En medio de una Los Ángeles fracturada por la gentrificación, dos hermanas se reúnen cuando la muerte de su madre las obliga volver al barrio. La serie Vida retrata una sociedad marcada por las identidades pero incapaz de albergarlas.
Dos hermanas distanciadas, Lyn y Emma, vuelven a encontrarse en el barrio que las vio crecer en el East Side de Los Ángeles. La muerte de su madre las reúne en el bar La Chinita y destapa la vida que la difunta Vidalia (Vida para su entorno) escondía a sus hijas: su inesperado matrimonio con una mujer y la bancarrota que les hereda.
La miniserie de 6 capítulos de Starz confirma que hay vida fuera de Netflix. Creada por Tanya Saracho, con gran protagonismo de mujeres latinas en la pantalla y detrás de escena, Vida estrenó su primera temporada en mayo de 2018 y ya anunció una segunda entrega.
El barrio y la lengua
El escenario de Vida grita actualidad. Boyle Heights, un barrio fracturado por la gentrificación, que expulsa a sus habitantes, familias latinas, migrantes y trabajadoras, y la “colonización” hipster en búsqueda de nuevos negocios y lugares cool para los white gringos ricos, que “consumen” su cultura como algo exótico. Marisol, nuestra heroína latina, una suerte de chola del siglo XXI, recoge en su forma de vestir y en su lucha contra la neocolonización la tradición de una “tribu urbana” del sur de California que enfrentó la discriminación contra la comunidad latina en los años 1940. Con Marisol compartimos la bronca de la expulsión de las familias trabajadoras que cuenta en sus videos y en los graffitis contra los negocios de los hipsters y sus pares latinos, los “chipsters” que inundan barrios como Boyle Heights.
El lenguaje es uno de los grandes protagonistas. Los diálogos de la serie están atravesados por el spanglish, una mezcla única y viva de idiomas con la marca de millones de personas hispanoparlantes que viven y trabajan en Estados Unidos. “Ahí te watcho” (nos vemos), “Stay firme” (mantente firme) o “That is the real tragedia” (esa es la verdadera tragedia) suenan en cada escena, como expresión de una realidad que resiste las políticas xenófobas y la voracidad capitalista, aun con un rostro cool y diverso. En forma de “guerra comercial” local, la mercantilización de las ciudades queda al desnudo en el barrio donde resiste el bar La Chinita.
En este contexto, las hermanas Hernández batallan por mantenerse a flote y defenderse de los buitres que hipotecaron a su madre y la dejaron al borde de la bancarrota. Una fotografía de la crisis de la burbuja inmobiliaria, que dejó un tendal de familias endeudadas mientras los bancos y las corporaciones fueron rescatadas por el gobierno de Barack Obama y siguen gozando los beneficios de la Casa Blanca, hoy habitada por Donald Trump.
El sexo (con-sin-y) el amor
El sexo en los relatos de ficción suele ser un tema difícil de abordar porque combina gustos, represiones y tensiones culturales. El sexo en Vida tiene un lugar importante sin “teorizar” mucho (la vida misma): el sexo furtivo entre Lyn y Johnny en el velorio de Vidalia, el casual de Emma y su compañera de una noche (con un sopapo discreto a la romantización del sexo entre mujeres incluido) y las masturbaciones interrumpidas por los rezos como una metáfora sugerente de la relación entre sexualidad y religión. La ausencia de moralejas no impide, sin embargo, el registro de los prejuicios que se construyen alrededor de la sexualidad.
En las desventuras de las protagonistas de Vida se pueden entrever también las diferentes formas en las que las mujeres se relacionan con el amor y el afecto. Están presentes el fantasma del amor romántico, que asfixia y estanca a Lyn entre su gringo Júniper y el romance con su novio de la secundaria; el pánico de la profesional Emma, que la persigue como el fantasma de la nena de vestido rosa, la soledad de Eddy frente a un futuro sin Vida y la impotencia de Marisol frente al que abusa de su confianza.
Identidades
Nadie niega que Starz encontró un nicho y se dispone a explotarlo: televidentes ansiosos de ver producciones culturales que hablen de vidas más parecidas a las suyas, mucho más diversas que los dramas y las comedias que emana la usina-Hollywood cotidianamente. Pero una de las cosas más interesantes de Vida es que no se limita al relato de la diversidad, tan edulcorado por la cultura de la tolerancia de las democracias capitalistas, sino que deja ver los choques que existen en la sociedad actual. Nada más cercano a la realidad donde el discurso choca con la vida. Y más fuerte es el choque cuando el discurso es el de una democracia como la estadounidense que mientras reza diversidad, persigue a la población latina, deporta familias enteras, detiene niños y niñas en jaulas y hostiga a la comunidad musulmana.
Por eso en Vida vemos el crisol que es Los Ángeles pero también la resistencia de la juventud latina que pelea su lugar en una sociedad que no le promete futuro y la expulsa del presente, con empleos precarios como el de Marisol mientras gambetea con la escuela y su activismo. También vemos el choque contradictorio entre quienes se fueron y vuelven y quienes siempre siguieron allí. Los primeros ven a los segundos como perdedores, cultivando la política del esfuerzo individual tatuado en la ideología individualista estadounidense, y los segundos ven a los primeros como traidores. Ese choque se ve en el cruce a los gritos de “Váyanse del barrio, whitetinas bitches” (latinas blancas putas) de Marisol contra Emma. Y no es que Emma abrace su herencia latina, más bien llega contando los segundos para huir, quizás hasta que se ve en el espejo del desarrollador Nelson, que la tienta a identificarse con él contra los “pinches” latinos del barrio.
Si hay una escena que nos pone frente a la fractura social es el viaje de Lyn al distrito de los chicos ricos, con quienes comparte una noche de fiesta. Desde que llega, aunque ella luce como una de ellos, la hacen sentir como una de los otros por su origen latino, que la emparenta a la empleada doméstica del lugar, a quien tratan con el desprecio que Lyn reconoce y siente. Su incomodidad culmina con el viaje de regreso al barrio, en el mismo colectivo que la empleada doméstica, mientras suena la voz de Susana Baca cantando “María Landó”, “María solo trabaja y su trabajo es ajeno”. Ella es de las otras.
Algo similar sucede con la diversidad sexual, tolerada con leyes y derechos, pero excluida y humillada en la vida real. Algo de eso vemos en conversación de Emma con una vecina que le explica que la gente dejó de ir al bar de su madre “cuando empezó a hacer eso”, es decir, cuando visibilizó la relación con su compañera Eddy. O la cima de la contradicción en el resentimiento (comprensible) de Emma, empujada al ostracismo por su propia madre cuando descubre su sexualidad en la adolescencia.
La vuelta al barrio abre la caja de Pandora. Pasado, presente y futuro quedan en carne viva. Aquello que quedó al desnudo difícilmente volverá a las sombras y el interrogante que queda abierto al final de la temporada es cómo tomarán las riendas las hermanas Hernández en medio de ese campo de batalla que es la vida.
Bonus track: Gimme the power
A pesar de que el discurso de la diversidad y la multiculturalidad está extendido, todavía significa una apuesta alta inundar la pantalla con un elenco latino, aplastantemente femenino, en un panorama cultural que todavía relega a lugares marginales o exóticos lo que se escapa de la norma del mercado. Según el último informe que analiza la diversidad en Hollywood, en el cine menos del 3 % de los roles con guion representan a personas latinas y en la televisión casi el 6 % (cuando la comunidad latina es el 25 % de la población de Estados Unidos).
La creadora de la miniserie, Tanya Saracho, apostó ante todo a la forma que creyó más legítima para contar la historia de una comunidad como la de Vida. De eso habla la decisión de convocar guionistas de origen latino, indispensable para abordar el lenguaje y lo que ese lenguaje expresa.
La banda sonora de la serie merece mención. Una mezcla de voces latinas inconfundibles desde Susana Baca, la inconfundible voz de Chavela Vargas cantando “Paloma negra”, pasando por una Selena inoxidable, hasta Calle 13, con alquimias más modernas y diversas de pop chicano-latino-electrónico y todas las etiquetas que se puedan combinar. Así las voces nuevas que suenan en los guiones encuentran melodías que acompañan como la de Jarina De Marco haciendo su particular versión de “Tú lo que quieres es que te coma el tigre” o "Passed by you" de Chicano Batman.
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