Apuestas online. La tormenta perfecta, crianza digital y adicciones emergentes (Buenos Aires, Noveduc, 2024), compilado por Federico Pavlovsky, realiza un recorrido crítico interdisciplinario sobre el avance de la tecnología en la vida cotidiana de las infancias, los consumos problemáticos que pueden promover y uno en particular: la ludopatía.
Federico Pavlovsky es médico psiquiatra especializado en psiconeurofarmacología y en Prevención y tratamiento de conductas adictivas. Su enfoque se concentra en las relaciones entre el consumo problemático y el acceso a la salud pública desde una perspectiva sociocomunitaria y, desde allí, fundó y dirige el “Dispositivo Pavlovsky”, un espacio de tratamiento ambulatorio intensivo para personas con consumo problemático de sustancias y adicciones comportamentales.
“Nunca vi un experimento social en vivo para generar consumos problemáticos con adicciones como el de hoy”, afirma Pavlovksy recientemente en diálogo con el diario Página/12, pulsando la tecla o, más bien, el acorde complejo de preocupaciones que motiva este volúmen. Nos enfrentamos a una problemática social que se expande debido en gran medida al gran negocio que representa. Cada vez es mayor el número de personas, entre familiares y profesionales que advierten sobre los riesgos en la salud mental, sobre todo, dentro de una población etaria más vulnerable, como son los adolescentes y los niños a muy temprana edad. ¿Cómo analizar en este contexto el desarrollo de las apuestas online y su adicción?
Este libro va en esa perspectiva. Cuenta con doce capítulos de varios autores y autoras, además de un ensayo introductorio del propio Pavlovsky, quien analiza, con recorrido ecléctico y demasiado acrítico, cómo la mutación tecnológica en curso influye sobre la psicología individual y colectiva. Se abordan cuestiones relativas a la difusión de las tecnologías digitales y sus efectos a nivel social e individual. También se exploran, desde ciertas preocupaciones filosóficas, los cambios que produjo la revolución digital en la sociedad y en la vida familiar; es decir, más precisamente, sus impactos en el modo de vincularnos, aprender y en el modo de “jugar” en los niños. Los algoritmos y la IA, se señalará como punto de partida, se desarrollan en un contexto de crisis económica y social donde las infancias y las adolescencias quedan en el ojo de la tormenta.
Pavlovsky apunta una ideología fundacional en Silicon Valley: el ingeniero es central, todo es calculable y previsible, se alienta un capitalismo sin regulaciones y existe una verdad tecnológica que llegaría a todos los rincones de la tierra. La figura de Raymond Kurzweil, empresario director de ingeniería de Google y promotor de la falsa promesa prometeica de que la cibernética posibilitará un salto en la especie, la “singularidad” en la que se podría supuestamente convertir nuestra conciencia, dando lugar al nacimiento de una especie biocibernética y poshumana, resume esa figura del ingeniero y la ideología a la que apunta el editor del libro como marco general. Si bien el autor lo ilustra, retomando eclécticamente autores más o menos ligados a vertientes prometeicas de las biotecnociencias, que combinan reduccionismo biologicista con reduccionismo del procesamiento de información cognitivista, desde Nouval Harary hasta el promotor autóctono de las neurociencias Mariano Sigman, la ilustración es válida para tener una idea del fenómeno, y el lector puede encontrar una crítica consistente a las falacias de este prometeísmo en obras como Genes, células y cerebros de de Steve y Hilary Rose [1] o en la de Nick Dyer Whiterford sobre cibernética y capitalismo [2].
Siguiendo con el argumento, Pavlovsky sostiene que existen variables que promueven el desarrollo de la dependencia: un entorno que favorezca el consumo en el que la conducta provoque un sentimiento positivo (refuerzo positivo) o ayude a disminuir una experiencia desagradable (refuerzo-negativo), y que dicha conducta se repita con regularidad durante un periodo estable. Esto sucede en el mundo de las drogas y también en el universo tecnológico.
Es por eso, señala, que los estudios de Skinner –una de las dos figuras del conductismo junto con John Watson y creador del “condicionamiento operante”– tuvieron un impacto en el desarrollo de las máquinas de azar y, décadas después, en los sistemas de likes y notificaciones de las redes sociales. Según estos parámetros, la motivación para apostar reside más en la incapacidad de predecir si nos tocará la recompensa que en la ganancia financiera en sí.
Existe una sorprendente similitud entre los motores de las redes sociales y los juegos de azar: las recompensas variables e intermitentes, es decir, el obtener una gratificación imprevisible al desarrollar una conducta, cada recarga de pantalla o salto de reel es el equivalente a bajar la palanca de la máquina tragamonedas. Es más eficaz la incertidumbre de no saber cómo será lo que aparezca que la certeza de ver siempre cosas geniales, por eso cada vez vemos más información de cuentas que no seguimos, una estrategia que implementó por primera vez Tik Tok [p. 38].
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Lucía Fainboim, en el capítulo “Crianza digital, apuestas online", parte de problematizar que tanto los niños como los adolescentes usan Internet en soledad y sin referencia adulta. La autora analiza datos sobre pantallas e infancias y manifiesta la importancia de tener en cuenta, también, a bebés con exposición temprana a pantallas individuales, a los que se les permite manipular el celular o tablet sin conocer los impactos que ello conlleva.
Fainboim profundiza la relación entre un mundo virtual y otro mundo real:
La primera parada –señala– nos permite frenar y pensar que una de las causas que justifican dejar a los chicos en soledad en Internet se vincula con la idea, bastante difundida, que propone la existencia de dos mundos: uno virtual y otro real. “No me dijo eso en el chat, me lo dijo en la vida real. En el mundo virtual la gente dice cualquier cosa”. Esta lógica se encuentra también enquistada en la mirada adulta cuando toca acompañar a niños, niñas y adolescentes que transitan Internet [p. 71].
Este capítulo también cuestiona la noción de “nativos digitales”, dado que la considera una trampa que simplifica la relación de las personas con la tecnología, no contempla la diversidad de experiencias y habilidades dentro de cada grupo generacional. Además, critica el hecho de que este enfoque tiende a sobreestimar las destrezas tecnológicas de los jóvenes y a subestimar las de los adultos, lo que puede llevar a políticas y prácticas educativas “poco efectivas”.
Sobre este tema, y desde otra perspectiva, el conductor de radio Tomas Pergolini narra su propia experiencia como gamer y analiza el funcionamiento de juegos como Fornite, Counter Strike 2 y Roblox. Problematiza la importancia de acompañar a las infancias y adolescencias a la hora acceder a internet, vincularse y jugar en momentos donde pretenden imponer la idea de plata fácil:
De forma solapada, aprenden a jugar a una ruleta a cambio de un activo pasible de convertirse en dinero. Con lo expuesto hemos cubierto los tópicos básicos para entender en qué estado se encuentra el mundo con los creadores de contenidos, las casas de apuestas y casinos online y cómo el concepto de dinero y apuestas está introducido en videojuegos que emplean adultos, pero también niños [p. 138].
Como vemos, es importante y fundamental generar un vínculo de confianza con los niños y adolescentes, la dicotomía sobre “lo real o lo virtual”, “los nativos digitales y los inmigrantes virtuales”. Es un diagnóstico equivocado que no hace más que dejar sin herramientas a las infancias que necesitan de nuestra palabra y capacidad reflexiva y crítica, y no porque sean incapaces de llegar a ese pensamiento, sino porque el mundo al que se someten en la nube excede su autonomía progresiva y el nivel de abstracción (y peligros) a los que pueden estar expuestos.
Gustavo Irazoqui (psicólogo) y Rafael Groisman (psiquiatra) forman parte del “Dispositivo Pavlovsky” y analizan algunos de los principales motivos de consulta que reciben allí: jóvenes de dieciocho veinticinco años que en medio de crisis familiares y financieras acudieron acompañados por sus padres en busca de un tratamiento. Los autores desarrollan algunos lineamientos prácticos para intervenir frente a esta problemática, partiendo de diferenciar entre conducta problemática y adictiva. Dado que, según las estadísticas, quienes desarrollan problemas o adicciones representan sólo un pequeño porcentaje del total de las personas que juegan.
Es importante resaltar que el fenómeno de apuestas deportivas online, si bien está en boga hoy, es uno entre otros problemas que atravesamos como sociedad. El uso problemático de tecnología y redes sociales, el uso problemático de pornografía y el reciente fenómeno que muestra a chicos de trece o catorce años vendiendo cursos para hacerse millonarios rápidamente son otros problemas que siguen lógicas parecidas (lógicas de mercado, de publicidad, psicológicas y sociales), y pueden generar el mismo o mayor daño a la salud mental. Como padres, docentes, efectores de salud y especialistas en adicciones debemos concientizar, investigar y diseñar tratamientos para poder afrontar de forma eficaz estos nuevos desafíos [p. 106].
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En la actualidad, la profunda crisis socio-económica y la desregulación constante del mercado de trabajo y creciente precarización del mismo, configuran un escenario de gran inestabilidad e incertidumbre para los sujetos, llevándolos a situaciones de alta vulnerabilidad. Es importante conocer cómo se desarrollan en el mundo y en nuestro país este tipo de negocios.
Liliana Clement y Raúl Martínez Fazzalari son abogados, investigadores y profesores sobre nuevas tecnologías. Sostienen que el control del Estado es muy limitado, debido al “principio de territorialidad” que existe en el derecho. Esto es que, si la empresa no se encuentra radicada en territorio provincial o nacional, todas estas disposiciones se tornan abstractas, ya que el principio de territorialidad hace imposible la aplicación de una norma a una empresa que no posea registro en nuestro país. Hablan sobre las posibilidades estatales para enfrentar algunos de los grandes problemas actuales, desde la inteligencia artificial hasta la salud. Los autores dejan abierta las siguientes preguntas: ¿Cómo se asegura la plataforma de juego que quien está interactuando es en verdad un adulto? ¿A qué considera “adulto” cada una de las legislaciones involucradas en el acto de jugar?
Frente a estos interrogantes se está discutiendo en el mundo sobre regulaciones de Internet y de la inteligencia artificial. Basta con señalar que los primeros que la “regularon” en su vida privada son los empresarios de Silicon Valley [3]. Cínicamente, son quienes producen y desarrollan este negocio. Ellos lanzaron al mercado mundial una IA para entrenar sus algoritmos y experimentar de este modo con la población mundial. Por algo envían a sus hijos a escuelas sin pantallas, donde se les enseñan griego y latín, entre otros idiomas.
En Europa, de hecho, se acaba de promulgar una ley que prohíbe las pantallas antes de los 3 años y aparecen pedidos de regulación en varios países, donde hasta estos mismos empresarios aparecen “preocupados” con el objetivo de mitigar los efectos de dichas regulaciones sobre sus propios intereses y buscar mostrarse “responsables” en el uso de estas tecnologías.
El algoritmo, un modelo para desarmar
El algoritmo monitorea todo el tiempo nuestros movimientos y conductas, para después mostrarnos una publicidad y ofrecernos una promoción que muchas veces se convierte en la puerta de entrada a la ludopatía. Este tema profundiza en el artículo “El dilema de los datos y algoritmos salud” Diego Pereyra Director médico global de Healthcare-Softtek. Allí, analiza cómo los algoritmos crean perfiles de quienes son la carne de cañón para desarrollar una ludopatía.
Si un adolescente da un determinado perfil y está adictivamente mirando todo el día a un streamer que se dedica a apostar online, recibirá las promociones de estas empresas de apuestas; el mismo streamer lo fomenta al compartir códigos para que sus seguidores se sumen a apostar. Y si ese mismo adolescente padece un síndrome depresivo (algo que un algoritmo es capaz de pesquisar en forma precoz), podrían asociarse datos (día de lluvia/ no fue a la facultad/ scrollea compulsivamente en plataformas de e-commerce, escuchar determinada música en Spotify/ etc.) y el algoritmo de la plataforma podría interpretar que esa persona tiene el perfil ideal. Y acá me pregunto: los influencers, ¿pueden promocionar lo que sea? Depende de las regulaciones [p. 152].
En ese sentido, Pereyra hace un llamado de atención a los ministerios y organismos gubernamentales de salud, a la industria farmacéutica, a hospitales, clínicas, obras sociales y seguros médicos para que trabajen en capitalizar toda la información que hoy capitalizan las empresas, con el objetivo de mejorar la salud (y no solo nuestra salud mental). Sostiene que, si bien hay un evidente desarrollo de dispositivos tecnológicos de asistencia virtual con inteligencia artificial, ninguna de esas innovaciones contiene información necesaria sobre algún lugar donde alguien pueda acudir para pedir ayuda.
Si esta necesidad de acceso al sistema de salud o padecimientos subjetivos la pensamos con el desarrollo de la ludopatía en adolescentes y jóvenes, sabemos que, en realidad, no todos tienen la posibilidad de acceder a los mismos tratamientos.
En este sentido, Miguel Benasayag [4], autor de La inteligencia artificial no piensa, nuestro cerebro tampoco, plantea algo interesante. Él sostiene que el algoritmo es globalizante y totalizador, no hay chances de que no veamos que un niño en Jujuy tenga la misma interfaz que un niño en Zurich, porque son niveles de desterritorialización muy grandes. Nada de lo que ve en la interfaz el niño de Jujuy tiene que ver con su mundo. Con este ejemplo lo que se propone es reconocer los peligros de lo que denomina “colonización algorítmica”. La comprensión tiene que ver con la territorialización, con el cuerpo comprendemos, sostiene Benasayag.
A modo de cierre
Esos datos están en la nube, administrada hoy por muy pocos, para saber nuestros gustos y emociones, qué ciudades visitamos el año pasado, nuestra temperatura o con quién nos comunicamos. La organización algorítmica de los millones de datos que las corporaciones digitales nos sustraen para vender a los gobiernos y empresarios de distintas industrias. Como señala Nick Dyer-Witherford, el capitalismo no cambia su esencia con la cibernética: se trata de explotar y apropiarse de trabajo no pago, de plusvalor, a como dé lugar. Tampoco cambia la esencia del desarrollo infantil y juvenil, proceso complejo bio-psico-social en el que las relaciones sociales mediadas culturalmente son la fuente del desarrollo de la funciones psicológicas propiamente humanas (concientes y voluntarias) [5], pero sí los modos en que estas nuevas formas de mediación cultural, guiados por la lógica de la ganancia y el control por parte de los propietarios de estos gigantes digitales, determinan esos procesos e impactan sobre el desarrollo de la personalidad y la salud mental. Y en un sistema estructuralmente alienante, no podemos esperar otros efectos que nuevas formas de alienación y padecimiento subjetivo.
Este libro es más que oportuno, contribuye a problematizar desde la voz de distintos profesionales y posturas dónde estamos parados frente al desarrollo de la tecnología y si es posible que la situación sea diferente mediante una regulación desde el Estado.
Queda en evidencia que el proyecto estratégico de nuestro país y el mundo frente al avance de la tecnología artificial es un campo de disputa. Nada está dicho aún. Ni prometeísmo biotecnológico (pensar que la tecnología va a solucionar los problemas de la humanidad sin terminar con sus raíces sociales e históricas capitalistas) ni ludismo antitecnológico: no se puede volver atrás con respecto a la tecnología, pero sí podemos dar vuelta el movimiento y que la tecnología nos sirva a nosotros. Silicon Valley, bandera del capitalismo tecnológico, muestra cómo se sostiene gracias a la precarización de migrantes, de mujeres y de minorías raciales oprimidas en muchos países del mundo. En Argentina, Javier Mieli se muestra fanático del desarrollo de la IA, y llega al rídículo –entre otros ridículos– de sostener que pretende realizar una reforma del Estado con inteligencia artificial. Por esto, se reunió con segundas líneas de Google y representantes de Apple, Meta y Open AI. Discursivamente apuesta a instalar la idea de digitalización de las políticas públicas en un sentido más político que económico, para golpear a áreas tan sensibles como educación y salud públicas. Porque, en realidad, el único proyecto está lejos de la inversión en tecnología, sino que es la entrega de todos nuestros recursos naturales con la extracción a la antigua (la que ya conocemos).
Como vemos, la salida no es individual, sino colectiva. Y es central que la clase trabajadora se organice para poder disputar para qué y al servicio de quién tiene que estar el avance de la tecnología. Porque es la única clase que puede plantear una perspectiva totalmente opuesta, donde el desarrollo de la ciencia y la tecnología dejen de ser apropiadas por un puñado de empresarios, que sólo ven negocios y se pongan al servicio realmente de dar respuesta a los problemas de las mayorías. En el camino, un paso imprescindible es comprender críticamente los fenómenos emergentes de esta tecnología en manos de la decadente burguesía imperialista, y a esa tarea aporta este libro.
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