1. Las inmigrantes y la situación colonial
El pasado 15 de julio de 2018 el actual gobierno [1], después de días de agotadora espera y dispersión de veneno racista, dio la orden de desembarcar del barco Sea Watch “solamente mujeres y niños”.
Hace unas semanas, en diciembre, en una situación similar a la de julio de 2018 −y en medio de los gritos machistas y llenos de odio del Ministro del Interior− el Primer Ministro declaró desde un estudio de televisión que quería llevar a Italia “sólo a mujeres y niños”.
Incluso en estos días en que se quiere, por enésima vez, evitar el desembarco de inmigrantes, algunas instituciones, asociaciones y fuerzas socialdemócratas intentan romper el muro del rechazo pidiendo “al menos” el desembarco de “mujeres y niños”.
El 24 de agosto de 2017, mientras la policía, utilizando bastones e hidrantes, sacudía a cientos de refugiados que dormían en condiciones extremas en la Piazza Indipendenza de Roma, una fotografía muy especial invadía nuestras pantallas. En ella se veía a una refugiada eritrea −Genet es su nombre− que lloraba desesperadamente; en sus ojos se veía el dolor de una mujer derrotada por la violencia del Estado. A su lado había un policía hombre que, con ropa antidisturbios, le tocó suavemente la cara. Otros periodistas masculinos expresaron toda su emoción en los títulos de los artículos de la foto: “El policía acaricia a la migrante”, “El policía que acaricia a la migrante se convierte en un símbolo de la Italia de hoy”, “Un gesto de humanidad, emocionante y dulce”.
La eterna mentira sobre los “italianos bondadosos” −especialmente en lo que se refiere a las mujeres y a los niños− se consolidó: una mentira organizada y sumamente difícil de desmantelar, desde los días del colonialismo histórico.
En las colonias italianas, las colonizadas eran consideradas seres biológica y culturalmente inferiores, para ser explotadas y violadas (Del Boca, 1991; Wilson, 1991). La posesión de sus cuerpos era una metáfora de la posesión territorial y del poder imperial ejercido por el Estado italiano sobre otros pueblos (Campassi, 1983; Goglia e Grassi, 1993), en homenaje a la conocida fórmula colonial “tomemos a las mujeres, y el resto vendrá”(Fanon, 2007, p. 40). La violación en masa y la matanza de las colonizadas representaban por lo tanto un instrumento formidable para la conquista, y su deportación y segregación se utilizaron también para chantajear, quebrantar, desmembrar y humillar a padres, maridos, esposos, hijos y hermanos. A la violencia del racismo de Estado se le añadía, por tanto, la del género.
La violencia también fue perpetrada con instrumentos administrativos y legislativos: el ejemplo más conocido es, en este sentido, la ley sobre el “madamato” [2], pero hay muchos otros. A la violencia directa hay que añadir la violencia “indirecta”, es decir, la que se materializó a través de la política de segmentación y organización jerárquica de las estructuras sociales de las poblaciones colonizadas; la segmentación y reestructuración jerárquica sirvió para posibilitar y perpetuar la (hiper)explotación de la mano de obra local, o mejor dicho, su reducción a la esclavitud. El mayor peso de este sistema empapado en violencia, racismo y sexismo recaía sobre los hombros de las mujeres colonizadas.
La opresión ejercida contra ellas fue, por lo tanto, múltiple: clase, raza (entendida aquí como una categoría construida socialmente) y género. Sin embargo, sobre el tema hay muy pocos estudios específicos; y aunque la atención de los investigadores (sobre todo de los historiadores) sobre las atrocidades cometidas por el colonialismo italiano ha crecido en los últimos 30 años, no hay estudios sistemáticos sobre la violencia sufrida por los colonizados (Volpato, 2009).
Esta deficiencia ha contribuido a ocultar, a lo largo de los años, los elementos estructurales e invariables de las políticas (neocoloniales) del Estado italiano; estos elementos son ahora claramente visibles también en las llamadas políticas de migración. En cuanto a los inmigrantes, tanto en Italia como en Europa, se ha realizado lo que Fanon y Sartre llaman la “situación colonial”: los inmigrantes son los “colonizados internos”, es decir, los colonizados situados en el territorio nacional.
En esta situación colonial construida dentro del territorio nacional, las inmigrantes/colonizadas internas sufren múltiples formas de violencia por parte del mercado, las instituciones estatales y las estructuras sociales jerárquicas. Son ellas los que sufren las condiciones laborales más precarias y difíciles, los que realizan los trabajos más arduos, los peor pagados en términos absolutos, los más aislados. Según datos del ISTAT, casi la mitad (46,5 %) de las mujeres extranjeras empleadas en Italia trabajan en el sector de los servicios de asistencia doméstica o familiar. Estos datos, obviamente, no tienen en cuenta el trabajo no declarado realizado por mujeres extranjeras en familias italianas. Las medidas de austeridad y el desmantelamiento sistemático de la asistencia social, que ha conducido a la cancelación o reducción de los servicios (guarderías, comedores, transporte, etc.), que deberían permitir a las mujeres conciliar el trabajo fuera del hogar con el trabajo doméstico, han convertido a Italia en el país de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) con el mayor porcentaje de actividades informales de cuidado de ancianos, discapacitados y niños.
La explotación ilimitada del trabajo, junto con la violencia física y psicológica que sufren las trabajadoras extranjeras en el hogar, ha llevado al desarrollo de lo que ahora se define en el campo médico-científico: "el síndrome italiano". Es una forma peculiar de malestar psicofísico que afecta a las trabajadoras domésticas y a las "acompañantes", cuyos síntomas se han detectado por primera vez entre los trabajadores extranjeros empleados en Italia.
La precaria situación legal −construida deliberadamente por leyes y circulares− hace que estas trabajadoras sean chantajeables en todos los sectores laborales: en logística, restauración, industria, etc... El vínculo indisoluble entre el permiso de residencia y el contrato de trabajo pone la suerte de estas mujeres en manos de los patrones. Los permisos de residencia “familiar” las hacen dependientes de sus maridos.
La configuración de este tratamiento específico, realizado por el Estado y el mercado, comienza incluso antes de que lleguen al mercado italiano o europeo. El horror sufrido en los centros de detención dispersos a lo largo de la ruta migratoria, la violencia y la tortura sufridas en los numerosos pasos fronterizos, hasta los procesos de infantilización y autodespojo del yo llevados a cabo en los llamados “centros de acogida”, son etapas de un complejo proceso de disciplina de mercado, que cada vez más quiere que sean sumisas, domesticadas e hiperexplotables.
El racismo, el sexismo y la explotación más salvaje se concentran en ellas. Frente a la realidad de la vida de las inmigrantes/colonizadas internamente, la retórica actual de “al menos salvemos a las mujeres” muestra toda su hipocresía, paternalismo y sexismo; los llamados a desembarcar a las mujeres suenan más cercanos a la fórmula colonial “llevemos a las mujeres, y el resto vendrá”, que a sentimientos humanitarios genéricos y piadosos. Más que iniciativas de apoyo a las mujeres, parecen ser iniciativas para “tomar a las mujeres”.
2. La crisis mundial y las luchas de las mujeres
El retroceso de la situación de la mujer, tanto a nivel global como local, en las últimas décadas está fuertemente ligado a las políticas neoliberales, a las que hay que añadir los efectos de la interminable crisis que ha golpeado al sistema capitalista desde 2008, así como las medidas adoptadas por los gobiernos y las empresas para combatirla, fuertemente antiproletarias y sexistas.
El retroceso se ha registrado en todos los niveles, empezando por el trabajo. Las mujeres han sido las más afectadas en todas partes, aunque de forma distinta. En Occidente, a pesar de que la crisis afectó en mayor medida a la mano de obra masculina, en los últimos 6-7 años la mano de obra femenina ha comenzado a sufrir una creciente tasa de desocupación. En el resto del mundo, la crisis ha golpeado, en particular, a las pequeñas y medianas empresas del sector textil, que es el sector en el que la mano de obra femenina está en su mayor parte empleada.
En cambio, en Italia si el empleo femenino ha permanecido invariable o incluso ha aumentado, ello se debe a las condiciones de trabajo extremadamente precarias y a los salarios de hambre de las mujeres, que son condiciones ideales para el desarrollo incesante del capital.
Las medidas de austeridad, las reformas (contrarias) a las pensiones y los recortes de la asistencia social han dado lugar a un mayor alargamiento de la jornada laboral de las mujeres, con todo lo que ello implica en términos de bienestar y tiempo para sí mismas. Golpear a las mujeres sobre todo y ante todo, especialmente a las trabajadoras, no fue una elección casual por parte de los gobiernos; para socavar una estructura social (como la de las sociedades occidentales, con un cierto corolario de derechos sociales y libertades ganadas a través de las luchas) es necesario golpear en primer lugar a las mujeres, a sus libertades, a sus derechos.
El ataque contra las mujeres es global, frontal y en todos los niveles: desde los derechos económicos y sociales hasta los derechos reproductivos.
Esta es la raíz de las luchas que libran las mujeres en muchos países: desde Argentina hasta los Estados Unidos, desde el norte de África hasta Polonia e Irlanda, desde China hasta Bangladesh y otros lugares. El carácter internacionalista que siempre ha distinguido a los movimientos feministas (D’Atri, 2016) atribuye a sus luchas −especialmente en tiempos en que los nacionalismos peligrosos y venenosos proliferan por doquier− también una posición de vanguardia.
En los últimos dos o tres años hemos asistido a hermosos días de lucha, proclamados con motivo del 8 de marzo, por el movimiento de mujeres de Argentina, Estados Unidos, Italia y otros países. El llamado a la huelga lanzado este año por sectores del movimiento feminista, así como algunos pocos sectores sindicales, debe ser fuertemente apoyado, no sólo para arrancar a las mujeres del ofensivo “ritual de las mimosas” [3], sino para lanzar, a escala global, una ofensiva al sistema capitalista y patriarcal.
No hace falta decir que en estas luchas deben incluirse las de las mujeres inmigrantes, las más explotadas entre las explotados, las más oprimidas entre las oprimidas, pero, a menudo, también las más combatientes entre las combatientes. Las luchas y huelgas, a menudo victoriosas, de los trabajadores inmigrantes de Si-Cobas son, en este sentido, ejemplos emblemáticos.
Bibliografía
G. Campassi (1983), “Il madamato in A.O.: relazioni tra italiani e indigene come forma di aggressione coloniale”, en Id. Miscellanea di Storia delle esplorazioni, XII.
A.I. D’Atri (2016), Il pane e le rose. Femminismo e lotta di classe, Roma: Red Star Press.
Del Boca (1991), “I crimini del colonialismo fascista”, en Id. (a cura di), Leguerre coloniali del fascismo, Roma-Bari: Laterza.
F. Fanon (2007), “L’Algeria si svela”, en Id. Scritti politici. L’anno V della rivoluzione algerina, Volume II. Roma: DeriveApprodi.
L. Goglia y F. Grassi (1993), Il colonialismo italiano da Adua all’Impero. Roma-Bari: Laterza.
C.Volpato (2009), “La violenza contro le donne nelle colonie italiane. Prospettive psico-sociali di analisi”, en DEP-Deportate, Esuli, Profughe, n. 10., pp. 110-131.
A.Wilson (1991), Women and the Eritrean Revolution: The Challenge Road, Trenton: The Read Sea.
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