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León Trotsky y la dialéctica materialista: un nuevo volumen de sus Obras escogidas

Andrea Robles

Nicolás Bendersky

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León Trotsky y la dialéctica materialista: un nuevo volumen de sus Obras escogidas

Andrea Robles

Nicolás Bendersky

Ideas de Izquierda

Publicamos aquí la presentación del nuevo volumen, el 13, de las Obras Escogidas León Trotsky: Su moral y la nuestra. En defensa del marxismo y otros artículos, de Ediciones IPS.

En esta nueva obra escogida presentamos dos trabajos de Trotsky, Su moral y la nuestra y En defensa del marxismo, escritos a fines de la década del ´30, entre 1938 y 1940. Ambos son textos ideológicos y políticos que engloban buena parte del último combate del revolucionario ruso frente al período más reaccionario conocido por el capitalismo hasta ahora, en el umbral de una nueva guerra imperialista. Justamente en esos momentos, Trotsky sostenía que es decisivo defender lo conquistado por la clase trabajadora en cuanto a posiciones materiales, morales, teóricas y programáticas y prepararse para una nueva oleada de ascenso de la lucha de clases que volverá a poner a la orden del día la estrategia revolucionaria.

En esos años la debacle de la III Internacional dirigida por Stalin, que tras jugar un rol contrarrevolucionario en Alemania, España y Francia se preparaba para apoyar a los países imperialistas de uno u otro bando en la Segunda Guerra Mundial, era evidente. Al mando del Estado obrero, el estalinismo se convierte en la burocracia más poderosa, por un lado, atando de pies y manos a la clase trabajadora en la subordinación a los imperialismos “democráticos” a través de los “frente populares” y, por el otro, persiguiendo y asesinando a los revolucionarios genuinos. En este escarpado contexto comienzan a surgir debates con distintas corrientes del movimiento de masas, con sectores de la intelectualidad progresista y una dura lucha fraccional al interior de la sección norteamericana de la IV Internacional, el Socialist Workers Party (SWP), a la cual Trotsky dedicará gran parte de su tiempo en contestar mediante notas, cartas y folletos. Se trata de combates que se desarrollan como parte de la necesidad de la construcción y fortalecimiento de una nueva internacional que retome la tradición de la Internacional Comunista bajo Lenin y la experiencia posterior de la Oposición de Izquierda Internacional sintetizada en el Programa de Transición.

Moral y lucha de clases

Frente a la presión de la opinión pública mundial y cediendo al clima de derrota imperante, sectores de intelectuales, periodistas y algunos dirigentes que en su momento estuvieron cercanos a Trotsky (como Max Eastman, Victor Serge, Boris Souvarine y Ante Ciliga) pasaron de su cuestionamiento original al estalinismo, que compartían con el revolucionario ruso, a un cuestionamiento cada vez más creciente al propio bolchevismo y al marxismo. Basados en aspectos morales de una supuesta “universalidad”, reproducían elementos de la ideología dominante y sus valores.

Trotsky responde con el folleto Su moral y la nuestra, para atacar de raíz el escepticismo que expresaba este sector hacia los fines socialistas oculto detrás de la acusación a los revolucionarios de supuestos “excesos que provocan al fascismo”. Comienza afirmando que “En épocas de reacción triunfante, los señores demócratas, socialdemócratas, anarquistas y otros representantes de la ‘izquierda’ comienzan a desprender, en doble cantidad, emanaciones de moral, del mismo modo que transpira doblemente la gente cuando tiene miedo” [p. 23].

Trotsky desnuda que el proceder de estos “predicadores de la moral” radica en

… identificar los modos de actuar de la reacción con los de la revolución. El éxito del procedimiento se obtiene de analogías formales. Zarismo y bolchevismo son gemelos. También es posible descubrir gemelos en el fascismo y el comunismo... Por su parte, Hitler y Mussolini, utilizando un método semejante, demuestran que liberalismo, democracia y bolchevismo solo son distintas manifestaciones de un solo y mismo mal [p. 23].

El fundador de la IV Internacional, respondiendo con precisión a todas las acusaciones que recibe el bolchevismo, devela la naturaleza de clase bajo la que operan los preceptos morales y sentidos comunes que guían al nacionalismo, el reformismo, el misticismo, el evolucionismo, el racionalismo, el pacifismo y el pragmatismo. Es decir, la base material de las diversas tendencias ideológicas y su papel histórico objetivo. ¿Existe una moral universal? Trotsky demuestra que la moral no escapa a los intereses de clase, y que tanto las vertientes filosóficas como las diversas religiones a lo largo del tiempo buscan imponer una moral a las masas explotadas, haciendo pasar los intereses particulares de la burguesía (o cualquier clase dominante en la historia) por imperativos morales universales:

El evolucionismo burgués se detiene impotente en el umbral de la sociedad histórica, pues no quiere reconocer la fuerza motriz de la evolución de las formas sociales: la lucha de clases. La moral solo es una de las funciones ideológicas de esa lucha. La clase dominante impone a la sociedad sus fines y la acostumbra a considerar como inmorales los medios que contradicen esos fines. Tal es la función principal de la moral oficial. Persigue la idea de “la mayor felicidad posible” no para la mayoría, sino para una exigua minoría, además decreciendo sin cesar [p. 29].

Explica que existe una interdependencia de medios y fines, y que estos deben ser justificados para acreditar aquellos. Para Trotsky, lo “justo” se define en relación al avance de la humanidad en torno al dominio que ejerce sobre la naturaleza y a la emancipación de toda forma de explotación y opresión. Pero en esa lucha ¿todos los medios están permitidos? Trotsky responde que “solo son admisibles y obligatorios […] los medios que acrecientan la cohesión revolucionaria del proletariado, inflaman su alma con un odio implacable contra la opresión, le enseñan a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas, lo impregnan con la conciencia de su misión histórica, aumentan su bravura y su abnegación en la lucha” [p. 53].

Así como el sentido común se sustenta en el gradualismo, las diversas estrategias reformistas se amparan en la acumulación gradual de conquistas para bloquear la perspectiva revolucionaria de la sociedad cuya lucha de clases implica saltos en sus avances y retrocesos. Para ocultar sus verdaderos fines, la burguesía ejerce su dominio mediante el engaño y la mentira, que cuanto mayor es la reacción más utiliza. Sin preceptos universales y de “sentido común” e ideología, los regímenes democráticos burgueses, incluso el fascismo, no podrían sostenerse solo por la violencia. Les sería imposible llevar a gran parte de la humanidad a morir en la guerra por los intereses de un puñado de naciones ricas que se disputan la dominación del mundo. Es decir, a la par de la coerción, las burguesías precisan de ese “cemento moral” funcional a sus intereses de clase. Se vuelve entonces otro de los terrenos de la lucha de clases en el que los trabajadores tienen que extender su dominio y disputa.

El prestigioso filósofo liberal y pedagogo estadounidense, John Dewey, también participó del debate. Dewey fue una de las pocas personalidades que aceptó encabezar la Comisión de investigación por los crímenes que Stalin le adjudicó a Trotsky y a su hijo León Sedov en los Procesos de Moscú. La comisión que llevaba su nombre fue resultado de una gran batalla de los trotskistas contra este clima de doble moral de demócratas e intelectuales progresistas que se negaron a denunciar los crímenes de Stalin. Por eso, Trotsky consideró de gran valor el aporte que implicó a la causa del socialismo y la revolución internacional poder plasmar la falsedad y el verdadero carácter de las purgas en las audiencias reunidas en El caso León Trotsky (CEIP, 2010). Estas le permitieron demostrar, en base a la tradición del partido de Lenin, la diferencia entre el régimen soviético bajo el gobierno bolchevique y el de Stalin, a sabiendas de la posición de buena parte de la intelectualidad progresista como la del propio Dewey. En parte, Su moral y la nuestra es una respuesta a Dewey (aunque sin nombrarlo en el texto) luego de que en su anuncio del resultado del veredicto de la Comisión, que declaró la inocencia de Trotsky, expresara que en su opinión el estalinismo era el desarrollo lógico del bolchevismo. Trotsky responde:

Las falsificaciones estalinistas no son fruto de la “amoralidad” bolchevique. No, como todos los acontecimientos importantes de la historia, son producto de una lucha social concreta. Por lo demás, la más pérfida y cruel que existe: la lucha de una nueva aristocracia contra las masas que la llevaron al poder. Se necesita, en realidad, una total indigencia intelectual y moral para identificar la moral reaccionaria y policíaca del estalinismo con la moral revolucionaria del bolchevismo [p. 40].

La polémica de Su moral… responde a un debate concreto en un contexto determinado. Sin embargo, se proyecta profundamente hacia la defensa del marxismo y la lucha ideológica contra la burguesía, trascendiendo la coyuntura en la que fue escrita y aportando valiosas reflexiones para la época actual.

En defensa del marxismo y las conquistas de la revolución

A los Procesos de Moscú, culminados con el asesinato de la vieja guardia bolchevique, de miles de trotskistas en la URSS y de revolucionarios de todo el mundo –incluyendo a su hijo Leon Sedov, en el mismo momento en que termina de escribir Su moral…–, les siguieron el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin y, pocos días después, el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El “progresismo” del mundo entero proclamó que fascismo y comunismo eran lo mismo con el objetivo de abroquelar a los trabajadores detrás de los imperialismos “democráticos”. La opinión pública ejerció una gigantesca presión e, influenciados por este estado de ánimo al interior del SWP, surge un sector encabezado por Max Shachtman y James Burnham que cuestionó la definición de “Estado obrero burocráticamente degenerado” que hasta ese momento tenía la IV Internacional sobre la URSS. Esta suponía que la URSS conformaba una formación social donde los capitalistas habían sido expropiados y los trabajadores habían llegado inicialmente al poder pero que, en un proceso que se inició aproximadamente desde 1923, una capa especial separada de los trabajadores y surgida dentro del Estado y del propio Partido Bolchevique había desplazado al proletariado, sin que ello implicara un cambio fundamental en las relaciones de propiedad establecidas por la Revolución de Octubre. Por este motivo, la IV Internacional llamó a defender a la URSS como una conquista de la clase obrera mundial, sin subordinarse a la burocracia estalinista.

La urgencia del debate era impuesta por el destino de la URSS y el devenir de las conquistas obtenidas por la clase trabajadora, pero también las bases mismas del marxismo. La relevancia de la discusión, según Trotsky, es que “se trata nada más y nada menos que de un intento de descalificar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento” [p. 143].

Al justificar su alejamiento de la causa de la clase obrera y de la IV Internacional, como demostrará Trotsky, este sector antidefensista desprecia necesariamente la dialéctica respecto a la formación del partido revolucionario y su intervención política cotidiana. Cuando, por el contrario, fue a través de ese método que Trotsky pudo anticipar todos los giros burocráticos de Stalin, tanto hacia los imperialismos democráticos como luego hacia el fascismo. Asimismo, denunció el carácter pequeñoburgués de la fracción y anticipó el “suicidio” político de todo militante honesto que siguiera sus pasos. No se equivocó. En gran parte esta intelectualidad progresista, incluida la del SWP, rompió todo lazo con el movimiento obrero, avalando las políticas más reaccionarias del régimen norteamericano a la salida de la guerra.

Debatiendo con esta fracción, Trotsky sostiene que “La derrota de la URSS por el imperialismo significaría no solo la liquidación de la dictadura burocrática, sino de la economía planificada; el desmembramiento del país bajo esferas de influencia diferentes; una nueva estabilización del imperialismo y un nuevo debilitamiento del proletariado mundial” [p. 173].

Para el revolucionario ruso, quien no defiende las posiciones conquistadas de la clase obrera, morales y materiales, no es revolucionario ni podrá conquistar otras nuevas. La defensa incondicional de la URSS, surgida de la Revolución de Octubre y a la vez usurpada por la burocracia estalinista, implicaba una visión dialéctica de “las bases sociales de la URSS”, para poder captar la contradicción que existía con el régimen de la camarilla de Stalin. Al denunciar a la burocracia estalinista sin defender las conquistas de la economía nacionalizada, Shachtman y Burnham se estaban ubicando, objetivamente, del lado del “imperialismo democrático”.

La defensa del materialismo histórico: dialéctica, revolución y ciencia

Trotsky va a abordar a lo largo de todo el libro la primacía del materialismo dialéctico como la forma de pensamiento más avanzada que dio la humanidad. En el debate fraccional en el SWP, observa tempranamente el abandono de la dialéctica en las discusiones de la minoría y la influencia del pragmatismo. Esta visión tenía su base social en el ambiente norteamericano, percibida como una sociedad “aparentemente” sin contradicciones, que no necesitaba elementos teóricos para dar cuenta de ella.

Trotsky terminó de escribir La revolución traicionada –que forma parte de esta colección– en agosto de 1936. Un estudio profundo sobre la génesis, naturaleza y la vida de la sociedad en el Estado soviético, cuando “el poderío de la burocracia soviética parecía inquebrantable y su autoridad indiscutible”, como escribió en la introducción del libro. Fue al momento de enviarlo para su publicación cuando se anunció el primer juicio de Moscú. En la posdata hace notar que si bien el hecho no pudo ser analizado en el libro, está inscripto en la lógica histórica desenmascarando todo misterio sobre el carácter de los juicios. Con esta aclaración ratificaba nuevamente, a través de la constatación de los hechos, la capacidad de la dialéctica materialista para aproximarse a los procesos vivos en permanente cambio y anticipar sus resultados.

El desdén, especialmente de Burnham, en torno a la dialéctica al caracterizarla como “religiosa” o abstracta, denota para Trotsky su reemplazo por un pensamiento vulgar del sentido común, moldeado por la burguesía en todos los ámbitos. En su defensa sostiene que:

La dialéctica no es ficción ni misticismo, sino una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las matemáticas superiores y las matemáticas elementales [p. 101].

Por esto, Trotsky hará especial hincapié en la importancia de la formación teórica, particularmente con relación al materialismo dialéctico, de los nuevos militantes y la juventud del partido. En este sentido plantea que “El entrenamiento dialéctico de la forma de pensar, tan necesario a un revolucionario como los ejercicios de dedos para un pianista, exige enfocar todos los problemas como procesos y no como categorías inmutables” [p. 105]. Expondrá también la facilidad con la que los obreros del partido que pasaron por la escuela de la lucha de clases asimilan el pensamiento dialéctico y, por el contrario, la dificultad de sectores pequeñoburgueses presionados por la academia, la opinión pública y el carrerismo personal de hacerlo valer en la lucha revolucionaria.

Para profundizar el desarrollo del materialismo histórico y la dialéctica en la cultura y la ciencia, publicamos también como anexo los textos “El materialismo dialéctico y la ciencia” y “Cultura y socialismo”, escritos a mediados de 1920, cuando Trotsky se encontraba en el gobierno de la URSS, aunque desplazado de la dirección política a la presidencia del Consejo Técnico y Científico de la Industria. El primero se trata de un discurso pronunciado en ocasión del congreso de Mendeleiev, donde reivindica el método materialista que el químico lleva adelante, destaca su uso “inconsciente” de la dialéctica en sus investigaciones y los límites de trasladar las leyes de otras ciencias a la de la formación de las sociedades en la historia. “Cultura y socialismo” es un lúcido ensayo donde Trotsky problematiza la relación entre la construcción cultural en el socialismo y su relación con la cultura anterior. Plantea, entre otras cosas, las contradicciones del Estado obrero, sus avances respecto del capitalismo, lo que muestra su superioridad, y al mismo tiempo el atraso cultural en función de la perspectiva del socialismo.

* * *

Han pasado muchos años desde la llamada restauración burguesa de los ‘90, luego de la desaparición de la URSS, los Estados obreros del Este de Europa, y el pasaje de China a una economía de mercado. El triunfalismo capitalista de aquellos años donde se planteaba “el fin de la historia” y de la lucha de clases quedó atrás. El panorama que prima hoy es el del agotamiento de las ilusiones de las masas con el neoliberalismo y la proliferación de elementos de crisis de hegemonía de la mano de la crisis económica abierta en 2008.

Actualmente, el Estado burgués (“ampliado”) parece controlar todo a través de ejércitos de funcionarios, políticos, intelectuales, personalidades de la cultura “progresista” y gigantescas producciones audiovisuales que proyectan al capitalismo como el mejor sistema posible o dan la visión de la imposibilidad de un cambio social, además de presentar mundos distópicos para sembrar escepticismo y temor. El rol de las burocracias de los movimientos de masas ha sido clave, su función contrarrevolucionaria ha permitido –en buena parte– liberar a la burguesía en las últimas décadas de resolver los conflictos de la lucha de clases mediante “soluciones de fuerza”, como fueron las dictaduras militares del siglo pasado. Pero estas fuerzas materiales e ideológicas chocan cada vez más con la realidad de un sistema cuya decadencia si bien no es extrema, da muestras de terribles desigualdades, miseria, migraciones obligadas, cambio climático con consecuencias cada vez mayores para la naturaleza.

Es en este marco que, más allá del carácter polémico y contextualizado de Su moral y la nuestra y En defensa del marxismo de León Trotsky, estos trabajos contienen aspectos de profunda vitalidad y actualidad. Los planteos morales que impone la burguesía detrás de “preceptos universales” son explicados y develados junto con las bases materiales de la moral y los valores que componen parte central de su ideología. Y en ese sentido la importancia de estos debates para contribuir al conocimiento del marxismo y cuestionar los sentidos comunes que presentan al capitalismo como único horizonte posible.


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Andrea Robles

@RoblesAndrea
Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Integrante del CEIP y Ediciones IPS. Querellante en la Causa Triple A por el asesinato de su padre César Robles. Escribió "Triple A. La política represiva del gobierno peronista (1973-1976)" en el libro Insurgencia obrera en la Argentina (2009).

Nicolás Bendersky

Docente - Suteba Lomas de Zamora | staff Ediciones IPS