En 2004 se encontró la tumba intacta de la dama de Cao, una soberana de la cultura moche que gobernó ese reino de la costa norte peruana hace unos 1700 años atrás. Tiempo después, el hallazgo de la tumba de la sacerdotisa de Chornancap reforzó la idea que las mujeres de la elite tuvieron acceso a los máximos cargos en las sociedades prehispánicas de los Andes Centrales.
Gisela Miliani @giselina576
Lunes 11 de octubre de 2021 20:40
La dama de Cao fue enterrada en la Huaca Cao Viejo, uno de los cuatro sitios que conforman el complejo arqueológico El Brujo, ubicado sobre la costa y al norte de la actual ciudad de Trujillo, en Perú. Se trata de un centro ceremonial de la cultura moche con forma de pirámide trunca construido con millones de ladrillos de adobe. Dentro de uno de los recintos de la pirámide, un cántaro cerámico con la cara de un búho señalaba el sitio de la tumba, donde lxs arqueólogxs desenterraron el fardo funerario tal cual como había sido depositado más de mil años antes: sobre una esterilla de caña y junto a un joven sacrificado para la ocasión. Como en un juego de niñxs para desenvolver, los veintidós mantos de algodón que cubrían el cuerpo de la soberana no sólo escondían su precioso ajuar funerario sino también las pruebas de sus dotes como guerrera, sacerdotisa y curandera.
La tumba de la sacerdotisa de Chornancap, situada en el complejo arqueológico Chotuna-Chornancap, cerca de la actual ciudad de Lambayeque, en el norte de Perú, y a unos cinco kilómetros de la costa, representa otro ejemplo de enterramiento de una soberana; en este caso, de una dignataria de la cultura Lambayeque, que cronológicamente se ubica algunos cientos de años después de la mochica, entre los siglos X y XII de nuestra era.
Estos dos descubrimientos arqueológicos, que se suman a las tumbas de las sacerdotisas de San José de Moro, encontradas en los años noventa, y a la sacerdotisa de Nazca, con su increíble cabellera de 2,80 metros recogida en dos trenzas, pusieron de manifiesto que el poder en esas antiguas sociedades no era una cuestión exclusiva de los hombres, como se pensaba.
Lo que dicen las tumbas
La dama de Cao murió poco después de dar a luz a sus veintipico de años. Cuando se retiró el último manto que cubría su cuerpo, se descubrieron dos platos de oro, uno que le protegía la cara y otro el corazón. Más tarde se supo que su cuerpo fue ungido con agua de mar y maquillado con cinabrio (sulfuro de mercurio), un tóxico mortal de color rojo que selló el destino de quienes prepararon el cuerpo.
Gracias a ese tratamiento, la piel se conservó en un estado excelente y se pudieron conocer sus impactantes tatuajes, otro signo más de su estatus y del rol que cumplió dentro del entramado social mochica. Sus brazos, manos y pies estaban decorados con motivos geométricos y de animales, como arañas, serpientes y jaguares, todos símbolos que la vinculaban con ese mundo natural que en ese entonces tanto se conocía y tanto se temía a la vez.
Entre su ajuar se encontraron vestidos bordados con peces life (bagre) y olas marinas, una reminiscencia al mar de donde, según sus creencias, procedía su poder sobrenatural. Entre las joyas de oro, plata, turquesa y spondylus (un molusco de aguas cálidas traído desde Ecuador) con que fue enterrada, destaca la colección de cuarenta y cinco narigueras finamente talladas con diferentes motivos, entre ellos una notable cantidad de fauna, que manifiestan la cosmovisión moche. Las armas que le pertenecieron en vida fueron colocadas debajo del cuerpo y representan las primeras descubiertas en la tumba de una mujer en el mundo andino: veintitrés estólicas y dos porras de combate.
La sacerdotisa de Chornancap murió a los cincuenta años y fue enterrada con todos los emblemas de su rango como gobernante suprema: corona, cetro, tocado, orejeras y pectorales y ocho individuos sacrificados en su honor. Los dos extraordinarios mantos que recubrían su cuerpo estaban pintados con uno de los símbolos más significativos de la cultura Lambayeque: la ola antropomorfa, que establecía su relación con la divinidad del mar, ese elemento natural del que tanto dependía este pueblo. Otros objetos, como las copas empleadas en rituales de sacrificio y unas orejeras de oro con la imagen del cactus de San Pedro, afirman su función de chamana.
Chamanismo
La figura del chamán o chamana, o líder espiritual, constituía uno de los roles más prestigiosos en estas antiguas sociedades. Ellxs eran quienes atesoraban los conocimientos para la lectura de los movimientos de los astros y el estudio de las mareas, que empleaban para establecer los calendarios agrícolas y así organizar los tiempos de trabajo comunitario. Además, predecían el clima y determinaban la llegada de la época de lluvias, información vital para una comunidad agrícola.
Gracias a sus cualidades para la conexión con el mundo sobrenatural y los animales, cumplían otras funciones que se pueden reconstruir en el registro arqueológico. Sin duda, la curación era una de sus especialidades. Curaban a través de la imposición de manos y con remedios a base de plantas, que incluían especies botánicas de la selva, una región que mantuvo contactos culturales ininterrumpidos con la sierra y la costa durante miles de años. En este oficio se revela la profunda conexión y el conocimiento del valor que existía de las plantas nativas y sus características. Productos como la coca, el cactus de San Pedro, la vilca, el maíz, la quinoa, resinas de leguminosas, arcillas, azufre, piedras y hasta sangre de animales, entre una infinidad de especies botánicas y minerales, fueron empleadas solas o combinadas en el arte del curanderismo andino.
Las chamanas además cumplieron un papel crucial en la asistencia en los partos. La cerámica, esa fantástica ventana que nos permite conocer la vida cotidiana y el mundo simbólico de estas sociedades antiguas, ha dejado como legado escenas donde las chamanas, que pueden reconocerse por sus tatuajes y túnicas largas, aparecen ayudando a otras mujeres a dar a luz, y gracias a estas representaciones también podemos conocer la postura que adoptaban las mujeres al parir.
Otras piezas cerámicas lxs muestran portando el cactus de San Pedro(o wachuma), una de las plantas más transcendentales que empleaban lxs chamanxs de los Andes para conectarse con el mundo sobrenatural. Este poderoso alucinógeno fue el vínculo predilecto para establecer esa conexión, junto con la ayahuasca, la coca y la wilca (o cebil, como se conoce en Argentina), plantas que jugaron un papel central tanto en las curaciones como en los ritos del área andina.
Las escenas de sacrificio y de combates rituales, reproducidas en muchas piezas y en diferentes soportes (textiles, cerámica, piedra tallada), revelan especialmente la importancia que tenían lxs chamanxs como actores de primera línea en las diferentes ritualidades de estas culturas.
Las sociedades antiguas
Las primeras entidades políticas complejas del antiguo Perú, que se remontan cuatro mil quinientos años atrás, adoptaron una marcada tendencia religiosa. Ubicadas en los caladeros pesqueros más ricos del mundo y con un manejo de tierras y aguas que hoy en día siguen sorprendiendo, estas sociedades se distinguían por una visión poderosamente religiosa del paisaje, el que entendían como el sustento de su vida. La montaña, el agua, las tierras de cultivo y los animales no eran reservorios de recursos infinitos: eran divinidades con nombre propio.
Basaban su economía en la producción agrícola intensiva y la actividad pesquera y de recolección de moluscos. La tierra que les daba los alimentos recibía atención permanente para mantener la fertilidad: se aireaba, se abonaba con guano y se protegía en terrazas para que no se escurra por las laderas de las montañas. El agua que irrigaba los campos era suavemente transportada por canales que en tramos se integraban de manera natural al paisaje (¡y que en muchos lugares aún se usan!). Existía un cuidado único basado en una fuerte conexión y conocimiento del entorno que dio como resultado una producción económica exitosa: convirtieron una costa desértica en un vergel, “el almacén de los Andes”, según un arqueólogo.
Además de asegurar la alimentación de una amplia población repartida en varios valles, esta gestión económica permitió un enorme excedente que se destinó a la construcción monumental, la obtención de materias primas de zonas lejanas y el desarrollo artesanal destinado a la ritualidad y a la ostentación de los grupos de poder.
Las fuerzas naturales
Sin embargo, no todo dependía del trabajo humano. Las actividades económicas, en especial la agricultura, tenían que asumir el riesgo de un viejo conocido: El Niño, un fenómeno climático repentino y devastador del cual se tenía conocimiento desde tiempos arcaicos. En la predicción de este evento radicaba gran parte del prestigio de la elite en el poder. El Niño podía significar la destrucción total de los medios de vida de esos pueblos, modificar la dinámica social y borrar de un plumazo esa compleja estructura.
Llegado el solsticio de verano, lxs chamanxs debían estar informados y atentos. Los datos más relevantes llegaban del mar y los traían los pescadores. Una señal era el aumento de temperatura de las frías aguas de la costa peruana, que disparaba una serie de cambios: desparecían peces y moluscos habituales y aparecían otros, propios de aguas más cálidas. También “hablaban” las sierras, las mareas, el viento y hasta los más pequeños detalles de la naturaleza; con toda la información disponible, lxs chamanxs debían que sacar algo en blanco antes de que fuera demasiado tarde.
Cosmovisión andina
La cosmovisión es la manera de entender el mundo, y las comunidades andinas lo hicieron de una manera muy particular. Su preocupación central era comprender los ciclos de la naturaleza para garantizar sus alimentos, y sabían que estos estaban marcados por el retorno de las estaciones. Según sus creencias, los ciclos estaban animados por fuerzas opuestas y complementarias a la vez, una idea muy fuerte representada por el concepto de dualismo. Del choque de esas fuerzas es de donde surge la energía vital que da vida y movimiento al mundo.
Las fuerzas que animan el mundo, para la cosmovisión andina, están repartidas en tres planos: el mundo de arriba (Hanan Pacha), donde viven los dioses y donde habitan fuerzas incontrolables como el viento y las tormentas; el inframundo o mundo de abajo (Uku Pacha), donde viven los muertos, donde se regenera la vida y desde donde emergen los alimentos; y el mundo terrenal (Kay Pacha), donde viven y trabajan los seres humanos. Entre esos mundos hay intercambios: se piden favores, se aplican castigos y se entregan ofrendas propiciatorias.
En la creencia que los líderes de estas comunidades eran descendientes de los diosxs, radicaba la justificación de los roles y jerarquías. Estos intermediarios que se comunican con los diferentes planos del mundo, que entregan ofrendas y ruegan por las buenas cosechas, la fertilidad de la tierra y la abundancia del mar, se muestran ante los demás brillando como astros, ataviados con toda su parafernalia de metales preciosos y portando insignias que simbolizan y les transfieren el poder de los seres sobrenaturales.
Y en esta danza de poder, y a juzgar por los descubrimientos arqueológicos aquí mencionados, las mujeres pudieron gobernar con plenos poderes, mostrando sus cualidades de chamanas, parteras, guerreras, curanderas, tejedoras. En este pasado profundo, las mujeres que tuvieron la posibilidad de acceder al poder lo ejercieron de hecho, encumbradas en lo más alto, y así pudieron ser recordadas en la posteridad.