Jean-Jacques Lecercle es especialista en filosofía del lenguaje y profesor emérito en la universidad de Nanterre. Este año publicó su ensayo Lénine et l’arme du langage (Lenin y el arma del lenguaje), motivo para esta conversación sobre la vigencia del pensamiento del revolucionario ruso, su uso del lenguaje en las polémicas ideológicas y en las intervenciones sobre la realidad.
¿Por qué seguir leyendo a Lenin cien años después de su muerte?
La respuesta es sencilla: porque fue el líder de la primera revolución socialista del mundo. Cuando yo tenía veinte años, en 1968, leíamos a Lenin para aprender a tomar el Palacio de Invierno. Por supuesto, la situación ha cambiado mucho, ya nadie cree que el socialismo esté a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la explotación capitalista no cesa y la lucha ideológica tampoco.
Leer a Lenin es, ante todo, una forma de entender cómo librar mejor la lucha ideológica, pero también es una forma de entender cuál debe ser el tipo de militancia y de dirección. Para Lenin, la lucha ideológica es una lucha por reapropiarse de las palabras secuestradas por el adversario de clase, por ejemplo la palabra “libertad”. Es una lucha por criticar las distorsiones que el adversario de clase hace de estas palabras: lo que la burguesía entiende por “democracia” tiene poco que ver con la democracia genuina. Para Lenin, la lucha ideológica tenía un valor tanto polémico como crítico. Es polémico porque, utilizando una frase que le encantaba [1], se trata de echar un poco de vinagre en el agua dulce del consenso y los buenos sentimientos que nos impone la ideología dominante, que se impone de forma absoluta.
La lucha ideológica también es crítica porque es una forma de percibir las operaciones –las maniobras de evasión– con las que la burguesía intenta desviar la lucha por la emancipación. Por “maniobras de evasión” entiendo el desplazamiento de la contradicción principal entre los explotados y los explotadores hacia chivos expiatorios de todos los bandos. En tiempos de Lenin, eran los judíos. Hoy son los trabajadores inmigrantes.
¿Cuáles son las principales características de lo que llamas el “estilo de intervención” de Lenin? ¿En qué se diferencia este estilo del de Trotsky, por ejemplo?
Provocadoramente celebré el estilo de intervención de Lenin destacando una serie de virtudes leninistas. Hoy la ideología dominante pretende imponernos una versión oscura de Lenin como inventor del totalitarismo y padre del Gulag. Para mí, las virtudes de Lenin son cinco: destaco su solidez, su firmeza, su dureza, su lucidez y su sutileza.
Lenin es sólido porque, muy tempranamente, optó por una política de corte marxista inspirada en los principios del materialismo histórico, y se mantuvo firme en sus principios durante toda su vida, contra todos los intentos de revisionismo y desvíos.
La firmeza de Lenin significó que siempre mantuvo el rumbo, incluso en momentos difíciles cuando la situación se deterioró, como al estallar la guerra en 1914, cuando la mayoría del movimiento obrero europeo cedió a la histeria patriótica al principio del conflicto.
Esta firmeza iba acompañada de una forma de dureza, en el sentido de que Lenin no dudaba en pasar al ataque y polemizar de la manera más firme y a veces más feroz, incluso contra sus camaradas más cercanos, cuando pensaba que defendían la línea equivocada. La dureza de Lenin se dirigía contra las ideas, no contra las personas: ésta era la principal diferencia con su sucesor, Stalin.
Lenin tenía también una lucidez que le permitía, en situaciones nuevas, percibir lo esencial y no equivocarse sobre lo esencial. Si Lenin hizo una contribución al marxismo, fue la capacidad de captar la coyuntura y el momento de la coyuntura. Por eso se interesó por las consignas y su eficacia, un punto que estudio en un capítulo importante de mi libro.
Por último, está la sutileza: Lenin era capaz de adaptarse completamente al momento de una situación. Si tiene que ceder y retroceder, cede y retrocede, pero con dos condiciones. En primer lugar, no ceder en los principios y ver que la retirada es realmente una retirada. En segundo lugar, decir la verdad a las masas, sin intentar transformar una semi derrota en una victoria. La discusión en la joven Unión Soviética sobre el Tratado de Brest-Litovsk es un ejemplo patente de ello. Lenin creía que era necesario concluir este tratado con los alemanes, aunque fuera una semicapitulación, mientras que algunos de sus camaradas pensaban que no había que dejarse vencer por los alemanes para preservar los principios e ideales de la revolución mundial.
¿Se parece el estilo de Trotsky al de Lenin? Leí mucho a Trotsky para preparar este libro, pero no tanto como a Lenin, por lo que no tengo el mismo conocimiento. Mi opinión es que sus estilos son bastante similares. Como sabemos, fueron muy polémicos entre sí antes de 1917 –se pusieron bastantes motes– pero encontraron cuál era la línea esencial. Esto es lo que Trotsky llamó revolución permanente y Lenin la transformación de la revolución burguesa por transcrecimiento en revolución proletaria.
Leyendo a Trotsky nos damos cuenta de que él y Lenin compartían dos tipos de convicciones. En primer lugar, la línea debe trazarse mediante la persuasión y la discusión lo más libre posible, no mediante métodos administrativos. En segundo lugar, la resolución de los problemas no implica la desaparición o eliminación de los oponentes. Evidentemente, este método de intervención es totalmente diferente del de Stalin.
¿Qué consecuencias políticas pueden extraerse de la teorización leninista de la “consigna”?
Hay un problema sobre la eficacia de la consigna, al igual que hay un problema sobre la retórica de la consigna. Lenin no teorizó directamente sobre ello pero lo puso en práctica en su elección de consignas.
La consigna en Lenin tiene dos características que, a primera vista, pueden parecer paradójicas. Por un lado, debía ajustarse al momento en cuestión. Es ciñéndose al acontecimiento como la consigna se vuelve eficaz. El lenguaje es un arma extremadamente importante en una consigna porque es capaz de galvanizar a las masas para que pasen a la acción. Pero, al mismo tiempo, la consigna también debe ser verdadera: debe decir la verdad de la situación, incluso cuando esa situación constituya un revés o no convenza inicialmente a las masas.
La ocasión para la teorización de Lenin fue el abandono, tras los disturbios que estallaron en Petrogrado en julio de 1917, de la consigna "Todo el poder a los soviets". En contra del consejo de los bolcheviques, que entonces eran minoría en los soviets, los obreros y soldados de Petrogrado organizaron una manifestación masiva en julio de 1917 para derrocar al Gobierno Provisional. Creyendo que aún no había llegado el momento de la insurrección, el Partido Bolchevique dirigió la manifestación e intentó canalizarla.
Tras el fracaso de este intento popular, el equilibrio de poder se invirtió y una forma de terror blanco se desató sobre Petersburgo. Lenin explicó que, desde que los soviets habían renunciado a tomar el poder, la consigna había quedado obsoleta. Se convirtió en un obstáculo para comprender la situación. Según Lenin, había que decir la verdad de la situación: era un período de retroceso. También había que encontrar otra consigna que animara a las masas a seguir actuando.
Aquí, la consigna es una cristalización de la concepción de Lenin sobre su propio uso político del lenguaje. He intentado plasmarlo en la dialéctica de lo justo y lo verdadero. Por un lado, el lenguaje es un arma de persuasión, de convicción y de intervención en la situación. Por otro lado, el lenguaje pretende decir la verdad de la situación. Tiene una función puramente objetiva.
Si definimos la literatura como el arte del lenguaje, ¿tiene Lenin una política de la literatura?
Cuando se lo lee seriamente, uno se convence de que Lenin tiene un interés apasionado por la literatura rusa, a la que se refiere muy a menudo en sus escritos políticos. Para leer al Lenin político, hay que tener alguna noción de la literatura clásica, y en particular de la edad de oro de la literatura rusa, es decir, de la gran novela realista.
Existe una razón histórica para ello. En el Imperio zarista, por razones de censura, no era posible realizar una crítica social explícita en forma de ensayo. Por lo tanto, la novela se convirtió en la única forma de escribir sobre el estado de la sociedad y criticar ese estado. Así, Lenin pudo recurrir a los novelistas clásicos, que no le llevaban mucha ventaja, para describir el estado de la sociedad rusa. En su primera gran obra teórica, El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899), recurre con frecuencia a los novelistas populistas.
Para Lenin la literatura es políticamente importante porque es una fuente de comprensión de la situación actual y de identificación de sus adversarios políticos, pero afirmar esto no basta para determinar si existe una política leninista sobre la literatura. Esto plantea el espinoso problema de la actitud del partido obrero hacia la literatura, ¿debe tener una política sobre la literatura y darle directrices?
Aquí la posición de Lenin era ambigua. Por un lado, expresaba la idea de que la literatura era un importante campo político y que, por lo tanto, el partido debía intervenir en él. Por otro lado, comprende la especificidad de la actividad literaria y la necesidad de que tenga una forma de independencia. Le resultaba difícil elegir entre estas dos posiciones. Tal y como se desarrollaron los acontecimientos, es decir, en la época del estalinismo, fue dominante la tendencia a imponer una dirección a la actividad literaria, dando como resultado los textos de Zhdanov que resultan bastante espantosos de leer hoy en día.
En 2024, ¿qué podemos aprender de la lectura de Lenin sobre la conducción de la lucha ideológica?
Creo que una organización política de tipo comunista debe plantearse dos cuestiones: la organización centralizada de la lucha ideológica y la apertura total de la discusión en el seno de la organización para defender una línea. Lo que aprendemos de Lenin es que siempre practicó este tipo de política dentro de la organización. Siempre luchó por imponer su visión, pero lo hizo mediante el convencimiento y la convicción.
El ejemplo cardinal son las Tesis de Abril de 1917, cuando Lenin regresó de Suiza en el tren blindado. Propuso una inversión total de la línea del Partido Bolchevique contra las burlas de la mayoría de sus camaradas y la oposición de la dirección, empezando por Zinóviev, Kámenev y Stalin. En estos casos, Lenin siempre operó obteniendo el convencimiento de sus camaradas y no por el método administrativo. Aquí hay lecciones que aprender para cualquier organización política sobre cómo librar la lucha política.
Publicado originalmente en RP Dimanche. Traducción: Maximiliano Olivera.
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