La crisis económica, social y política, así como la reactualización de la lucha de clases como factor dinámico en la arena internacional, plantean la necesidad de dar pasos en la construcción de un movimiento por una internacional de la revolución socialista, basada en la experiencia viva de los nuevos sectores de trabajadores y oprimidos que comienzan a enfrentar a los Estados capitalistas en todo el planeta.
El manifiesto también se encuentra publicado en inglés, alemán, italiano y portugués, catalán y francés, como parte de la red internacional de La Izquierda Diario que impulsa la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional.
En 2013, desde la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, lanzamos el Manifiesto por Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista -Cuarta Internacional, actualizado luego en 2017. A partir de este llamado que hicimos en aquel año logramos sumar a la Organización Socialista Revolucionaria de Costa Rica, la Frazione Internazionalista Rivoluzionaria de Italia y la Corriente Socialista de las y los Trabajadores de Perú, hoy impulsores también de este llamado.
Como parte de los debates sobre acuerdos y diferencias entre las corrientes que reivindicamos la lucha por la revolución socialista, organizamos el año pasado la Conferencia de Latinoamérica y EE. UU., junto con las organizaciones del Frente de Izquierda Unidad de la Argentina y las organizaciones hermanas de sus respectivos integrantes.
Este manifiesto, elaborado por la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, se propone retomar el debate sobre la necesidad de un movimiento por una internacional de la revolución socialista. Está dirigido a la vanguardia de la juventud, la clase trabajadora y los oprimidos que comienza a ponerse en movimiento y que ha protagonizado junto a las grandes masas la ola de rebeliones populares y huelgas generales en diferentes partes del mundo. A quienes han protagonizado las emblemáticas luchas del Black Lives Matter en EE. UU., la rebelión popular chilena, la lucha contra el golpe en Bolivia, la lucha de los chalecos amarillos y las grandes huelgas en Francia; la lucha del movimiento de mujeres en todo el mundo, las ocupaciones de tierras, las huelgas y bloqueos, a quienes en Brasil enfrentan al bolsonarismo con una política independiente de los partidos del régimen; a quienes en Venezuela enfrentan al imperialismo, con independencia del gobierno de Maduro, enfrentando al mismo tiempo su régimen represivo, autoritario y entreguista; a los que en México se movilizan con independencia del gobierno “progresista” y la oposición derechista; a la infinidad de movimientos que recorren el sudeste asiático, que tiene a la heroica clase obrera de Myanmar a la cabeza, a quienes salen a la lucha contra la explotación y la opresión en cada lugar del mundo y que hoy están buscando con avidez una alternativa política contra el capitalismo combatiendo el sentido común (fomentado por el reformismo y decadas de ataques neoliberales) de que solo podemos luchar por migajas.
Buscamos recuperar un horizonte revolucionario, internacionalista y socialista para destruir un sistema que merece perecer. También nos dirigimos a organizaciones e individuos del movimiento trotskista y organizaciones que se reclamen internacionalistas que coincidan con la importancia de avanzar en debatir la propuesta de un movimiento por una Internacional de la revolución socialista, en base a las lecciones de la lucha de clases. En este manifiesto, tomaremos en cuenta algunas de las experiencias llevadas adelante en EE. UU., Francia, Chile y Argentina, por la intensidad de la lucha de clases o por la influencia de la izquierda socialista y revolucionaria por comparación con otros países. Con ellas, buscamos sintetizar las principales peleas que consideramos están planteadas en la actualidad.
La crisis en curso y la actualidad de la época de crisis, guerras y revoluciones
La pandemia ha generado un salto en la crisis económica mundial, que venía sin resolución clara desde 2008, cuando cayó Lehman Brothers. Y una vez más, los Estados salvaron a los empresarios mientras millones de personas perdieron sus trabajos o fueron obligadas a trabajar en condiciones precarias. A los casi 3 millones de muertos por coronavirus, se suman 150 millones de personas en todo el mundo que podrían caer en la extrema pobreza durante 2021, según el propio Foro Económico Mundial.
La relación entre esta crisis y las contradicciones del capitalismo es clara. Son las actividades depredatorias de la naturaleza que llevan adelante las grandes empresas y los Estados, desmontando selvas y bosques para extender diversas variantes del agronegocio, las que han generado la propagación de virus que antes se encontraban en animales escondidos en lugares alejados, que constituían su hábitat natural. La creación de espacios “planos” que permitan la producción en gran escala de pollos, cerdos o soja, o la palma aceitera en el caso del Ébola, se ha demostrado absolutamente funcional a la propagación de enfermedades (en la actualidad, una epidemia que rápidamente se transformó en pandemia). La enfermedad se extendió tan rápidamente –más que cualquier virus anterior– siguiendo los mismos circuitos que conectan la cadena de suministros global just in time. Si bien los virus humanos han seguido frecuentemente el flujo de las mercancías –la peste bubónica, por ejemplo, se diseminó a través de rutas comerciales durante años– la velocidad y la escala masiva del capitalismo globalizado produjo un escenario en el que las enfermedades pueden propagarse por todo el planeta en cuestión de semanas. Se revela con mayor crudeza que el capitalismo bloquea cualquier posibilidad de establecer una relación armónica entre la especie humana y la naturaleza, e incluso la destruye cada vez más. Ante esto, proyectos políticos como el del ala izquierda del Partido Demócrata en EE. UU., el Partido Verde en Alemania o el gobierno "progresista" en el Estado español, junto con las ONGs y otras burocracias sociales, están fomentando las ilusiones en un capitalismo verde con un "Green New Deal" cooptando las direcciones de estos movimientos y convirtiéndolas en agentes "progresistas" del capital. Pero los estados imperialistas no van a transformarse en agentes ecológicos y progresistas.
En medio de la crisis, las grandes burguesías y sus Estados buscaron recomponer su poder y recuperar las pérdidas generadas por la contracción de la economía mundial. En EE. UU., donde la pandemia y la crisis económica golpearon duro entre marzo y junio del año pasado (cayendo el PBI un 32,9 % durante el segundo trimestre de 2020), el gobierno de Biden acaba de votar un programa de “rescate Covid” de 1,9 billones de dólares, una parte del cual se destina a inyectar dinero en efectivo directo a los bolsillos de sectores populares como medida preventiva. Aunque coyunturales y con distintas modalidades y alcances, estas políticas las han replicado prácticamente todos los gobiernos, con obvias desigualdades entre países imperialistas y países pobres. Por otro lado, los estados capitalistas garantizaron exorbitantes ganancias a los especuladores de la pandemia, desembolsando enormes cantidades de dinero directo a las grandes empresas, corporaciones y bancos. Un informe reciente del Institute for Policy Studies muestra que desde que comenzó la pandemia a mediados de marzo, los multimillonarios estadounidenses han incrementado sus fortunas en un billón de dólares. Según datos de la revista Bloomberg, las 50 personas más ricas del mundo han visto crecer sus fortunas 640.000 millones de euros. Algunos de estos afortunados son Jeff Bezos, Elon Musk y Bill Gates. Jeff Bezos “ganó” 69 mil millones de dólares adicionales desde que comenzó la pandemia. Se suman Mark Zuckerberg de Facebook y el fundador de Google, Sergey Brin. También en Francia los milmillonarios entre los cuales se encuentra Bernard Arnault, tercera fortuna mundial, han ganado alrededor de 175.000 millones de euros en ese periodo. La fortuna de 73 millonarios de Latinoamérica aumentó en 48.200 millones de dólares desde iniciada la pandemia. Según el informe de la organización Oxfam los 42 “milmillonarios” de Brasil aumentaron en total su patrimonio neto de 123.100 millones de dólares en marzo a 157.100 millones de dólares en julio, mientras los siete más ricos de Chile vieron como su patrimonio conjunto aumentaba en un 27 % hasta llegar los 26.700 millones de dólares.
Al mismo tiempo, el endeudamiento de los Estados alcanzó cifras siderales. Según los cálculos del propio FMI, 30 países superaron el 100 % de deuda respecto a su PBI en 2020. Entre los 20 países más endeudados se encuentran grandes potencias como Japón y EE. UU., pero esta situación afecta especialmente a los países periféricos y semicoloniales, desde Angola hasta la Argentina, planteando la perspectiva de una crisis de deuda, sobre todo si comienzan a subir las tasas de interés. La deuda privada y la proporción de empresas “zombies”, que se mantienen en base a ayudas estatales y endeudamiento, también ha crecido.
Wall Street celebraba mientras millones perdían sus empleos. En toda América Latina, 140 millones de personas, alrededor del 55 % de la población activa, se encuentran en la economía informal, y casi una de cada cinco vive en situación de hacinamiento. Hasta 52 millones de personas podrían caer en la pobreza en América Latina y el Caribe como consecuencia de la pandemia. Mientras los ricos acumulan, hay nuevos ataques a la clase trabajadora. La generalización e imposición de formas precarias de contratación, teletrabajo y trabajo eventual, junto con la elevación del tope para la edad jubilatoria, son algunas de las políticas impuestas o que se intenta imponer a las masas trabajadoras, mientras se otorgaron subsidios de montos miserables (sin un verdadero acceso universal y por tiempo limitado) para que la gente sobreviviera a duras penas en el momento más duro de la pandemia.
El colapso de los sistemas de salud en la casi totalidad de los países pobres y en países imperialistas como EE. UU., el Estado Español o Italia, demuestra el drama social al que nos arrojaron décadas de neoliberalismo y privatizaciones. La actual “guerra por las vacunas” es una muestra más del carácter irracional de la producción capitalista. Mientras por un lado se realizan discursos sobre el “combate a la pandemia”, por el otro se imponen patentes que impiden la generalización de los conocimientos científicos y prioridades en la distribución de las vacunas, incrementando la profunda desigualdad entre países imperialistas y países oprimidos. África, expoliada durante siglos por las potencias europeas, es quizás el caso más aberrante de esta miseria generada por la división internacional del trabajo donde los países imperialistas expolian a los pueblos oprimidos. Los países sometidos a bloqueos, sanciones y agresiones constantes de EE. UU. y sus aliados están pasando por una situación muy grave, como ha sido el caso de Venezuela, Irán, Cuba o el caso desesperado del pueblo palestino.
El agotamiento del neoliberalismo es la base para el surgimiento de tendencias políticas polarizantes, como las organizaciones de ultraderecha Proud Boys y el grosero asalto al Capitolio por los partidarios de Trump, en EE. UU.. Es a partir del fortalecimiento de grupos proto fascistas en ese país –que tiene la tradición del Klu Klux Klan– que el debate sobre la autodefensa se abrió en las organizaciones del Black Lives Matter en EE.UU. El debilitamiento del neoliberalismo abre escenarios de polarización, crisis en los partidos burgueses y lucha de clases.
El recrudecimiento de las tensiones entre China y EE. UU., por un lado, y las tensiones entre los distintos bloques imperialistas, por el otro, preanuncian mayores enfrentamientos entre los Estados, como demuestra el creciente militarismo de las principales potencias del mundo. EE.UU realizará gastos militares de 741 mil millones de dólares. Se prevé que la Ley de Autorización de Defensa Nacional para el año fiscal 2021 representará un aumento de 3 mil millones con respecto al año anterior, fortaleciendo el pivote de EE. UU. contra China (de asedio militar, económico y político). Las guerras reaccionarias como las de Nagorno Karabaj, Yemen, Siria, entre otras, son consecuencia del surgimiento de potencias intermedias, en un contexto de declinación del imperialismo estadounidense y su capacidad de actuar como “gendarme mundial”.
En el Medio Oriente, la derrota de la primavera árabe derivó en la imposición de regímenes dictatoriales y reaccionarios. Mientras EE. UU. mantiene su presencia militar en Irak y Afganistán, el pueblo palestino sigue sometido a la ocupación colonial del Estado de Israel, privado de su derecho democrático elemental a tener su propio estado, al igual que el pueblo kurdo.
La crisis actual ha demostrado tanto la imposibilidad de un crecimiento evolutivo e indefinido en base a la llamada globalización neoliberal como los límites de los intentos de volver a políticas aislacionistas y proteccionistas. El caso de Trump desnudó la retórica “populista”, que era pura demagogia. En el plano doméstico, recrudeció el desfinanciamiento de todos los servicios públicos ya de por sí mermados por las administraciones anteriores en materia de salud, educación y vivienda especialmente. En el plano internacional, su política “anti-globalista” se limitó a una serie de intentos de mejorar la posición de EE. UU. en relación con China, Rusia y la Unión Europea, rompiendo las alianzas y los pactos multilaterales tan característicos de las administraciones anteriores, en particular la de Obama.
Está por verse si el gobierno de Biden puede actuar como una tendencia contrarrestante a la inestabilidad creciente que en los últimos años se fue apoderando del sistema internacional de Estados. Sin embargo, el declive de la hegemonía norteamericana continúa. Esto se puede ver, a nivel de la política interna, en la crisis que tienen el Partido Demócrata y el Partido Republicano frente al deterioro de la situación social, el recrudecimiento del racismo y la crisis sanitaria. Frente a la crisis, el gobierno de Biden está tomando medidas “keynesianas” limitadas, cuyo alcance está aún por verse pero que son un salto en el camino ya iniciado por Trump de no respetar la noción neoliberal de disciplina fiscal (“Estado mínimo” y “gobierno barato”) por la cual demócratas y republicanos apostaron durante décadas. Uno de los objetivos del ambicioso plan de infraestructura anunciado por Biden es ubicar a EE. UU. en una situación de mayor competitividad con China, y ya está generando choques entre los dos partidos y con sectores del capital hegemónico por los aumentos limitados de impuestos y las concesiones a los sindicatos. Hasta ahora, el plan de 1,9 billones de asistencia de emergencia es de corto plazo. El nuevo proyecto anunciado sería de media duración y tiene en contra al Partido Republicano, a un sector del capital y la presión que pueda ejercer sobre los demócratas moderados del Senado. En el largo plazo, no están claros los motores de acumulación en los cuales el capitalismo estadounidense puede apoyarse para una recuperación económica que lo coloque en las condiciones previas al 2008. Lo que es claro es que la apuesta de la clase dominante y del gobierno de Biden es desviar y cooptar a la clase obrera y los llamados movimientos sociales amparándose en la labor de las burocracias obreras y de las organizaciones sociales.
En el plano internacional, son evidentes las dificultades de la principal potencia del mundo para poder imponer sus políticas a nivel mundial y recrear el consenso del pasado, cuando los aliados de EE. UU. trabajaban para cimentar su hegemonía.
La pandemia, por su parte, ha actuado como un catalizador que expuso todas las contradicciones del capitalismo a todos los niveles: entre el carácter social de la producción y la forma privada de la apropiación, cuyo ejemplo más irracional –pero no el único– son las patentes sobre las vacunas. Entre el carácter internacional de la economía y la forma nacional de los Estados, lo cual se puede ver, por un lado, en los elementos de guerras comerciales entre EE. UU. y China y las tensiones entre EE. UU. y la Unión Europea –así como al interior de la misma–. Por otro, en el recrudecimiento de la presión imperialista sobre los países dependientes a través de las políticas del FMI. Los recientes procesos masivos de lucha de clases en diversos países muestran también que el enfrentamiento de clases mantiene su vigencia, aunque la tónica de los eventos más importantes sea hasta ahora de revueltas y rebeliones más que de revoluciones que pongan en jaque a los Estados capitalistas.
Estos elementos vuelven a actualizar el marco histórico y estratégico de crisis, guerras y revoluciones con el que el marxismo clásico caracterizó la época del imperialismo a comienzos del siglo XX. De allí, la vigencia de la lucha anti-imperialista y socialista. A pesar de la restauración capitalista en los Estados obreros burocratizados y de varias décadas de ofensiva neoliberal contra las condiciones de vida de la clase trabajadora y las masas populares en todo el mundo, el capitalismo no sólo no ha logrado resolver sus contradicciones y sus tendencias a las crisis, sino que las ha llevado a un extremo que comienza a señalar de manera cada vez más clara su creciente incompatibilidad con la continuidad de la especie humana y del planeta.
La vuelta de la lucha de clases
Desde antes de la pandemia, presenciamos un crecimiento de la lucha de clases en muchos países. Desde Líbano hasta Ecuador, desde Francia hasta Bolivia, desde Chile hasta EE. UU., desde Argelia hasta Hong Kong, la clase trabajadora, las mujeres, la juventud, el movimiento negro y amplios sectores populares habían salido y volvieron a salir a las calles contra las políticas de “austeridad” de los gobiernos que aplican las recetas del FMI, contra el racismo y el abuso policial, contra el golpe de Estado en Bolivia, entre otros ejemplos.
Durante unos meses, la aplicación de cuarentenas y medidas de aislamiento en la mayor parte del mundo quitó intensidad al ascenso de luchas que venía en aumento. Sin embargo, la pandemia también mostró el papel de los trabajadores y trabajadoras esenciales, sin los cuales no se mueve el mundo, que ganaron confianza en sus propias fuerzas. Sectores precarizados de la clase trabajadora comenzaron a organizarse en nuevos sindicatos, o encabezar protestas y huelgas parciales por mejores condiciones laborales en diferentes países –desde jornaleros y jornaleras, trabajadores de logística, trabajadores de Amazon, enfermeras, limpiadoras, maestras, etc.–. Además, en el cenit de la pandemia en EE. UU., surgió el enorme y combativo movimiento de masas contra la violencia policial racista detonado por el asesinato de George Floyd.
Posteriormente asistimos a las masivas huelgas obreras y la lucha campesina en India y la resistencia feroz del movimiento de masas al golpe militar en Myanmar. Al mismo tiempo, procesos más moleculares, pero bien significativos como la emblemática huelga de los trabajadores petroleros de Grandpuits contra el gigante Total en Francia y múltiples procesos de lucha y organización en diversos países como Italia y Argentina. Nuevas generaciones han salido a la lucha en estos últimos años, tanto por las reivindicaciones de la clase trabajadora, como por las demandas específicas del movimiento de mujeres, que ha realizado avances fundamentales de lucha y organización. Otras luchas han cobrado relevancia, como la desarrollada ante la crisis medioambiental, en la que la juventud juega un papel central.
De acuerdo con un análisis de la agitación social en 2019 realizado por la empresa de valoración de riesgos Versisk Maplecroft, 47 países, o casi una cuarta parte del total, conocieron importantes “disturbios civiles” tan solo en 2019. A esta agitación social se sumaron, en 2020, nuevas movilizaciones y manifestaciones de masas, que en parte continúan, en Bielorrusia, Tailandia y el lejano este de Rusia; huelgas masivas en Indonesia, la rebelión que volteó al gobierno en Perú y una agitación en buena parte del mundo.
Entre 2008 y 2020 hubo importantes procesos de huelgas generales y luchas de la clase trabajadora, desde la India hasta Sudáfrica, pasando por Brasil, Chile, Colombia, Corea del Sur, Argelia y Francia, entre otros países. Asimismo, las movilizaciones de carácter “popular” adquirieron un alto nivel de violencia en el enfrentamiento a la represión policial.
Identificamos un primer ciclo de la lucha de clases que se desarrolló sobre todo desde fines de 2010 con los levantamientos revolucionarios en Medio Oriente y el norte de África, donde Egipto y Túnez fueron el centro del proceso más profundo. Esa ola se extendió a otros países, como el Occupy Wall Street en EE. UU. o los Indignados en el Estado Español. Tuvo su resonancia en América Latina con el movimiento estudiantil chileno el 2011 y el “yo soy 132” en México. Ese ciclo si bien terminó en derrotas como en el golpe militar en Egipto, o en Grecia donde Syriza terminó aplicando los ajustes de la Troika, en guerras civiles reaccionarias como en Libia o Siria, o en desvíos como en el caso de España (gracias a la acción de corrientes neorreformistas como Podemos), mostró las primeras tentativas de masas tras la crisis capitalista.
En los marcos de una economía mundial débil que tendía a la recesión, en el 2018 empezamos a ver una nueva ola de lucha de clases. En Francia, con la aparición de los Gilets Jaunes, los Chalecos Amarillos, cuya radicalización inspiró luchas posteriores como las huelgas contra la reforma jubilatoria del liberal Macron. La pólvora de los chalecos amarillos se extendió internacionalmente en el 2019 con la rebelión en Hong Kong y los levantamientos en Argelia y Sudán. En Irak, arrasado por la guerra, se sucedieron masivas protestas. También en el Líbano. En América Latina, vimos las revueltas y rebeliones populares de Ecuador, Colombia, Puerto Rico y Chile, donde vimos el retorno de huelgas de masas.
Algunas de las huelgas masivas se han producido en medio de movilizaciones multitudinarias en las calles y plazas del mundo entero, como en Hong Kong, Chile, Tailandia, Ucrania, Líbano e Iraq. El Instituto Sindical Europeo calcula que entre 2010 y 2018 hubo 64 huelgas generales en la Unión Europea, casi la mitad de ellas en Grecia. Más en general, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula, con respecto a tan solo 56 países, que hubo 44.000 paros obreros entre 2010 y 2019, principalmente en fábricas. El propio informe de la OIT, sin embargo, señala que vista la limitación de los datos, el número de huelgas podría ser mucho mayor que 44.000.
La nueva oleada de revueltas y rebeliones populares que sacudieron diferentes partes del mundo tuvieron como límite la acción de las burocracias sindicales y partidos reformistas, que desviaron la fuerza y acción de las masas, haciendo que estas importantes respuestas frente a los ataques de gobiernos capitalistas, que incluyeron métodos como la huelga general en algunos casos y enfrentamientos violentos frente a la represión policial, no superasen el estadio de presión extrema sobre los regímenes. Sin embargo, son la base para nuevos procesos de la lucha de clases y el surgimiento de alas de vanguardia obrera y popular que ayuden a recomponer la subjetividad del proletariado. La conexión entre lucha de clases y radicalización política de sectores de vanguardia, es terreno fértil para el surgimiento de partidos revolucionarios, revitalizando las ideas del marxismo revolucionario.
La fuerza de la clase trabajadora
Estos procesos de la lucha de clases se dan en el marco de una clase trabajadora que mantiene su fortaleza estructural. Según la OIT, la fuerza de trabajo mundial tuvo un crecimiento de un 25 % entre 2000 y 2019. Las personas empleadas pasaron de 2.600 millones a 3.300 millones durante las dos primeras décadas del siglo XXI, representando también un 25 %. De estas personas empleadas, en términos de la OIT, el 53 % perciben un salario o un sueldo, cuando en 1996 constituían el 43 %; el 34 % se consideran trabajadoras por cuenta propia, mientras en 1996 eran el 31 %; el 11 % son familiares colaboradoras, menos de la mitad del 23 % que representaban en 1996; y un 2 %, empleadores, que aquel año sumaban un 3,4 %.
El capitalismo ha integrado en sus “cadenas de valor global” incluso el trabajo más elemental realizado por integrantes de una familia en lugares recónditos del planeta.
En el mismo período, mientras en estas dos décadas los servicios crecieron en un 60%, la fuerza de trabajo empleada en la industria lo hizo en un 40%.
A diferencia de la fantasía de un mundo “postindustrial”, la fuerza de trabajo empleada en fábricas ha pasado de 393 millones en el año 2000 a 460 millones en 2019, así como ha crecido la fuerza de trabajo industrial (que incluye también construcción y minería) de 536 millones a 755 millones de personas en el mismo período. Las comunicaciones y los servicios urbanos arrojaban un número de 226 millones de personas empleadas en 2019, contra 116 en el 2000.
Los procesos de relocalización de importantes industrias fuera de EE. UU. y Europa y la reconversión de ciertas actividades crearon dos grandes polos de la clase trabajadora a nivel mundial. Hay millones de trabajadores de las grandes industrias instaladas en países de Asia o periféricos, así como un concentrado sector de la logística y la distribución, con especial peso en los países capitalistas más desarrollados, pero que tiene importancia en realidad en todos los grandes centros urbanos del mundo. A esto se suma la proletarización creciente de sectores de trabajadores que en el pasado estaban ligados social y culturalmente a la pequeño-burguesía urbana y cuyas condiciones de vida se han asimilado a las del promedio de la clase trabajadora: trabajadores de la salud y la educación, empleados del Estado, trabajadores de servicios diversos, etc. Mientras sectores como los del petróleo, la energía, los transportes, los puertos, o la logística ocupan grandes posiciones estratégicas capaces de paralizar la circulación de mercancías y personas, aquellos relacionados con las funciones estatales vinculados a la comunidad poseen el potencial para contribuir a la articulación entre la clase trabajadora organizada y los pobres urbanos.
Esta realidad de la clase trabajadora y su fuerza desde el punto de vista estratégico cuestionan también las ideologías que hoy se engloban bajo el nombre de “postcapitalistas” y que suponen que el sistema actual se dirige hacia una automatización casi total de los procesos de producción que volvería superflua la fuerza de trabajo, reemplazando al trabajo humano con máquinas, sin cambiar las relaciones de producción. Diversos estudios han señalado que los distintos avances que en las últimas décadas se han realizado en términos de inteligencia artificial, robotización y automatización de procesos de producción han ido acompañados por una creciente prolongación de la duración de la jornada laboral. A través de mecanismos como la anualización de las horas de trabajo, los bancos de horas y otras formas de precarización laboral y de ataque a las conquistas de la clase trabajadora; el capitalismo ha demostrado que puede desarrollar la tecnología siempre y cuando pueda ser utilizada en función de la ganancia capitalista y no de las necesidades de las grandes mayorías.
La lucha contra el racismo y el capitalismo imperialista
Esta fuerza social de la clase trabajadora solo puede triunfar si se propone liquidar al capitalismo imperialista. En este camino debe articularse en el plano político con las demandas de todos los sectores oprimidos. La lucha contra el racismo y la xenofobia ha demostrado toda su vigencia durante los últimos años, como atestigua el surgimiento del Black Lives Matter (BLM) en EE. UU., protagonizando una rebelión en el corazón imperialista. El BLM develó ante el mundo el carácter profundamente racista del Estado estadounidense y el maridaje entre capitalismo y racismo. No solo por el carácter asesino de las policías contra las minorías étnicas, sino porque el capital en general utiliza el racismo para alimentar el ejército industrial de reserva y para dividir a la clase obrera entre trabajadores de primera, segunda y tercera categoría de acuerdo a su origen étnico o su estatus migratorio. Para eso existen las reaccionarias leyes migratorias, los muros fronterizos, las deportaciones o los centros de detención que sustentan la violencia policial e institucional que EE. UU. impone a México, Centroamérica, el Caribe y los imperialismos europeos a los países de Europa del Este, África y Asia.
La Unión Europea gasta miles de millones de euros en protección de fronteras para que Frontex evite que los refugiados crucen el Mediterráneo. Como resultado, ocho personas mueren en promeido cada día, intentando cruzar el Mediterráneo. La UE ha suprimido de hecho el derecho de asilo con campos de detención en sus fronteras exteriores, combinado con un discurso que pretende dividir a los inmigrantes entre los que supuestamente "merecen" el asilo y los que no. Así, una amplia mayoría de los refugiados son ilegalizados, arrojados a condiciones de supervivencia aún peores y condenados a la superexplotación y la opresión racista.
La clase obrera en EE. UU. y en Europa es multirracial, y la pandemia develó que los trabajadores afroamericanos, latinos y del Caribe constituyen una parte fundamental de los llamados “trabajadores esenciales” estadounidenses, así como los trabajadores turcos, árabes, kurdos y africanos en Europa.
En el contexto de la pandemia, y a raíz del asesinato de George Floyd en EE. UU., surgió el movimiento más masivo en la historia reciente que se enfrentó a la policía y volvió a plantear que el racismo es un problema estructural ligado íntimamente a la historia de la conformación del poder estatal y del conjunto de las instituciones de ese país. No es nada casual la confluencia de viejas y nuevas organizaciones racistas y de extrema derecha que irrumpieron en el centro de la escena política estadounidense con las movilizaciones contra las cuarentenas, el BLM y el ataque al Capitolio.
La crisis que atraviesa el imperialismo estadounidense abre nuevos escenarios de la lucha de clases y de apertura de acción para el proletariado. Pero ninguna política revolucionaria en EE. UU. puede prescindir de tomar como una de sus principales banderas la lucha por la liberación de los negros y contra la opresión de las minorías étnicas e inmigrantes. El ala izquierda demócrata –alineada con la burocracia sindical que históricamente fue funcional al sostenimiento del racismo al interior del movimiento obrero– menosprecia la lucha específica contra el racismo, calificándola de “política de la identidad”. Las burocracias que dirigen al movimiento negro, en tanto agentes del Partido Demócrata, separan la lucha contra el racismo de la lucha contra el capitalismo. Ambas políticas llevan a un callejón sin salida.
Ambas estrategias se oponen a luchar contra el racismo sistémico y la explotación capitalista, para lo cual los trabajadores negros deben ponerse a la cabeza de la lucha del poderoso y multirracial proletariado estadounidense.
Es necesario levantar con todas las fuerzas las banderas del antirracismo, la lucha sin tregua frente a los grupos protofascistas y la policía racista, y unirlas con las de la lucha de clases contra la patronal, la gran burguesía y el Estado imperialista.
Los ejemplos históricos de las grandes huelgas de Detroit en 1968 demostraron que es posible hacerlo. Más recientemente tenemos los distintos ejemplos de organizaciones obreras que realizaron paros en apoyo al BLM y en repudio al asesinato de George Floyd, como la huelga portuaria de un día del 19 de Junio del 2020 que paralizó 29 puertos en la Costa Oeste, o los cientos de acciones en todo el país repudiando la violencia policial racista en bodegas de Amazon, supermercados y restaurantes de comida rápida. Pudimos ver manifestantes antirracistas confraternizando con los llamados trabajadores esenciales en acciones comunes. Las campañas regionales de algunas organizaciones obreras locales impulsadas desde la base exigiendo a las direcciones sindicales la desafiliación de los sindicatos de policía de las centrales sindicales, es un ejemplo también de las tendencias concretas a la unidad.
Si bien el BLM retrocedió en las calles y fue desviado hacia el voto malmenorista por Joe Biden y Kamala Harris, la brasa del movimiento sigue viva y se expresa en la emergencia de decenas de organizaciones antirracistas de la vanguardia en las pequeñas y grandes ciudades. Entre ellas, hay organizaciones que comienzan a radicalizarse políticamente, bregando por la independencia política del movimiento respecto al Partido Demócrata y abrazando cada vez más una perspectiva de clase para unificar la lucha antirracista como la lucha anticapitalista, como Detroit Will Breathe, en esa ciudad que supo ser la imponente capital del Rust Belt.
Esta vanguardia que surgió al calor del BLM, coexiste y es parte del fenómeno ideológico a izquierda que se viene desarrollando desde Occupy Wall Street, la candidatura de Bernie Sanders y que catapultó el crecimiento del Democratic Socialists of America. Si bien el DSA capturó la imaginación de los socialistas millennials, hoy está adaptado a trabajar para la izquierda del Partido Demócrata, que a su vez trabaja para el nuevo gobierno de Joe Biden
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La persistencia de esta vanguardia se combina con la emergencia de grandes luchas locales que se vuelven nacionales, como la del intento de sindicalización de más de 5.100 trabajadoras y trabajadores, en su mayoría negros, en la comunidad de Bessemer, Alabama. Hasta la prensa burguesa ha tenido que reconocer que la lucha de Amazon es la expresión profunda de la simbiosis entre la lucha antirracista y la lucha contra las grandes patronales como Amazon. A pesar de haber sufrido una derrota en lo inmediato, esta es una primera batalla en el camino de arrebatarle un sindicato al gigante, propiedad de Jeff Bezos.
También en Europa la lucha contra el racismo está estrechamente ligada a la lucha contra las políticas imperialistas, que no hacen más que generar guerras, huidas y muertes en la periferia, África y el Medio Oriente. Por lo tanto, es igualmente necesario establecer un programa antiimperialista que se oponga a las intervenciones militares y a la exportación de armas de los países centrales capitalistas. En 2018, hubo una ola de huelgas portuarias en Europa de carácter ejemplar: los estibadores de Le Havre, Génova, Santander y Marsella se negaron a cargar el carguero saudí “Bahri-Yanbu” con material de guerra. Se pusieron en huelga y enviaron un verdadero mensaje internacionalista: “Puertos cerrados para la guerra - puertos abiertos para los migrantes”.
Por la unidad y la hegemonía de la clase trabajadora
En tanto la lucha de clases más dinámica se está expresando en muchos casos a través de la intervención de los oprimidos en movimientos policlasistas, la izquierda internacional se ha dividido entre aquellos que han tenido una política abstencionista y aquellos que se adaptan oportunistamente a las direcciones de los llamados movimientos sociales o de las burocracias sindicales, sin luchar por una dirección obrera y revolucionaria en su seno.
Ante la rebelión de los chalecos amarillos en 2019, la primera respuesta del gobierno de Emmanuel Macron fue identificar al movimiento con la extrema derecha. Le siguieron el juego los líderes sindicales, incluida la CGT y lamentablemente hasta sectores de la extrema izquierda. Si bien el carácter heterogéneo de sus participantes, los límites de su organización, y el bajo nivel de consciencia de clase plantearon todo el tiempo el peligro de que la minoría reaccionaria de extrema derecha se fortaleciera, su radicalismo, sus reclamos sobre la desigualdad económica y sus aspiraciones democráticas, le dieron un curso progresivo. En este contexto, el papel de la izquierda revolucionaria era tratar de luchar contra la minoría de extrema derecha en el movimiento, tanto política como ideológicamente, en vez de darle la espalda al conjunto. Por eso desde el NPA - Révolution Permanente luchamos por la auto-organización democrática del movimiento, la necesidad de formar comités de acción para extenderlo y unificarlo con los principales bastiones de la clase obrera, la juventud y los barrios populares hasta derrotar a Macron, en el camino de la huelga general. Al mismo tiempo, dimos una pelea en las estructuras obreras y estudiantiles en las que estamos y también en los sindicatos, no solo para que estos se solidarizaran sino para que se sumaran al movimiento. A partir del colectivo inter-estaciones heredado de la gran huelga ferroviaria del 2018 y del Comité Verdad y Justicia por Adama, impulsamos desde las primeras acciones de los chalecos amarillos lo que se llamó el “Polo Saint-Lazare”. Este polo de sectores obreros, juveniles y de los barrios populares llamaba a marchar de manera conjunta desde la estación ferroviaria Saint-Lazare, para luego unirse a los chalecos amarillos y manifestarse junto a ellos en las columnas organizadas, levantando sus propias reivindicaciones. Este polo llegó a agrupar a varios miles en las calles y a cientos en asambleas, y jugó un rol importante para romper el aislamiento que el gobierno y la burocracia sindical buscaban imponer al movimiento.
La importancia de una política hegemónica mantiene vigencia en relación a sectores sociales que no forman parte de la clase trabajadora, pero tienen intereses convergentes con ella. Podemos tomar como ejemplo el caso de la alianza entre los huelguistas petroleros de Total de la refinería de Grandpuits en Francia y los movimientos ecologistas frente al cierre y reestructuración de esta, que la patronal presentaba como estando al servicio de una supuesta transición ecológica. Obreros en huelga demostraron que el proyecto de Total no tenía nada de ecológico, denunciaron el rol del gigante petrolero en países periféricos como Mozambique y Uganda, y defendieron que solo los trabajadores podrían garantizar una transición verdaderamente ecológica y que no se haga a expensas de cientos de puestos de trabajo y de la seguridad de trabajadores y habitantes de la zona. En el mismo sentido, se puede destacar la lucha de los obreros del Astillero Harland and Wolff en Irlanda, reclamando contra el cierre y en defensa de “energías limpias”. Contra el "greenwashing" y los llamamientos al gran capital, que son en sí mismos los mayores destructores del medio ambiente, estas luchas representan faros para una salida de la clase trabajadora a la crisis climática, que debe plantearse y generalizarse para la juventud, que se encuentra en una encrucijada entre el socialismo y la barbarie en la lucha contra el cambio climático.
Por otra parte la clase trabajadora debe tomar en sus manos las banderas de los pueblos originarios históricamente oprimidos por los Estados capitalistas y la lucha en defensa de sus territorios en toda América Latina. No olvidamos que la derecha proimperialista que golpea a la clase trabajadora, es la misma que prendió fuego a la wiphala del Palacio Quemado, demostrando el carácter racista del golpe en Bolivia, atacando a las comunidades de origen aymara, quechua o tupi guaraníes. Los pueblos originarios cuentan con importantes historias de resistencia como la heroica lucha del pueblo mapuche. La alianza entre trabajadores, campesinos e indígenas tiene una dimensión estratégica para vencer la resistencia de los capitalistas y sus instituciones. Sin embargo, esta alianza es inconcebible sin que los trabajadores tomen en sus manos estas reivindicaciones. Partiendo de reconocer el derecho a la autodeterminación nacional, frente al fracaso de la “integración” institucional que han sostenido los gobiernos burgueses y los “progresismos”. La desmilitarización de las comunidades de pueblos originarios, el reparto agrario ligado a la expropiación de industrias agrarias y forestales. El ejemplo de la resistencia al golpe en Bolivia, que se desarrolló en el distrito 8 en la planta de Senkata, muestra el potencial de la alianza entre trabajadores, campesinos y pueblos originarios.
En el mismo sentido, cabe destacar la importancia de articular la lucha de la clase trabajadora con la de las mujeres y personas LGTBI, movimiento que ha dado muestras de masividad en todo el mundo. Ningún proyecto de emancipación social revolucionaria puede prescindir de tomar las demandas de las mujeres como vitales y centrales, en tanto constituyen un cuestionamiento a la política de los Estados y la clase dominante. Ellos sostienen la opresión de la mujer en el capitalismo, que implica el recrudecimiento de la violencia contra las mujeres, la negación de sus derechos más elementales, la imposición de peores condiciones de vida y de trabajo. Durante los últimos años, ante la emergencia de un movimiento de mujeres importante en varios países, hemos participado activamente en múltiples asambleas y plataformas unitarias, impulsando las llamadas “huelgas de mujeres” y peleando por formar un ala revolucionaria, socialista y de clase dentro del movimiento. En este sentido, enfrentamos tanto a los sectores del feminismo liberal como a los sectores separatistas –que se negaban a unificar la lucha de las mujeres con el resto de los sectores oprimidos–, así como también a las tendencias punitivistas que buscan fortalecer los mecanismos represivos del Estado burgués como respuesta ante la violencia machista. También combatimos contra la cooptación del movimiento de mujeres detrás de alternativas “neoliberales con rostro progresista” como el Partido Demócrata en EE. UU. o el gobierno del PSOE-Podemos en el Estado español, o del “feminismo de los ministerios” como el kirchnerismo en Argentina. Al mismo tiempo, hemos puesto toda nuestra fuerza para que se expresen las luchas de las mujeres trabajadoras contra la explotación capitalista, por el derecho a la vivienda o contra el racismo institucional. Durante la pandemia, las mujeres trabajadoras y migrantes han estado en la “primera línea” de lucha contra el coronavirus y hoy merecen estar en la primera línea de la lucha de clases. Para pelear por esa perspectiva de un feminismo socialista y de la clase trabajadora, impulsamos la agrupación Pan y Rosas en cada país y a nivel internacional.
Tomando en cuenta la lucha contra el racismo y la lucha de las mujeres, la unidad de la clase trabajadora implica no solamente la lucha por iguales derechos en el plano económico, sino también levantar las demandas específicas de todos aquellos sectores que socialmente forman parte de la clase trabajadora. Lo que históricamente en el marxismo se conoció como una política de hegemonía obrera (buscando la alianza entre la clase trabajadora con otros sectores sociales oprimidos), ligando sus demandas con el objetivo de derribar el régimen capitalista, hoy es también indispensable para lograr la unidad de la propia clase.
Polarización, tendencias bonapartistas y defensa de las libertades democráticas
En el marco de la crisis capitalista, en los últimos años han crecido las formaciones nacionalistas o “populistas” de derecha, en distintos países del mundo, pero especialmente en Europa y EE. UU.. Vemos corrientes de ultra derecha ligadas a Trump, los nacionalismos de países del Grupo Visegrado, Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa. Su política consiste en atacar los derechos democráticos más elementales, basándose en un discurso que se presenta como “antiestablishment”. Toman como blanco a sectores de la clase trabajadora y el pueblo, a mujeres, inmigrantes y comunidades LGTBI, alimentan los prejuicios racistas y xenófobos (antisemitas, islamófobos, y anti romaníes), exacerbando por ejemplo las “raíces cristianas de Europa” de las que sus países serían los garantes “de la fe” frente a las “invasiones” extranjeras. Todos ellos dirigidos a fortalecer un aparato Ejecutivo cada vez más autoritario: concentración del poder en las manos del partido gobernante, control del Ejecutivo de los diferentes poderes e instituciones del Estado, control cada vez más restrictivo de los medios y represión, cambios en las leyes electorales, entre otros.
Bolsonaro es en Brasil el representante de esta corriente internacional de extrema derecha que fue impulsada por Donald Trump, y que después de su derrota electoral todavía preserva una base social importante. Es una figura que tiene relación con las milicias paramilitares reaccionarias, con las policías y con sectores de las Fuerzas Armadas. Brasil es uno de los países que más desarrolla las tendencias bonapartistas a nivel internacional, pero que también está sometido a los efectos de las crisis orgánicas fruto de la Gran Recesión de 2008 y de la pandemia. Bolsonaro no logra establecer hegemonía desde la extrema derecha y su gobierno es un gobierno inestable, como se muestra con la crisis pandémica, los forzados cambios ministeriales y la crisis con sectores de las FF. AA.. El combate a estas tendencias bonapartistas, que en Brasil incluyen el autoritarismo judicial, con una política de independencia de clase y con la auto-organización de las masas, es una de las batallas más importantes de la vanguardia. Con nuestros compañeros de MRT, peleamos por un programa obrero transicional contra todo el régimen del golpe institucional de 2016, contra Bolsonaro, Mourão y los golpistas, junto al planteo de una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, que ponga en las manos de las masas, con los trabajadores, las mujeres y los negros en la primera línea, la decisión de todos los problemas estructurales del país, económicos y democráticos.
Pero, tomando el marco más general, la extrema derecha no es la única en realizar ataques a las libertades democráticas. Esto se puede ver en que diversos gobiernos autodefinidos “de centro” o incluso “progresistas” que han defendido las medidas de estado de excepción y la represión a los movimientos obreros y populares, como el gobierno de Macron en Francia que provocó decenas de mutilados como hace décadas no se había visto frente a la sublevación de los chalecos amarillos como parte de un salto en la represión a las huelgas y protestas sociales; la defensa de la monarquía contra el independentismo catalán en el Estado español, la justificación del militarismo y políticas contra la inmigración con la excusa de luchar contra el “terrorismo”, entre otros.
La pandemia exacerba medidas de control con los confinamientos, toques de queda y estados de excepción. En América Latina el curso desastroso del gobierno de Maduro es una expresión de cómo la militarización del régimen, lejos de combatir al imperialismo, golpea a sectores de la clase trabajadora que ven pulverizados sus salarios (de promedio 2 dólares mensuales).
Quienes luchamos por una democracia obrera basada en órganos de autodeterminación de las masas explotadas, nos ubicamos en la primera fila del combate contra cualquier ataque a las libertades democráticas. En el Estado español, desde la CRT hemos defendido las justas reivindicaciones del movimiento democrático en Catalunya por el derecho de autodeterminación, que se ha expresado en los últimos años con múltiples manifestaciones masivas, protestas juveniles y el referéndum del 1 de octubre de 2017. Como parte de esta pelea, también enfrentamos la represión del Estado centralista y monárquico español y exigimos la libertad de todos los presos políticos. Al mismo tiempo, cuestionamos la política conciliadora de las direcciones burguesas y pequeñoburguesas del “procés” catalán y señalamos la necesidad de una estrategia de independencia de clase. El horizonte de lucha por una República socialista catalana es parte de la perspectiva de luchar por una Federación de Repúblicas socialistas ibéricas.
Contra los intentos de cercenar las libertades y derechos democráticos por parte de los regímenes cada vez más represivos contra la clase trabajadora y el pueblo, exigimos el fin de la militarización, los estados de excepción y toques de queda, que no tienen ninguna utilidad para enfrentar la pandemia. Fin a instituciones oligárquicas como el Senado y la figura autoritaria del Presidente de la república que concentra atribuciones por sobre el pueblo trabajador. Defendemos el derecho al sufragio universal, sin vetos ni restricciones. Elección popular de los jueces y juicios por jurado. La conformación de una asamblea única de representantes elegida por sufragio universal desde los 14 años, sin discriminación de sexo o nacionalidad, con representantes revocables y que ganen lo mismo que cualquier trabajadora o trabajadora.
Asimismo, sostenemos que la abolición de las leyes de asilo reaccionarias, el cierre inmediato de los campos de detención y la apertura de todas las fronteras a todos los solicitantes de asilo, junto con un plan de emergencia que incluya el apoyo a los refugiados, el acceso a la vivienda, plenos derechos sociales y políticos y el acceso al trabajo en iguales condiciones que los trabajadores nativos, son consignas que deben ser defendidas por la izquierda socialista y revolucionaria y la clase tarbajadora en su conjunto.
Levantamos todas estas consignas en defensa de los derechos democráticos, impulsando demandas democrático radicales (tomadas de las experiencias como la Comuna de París y la Convención Jacobina), como forma de acelerar la experiencia de las masas con la democracia burguesa y de horadar los regímenes capitalistas y su democracia para ricos. Para enfrentar tanto a las extremas derechas más reaccionarias como a las tendencias bonapartistas de los regímenes en su conjunto, uniendo la lucha por las demandas democráticas con un programa por un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo.
La actualidad de un programa transicional para enfrentar la crisis capitalista
Las consignas más inmediatas que hemos planteado deben ser articuladas con otras de carácter transicional anticapitalistas, que buscan tender un puente entre la conciencia actual de las masas y el objetivo del socialismo, como forma de garantizar íntegramente las demandas planteadas por medio del desarrollo de la lucha de clases. Frente a la crisis de vivienda a la que arrojan a millones de familias pobres, con la complicidad de policías y gendarmes, exigimos la expropiación de las viviendas vacías de las empresas inmobiliarias para dar respuesta a la crisis habitacional, y la nacionalización de las empresas estratégicas bajo control obrero, en momentos en que estas empresas suben tarifas en barrios populares, entre otras. Con este programa, buscamos unificar demandas de la clase trabajadora y ayudar a su desarrollo de luchas sectoriales a una lucha generalizada contra el gobierno y el Estado.
Los problemas de articulación entre demandas de clase y de otros sectores populares, han sido también abordados por León Trotsky en su teoría de la revolución permanente y en el Programa de Transición en otro contexto histórico, en el cual el mundo era mucho más agrario y rural y menos urbano e industrial que en la actualidad. La teoría de la revolución permanente no contrapone la lucha por demandas sociales específicas o democráticas a la revolución y el socialismo. Al contrario, destacando la importancia de estas demandas como motores de la movilización de masas, señala que su resolución integral y definitiva es imposible sin relacionarlas con la lucha contra el capitalismo, para terminar con la propiedad privada de los medios de producción y construir el comunismo. Cuando hablamos de comunismo, nos referimos, como Marx, a una sociedad de libres productores y productoras, en la cual la liquidación de las relaciones de propiedad, de las clases y del estado y la superación de las distintas formas de opresión, permitan a cada persona desarrollar el máximo de sus capacidades aportando aquello que es necesario para el trabajo común de la sociedad.
Durante todo el 2020, las grandes empresas y los gobiernos impusieron que el costo de la crisis económica y sanitaria recayera sobre la clase trabajadora y los sectores populares. Desde la Fracción Trotskista, señalamos la importancia de medidas elementales como la liberación de las patentes para habilitar la producción y distribución masiva de vacunas, licencias pagas al 100 % y salarios de cuarentena, condonación de deudas para pequeños y medianos comerciantes, impuestos progresivos a las grandes fortunas, la centralización y nacionalización de los sistemas de Salud, así como la importancia de medidas para enfrentar la irracionalidad de las corporaciones y el imperialismo, como el monopolio estatal del comercio exterior y la nacionalización del sistema bancario bajo control obrero; junto con el no pago de la odiosa deuda externa que obliga a países a destinar recursos para atender a los pulpos económicos internacionales y no para las necesidades del pueblo en estos tiempos de crisis.
La burguesía, pero también las corrientes reformistas y neorreformistas dicen que muchas de estas medidas son “inaplicables” o “utópicas”. Se ha transformado en un sentido común que el capitalismo es lo que hay y que a lo sumo podemos reclamar subsidios o aumentos de salarios cuando crece la economía, o peor, contentarnos con demandar indemnizaciones de despido frente a los cierres en períodos de crisis.
Nuestro programa es socialista no por cuestiones doctrinarias, sino porque para salvaguardar las condiciones de vida de las masas populares es necesario tomar medidas que afecten los intereses de quienes se benefician de la explotación y la precarización de la clase trabajadora y el pueblo. Frente a la inflación, la carestía de la vida y el chantaje económico de la burguesía, sostenemos la pelea por la escala móvil de los salarios y horas de trabajo.Ocupación y control obrero de toda fábrica o establecimiento que cierre o quiebre, cuestión fundamental para defender los puestos de trabajo. Ante los despidos masivos y la cesantía; luchamos por el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario para combatir la desocupación, la nacionalización de la banca bajo control obrero y el monopolio del comercio exterior para terminar con la fuga de capitales que solo beneficia a corporaciones y empresas imperialistas.
Medidas como estas solo podrán ser impuestas por la lucha sistemática de la clase trabajadora, basada en órganos de autoorganización y defensa, consejos obreros y del pueblo pobre y sus respectivas milicias, para imponer un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo, terminando con la explotación y miseria a la que nos arrojan los capitalistas. La crisis actual reactualiza muchas de estas reivindicaciones que históricamente formaron parte del programa del movimiento obrero y fueron especialmente sistematizadas por León Trotsky en el Programa de Transición adoptado como manifiesto de lucha por la IV Internacional en 1938.
La importancia de desarrollar instituciones de autoorganización para la lucha de clases
La clase trabajadora tiene la fuerza social y la posibilidad de agrupar a los distintos sectores oprimidos, pero debe enfrentar la burocratización de sus propias organizaciones subordinadas al Estado.
Esta cuestión fue tratada por León Trotsky en sus reflexiones sobre la “estatización de los sindicatos”, en función de las cuales formuló una política para intervenir activamente en el combate contra la burocracia. Por otra parte, Antonio Gramsci analizó la evolución del viejo sindicalismo y su integración al Estado, acuñando la noción de “Estado integral”. Estas elaboraciones realizadas en el período de entreguerras, mantienen plena vigencia en la actualidad.
Si bien bajo la ofensiva neoliberal se erosionaron ciertas conquistas del llamado “Estado de bienestar” en muchos países del mundo, el rol de la burocracia sindical como representante del Estado en la clase obrera se mantuvo, incluso pegando un salto la integración de la burocracia sindical en muchos países, vía prebendas o directamente su desarrollo como una burocracia empresaria. En otros casos en que las burocracias sindicales no son tan poderosas en términos económicos, han seguido igualmente el curso hacia la derecha de la socialdemocracia y el reformismo, aceptando lo esencial de los ataques efectuados por las distintas burguesías, con el argumento de que “no da la relación de fuerzas” para enfrentarlos y dividiendo de manera corporativa a los distintos sectores de la clase trabajadora. Ante el desarrollo de movimientos sociales diversos, también han surgido nuevas mediaciones o direcciones burocráticas en movimientos que no están directamente relacionados con los sindicatos, como en el movimiento de mujeres, ecologista o incluso en los movimientos de desocupados organizados por separado de los trabajadores ocupados y en base a la demanda de subsidios y otras formas de asistencia estatal.
La burocracia sindical es la principal promotora de la división de la clase trabajadora en distintos sectores, que en muchas ocasiones incluso aparecen directamente enfrentados entre sí. Por este motivo, la clase trabajadora necesita luchar por la más amplia democracia sindical, arrancando el control de los sindicatos a las burocracias y por la independencia de sus organizaciones respecto del Estado. Pero para desarrollar una verdadera unificación de todos sus sectores y acompasar sus demandas con las de los demás sectores oprimidos, es necesario, cuando las ocasiones se presentan, desarrollar organizaciones nuevas] que vayan más allá de la minoría sindicalizada de la clase trabajadora. Nos referimos a instancias de autoorganización de base que permitan agrupar a la clase más allá de las divisiones entre efectivos y contratados, nativos e inmigrantes, sindicalizados y no sindicalizados, que fortalezca las tendencias de vanguardia y de esta forma constituir un movimiento obrero independiente del Estado, que se plantee la perspectiva de un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo.
Desde la crisis del 2008, han surgido distintas formas de irrupción y expresión del movimiento de masas por fuera de canales tradicionales. Desde las concentraciones multitudinarias como las de las plazas Taksim o Tahrir, pasando por las asambleas territoriales en Chile, o los Cabildos en El Alto (Bolivia) entre otras. Desde la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional hemos impulsado el desarrollo de instituciones de auto-organización en las distintas experiencias de lucha de clases de las que hemos tenido oportunidad de formar parte, intentando que efectivamente puedan crear mecanismos de decisión y preparación de la lucha. Mencionaremos algunas de ellas.
En la Argentina, hemos promovido desde el PTS la conformación de organizaciones de base antiburocráticas desde los inicios de nuestra corriente. Una de las experiencias más importantes en este sentido fue la ya emblemática experiencia de lucha de Cerámica Zanon en Neuquén, que lleva más de 20 años bajo gestión obrera directa y dio lugar en 2003 a la unidad entre el Sindicato Ceramista y el Movimiento de Trabajadores Desocupados, creando luego la Coordinadora Regional del Alto Valle, que agrupaba a trabajadores ocupados y desocupados, distintos sectores combativos, las agrupaciones clasistas que en ese momento dirigían las seccionales de la capital provincial y la localidad de Centenario del sindicato docente, entre otros. Esta Coordinadora agrupaba a los sectores combativos y antiburocráticos y a la vez realizaba exigencias de paro y unidad de acción con la CTA, confluyendo muchas veces en las calles con los sindicatos que agrupaban a los trabajadores estatales en la provincia. Al mismo tiempo, la gestión obrera estableció una alianza con el pueblo mapuche, que dura hasta el día de hoy. Promovimos la unidad de ocupados y desocupados en la Asamblea Nacional Piquetera, bregando por un movimiento único de trabajadores desocupados con libertad de tendencias y con la bandera de trabajo genuino. Pelea que continúa en la actualidad. En las distintas experiencias del fenómeno antiburocrático que recorrió el movimiento obrero industrial y del transporte desde 2004, conocido como “sindicalismo de base” así como en las luchas de Salud y trabajadores de la educación, buscamos desarrollar la organización de base, la coordinación entre distintos sectores de trabajadores y la unidad con los demás sectores populares. En el mismo sentido, intervinimos en la reciente lucha por tierra y vivienda, con epicentro en Guernica, buscando la unidad de los distintos barrios en los que estaba organizada la ocupación, proponiendo una asamblea unificada y no dividida según las corrientes que predominaban en cada sector, exigiendo a las centrales sindicales el apoyo a la lucha de las familias sin techo, promoviendo la unidad con los trabajadores ocupados y el movimiento estudiantil. Participamos en la primera línea del enfrentamiento al operativo represivo llevado adelante por el kirchnerismo y luchamos por mantener la organización luego del desalojo con la propuesta de sostener la Asamblea de vecinos de Guernica. En la actualidad, la militancia el PTS está participando directamente de los distintos procesos de luchas obreras que surgen cuestionando a las direcciones sindicales burocráticas, como las duras luchas de los vitivinícolas y la rebelión de Salud en Neuquén, que paralizó toda la provincia con piquetes y gran apoyo popular, intentando promover instancias de reagrupamiento de los sectores combativos, y exigiendo al mismo tiempo a los sindicatos y centrales sindicales medidas de acción contra la erosión de los salarios, por las condiciones sanitarias y de trabajo y también en defensa de los sectores obreros y populares no agrupados en las organizaciones sindicales. Por eso sostenemos la necesidad de una política de unidad entre ocupados y desocupados y más allá de las fronteras impuestas por la burocracia sindical y el Estado.
En Chile, el Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR) fue una de las organizaciones impulsoras del Comité de Emergencia y Resguardo de Antofagasta, organismo que nucleó a sindicatos de la industria metalúrgica y portuarios, docentes, juventud precarizada y comités en barrios populares que se pusieron a la cabeza en la organización y convocatoria a la huelga general, con un pliego común por la caída de Piñera en medio de la rebelión popular chilena del 2019. Organismos como este permitieron coordinar a sectores de la clase trabajadora con la “primera línea” de la juventud combativa en las poblaciones. El punto más álgido se dio en la huelga general del 12 de noviembre del 2019. Una asamblea de 400 delegados de diferentes rubros buscó organizar la paralización de la ciudad, nucleando a 25 mil trabajadores en la “Plaza de la revolución” con un polo combativo que denunció la tregua criminal a la que buscaban entrar las organizaciones del reformismo y la burocracia sindical de la CUT, planteando la caída revolucionaria del gobierno. También fuimos parte del comité de seguridad del Hospital Barros Luco en la comuna de San Miguel en Santiago, que fue una instancia de coordinación con poblaciones aledañas, secundarios y organizaciones. Para actuar en las jornadas de huelga general buscamos promover instancias de coordinación en las principales ciudades del país como Arica, Antofagasta, Santiago, Valparaíso y Temuco.
Durante la larga lucha contra la reforma de las jubilaciones en Francia en 2020, los militantes de la CCR estuvieron al centro de la coordinadora entre SNCF (ferrocarriles) y RATP (transportes urbanos de la región parisina), que fue un elemento determinante para que la huelga se mantuviera en pie, a pesar del llamado más o menos abierto a una tregua durante las fiestas de fin de año de parte de la burocracia sindical. La coordinadora llegó a reunir a más de 100 representantes de hasta 14 centros de colectivos (sobre un total de 21), de tres líneas del metro y de las dos líneas de trenes urbanos, y fue en cierta medida una voz alternativa a la de las direcciones sindicales durante todo el conflicto.
Poner en pie instituciones de autoorganización obrera y popular nos prepara para los combates venideros en la lucha de clases, buscando profundizar la alianza entre los trabajadores y sectores oprimidos, combatiendo a las burocracias sindicales y el reformismo, que fueron fundamentales para que las rebeliones populares que sacudieron el mundo fueran desviadas parcialmente.
La lucha por desarrollar este tipo de instancias de autoorganización está estrechamente ligada a la lucha por la unidad de los distintos sectores de la clase trabajadora y su defensa, y no puede separarse a su vez de la política hacia los grandes sindicatos, en los cuales es necesario desarrollar fracciones revolucionarias y a la vez luchar por el Frente Único de la clase obrera, para que ésta emerja como un actor en la lucha de clases y los sectores más combativos puedan articularse con las masas.
La crisis de los neorreformismos y los “progresismos” y la bancarrota del nacionalismo burgués
Las experiencias de Syriza aplicando el ajuste de la Troika, o Unidas PODEMOS transformado en un apéndice del PSOE en el gobierno, han demostrado que los intentos de canalizar las luchas sociales con formaciones políticas oportunistas, que proponen reformas mínimas en los marcos del sistema, evadiendo todo cuestionamiento a la propiedad capitalista, es la mejor manera de que las demandas de esos movimientos sean derrotadas o desviadas.
Los recientes “gobiernos progresistas” o “posneoliberales” en América Latina buscaron sacar a las masas de las calles (como en los casos de Bolivia, Ecuador y Argentina y del nacionalismo burgués en Venezuela con tibias medidas nacionalistas ) o actuaron preventivamente (como en el caso de Brasil), para canalizar en el sistema político burgués el rechazo de la clase trabajadora y el pueblo al neoliberalismo y las políticas de ajuste. Políticas de ajuste que estos mismos gobiernos comenzaron a implementar cuando las condiciones económicas se volvieron más adversas para políticas “redistributivas”.
Desde el golpe institucional contra Dilma Rousseff en 2016, el posterior surgimiento de Bolsonaro y los triunfos electorales de las formaciones que se reclaman abiertamente de derecha, los “progresismos” han cultivado la retórica del “mal menor” frente a gobiernos que aplican políticas de ajuste o se identifican abiertamente con EE. UU. y el FMI. Sin embargo, en los casos en que volvieron al gobierno, como el Frente de Todos en Argentina, sostienen en lo esencial los efectos de la política de saqueo, pagando la deuda al FMI y bajando las jubilaciones o en el caso de López Obrador en México, apuntalando la política anti inmigrante del régimen estadounidense, y continuando con la militarización del país mediante su Guardia Nacional y el accionar de las Fuerzas Armadas.
Particularmente sintomática fue la política del MAS en Bolivia. Buscando forzar una reelección, Evo Morales fue derrocado por un golpe cívico-militar proyanqui. Teniendo un peso determinante en las organizaciones sociales, el MAS evitó en todo momento la lucha consecuente contra el gobierno golpista de Añez, buscando una negociación que permitiera un nuevo llamado a elecciones, cuestión que finalmente se dio en las condiciones impuestas por los golpistas. La desastrosa gestión de la pandemia, el revanchismo antiindígena y la división de las fuerzas de derecha permitió un nuevo triunfo del MAS. García Linera se entusiasma con una nueva “ola rosa” en América Latina. Los apologistas del MAS señalan que el nuevo triunfo electoral fue el resultado de una “estrategia genial” desplegada por la dirección de ese partido frente al golpe. Pero olvidan la resistencia que desplegaron las masas contra el golpe, realizando bloqueos, movilizaciones y enfrentamientos contra el ejército y la policía como en Senkata. Esa lucha, llevada adelante mientras la dirección del MAS se dedicaba a negociar con el golpismo, es la que marcó la relación de fuerzas que el gobierno golpista no pudo revertir totalmente y explica, junto a la catastrófica gestión de la pandemia, la posterior derrota de la derecha.
En Brasil, el PT evitó cuidadosamente cualquier lucha seria contra el gobierno Temer (quien había sido el vicepresidente del gobierno del PT), surgido del golpe institucional contra Dilma Rousseff y posteriormente enfrentó solo a través de recursos legales la ofensiva para encarcelar a Lula y privarlo de sus derechos políticos e impedir que fuera candidato en las elecciones que dieron el triunfo a Bolsonaro. Posteriormente tuvo que ser liberado y recientemente, también sobre la base de la crisis de Bolsonaro y su insólita gestión “negacionista” de la pandemia, ha recuperado la posibilidad de ser candidato. En todo este proceso, el PT tuvo una política consecuente: hacer oposición verbal y legal, pero evitar cualquier tipo de lucha a través de la movilización de masas, sean de los sindicatos nucleados en la CUT que el PT dirige o de las masas populares del nordeste que son base su base social.
En el caso de Venezuela, es donde más se expresó la bancarrota del nacionalismo burgués impulsado por Chávez, confirmando una vez más la teoría programa de la revolución permanente, devenido en su descomposición (como etapa superior de la debacle del chavismo) en un régimen cuasidictatorial con Maduro y de profundo ataque a las masas con grandes calamidades para las mismas. Las políticas del Gobierno de Maduro luego de la caída de los precios del petróleo, que prefirió pagar la escandalosa deuda externa en vez de atender las necesidades del pueblo y la inversión en la estructura del país, condujo a una de las mayores catástrofes económicas y sociales, que ha venido a ser agravada con las sanciones económicas de EE.UU. y otros imperialismos. Maduro promueve actualmente medidas entreguistas y antiobreras, utilizando la “Ley antibloqueo” como una cobertura para facilitar a grupos económicos extranjeros la compra de empresas venezolanas a precio vil, así como entregar más control a las transnacionales y acreedores extranjeros tanto sobre las acciones como sobre los activos de campos petroleros y plantas de gas. Mientras tanto, pulveriza los salarios y persigue a los sectores de la clase trabajadora que se organizan para luchar contra la política de ajuste, en un marco general de reforzamiento del autoritarismo.
Podrían multiplicarse los ejemplos de este tipo, pero lo fundamental que queremos señalar es que tanto los “neorreformismos” como los gobiernos “progresistas” y los nacionalismos burgueses que no rompen con el imperialismo y se basan en la desmovilización de las masas, sostienen lo esencial del legado neoliberal tanto en los países centrales como en la periferia, incluyendo en el caso de América Latina aceptar los pactos con el imperialismo y sus tratados, al extractivismo en todas sus variantes: agronegocio, industria petrolera y megaminería contaminante. Sosteniendo a los regímenes neoliberales como lo hizo en Chile el Frente Amplio, que jugó un papel criminal en la rebelión popular firmando el “Acuerdo de Paz” que salvó al gobierno de Piñera y votando las leyes anti protesta que permiten que hoy existan cientos de presos políticos en las cárceles. Una política consecuentemente antiimperialista, que rompa con los pactos y tratados que atan a los países dependientes y semicoloniales al imperialismo, que disponga el no pago de la deuda y la ruptura con el FMI y los organismos financieros internacionales, que ponga bajo monopolio estatal el comercio exterior y el sistema bancario, solo puede ser llevada adelante por la clase trabajadora y el pueblo, con una movilización constante y organizada desde abajo y en la perspectiva de unir a la clase trabajadora de los países oprimidos con la de los países imperialistas para derrotar al imperialismo y al capitalismo.
Es necesario construir partidos revolucionarios y un movimiento por una internacional de la revolución socialista
Durante las últimas décadas se vio un importante retroceso en las fuerzas de izquierda, que ha golpeado incluso a muchas organizaciones que se reclaman trotskistas. El contexto es que en la izquierda primaron ideas desmesuradas sobre los grandes éxitos del capitalismo a partir de la restauración en Rusia y China y otros países, contracara de una confianza previa en conquistas (los Estados obreros deformados y degenerados bajo dirección de estalinistas y maoístas) que supuestamente nunca serían revertidas. La burguesía y el imperialismo habían presentado el neoliberalismo como un dogma universal que no sería nunca más cuestionado. Y junto con este, proclamaban la eternidad del sistema capitalista, que sería un festival de consumo y realización individual.
En estas primeras dos décadas del siglo XXI, hemos visto claramente que estas ideas eran radicalmente falsas. También vimos un recurrente retorno de la lucha de clases de la clase trabajadora y los distintos sectores oprimidos. Las disyuntivas planteadas por los neorreformismos de que solo es posible hacer una política en los marcos permitidos por el sistema (como Podemos en el gobierno del PSOE, proyectos como el Frente Amplio levantado en Chile y Perú) o renunciar a cualquier política de masas, implica el abandono de cualquier lucha seria contra el capitalismo. También la política de construcción de partidos amplios no delimitados estratégicamente mostró sus límites, teniendo como episodio final la crisis y probable explosión del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) en Francia, con el debate entre el ala de la vieja mayoría (proveniente del Secretariado Unificado) que busca incesantemente acuerdos con la izquierda institucional, incluido el reformismo soberanista de Mélenchon, y las corrientes como nuestros camaradas del CCR que plantean la posibilidad y necesidad de un partido revolucionario de trabajadores en Francia.
A contramano de este tipo de políticas, luchamos por desarrollar partidos revolucionarios enraizados en la clase trabajadora, con una política de hegemonía respecto de todos los sectores oprimidos, buscando poner en pie fracciones revolucionarias y socialistas en los sindicatos, en la juventud, el movimiento negro y migrante, y el movimiento de mujeres, el movimiento ante la crisis medio ambiental y del pueblo pobre, que sean capaces de confluir con las experiencias más avanzadas de la lucha de clases, al mismo tiempo que promover una política de masas contra el capitalismo.
Al servicio de esta perspectiva y para que la misma llegue a millones, está la red internacional de diarios digitales La Izquierda Diario. Una red que pretende hacer un periodismo revolucionario, una férrea crítica al sistema capitalista y al imperialismo para las masas y destacar las luchas de los explotados y oprimidos. Al mismo tiempo, ofrecer debate de ideas para que la vanguardia discuta en nuestras páginas cuáles son las vías para llevar hasta el final la lucha por el socialismo. Nuestro objetivo es que nuestras páginas sirvan también para organizar un movimiento internacional revolucionario en varios idiomas. En los países donde estamos, además de la red de diarios y de participar en la lucha de clases, impulsamos diversas políticas de unidad de la izquierda con independencia de clase. En la Argentina, formamos parte de la experiencia del Frente de Izquierda y de los Trabajadores desde 2011 (hoy Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad, integrado por el PTS, el Partido Obrero, Izquierda Socialista y el MST), que significó la transformación de la izquierda trotskista en un actor de la escena política nacional y al mismo tiempo la única izquierda claramente posicionada por fuera del kirchnerismo y del peronismo con un programa y una práctica de independencia de clase.
En base a esa experiencia, hemos planteado en distintas ocasiones la necesidad de avanzar en abrir el debate sobre un partido unificado de la izquierda socialista revolucionaria.
Los nuevos sectores de jóvenes, mujeres y de la clase trabajadora, que hoy salen a las luchas por un conjunto de demandas cuya resolución integral y definitiva no es posible en los marcos del capitalismo, pueden ser el punto de apoyo para una nueva recomposición de la izquierda revolucionaria a nivel internacional. Hay una generación, la llamada generación Z de entre 16 y 23 años, que tenían menos de 10 años cuando estalló la crisis del 2008 y que hoy está a la vanguardia de muchas de las luchas que hemos mencionado en este manifiesto, y muchas otras. Toda su vida ha estado atravesada por la crisis y sienten que no deben nada al capitalismo.
Frente a la debacle a la que nos está llevando el capitalismo, tenemos que señalar un programa y una salida integrales tanto contra las variantes del neorreformismo como frente a las extremas derechas, que –haciendo demagogia “populista”– buscan ganar base en sectores de la clase trabajadora y la juventud golpeados por el neoliberalismo. Por estos motivos, queremos poner en discusión la necesidad de un movimiento por una internacional de la revolución socialista.
Debemos recoger la tradición internacionalista del movimiento obrero. La Primera Internacional sentó las bases de la lucha por la unidad del movimiento obrero a nivel mundial. La Segunda construyó grandes partidos y sindicatos de masas, que sin embargo no pasaron la prueba de la Primera Guerra Mundial. Enfrentando la traición de la socialdemocracia y apoyándose en la Revolución rusa, surgió la Internacional Comunista, que sentó las bases para la táctica y la estrategia revolucionaria en sus cuatro primeros congresos (1919-1922). La IV Internacional, fundada por Trotsky en 1938, fue la única organización internacional que representó el combate contra el capitalismo y el fascismo, enfrentando a su vez la burocratización de la URSS y planteando una alternativa integral al estalinismo. Aunque luego, en la segunda posguerra, se dividió en distintas tendencias que no lograron sostener una alternativa de conjunto, asumiendo posiciones predominantemente centristas, es decir, oscilantes entre posiciones revolucionarias y reformistas, las banderas de la IV Internacional siguen vigentes ante el fracaso histórico del estalinismo y la degradación capitalista. Contra toda autoproclamación sectaria, sostenemos que la construcción de partidos obreros revolucionarios y la puesta en pie de una internacional de la revolución social, que para nosotros implica la refundación de la IV internacional sobre bases revolucionarias, no será producto del desarrollo evolutivo de nuestras organizaciones ni de nuestra tendencia internacional, sino resultado de la fusión de alas izquierdas de las organizaciones marxistas revolucionarias y sectores de la vanguardia obrera y juvenil que se orienten hacia la revolución social, que tenderán a surgir y generalizarse al calor de la crisis y la lucha de clases.
Las nuevas generaciones no conocen esta tradición, salvo excepciones. Por eso, quienes nos reivindicamos trotskistas, no exigimos a nadie que acepte nuestras ideas antes de realizar una experiencia en común, a partir de la lucha de clases y sus principales conclusiones. Partimos de que las tendencias a la acción directa y los cambios en las formas de pensar son un punto de apoyo fundamental para la construcción de partidos revolucionarios en todo el mundo.
La situación del movimiento trotskista actual, en su mayoría en retroceso o relativamente debilitado, guarda relación con el impacto de la ofensiva neoliberal sobre la izquierda, pero también y sobre todo con la división de la IV Internacional en la segunda posguerra y las adaptación de las diversas corrientes a una situación histórica excepcional en la que el acuerdo de “coexistencia pacífica” entre el imperialismo y el estalinismo determinó durante décadas una estabilidad que no había soñado la burguesía en el período de entreguerras. El ascenso de luchas que abarcó desde 1968 hasta 1981 mostró los límites de los “30 gloriosos” por un lado y el cuestionamiento al estalinismo por el otro, pero fue contenido con concesiones o derrotado con represiones, luego de lo cual la ofensiva neoliberal moldeó el mundo que conocemos hoy. Durante largas décadas, sostener las ideas de Trotsky y defender la teoría marxista revolucionaria fue una labor contra la corriente, esencialmente destinada a resistir y retomar los débiles “hilos de continuidad” que el trotskismo de la segunda posguerra había dejado para poder conectar con el pasado y con la tradición legada por Trotsky sin pasar por los lentes deformantes de sus “interpretadores”.
El desarrollo de la lucha de clases plantea nuevas posibilidades de confluencia entre el marxismo revolucionario y el movimiento obrero. Pero, para concretarlas, hace falta librar las batallas que nos tocan y no dar por sentado que la mera referencia a una tradición es suficiente para ganar peso en la vanguardia y las masas. La tradición del trotskismo debe recrearse sacando conclusiones y pensando las experiencias de lucha de clases y la realidad del capitalismo actual y, en ese contexto, de una compleja y difícil situación internacional, es que se hace cada vez más acuciante la tarea de poner en pie una Internacional de la revolución socialista.
Esta Internacional no surgirá de la unificación de distintos grupos trotskistas ni como producto espontáneo necesario de las luchas sociales. Por eso, es necesario desarrollar un movimiento que plantee su necesidad, que muestre en cada experiencia de la lucha de clases a escala nacional la necesidad de la unidad internacionalista de la clase trabajadora y de una organización capaz de dirigir sus combates contra el capitalismo en el mismo terreno que el capitalismo plantea: el mundo entero.
Desde nuestra perspectiva, esta Internacional no puede basarse en principios generales abstractos o ser una coordinación de diversos movimientos anticapitalistas. Y no puede serlo, porque precisamente luchamos contra la política de las clases dominantes de promover burocracias de todo tipo y hacer desaparecer la historia de la clase trabajadora y los sectores oprimidos. Las banderas de la IV Internacional mantienen su vigencia, porque fue la única organización que ofreció una alternativa teórica, estratégica y programática frente al estalinismo, que resulta ineludible para quienes quieran pensar la vigencia de la lucha contra el capitalismo y por una sociedad comunista en la actualidad. En la confluencia entre esa tradición y las nuevas generaciones que salen a la lucha, se cifra la clave del futuro de la clase trabajadora y de todos los oprimidos.
La Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional está compuesta por las siguientes organizaciones: Argentina: Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS); Brasil: Movimento Revolucionario de Trabalhadores (MRT); Chile: Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR); México: Movimiento de Trabajadores Socialistas (MTS); Bolivia: Liga Obrera Revolucionaria (LOR-CI); Estado Español: Corriente Revolucionaria de Trabajadoras y Trabajadores (CRT); Francia: Courant Communiste Revolutionnaire (CCR) que forma parte del NPA (Nouveau Parti Anticapitaliste); Alemania: Revolutionäre Internationalistische Organisation (RIO); Estados Unidos: compañeros y compañeras de Left Voice; Venezuela: Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS); Uruguay: Corriente de Trabajadores Socialistas (CTS).
Además las siguientes organizaciones se encuentran en proceso de integración a la Fracción Trotskista: Italia: Frazione Internazionalista Rivoluzionaria (FIR); Perú: Corriente Socialista de las y los Trabajadores (CST); Costa Rica: Organización Socialista Revolucionaria (OSR).
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