Soy Mariano, profesor de escuela Media en Tunuyán, Mendoza. Hace unos meses publiqué aquí una experiencia relacionada con mi trabajo en la educación, que titulé: “Perdón profe, estamos trabajando”. Lo niegan, lo esconden, pero los y las pibas trabajan en los campos de la provincia. La educación adapta sus cronogramas naturalizándolo, aunque formalmente es ilegal.
Sábado 12 de junio de 2021 01:29
Por ser considerado personal de riesgo trabajo desde la virtualidad. En las planillas de asistencia se observa que algunos/as alumnos/as no se conectan una y otra vez. Me pongo en contacto con el personal de la escuela y al informarme sobre el ausentismo de uno de los chicos, me dicen: "si no trabaja no come". Total normalidad (¿?).
En las escuelas, junio es un mes en el que habitualmente comenzamos a cerrar el primer semestre del año. Al preguntar por algunos/as alumnos/as que no estaban presentes hace unas cuantas clases, me llevé otra desafortunada respuesta. No se trataba de un problema de conexión, como tantos otros casos que también preocupan. Esta vez me informaron, con una naturalidad que asusta: "Si no trabaja no come”. ¿Novedad? No. Pero no deja de generar sensaciones.
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Una mezcla de impotencia, tristeza y bronca ganó mis sentimientos a medida que seguía escuchando el relato. La familia está pasando por graves problemas económicos que se incrementaron con la pandemia, y él (16 años) es quien debe llevar la plata para que coman en la casa.
¿Cuántos casos como este no se visualizan y quedan silenciados, desconocidos, invisibles?. No es la primera vez que como docente de secundaria me entero de casos similares. Y por más que se intenta ayudarlos terminan abandonado los estudios.
Uno no se acostumbra a eso y siempre duele un poco más.
Como educador tengo conciencia que el trabajo y el estudio no son compatibles en este sistema. No dan los horarios y el cansancio gana. En el campo se trata de intentar trabajar más y lo más rápido posible para obtener más fichas. Es agotador.
Sabemos que la secundaria no asegura un futuro mejor, pero abre algunas puertas, que se cierran al enfrentarse con el dilema: “si no trabaja no come”. ¿Hay opción?
¿Qué derechos hay para quienes no pueden estudiar porque “si no trabajan no comen”?. Sueños, ilusiones y proyectos abandonados por un sistema capitalista que te obliga a trabajar más horas de lo que el cuerpo puede aguantar para poder llevar a casa un salario que igual nunca alcanza para las necesidades básicas.
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Familias que no pueden resolver su subsistencia. Pibes y pibas que salen a trabajar.
Mientras escuchamos que los "representantes del pueblo" lograron un escandaloso aumento del 40% en sus jugosos sueldos, muchos jóvenes luchan para poder llevar el plato de comida a sus hogares.
En esta farsa de presencialidad, que no es cuidada ni real, transitamos docentes y estudiantes. Sin IFE, sin ayudas, sin becas, sin conectividad y en medio de una pandemia.
Mientras hay sectores que se llenan la boca con discursos sobre la importancia de la educación, el futuro, el destino de la patria, etc, etc, en su interna electoral, la historia no perdona a infantes y jóvenes, como hace siglos, que trabajan en los campos ajenos, por pocos pesos y en pésimas condiciones.
Una naturalidad que espanta: el trabajo infanto juvenil existe y es un fabuloso favor a los patrones del campo, de las viñas, de los galpones, que gobiernos, funcionarios, oficinas, ministerios, secretarías, "no ven".
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