumadoramente a Biden sobre Trump. Se hizo evidente para ellos que Trump no iba a poder manejar la crisis actual y que su comportamiento errático estaba creando inestabilidad en el país y en el extranjero. Seguramente no les gustaba que sus tweets pudieran hacer subir o bajar el mercado de valores, impactando enormemente en su riqueza. Biden fue elegido porque los capitalistas creían que podía rápida, tranquila y suavemente asegurar el retorno a la normalidad capitalista. Una parte clave de esa normalidad es el poder y la legitimidad de las instituciones del capitalismo estadounidense.
Este proceso de re-legitimación está sucediendo ahora mismo. En las pocas semanas desde el 6 de enero, Biden y el resto de los demócratas - incluyendo la favorita del progresismo Alexandría Ocasio-Crotez - han estado sosteniendo las instituciones represivas del estado como la manera de luchar contra el ascenso de la derecha. Desde el llamado a aumentar los presupuestos de la policía hasta el proyecto de ley antiterrorista de Biden, los demócratas están usando los temores reales y legítimos de la gente sobre la extrema derecha para reconstruir la fe en las instituciones gubernamentales.
No debemos engañarnos pensando que estas instituciones recién fortalecidas no se volverán casi inmediatamente contra la clase obrera, los oprimidos y la izquierda. Aunque debemos defender firmemente las instituciones democráticas como el voto contra los ataques tanto de la extrema derecha como del Estado, no protegemos estas instituciones confiando en los mecanismos represivos del Estado. En pocas palabras: no podemos confiar en las instituciones del estado capitalista, y debemos luchar contra todas las medidas que las fortalezcan.
La lucha por delante
Biden y sus aliados quieren engañarnos para que nos desmovilicemos y nos volvamos pasivos. Quiere que creamos el discurso liberal de que Trump era una especie de aberración y que finalmente hemos vuelto a la normalidad. Pero debemos luchar contra esto y rechazar la lógica del estado capitalista. La verdad del asunto es que Trump simplemente expuso mucho sobre el funcionamiento del estado. No es la razón por la que la policía golpea y mata a los manifestantes, no es la razón por la que hay una explotación masiva, y no es la razón por la que la "democracia" estadounidense es tan antidemocrática. La razón detrás de todo esto es más profunda que Trump y Biden y es el núcleo del Estado de los EE.UU.: la necesidad de proteger el capitalismo.
El estado capitalista existe para resolver el conflicto de clases a favor de la burguesía y cuando lo consideren necesario, utilizar mecanismos como la policía, el FBI y el ejército para reprimir a la clase obrera y a los oprimidos. Este hecho básico no puede ser reformado, y tanto los demócratas como los republicanos son parte de este sistema. Debido a que las instituciones típicamente no son cuestionadas, el estado es capaz de reprimir sin mucha resistencia o incluso conciencia sobre su naturaleza represiva.
Dado esto, no debemos creer en la ilusión de que el FBI o cualquier otra institución del estado luchará contra la Derecha - ellos existen para luchar contra nosotros. No debemos creer en la ilusión de que la restauración de la legitimidad de las instituciones por parte de Biden será una buena noticia. Y no debemos creer en la ilusión de que el ala Sanderista del Partido Demócrata está tratando de vender - que con algunas reformas, podemos poner ese gobierno a trabajar a favor del pueblo. Aunque debemos luchar por reformas progresivas, no debemos confundir su conquista con cambiar la naturaleza del estado.
La lucha por delante para la clase obrera, los oprimidos y la Izquierda es una lucha contra la administración Biden y el gran aparato del estado. Biden y los demócratas serán los que desaten los ataques a la clase obrera en el próximo período, pero son las instituciones y mecanismos del gobierno los que les permitirán hacerlo. En este sentido, es de vital importancia que sigamos cuestionando la legitimidad de estas instituciones para ayudar a la clase obrera a romper con la lógica del Estado.
Los demócratas pueden, en los primeros días de la nueva presidencia, verse obligados a ofrecer algunas concesiones para apaciguar su base social. El alcance de estas concesiones y su efectividad está por verse. Biden asume por un lado fortalecido como agente de la legitimidad en el estado capitalista, pero también está debilitado: tendrá que ir más allá de lo que le gustaría en sus concesiones para mantener su base y reconstruir la fe pública en las instituciones. Esta contradicción seguramente presionará a su gobierno. Concesiones o no, sin embargo, debemos tener claro que, ya sea tarde o temprano, los ataques capitalistas a la clase obrera por parte de la administración Biden llegarán.
No debemos esperar a que lleguen estos ataques, sino que debemos presentar un programa positivo lleno de demandas de reformas progresivas que ayuden a la clase obrera. A través de la lucha para ganar estas reformas, debemos señalar constantemente las formas en que las instituciones del estado están conspirando para impedir todo progreso. Si Biden es capaz de restaurar con éxito la fe en las instituciones del estado, será mucho más difícil movilizar a la gente para resistir los ataques de su administración. Es una responsabilidad revolucionaria para nosotros, en el momento actual, luchar contra el gobierno de Biden incansable y constantemente. A pesar de todas sus palabras sobre la restauración de la "decencia" en los Estados Unidos, Biden es poco más que el cadáver podrido del neoliberalismo, reanimado para aplicar una vez más esa política fallida y desastrosa.
Biden no nos salvará. No nos salvará de la Extrema Derecha. No nos salvará del coronavirus. Y no nos salvará de la crisis económica. No está aquí para salvarnos, está aquí para salvar el capitalismo y el aparato estatal. Y debemos tener claro que este proyecto de restauración es fundamentalmente opuesto a nuestros intereses.
Sybil Davis
Docente y artista teatral, vive en New York.