En esta primera entrega se analiza el origen de la problemática del acceso a la vivienda en los comienzos del capitalismo y las primeras luchas que se llevaron a cabo por este derecho, con especial atención a la “Huelga de las Escobas” que paralizó a varias ciudades argentinas los últimos meses de 1907.
Jueves 5 de marzo de 2015
“La penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el orden social que la ha hecho nacer sea transformado de raíz”.
Friedrich Engels, Contribución al problema de la vivienda, 1873.
El problema del acceso a la vivienda está presente desde los comienzos del capitalismo. A fines del siglo XVIII la Revolución Industrial inglesa destruyó la economía y las formas de abastecimiento tradicional de las comunidades campesinas “liberando” (es decir “desposeyendo”) a numerosa población que para sobrevivir debía emplearse como mano de obra asalariada en la industria. Sin embargo las ciudades industriales de los siglos XVIII y XIX eran incapaces de absorber esta población.
Mientras el Estado se mantenía al margen, la burguesía supo encontrar rentabilidad a la necesidad de un techo. La carencia de viviendas por un lado y la necesidad de las mismas por el otro, se tradujo en alquileres casi imposibles de pagar por las familias obreras. Como señalan Marx y Engels, “una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista” (1). Es decir, la especulación con el derecho a la vivienda es otra forma que encuentra la burguesía para obtener ganancia del trabajo asalariado.
A esto se le suman las condiciones antihigiénicas de las viviendas obreras. En La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), Engels señala que las viviendas obreras se ubicaban en los “Barrios Feos”: “están dispuestos del mismo modo en todas las ciudades; las casas peores están en la peor localidad del lugar; por lo general son de uno o dos pisos, en largas filas, posiblemente con los sótanos habitados, e instalados irregularmente por doquier. Estas casitas de tres o cuatro piezas y una cocina, llamadas cottages, son en Inglaterra y con excepción de una parte de Londres, la forma general de la habitación de toda la clase obrera. En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales, sin canales de desagüe, y por eso siempre se llenan de fétidos cenagales. Además la ventilación se hace difícil por el defectuoso y embrollado plan de construcción, y dado que muchos individuos viven en un pequeño espacio, puede imaginarse qué atmósfera envuelve a estos barrios obreros” (2).
Pese a esto el problema de la vivienda no fue una reivindicación tan presente en el movimiento obrero como la lucha por el salario y mejores condiciones laborales hasta comienzos del siglo XX, cuando se produjeron las primeras huelgas de inquilinos.
Una de las primeras experiencias huelguísticas de las que se tiene noticia ocurrió en el País Vasco en 1905, donde 2.000 familias de Barakaldo y Sestao paralizaron la actividad económica en el Gran Bilbao durante casi un mes. Si bien estos lugares eran la base social del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), la huelga se desarrolló de un modo autónomo y hasta enfrentado con el partido. Los reclamos de rebaja del 50% de los precios de alquileres, saneamiento anual de la vivienda y reconocimiento de las sociedades de inquilinos como interlocutores válidos resultaron derrotados. Esto tuvo como efecto el boicot de los inquilinos a la Huelga General convocada por el PSOE, que dejó en evidencia la falta de contacto que el partido tenía con sus bases (3).
En los últimos meses de 1907 estalló en Buenos Aires y otras ciudades argentinas una de las más importantes huelgas del inquilinato de este período, que sería ejemplo para luchas posteriores por el derecho a la vivienda.
II
En Buenos Aires, la epidemia de fiebre amarilla de 1871 -traída por las tropas argentinas que habían cometido un genocidio en la Guerra del Paraguay- provocó que las familias oligárquicas se trasladaran al Barrio Norte, abandonando sus residencias. Esto permitió que numerosas familias se ubicaran en los ya obsoletos caserones de la zona sur. Algunos comerciantes y especuladores acondicionaron viejos edificios o construyeron precarios alojamientos llamados “conventillos” (diminutivo de “convento” por sus numerosas celdas) para los trabajadores e inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del siglo XIX. Las condiciones de estas viviendas eran miserables: carencia de ventanas, hacinamiento, falta de agua y cloacas, el servicio de baño y lavadero eran comunes, y había un servicio cada diez habitaciones-departamento. En este ambiente eran comunes el cólera, la fiebre amarilla, los parásitos y todo tipo de infecciones. Las cocinas eran comunes pero era frecuente que se cocinara en las habitaciones o en el patio que servía de ambiente de sociabilidad para bailar el tango u organizar los reclamos (4).
Los abusos de los propietarios estaban garantizados desde el inicio de su relación con los inquilinos: solían exigir una garantía de depósito de varios meses de alquiler por adelantado o el pago de dos meses de locación –como sigue sucediendo en la actualidad-, y el recibo se entregaba recién el tercer mes, por lo que ante un reclamo el inquilino aparecía como moroso. Aunque la ley estipulaba 30 días para el desalojo de las viviendas, los jueces solían dictar la orden en 10 días. El Censo Municipal de 1904 registraba que el 22% de los conventillos de Buenos Aires (559) no tenía baños, y que vivían 11,5 personas por casa, casi todas en el mismo piso. El 10% de la población se albergaba en conventillos y el alquiler representaba entre un 20 y un 30% del salario de un obrero. Quienes no pudieran pagar un alquiler debían someterse a sistemas como la “cama caliente”, en donde se alquilaban colchones para dormir en el patio, o la “maroma” que consistía en una cuerda que atravesaba la habitación para que la persona se apoyara en las axilas durmiendo de pie o sentada en un largo banco. Además los reglamentos obligaban a “guardar el orden y la decencia” y prohibían “lavar ropa, estar parados en la puerta de calle o bailar, cantar, tocar órganos, acordeones, guitarras u otros instrumentos de música”. Ante esta situación no era de extrañar que algunos inquilinatos se llamaran “El Infierno”, “El Palomar”, “Babilonia”, “El Gallinero” o “Cueva Negra”(5).
En agosto de 1907 la Municipalidad de Buenos Aires aprobó un incremento de los impuestos para el año siguiente. Inmediatamente los propietarios de conventillos, inquilinatos y pensiones trasladaron este aumento al costo de los alquileres. El 13 de septiembre las 132 piezas del conventillo “Los cuatro diques” (Ituzaingó 279), propiedad de Pedro Holterhoff, conformaron un “Comité de Huelga” que se negó a pagar en tanto no se realizara una rebaja del 30% de los alquileres y se llevaran a cabo mejoras sanitarias en los edificios. Esto se contagió a otros conventillos e inquilinatos en los barrios de San Telmo, La Boca, Balvanera, Socorro, San Nicolás, Piedad y Barracas. Cada uno conformó un “Comité de Huelga” que a través de asambleas elegía delegados que coordinaban con el resto de los lugares en lucha a través del “Comité Central de Lucha contra los Altos Alquileres y los Impuestos”.
Para octubre ya había más de 500 conventillos en huelga, a los que se sumaron 250 durante ese mes, llegando a 2.000 casas (80% del total) hacia finales del conflicto. La huelga se extendió a otras localidades como Lomas de Zamora, Avellaneda, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Rosario, Córdoba y Mendoza. El conflicto se había vuelto nacional y había más de 140 mil inquilinos en huelga (6).
Notas:
(1) Marx, Karl y Engels, Friedrich; El Manifiesto Comunista, Buenos Aires, Gradifco, Colección Nogal, 2001, p. 27.
(2) Citado por Godio, Julio; Los orígenes del movimiento obrero, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971, pp. 24- 25. El texto completo se puede descargar en el sitio web: http://www.marxismoeducar.cl/me-01a.htm.
(3) Cortina, Mercé; “Primeros pasos en la lucha por la vivienda”, en: Solidaridad.Net, http://www.solidaridad.net/noticia/6157/, 9 de abril de 2010.
(4) Sobre la situación en los conventillos se puede consultar: Pigna, Felipe; “Los Inquilinos en pie de guerra”, en: Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2007; y Scwarcer, Carlos; “El Conventillo de la Paloma un siglo después”, en: Revista Cultural del CECAO, Córdoba, Año II, Nº 19, mayo de 2004. También hay información en el capítulo dedicado al Tango en: Andahazi, Federico; Argentina, con pecado concebida, Buenos Aires, Planeta, 2009.
(5) Pascucci, Silvana; “La huelga de Inquilinos de Conventillos de 1907”, en: Diario Crítica de la Argentina, 17 de agosto de 2009.
(6) Según el Censo de 1895 la población del país era de alrededor de 4 millones de personas. Para el Censo de 1914 esa población se había duplicado a 8 millones.
Luciano Andrés Valencia es escritor. Autor de La Transformación Interrumpida (2009) y Páginas Socialistas (2013). Publica artículos en medios alternativos de Argentina y el exterior. Contacto: [email protected].