[Alerta de spoiler: contiene revelación de contenidos que de cualquier manera todo el mundo ya sabía como terminaría…]
Pocos géneros cinematográficos tienen la cara tan estereotipada de una fórmula lista de la industria cultura hollywoodense que las comedias románticas. Es tal el tamaño de su previsibilidad que los guionistas podrían ser sustituidos por programas de computadora con algoritmos programados para escribir sus tramas, y difícilmente se notaría alguna diferencia.
Es raro también encontrar un ser humano con acceso a la televisión en Occidente que no haya crecido bajo la masacrante influencia de este género que, más allá de la grotesca fórmula que caracteriza sus historias, es uno de los tipos de producción cultural más impúdico y abiertamente ideológico, en el sentido de asestar golpes nada sutiles en la cabeza de las personas –y en especial de las mujeres– un ideal de amor romántico que cumple el papel de una aspiración de vida y de realización personal. Actrices como Meg Ryan, Drew Barrymore y Jeniffer Aniston hicieron carrera millonarias especializándose en este nicho particularmente viscoso de la industria cultural.
Pero las mismas comedias románticas representaron, a su tiempo, una “modernización” de algo más viejo que el propio cine. La necesidad de una celda mental dentro de la cual confinar las ambiciones y aspiraciones de las mujeres en la sociedad burguesa es tan antigua como las promesas no cumplidas de “igualdad, libertad y fraternidad”, de las cuales las primeras excluidas –junto con los negros, los trabajadores y los pueblos de las colonias– fueran justamente las mujeres, que en ningún momento dejaron de ansiar libertad.
Como fruto de esta necesidad, en la huella dejada por las grandes revoluciones burguesas y en la consolidación de la burguesía como clase dominante, vino aquello de que probablemente fuera la primera forma de producción cultural de una sociedad patriarcal volcada específicamente a las mujeres y a la propagación de aspectos ideológicos puestos a instigar en ellas los sentimientos “amorosos”:
En una investigación sobre los hábitos de lecturas de las mujeres alemanas en la era victoriana, Marie-Claire Hoock-Demarle se refiere a la “furia de leer” que se apoderó de la mujeres que, en el siglo XIX, tenían acceso a la simple condiciones de un poco de privacidad y del usufructo de un tiempo liberado de las tareas domésticas –y todo a pesar de las reprobación de gran parte de los padres y maridos. […] La “furia de leer” de las mujeres fue rápidamente extendida por una floreciente industria de novelas y romances escritos para mujeres […] Lo interesante es que la expansión de la literatura en aquel siglo correspondió a la creciente importancia que el amor conyugal y el casamiento pasaron a tener en los proyectos de la vida burguesa; la literatura “inventó” el amor burgués, y el casamiento abrió el espacio para una invasión literaria que enriqueció el imaginario de las mujeres, compensando frustraciones, rompiendo el aislamiento en el que vivían las ama de casa, abriendo vías fantasiosas de gratificación (Maria Rita Kehl, Deslocamentos do Feminino, pp. 78-9).
Así, las comedias románticas son descendientes modernas de los géneros ficcionales dirigidos a la instalación de un ideal de amor burgués, algo que surgía con la sociedad liberal y con los casamientos “libres” basados en el “amor” y no en arreglos familiares independientes de la decisión individual. Es claro que la hipocresía de estas relaciones “libres”, donde la mujer continuaba tanto como antes siendo la propiedad de su marido y condenada a espacios y viviendas domésticas –en el caso de las mujeres que no precisaban aun de vender su fuerza de trabajo para poder comer– fue denunciada aquí y allí, principalmente por las propias mujeres que combatían la esclavitud matrimonial. Por eso, la importancia del convencimiento de las mujeres de que un ideal de vida debía estar dirigido al amor, en el casamiento y, consecuentemente, en la familia, era aún más primordial.
Pero, aun más difícil que publicar un libro que va a contramano de la ideología dominante es hacer una película, cuyos medios de producción son de costo elevadísimo. Y los que vimos durante décadas “comedias románticas” fueron variaciones infinitas –e en general bastante poco variadas– sobre el mismo tema. La misma promesa brindada por medio de las princesas de los cuentos de hadas, de encontrar un príncipe y “vivir feliz para siempre” se ofrece en cada sesión de la tarde. Y la eficacia de este tipo de adoctrinamiento sobre la ilusión de deseo de las mujeres –e inclusive de los hombres– que buscan la realización personal en el ideal del amor romántico, puede ser fácilmente constatada en las historias de vida, frustraciones personales, aspiraciones en circulación permanente en nuestra sociedad.
Pero incluso con la persistencia de estos valores, no es difícil verificar que las cosas no son las mismas de cien, cincuenta o incluso veinte años atrás: el cuestionamiento a los valores morales, culturales y sociales que buscan mantener a las mujeres oprimidas es creciente, con los cambios ideológicos nada despreciables que están sucediendo. Hoy difícilmente se encuentra una mujer joven en sus diecisiete años que no se diga feminista. Y la industria cultural, como el más perverso de los camaleones de la ideología burguesa, está en permanente adaptación para mantenerse conquistando “corazones y mentes”.
Ningún gran medio de producción cultural se ha mostrado más hábil en hacerse pasar por “progresista” que la gigantesca Netflix, que en pocos años se convirtió en uno de los mayores monopolios de la industria cultural mundial. Y, en el ámbito de las comedias románticas, por lo menos dos filmes producidos por la empresa tuvieron mucho éxito en esta misión.
En abril de 2018, Netflix lanza la película francesa, No soy un hombre fácil. En la comedia, un rico y bonito ejecutivo del ramo de la publicidad es presentado al espectador como un estereotipo del canalla machista, que siempre se siente bien al humillar a alguna mujer o tratarla como objeto sexual. Solo son necesarios ocho minutos de película para dar cuenta del personaje de bufón, antes de que él se golpee la cabeza en un accidente y acorde con el mundo donde todo está invertido: allí, las mujeres dominan, y los hombres son inferiores, ridiculizados, oprimidos. Reímos al ver al protagonista Damien tener que someterse a los rituales bárbaros hoy impuesto a las mujeres, como depilarse, usar ropas ajustadas, etc. Pasando por toda la opresión cotidiana que las mujeres enfrenta, Damien se ve obligado a trabajar como asistente de Alexandra, la mujer que en el comienzo de la película él había humillado en una reunión de negocios. Como no podía dejar de suceder, él se enamora de la jefa y eventualmente se descubre como un mero objeto sexual y descartado, y también que Alexandra es odiada por otros hombres por haber sido tratados así.
En más de un cliché del género, Alexandra apuesta a usar a Damien, escribir un libro sobre él –que se llama “masculista” por defender los “derechos de los hombres”– para mostrar que es tan dependiente de las mujeres como todos los otros. Y después terminar con él. Y como no podía ser de otro modo, Damien la descubre, y en seguida Alexandra se arrepentirá al ver que se enamoró perdidamente –tal cual Segundas intensiones, Diez cosas que odio en vos, y tantas otras comedias románticas (pero con los papeles de género invertidos). Pero, antes que todo se resuelva en el tradicional “final feliz”, en una pelea entre los dos Alexandra se golpea la cabeza y… se despierta en un mundo donde los hombres son quienes oprimen a las mujeres. Y la película termina por ahí.
Ahora, Netflix acaba de lanzar ¿No es romántico? (Isn’t it romantic). Natalie, la protagonista, no es el estereotipo de aquellas de las comedias románticas. Es gorda y tiene un empleo aburrido en una oficina de arquitectura. En la primera escena de la película, aparece en su infancia viendo deslumbrada uno de los “clásicos” del género: Mujer bonita con Julia Roberts. Su madre, lo que todo indica una mujer soltera y bastante rencorosa con la vida, le dice que no crea en esas tonterías, que la vida no es una comedia romántica, que ellas no son Julia Roberts.
Natalie crece y tiene una vida común. En la tradicional presentación de su mundo de rutina, en el que discute con la amiga que ama las comedias románticas y esta le da un consejo para que “se abra” al amor, la película lleva un poco más que No soy un hombre fácil: son unos 14 minutos para que podamos dar carcajadas y entender que Natalie es una mujer normal, con un empleo normal, una autoestima por el piso y un gran rencor en relación a las películas idiotas (comedias románticas) que buscan vender la idea del “felices para siempre”.
Pero entonces, para “sorpresa” de todos, Natalie se golpea en la cabeza y… despierta en un mundo donde vive una comedia romántica. Todo es lindo, todo sale bien, ella es rica y exitosa y todos los hombres la admiran. El ejecutivo lindito, cliente de la firma donde trabaja, que en el mundo real solo se da cuenta de su existencia para pedirle que le sirva un café, ahora está perdidamente enamorado de ella. Pensando en cómo volver a su vida normal, Natalie piensa que precisa un “final feliz” y forma un matrimonio con el ricachón. Pero descubre que es un hombre horrible y dominador, que quiere que ella trabaje y cambie de nombre para ser su esposa. Y que la verdad es que ama a su mejor amigo. Pero la “novedad” es que ella descubre, al intentar interrumpir el casamiento del amigo para declarársele, que en verdad el gran amor de su vida es ella misma, y que eso es lo fundamental en la vida. Entonces, pasado este momento epifánico, Natalie puede sufrir otro accidente y volver a su vida normal.
Una vez que retornó, ella ahora se muestra como una mujer “empoderada”, con una autoestima elevada, y que, por fin, puede quedarse con su amigo que siempre estuvo enamorado de ella, pero, esta vez, sabiendo que en primer lugar viene el amor propio.
Así, Netflix cambia todo para no cambiar nada. Como, en su momento, pareció “subversivo” poner la prostituta Vivian en el lugar de la Cenicienta en Mujer bonita; o la obrera metalúrgica Alex, que lucha para convertirse en bailarina de Flashdance –pero que termina en un romance con el patrón, como la prostituta Vivian termina con el empresario “príncipe”–. Netflix siente el viento de los nuevos tiempos y, sin cambiar una coma de la estructura de una comedia romántica, puede pasar por crítica al machismo o inclusive a las comedias románticas y sus padrones de belleza, de amor, de felicidad.
Las raíces de esta apropiación de las pautas democráticas remontan a los orígenes de las propias movilizaciones por derechos efectuadas por sectores oprimidos dentro del capitalimo. Se destaca EE. UU., donde el movimiento por derechos civiles de los negros y la segunda onda feminista obligaron a que la burguesía pasara a reubicarse en su discurso hegemónico, construyendo “nichos de diversidad” (y de mercado) para dividir y cooptar los sectores insurrectos. Fenómenos como los “cultural studies”, en que los temas como género, colonialismo y racismo pasaron a ser una opción “epistemológica” más de la Universidad, son parte de esta estrategia de dominación. Al mismo tiempo en que se reconoce la demanda de estos sectores, su lucha es institucionalizada y cercada por los marcos de las posibilidades brindadas por el mismo sistema económico y político que crea y sustenta esa opresión.
La separación de estas pautas de sus raíces estructurales en el capitalismo, y de la percepción de su vinculación intrínseca con la lucha de clases, es lo que hace palpable para las grandes empresas como Netflix, las grandes instituciones ideológicas como las Universidades, los grandes órganos políticos del imperialismo como al ONU, asimilar aspectos parciales de las cuestiones democráticas y “embanderarse” con esas demandas, mientras en un nivel más profundo contribuyen para mantenerlas.
Al mismo tiempo que ¿No es romántico? ridiculiza las tradicionales comedias románticas, transmite y reafirma los valores del “empoderamiento” individual de las mujeres, de las ideas de vida, como por ejemplo ser exitoso en un empleo, enriquecerse y ser “independiente”. Sin dejar de lado, claro, el hecho de que parte de la realización personal está en encontrar el amor romántico –lo que, en esta visión “crítica”, solo puede hacerse “empoderada”–. En No soy un hombre fácil ninguno de los aspectos estructurales del machismo es cuestionado, y la trama se centra en las condiciones subjetivas de las mujeres y los hombres de clase media en las relaciones amorosas. Pero estos aspectos, sin duda importantes, son parte de una estructura social mucho más abarcadora que tales películas, lejos de cuestionar, cumplen un papel importante para reforzar. Es solo por ubicarse desde una perspectiva “crítica” que estas producciones pueden recobrar la legitimidad de su discurso; ellas ganan simpatía en sectores de masas entre las mujeres que ya no aceptan la estandarizada comedia romántica edulcorada y, de manera más sutil, aunque más eficaz, pueden perpetuar los mismos valores que dicen cuestionar.
Traducción: Elizabeth Young
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