En Los muchachos cordobeses (Capital Intelectual, 2023), Federico Zapata indaga cómo fue la particular construcción del peronismo cordobés y qué diferencia específica puede aportar para superar la crisis del peronismo nacional. El libro navega en distintas temporalidades, ensaya una historización de elementos del desarrollo provincial y reconstruye lo que considera como las claves que explican el rumbo de la renovación peronista iniciada en la provincia desde el retorno a la democracia que desde 1999 se convirtió en régimen de gobierno.
En La Caída, 1955 Pablo Gerchunoff cita que Perón dijo que “en Córdoba es donde suceden las cosas más raras”. Se refería al peso de la sociedad civil en la preparación del golpe antiperonista, pero la definición conserva cierta validez general. “Lo que explica al país no necesariamente explica a Córdoba”, se reforzó como lugar común en la reflexión política de las últimas décadas. Algo de eso hay, en su justa medida.
Zapata examina la particular invención del peronismo mediterráneo, portador de un “dispositivo y una cosmovisión alternativa a la que dominó el peronismo nacional en las últimas dos décadas” (pg. 147) bajo el prisma de una apuesta-hipótesis política: puede ofrecer un contra-modelo social, económica y políticamente viable ante una crisis actual del peronismo “con epicentro en el achicamiento conceptual, demográfico y electoral de su último avatar, el kirchnerismo” (pg. 13). Es un libro político: busca incidir en el debate político-ideológico al servicio de producir la posibilidad del tan ansiado tiempo nacional de los “muchachos cordobeses” (el “momento wilsoniano” del cordobesismo, parafraseando la metáfora del autor), en diálogo con una coyuntura que hace posible el reformateo profundo del sistema político tal como lo conocimos, al menos, los últimos 20 años. Al mismo tiempo, ante el agotamiento del ciclo de la vieja guardia que lideró la reinvención del peronismo cordobés, marca la cancha y recuerda a los neo-cordobesistas (Llaryora) el legado a preservar-reinventar para incidir en una segunda renovación del peronismo nacional.
El programa: una economía política federal basada en la apuesta por la industrialización de la biomasa y la trasferencia del centro de gravedad geopolítico nacional desde el AMBA a la Región Centro; sociológicamente poli-clasista, capaz de expresar a los múltiples emprendedores de las diversas capas sociales (la “mayoría silenciosa” de los “madrugadores”) y políticamente “desengrietada”, expresada en una nueva coalición de centro-popular desarrollista que supere la “grieta” bicoalicional. Una vía posible para desatar ese “Nudo” (Pagni dixit) que constituye la “ambarización” de la política nacional. Cuando todo lo sólido parece desvanecerse en el aire, no son pocos los que empiezan a mirar hacia el edificio del peronismo cordobés que exhibe más capacidad de resistencia y estabilidad. En este marco, Zapata promete respuestas con mayor pretensión de sistematicidad pero termina recayendo en una cerrada reivindicación del “modelo”, salida convenientemente a tiempo para acompañar la campaña electoral de Schiaretti. Con varias de las tesis del autor polemizamos en otras oportunidades. Aquí proponemos una lectura crítica de algunos ejes del libro.
Cordobesismo: la política y la identidad
Si en la introducción a su Sabattinismo y peronismo, Cesar Tcach rememoraba la pregunta conceptual “¿existe el fenómeno Córdoba?”, la respuesta de Zapata sería que sí. Como hecho sociológico y como hecho político-cultural singular: como contrapoder al poder nacional. Una imagen recurrente tanto en la producción intelectual como en la imaginación de las elites políticas locales, históricamente auto-percibidas como dirigentes de una cuasi “ciudad-estado” siempre opositora a la nación como “proyecto del puerto”.
Una primera tesis del autor: la “identidad Córdoba” explica al peronismo cordobés, un dispositivo político de matriz societalista, que no buscó peronizar la sociedad, devenir en un partido identitario-ideologizado, sino adoptar para sí la identidad-Córdoba. Una identidad específica que para Zapata se habría ido formando a través de una serie de “capas tectónicas” de la historia provincial hasta adquirir su configuración actual. Desde el muy lejano jesuitismo que “imprimió un compromiso por el conocimiento y la educación” a la vez que “una predisposición misionera y de contrapoder puertas afuera” (pg. 139); pasando por la experiencia gubernamental de Juan B. Bustos que en el contexto de las guerras civiles previas al Estado nacional fue una variante de federalismo alternativo al de las montoneras, un “federalismo republicano”, con “comercio e instituciones republicanas”. Ya consolidado el Estado nacional, la nueva “capa tectónica” de la identidad cordobesa sería el “conservadorismo progresista” que, con gobernadores como Cárcano, impulsó un “protodesarrollismo público (inversión en infraestructura) y una religiosidad laica que pudiera neutralizar el peso de la Córdoba católica: positivismo y liberalismo” (pg. 139). A esto suma lo que constituye un nudo de su tesis en relación a Córdoba como identidad y sociología: el particular ethos liberal que vinieron a imprimir los farmers que colonizaron la pampa gringa cordobesa, producto de un régimen de apropiación y tenencia de la tierra alternativo al que primó en el siglo XIX en la provincia de Buenos Aires. Un ethos caracterizado por “la compulsión por el trabajo, fuerte vocación por el ahorro (y su contracara: la inversión en capital), agresivo espíritu capitalista-emprendedor, asociativismo cooperativo autoorganizado, pragmatismo y republicanismo político” (pg. 140). El sabattinismo fue, según su lectura, la primera expresión política de la “democracia garibaldina” de los farmers, que después de su primera versión radical vino a ser un terreno en disputa hasta que el peronismo renovado se consolidó como su expresión más acabada.
Finalmente, las placas tectónicas de lo que sería la identidad cordobesa se completan con la emergencia del gremialismo federal empresarial de los años ‘70, una especie de “Cordobazo del capital”, que le dio “capitalismo federal al federalismo republicano” (pg. 140).
Una mirada de este tipo, que supone la conformación de una identidad dotada de rasgos constitutivos desde la época colonial, pasando por las guerras civiles, la historia reciente para llegar a la actualidad, cae en la tentación esencialista que, desde la historia, deshistoriza fenómenos que son más contradictorios y complejos para recalar en una suerte de teleología de la identidad cordobesa.
Sumemos que si a esa identidad el cordobesismo peronista habría venido a darle expresión como régimen de gobierno y modelo de desarrollo, el esencialismo metodológico deviene en una operación política donde la recuperación de la historia provincial se organiza en función de los rasgos del “modelo cordobés” que se buscan exaltar, a la vez que se los presenta como la “etapa superior” de esa identidad. ¿No será mucho?
Sobre la hipótesis histórico-sociológica de Zapata en torno a la vía farmer y la gravitación de este sujeto social en el campo actual hemos polemizado en otras oportunidades, señalando que antes que una democracia farmer, el régimen de gobierno en Córdoba se asienta sobre una estructura crecientemente concentrada de la producción agropecuaria en manos del capital financiero y grandes jugadores del agronegocio, multinacionales proveedoras de semillas y agroquímicos, y un puñado de oligopolios que controlan las exportaciones. Salvo que se opine que Fulvio Pagani es un farmer y no uno de los grandes jugadores del negocio de la producción de alimentos a nivel mundial, hay que reconocer que gran parte de la estabilidad política del régimen de gobierno viene dada por esta dinámica y sólida base socio-económica integrada al mercado externo a la que da expresión política.
Modelo Córdoba: apariencia y esencia
Zapata sintetiza los fundamentals del modelo cordobés para entender una “rara avis” que, como se ha repetido muchas veces, presenta a nivel provincial mayores componentes hegemónicos en comparación con los proyectos nacionales de poder herederos del 2001 (sea el pan-peronismo o cambiemos).
Otra tesis: el sistema “agrietado” de empate hegemónico, basado en la proyección nacional de partidos ambacentrados (el Partido de la Provincia de Buenos Aires y el Partido de CABA) fue la superestructura de una crisis en el modelo de acumulación cuyo primer episodio fue el 2008 pero se profundizó a partir de 2011. Como reacción a la crisis de “lo nacional” como modo de regulación y modelo de acumulación empezó a generarse un “proceso auto-sostenido de provincialización de la política sub-nacional” (pg. 240) de la que el peronismo cordobés es una expresión.
Un núcleo de verdad: si las recientes PASO fueron una confirmación no sólo del retroceso electoral del peronismo sino también de eso que Luciano Chiconi definió en la Revista Panamá como la “desagregación del peronismo como partido nacional”, el peronismo cordobés busca acentuar su diferencia específica jugando por fuera de las coaliciones nacionales montado en el activo de su fortaleza relativa provincial. Sobre esta constatación, la pregunta es qué alcances y límites exhibe.
La respuesta de Zapata es unívoca: excluye límites y absolutiza fortalezas. Es cierto que eso que define como “estrategia sub-nacional de crecimiento y desarrollo, gubernamentalmente mediada y apoyada por coaliciones políticas, sociales y económicas específicas” (pg. 209) tiene bases sólidas. Por empezar, el complejo agro y agro-industrial, del turismo y el sector metalmecánico expresan un bloque económico-social dinámico e integrado a circuitos internacionales. Sostiene Zapata que Córdoba es hoy una “potencia bio-económica nacional”: principal productora de expeller de soja, maíz y maní del país, líder en la producción de bioetanol de maíz. En este sentido, para el autor, postula una vía posible para un nuevo ciclo de desarrollo nacional centrado en el impulso de la industrialización de la biomasa.
El autor plantea que este desarrollo económico fue resultado del programa asumido por los dirigentes que protagonizaron la renovación peronista en Córdoba con De La Sota a la cabeza. Esta moldeó a un "peronismo societalista", que buscó expresar políticamente una fuerte coalición social de la que Urquía de AGD, Brigantti de CARTEZ, la Fundación Mediterránea, la Mesa de Enlace, la Cámara de Industriales Metalúrgicos de Córdoba, son expresiones. “El peronismo cordobés renovador se pensaría como una unión de fuerzas sociales. Como el partido de los sectores productivos dinámicos de la provincia y como el canalizador del federalismo empresarial mediterráneo” (pg. 159). En efecto, si algo deja en claro el libro es que el peronismo cordobés es la expresión política más orgánica de la gran burguesía mediterránea y trasnacionalizada.
Crisis del campo mediante, esta sociología representada políticamente en el cordobesismo reforzó una fuerte hegemonía sobre las capas medias rurales y urbanas, clave para entender el apoyo socialmente transversal al peronismo cordobés como expresión más fuerte a escala local de la identidad anti-kirchnerista.
Lo que Zapata no ve necesario explicar es por qué esta “potencia productiva” sub-nacional ofrece un modelo incapaz de revertir la situación de las más de 600 mil personas consolidadas en la pobreza en el Gran Córdoba, ni porqué la precarización laboral tiene índices altísimos en la provincia, al punto que alguien dudosamente tildado de izquierdista como Ezequiel Cerezo, de la CAME (Cámara Argentina de la Mediana Empresa) señala que en Córdoba “hay un mercado muy segmentado, un mercado de empleados con muy baja productividad, con bajo nivel de salarios, que están la mayoría por debajo del nivel de la pobreza” [1].
Córdoba no es una isla. Tampoco lo es respecto de las contradicciones que impone su proceso de sobre-endeudamiento. Zapata alude al “mayor plan de obras públicas de la historia de la provincia, con 7206 millones de dólares de inversión” (pg. 254), un auténtico sello de identidad de la segunda y tercera gestión de Schiaretti, pero nada dice del salto en la deuda provincial que en un 98,3 % está nominada en moneda extranjera y crece a medida que se dispara el tipo de cambio. Una bomba de tiempo que no sólo amenaza con exponer las contradicciones del modelo y recordar que Córdoba está en Argentina, sino que ya viene imponiendo una orientación de ajuste sobre los salarios y jubilaciones estatales, incluyendo una reforma jubilatoria que avanzó en armonizar el sistema provincial con el nacional.
No por casualidad, estatales de salud y educación protagonizaron las luchas más importantes de los últimos años reclamando contra los bajos salarios y la extendida precarización laboral. Una cuestión crecientemente estructural al “modelo” que Zapata directamente omite al afirmar que Córdoba es la provincia con menos empleo público del país con un promedio de 52 empleados públicos cada 1.000 habitantes contra una media nacional que está en 67 por 1.000, sin tener en cuenta que gran parte del personal está bajo condición de monotributistas, becarios, pasantes y distintas formas de precarización laboral.
Yendo a la otra discusión que abre el autor en torno a la relación entre lo nacional y lo sub-nacional y las perspectivas de nacionalización del modelo-Córdoba, ya hemos planteado que la fallida experiencia macrista a la que se alió Schiaretti (mucho más de lo que ahora reconoce en público), representó un intento de hacer un “partido de la zona núcleo” o la Región Centro, no por la procedencia de su personal político, sino por el bloque económico-social y el programa que buscó expresar. Un proyecto que fue “todo lo neoliberal que le permitió la relación de fuerzas”, y que no duró más de un mandato, expresando la incapacidad de la gran burguesía del agro (como cabeza rectora de un bloque social con la agroindustria, bancos, capitales mineros y energéticos), de imponer un proyecto hegemónico de escala nacional, para lo que era necesario avanzar en ajustes estructurales más profundos sobre las condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares, decíamos acá.
Los mismos desafíos, aumentados por su debilidad de origen, deberá afrontar un futuro gobierno de Milei, con más pretensiones de ajuste que relación de fuerzas para imponerlo. La hipótesis política de los cordobesistas pareciera prepararse para esta eventualidad, apostando, ante un gobierno nacional débil, a ubicar a Llaryora como referencia política “sub-nacional” que oficie como cabeza dirigente de una coalición moderada entre el peronismo de centro y un sector del radicalismo. Aunque para antagonizar con una imagen caricaturizada del kirchnerismo (al que le reconoce menos pragmatismo que el que en los hechos tiene) Zapata no lo diría, no se puede descartar que ante un gobierno de Massa, la apuesta por un neo-peronismo encuentre al peronismo cordobés articulando una alianza con el massismo y los otrora animadores del peronismo federal, para avanzar en un programa de contrarreformas sociales y neo-desarrollismo, devaluaciones mediante, para ganar competitividad exportadora y abaratar los salarios.
En cualquier caso, lo que según Zapata tiene Córdoba para ofrecer como modelo, el “peronismo para el campo Argentino” que reclamó Natanson, no es más que la profundización de un rumbo primarizador-exportador sobre la base de duros ajustes que, para asentarse, deberán lidiar con una difícil relación de fuerzas.
Donde se acaba la “república garibaldina” de Córdoba
Rastreando la genealogía de la identidad cordobesa a la que los “muchachos peronistas” vinieron a dar expresión política, Zapata plantea la existencia de proyectos alternativos que históricamente rivalizaron con el de la “Córdoba de los farmers”: los de la “Córdoba católica” y la “Córdoba socialista”. El primero, de cuando la Iglesia buscó recuperar terreno perdido y se postuló como la cabeza dirigente de la sociedad civil en el golpe antiperonista, apostando a un proyecto que combinaba tradición católica y modernización económica liberal; el segundo, de cuando el proletariado asomó como eje articulador de una alianza social en el radicalizado ciclo de lucha de clases de los 60-70, cerrado con el Navarrazo como prolegómeno de la última dictadura. Zapata plantea que ambos movimientos pusieron en crisis la idea de isla democrática y normalizaron socialmente la violencia política, para concluir que “la violencia como medio cotidiano de resolución de las diferencias políticas terminó por socavar la legitimidad de ambas narrativas para construir un sistema universal alternativo al ethos cordobés” (pg. 145). De ahí la emergencia de lo que llama el “tercer proyecto” configurado en este periodo que, a diferencia de los dos anteriores, “buscó complementar (no superar) la democracia de los farmers y el ethos cordobés” (pg. 145). Se refiere al proyecto encarnado por la Fundación Mediterránea, fundada en 1977 por los principales grupos del empresariado cordobés para impulsar lo que Zapata denomina el “federalismo empresarial”, que operó como la base social de lo que más adelante, democracia mediante, sería la futura renovación peronista. “El agua siempre vuelve a su cauce”, es la expresión que usa para definir el retorno a una Córdoba reconciliada con su “esencia” después del ciclo de experiencias alternativas de radicalización por derecha e izquierda.
De esta forma, el proyecto del empresariado que financió la dictadura para promover un genocidio de clase en su beneficio, es presentado como la supuesta vía de la “superación de la violencia política”, el dialogo y el consenso como base para construir un proyecto con pretendida vocación “universalista”. Una suerte de fin de la historia versión cordobesa. Pero ahí está la historia para recordar que en el discurso inaugural de la Fundación Mediterránea en Julio de 1977 un poco eufemístico Piero Astori decía: “Hemos vivido años de anarquía y destrucción. Hemos vivido al borde de la guerra civil y el colapso económico. Las Fuerzas Armadas asumieron la responsabilidad de la conducción de la Nación para salvaguardar la existencia misma de la patria. El gobierno ha convocado a la ciudadanía a participar en el Proceso de Reorganización Nacional mediante un diálogo constructivo. La decisión de formar la Fundación Mediterránea es nuestra contestación afirmativa a la convocatoria.” Claro que Zapata no lo omite por desconocimiento, sino para oscurecer los lazos de los “renovadores peronistas” con un empresariado genocida, base real del peronismo “societalista” que ensalza el autor. Por los mismos motivos, oscurece los lazos de un joven De La Sota con la intervención del brigadier Lacabanne, durante la cual fue nombrado Secretario de Gobierno de la Municipalidad en el marco del creciente “estado de excepción” que, Navarrazo mediante, desató una feroz persecución a la vanguardia juvenil y obrera.
Precisamente por la radicalidad de su movimiento estudiantil y obrero, Córdoba sufrió una de las represiones más cruentas durante el ciclo que va del Navarrazo a la última dictadura, contando con el Centro Clandestino de Detención más grande del interior del país (La Perla) y el tercero en número de víctimas después de la ESMA y Campo de Mayo. Esto explica en gran medida la profundidad social, ideológica y cultural del triunfo de clase del empresariado genocida.
Esta cuestión tiene múltiples expresiones, entre ellas la dureza de las fuerzas de seguridad que lleva a constantes denuncias de su accionar represivo, arbitrario y discrecional que reabren una y otra vez la crisis del “problema policial” como talón de Aquiles del régimen. Pero también se refleja en el papel central que las conducciones sindicales juegan en la construcción hegemónica cordobesista, oscilando entre la coerción abierta con elementos consensuales y el consenso con elementos coercitivos para imponer la gobernabilidad a medida del empresariado. El férreo control que la conducción de sindicatos industriales como SMATA y UOM, o de servicios como Limpieza (por nombrar algunos de los más abiertamente vinculados al gobierno provincial) establecen sobre los trabajadores con métodos nada “democráticos” ni “garibaldinos” para impedir toda disidencia obrera es un actualizado homenaje a la Córdoba empresarial que exterminó la radicalización obrera y juvenil a sangre y fuego. Un duro régimen que mantiene a las fábricas ajenas a la carta de ciudadanía de la “República de Córdoba”, que se reveló en cada lucha obrera significativa de los últimos años con desafueros sindicales, despidos persecutorios, y el tandem Policía, Justicia y Ministerio de Trabajo actuando coordinadamente en beneficio de las patronales.
En estas condiciones, el planteo del ethos farmer como supuesta “naturaleza cultural” mediterránea no es más que un intento de dotar de una cobertura ideológica policlasista al instrumento político más eficaz del “contra-cordobazo del Capital”, ese que supieron construir los muchachos cordobeses.
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