Historiadora, docente, investigadora y extensionista de la Universidad Nacional de Córdoba. Autora de "Con los vientos del Cordobazo. Los trabajadores clasistas en tiempos de violencia y represión".
Sábado 29 de mayo de 2021 00:01
¿Cuáles fueron las condiciones generales que permitieron la emergencia del Cordobazo? ¿En qué medida expresa particularidades locales y en qué medida refleja las tendencias más generales de una dinámica de ascenso internacional de luchas obreras y juveniles?
La emergencia del Cordobazo puede explicarse desde múltiples causalidades. En términos políticos, el panorama estuvo marcado por la inestabilidad político-institucional que provocaron los sucesivos golpes militares y la ilegitimidad de los gobiernos democráticos que, desde 1955, venían avalando la proscripción del peronismo. Para la década de 1960, además del “problema del peronismo”, el bloque social dominante comenzó a preocuparse también por la expansión de las izquierdas, que aglutinaban identidades que no encontraban otros canales de expresión. En esa línea, la dictadura encabezada por el general Juan Carlos Onganía en 1966 fue un proyecto de la clase dominante que pretendió resolver por la vía autoritaria el estado activo y autónomo de los sectores populares. Esto nos conecta con la causalidad que remite a la dinámica social, ya que las políticas represivas de la dictadura de la autoproclamada “Revolución Argentina” generó una fuerte resistencia en la sociedad. Se fueron amalgamando los intereses sectoriales de estudiantes, obreros, intelectuales, sectores nacionalistas, católicos ligados a la teología de la liberación y la ciudadanía en general, a quienes se sumó como un nuevo protagonista, las organizaciones de izquierda revolucionaria. Por supuesto que en un contexto internacional marcado por la relativamente reciente Revolución Cubana, el proceso de descolonización en Asia y África, el antiimperialismo expandido en la cultura política por distintos territorios del mundo atravesado por la Guerra Fría, la emergencia de la juventud como sujeto histórico, todo ello demuestra que lo que sucedía en Córdoba no era una excepción.
Por otro lado, respecto de la causalidad económica, nuestro país atravesaba crisis cíclicas derivadas del modelo de desarrollo industrial que había iniciado en los años cincuenta. De alguna manera, esa crisis reflejaba los vaivenes del desarrollo del sistema capitalista que para aquella época había comenzado a requerir de ajustes en términos productivos en países dependientes como el nuestro. En ese marco general de ajuste, hacia 1969 el gobierno cordobés había previsto una serie de acciones como la creación de un Consejo Asesor Económico y el recorte de ítems salariales que afectaban la productividad: de allí surge la decisión de derogar del “sábado inglés” y la negativa de la patronal metalúrgica a cumplir con la eliminación de las quitas zonales. La ley otorgaba en determinadas industrias una paga de 48 hs, por semana laboral, aunque Estas políticas agitaron los descontentos obreros en una Córdoba en la que la mayoría de la población trabajadora estaba abocada a la producción industrial.
Además, la coyuntura sindical en la que estalló el Cordobazo también formó parte de estas múltiples causalidades. El gobierno de facto de Onganía había convocado en su seno a algunos dirigentes sindicales peronistas con la intención de descomprimir la conflictividad que había surgido a partir de la “resistencia peronista”, pero dos años después de su asunción surgió un nucleamiento sindical que tildaba a esos líderes como “colaboracionistas” con el régimen de facto: la Confederación General del Trabajo (CGT) “De los Argentinos”. Aquella prédica comenzó a penetrar en las bases obreras fomentando su movilización y legitimando la violencia como una opción regeneradora. En Córdoba varios gremios se habían identificado con ese discurso, que en la práctica estimulaba a la acción y la movilización. Sobre todo el Sindicato de Luz y Fuerza, encabezado por el secretario general Agustín Tosco.
Esas múltiples causalidades generaron condiciones de posibilidad para el Cordobazo. Porque fue la razón por la que en Córdoba el paro declarado por la CGT nacional se adelantara un día y se le imprimiese la modalidad de paro activo. A él se sumaron los estudiantes que se oponían a la supresión de la autonomía universitaria. La tan afamada “unidad obrero-estudiantil” cristalizó en ese momento y fue el ícono que rebalsó las calles del centro cordobés, para extenderse por sus márgenes barriales.
¿Consideras que el Cordobazo fue un punto de inflexión dentro del ciclo de luchas obreras y estudiantiles del período?
Como decíamos el Cordobazo no fue una excepción sino que formó parte de un ciclo de muchos otros “azos” que estallaron en distintas ciudades argentinas entre fines de la década de 1960 y comienzos de 1970. A pesar de que en ellos son muy evidentes sus diferencias, tanto por los objetivos como por los principales protagonistas en las manifestaciones callejeras, en todos los casos se hace evidente la capacidad de rebelión masiva y pública en aquellos años. Pero entre todos esos estallidos, el de mayo de 1969 en Córdoba se constituyó en la construcción social de la memoria como un momento especial en el que cristalizaron una serie de cambios políticos y culturales de largo aliento. Además, gran parte del recuerdo sobre el Cordobazo se entona con acento épico, como gesta heroica. Las imágenes que se grabaron en la memoria social sobre el hecho lo sostienen: el pueblo logrando que la policía retrocediera, armando barricadas con las herramientas de trabajo cotidiano y echando mano a la vivacidad local. El relato del hecho es de una victoria popular, y no es por una cuestión de exitismo, pero las memorias sociales suelen guardar con mayor énfasis aquellos momentos que enaltecen la dignidad.
Lo cierto es que luego de aquella insurrección la ciudad ya no volvió a ser la misma. A partir de allí se puso a la movilización obrera y popular como motor de cambios políticos, ya que además de la renuncia inmediata del gobernador Carlos Caballero, se desgarró la legitimidad del gobierno de facto encabezado por Juan Carlos Onganía. En la concepción de la época, la lucha callejera y masiva podría traducirse en cambios superestructurales. De lo que no quedan dudas es que el Cordobazo fue el momento de ruptura en que se inició un ciclo de confrontación social, de radicalización política y de ofensiva contra la dictadura sin precedentes. Pero también, el Cordobazo fue un punto de inflexión para el bloque social dominante, para quien este estallido ponía sobre la mesa la cuestión del “enemigo interno” que dictaba la Doctrina de Seguridad Nacional. Luego de 1969, los gobiernos comenzaron a reforzar los servicios de inteligencia y la coordinación entre distintas fuerzas del ejército y la policía, para infiltrar y reprimir este vasto arco de grupos politizados y vinculados en mayor o menor medida con las izquierdas.
Una de las discusiones que atravesaron las lecturas tanto políticas como historiográficas sobre el Cordobazo tiene que ver con su grado de planificación, es decir, en qué medida estuvo organizado por las direcciones sindicales y en qué medida éstas se vieron sobrepasadas por la acción de las bases. ¿Qué lectura hacés de esta cuestión?
Durante muchos años, uno de los principales debates en torno al Cordobazo pretendía determinar si el estallido había sido un hecho organizado o espontáneo. En los últimos años, una de las voces más escuchadas en torno a este tema ha sido la de Lucio Garzón Maceda, abogado laboralista que en aquellos años asesoraba al SMATA y la CGT Córdoba. Según sus recuerdos, todo lo sucedido había sido pergeñado por los principales dirigentes sindicales de Córdoba: Agustín Tosco, Atilio López y Elpidio Torres. Ciertamente, los sindicatos cordobeses tenían en 1969 una experiencia acumulada en sus formas de movilización, que incluía una gimnasia de la resistencia a la represión que el régimen dictatorial venía imponiendo, que incluso puede ampliarse a los gobiernos democráticos y de facto anteriores, si consideramos la “Revolución Libertadora” y el plan CONINTES durante el gobierno de Arturo Frondizi. Sin embargo, es claro que lo que los dirigentes sindicales cordobeses pudieron organizar en torno a las jornadas del 29 y 30 de mayo de 1969 no incluía los sucesos tal cual sucedieron, que estallaron y desbordaron los planes.
Para el heterogéneo campo de las izquierdas, este debate también era importante en aquellos años. El Cordobazo fue un mojón en el discurso político de estas organizaciones, al convertir la teoría sobre la transformación política en certezas de revolución. Según la postura que se adoptara a favor o en contra del espontaneísmo, serían las posibilidades de réplicas para profundizar el camino hacia el cambio estructural que impulsaban. En cualquiera de los casos, la verdad que habían descubierto era que los trabajadores serían quienes encabezarían esa revolución. Más allá de la postura que se adoptara en torno a esta dicotomía, el combustible para que estallase la insurrección en las calles de Córdoba el 29 de mayo de 1969 lo dio la represión policial, que al asesinar a un manifestante enardeció los ánimos y desbordó su propia capacidad de contener a los rebeldes. Por más planificación previa que hubiera habido, nadie podía prever que los humores colectivos estallarían con una muerte, que sería lo que traspasaría la frontera de lo soportable. Por la mañana de aquel 29 de mayo, obreros y estudiantes salieron unidos a las calles de Córdoba. Varias columnas, desde distintos puntos de la ciudad, siguieron la ruta planificada. Al mediodía, y como resultado del enfrentamiento con la policía, fue asesinado el obrero mecánico Máximo Mena. Este hecho trágico crispó los ánimos y la indignación colectiva precipitó el conflicto y el enfrentamiento. La protesta derivó en una revuelta popular y la población se volcó a las calles. Fue el momento en que los manifestantes le ganaron terreno a la policía, articulando distintos descontentos sectoriales en uno más general. Por la tarde, se declaró el toque de queda y las tropas del ejército se hicieron cargo de controlar la ciudad, a base de gases lacrimógenos, represión y encarcelamiento. Durante la noche, la resistencia se había replegado al Barrio Clínicas, espacio habitado en especial por los estudiantes universitarios. El saldo oficial, según la prensa de la época, fueron 34 muertos, 400 heridos y 2000 detenidos.
Lo que comenzó siendo una protesta obrera, con el apoyo y movilización de los estudiantes, se fue convirtiendo en una revuelta popular e insurrección urbana. Y lo que comenzó siendo una movilización con reivindicaciones sectoriales se fue transformando en una movilización social de ofensiva contra la dictadura. Ello nos invita a reflexionar, en términos conceptuales, en el vínculo entre dirigentes y masas, que es otra vieja discusión en los estudios sobre las organizaciones de trabajadores. ¿Fueron los dirigentes los que planificaron todo? ¿Es posible pensar que tres o cuatro líderes sindicales organizaron el Cordobazo tal cual sucedió? Entonces, ¿cuál es el lugar de las masas: sólo seguir lo que sus dirigentes indicaban o podían tener algún margen más o menos amplio para expresarse y tomar decisiones? Todo eso remite al viejo debate sobre la estrategia obrera, que en los últimos años se ha revitalizado demostrando que la discusión aún no está clausurada.
Luego de los años que siguieron al Cordobazo, la dictadura de la “Revolución Argentina”, con Lanusse a la cabeza, tuvo que comenzar a negociar las condiciones del retorno del peronismo al poder ¿Qué relación hacés entre el Cordobazo y el retorno del peronismo al poder, en el sentido de cómo se ubicó el tercer peronismo frente al legado del Cordobazo?
Desde el campo historiográfico, mucho se ha escrito y discutido acerca de ese hecho histórico: para algunos el Cordobazo fue el punto final de una serie de luchas sociales que se manifestaron desde 1956, con la resistencia peronista, y que tenía al movimiento obrero organizado como principal protagonista. Desde otra óptica, algunos autores analizan el Cordobazo como mito fundante de las luchas políticas que atravesaron a todo el país hasta el golpe de Estado de 1976, y que fueron protagonizadas por la izquierda radicalizada. Ciertamente, estamos frente a un terreno de disputa que no sólo tiene un continuum pasado-presente, sino que además, confluye e influye en la constelación política actual de los actores.
Sin embargo, hay que recordar que en el Cordobazo lo que se expresó fue un descontento con algunas políticas de la dictadura, y en especial con la represión que se ejerció. No había todavía un plan de retorno a la democracia en ese pueblo que salió a las calles, sobre todo considerando que para esa generación que en 1969 tenía entre 20 y 30 años, la democracia tal como la conocemos hoy, sin proscripciones y con elecciones periódicas, no había existido en sus vidas. Incluso si examinamos al Viborazo, ese segundo Cordobazo que se produjo en 1971, en un clima aún más radicalizado que en 1969, el lema principal era “Ni golpe ni elección, revolución”. Con esto no quiero decir que para esa generación la democracia no haya sido un deseo, pero creo que ese vínculo entre el Cordobazo y la democracia de 1973 es una conexión posterior, que no tiene que ver con las demandas que se expresaron el 29 de mayo de 1969. Pero en 1973, sobre todo con la constitución del gobierno provincial encabezado por Ricardo Obregón Cano y nada menos que Atilio López, uno de los líderes del Cordobazo, se comenzó a hilar ese vínculo en la memoria social.
¿Qué conclusiones deja el Cordobazo para pensar el presente?
Pensar el Cordobazo en perspectiva histórica implica pensar qué lo catalizó y, también, qué otros procesos sedimentaron desde él. Por ejemplo, la emergencia de un sindicalismo clasista y combativo, enmarcado en un gran ciclo de movilización popular que no sólo consiguieron un reparto cada vez más equitativo del PBI nacional, sino también la sensación de dignidad que daba la acción colectiva. Todo un ciclo que los sectores dominantes clausuraron tildando de «subversión» para legitimar su desaparición. Pero también recordar el Cordobazo nos hace pensar en nuestro presente, comparando aquella sociedad movilizada y politizada con la actual, en la que los contrastes son evidentes y son el producto, justamente, de la represión ejercida por el terrorismo de Estado.
En un contexto internacional marcado por la relativamente reciente Revolución Cubana, el proceso de descolonización en Asia y África, el antiimperialismo expandido en la cultura política (...) todo ello demuestra que lo que sucedía en Córdoba no era una excepción.
Acerca de la entrevistada
Laura Ortiz es historiadora, docente, investigadora y extensionista de la Universidad Nacional de Córdoba. Autora del libro Con los vientos del Cordobazo. Los trabajadores clasistas en tiempos de violencia y represión, Editorial UNC, Córdoba, 2019.