Entrevistamos a Maristella Svampa por su nuevo libro “El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal)desarrollo” escrito junto al abogado ambientalista Enrique Viale, y publicado en septiembre por Siglo XXI.
Martes 3 de noviembre de 2020 22:23
Maristella es oriunda de Allen, Río Negro, allí donde las chacras de peras y manzanas retroceden ante el avance del fracking. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Es investigadora Superior del CONICET y Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata.
Coordina el Grupo de Estudios Críticos e interdisciplinarios sobre la Problemática Energética y, desde 2011, forma parte del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo. Publicó decenas de libros y artículos y es hoy una referencia para movimientos socioambientales.
Conversamos sobre algunas de las definiciones de su libro, los contornos de lo que denomina una crisis civilizatoria, los núcleos del neoextractivismo en Argentina, la actualidad de las luchas por la justicia ambiental y las causas de la crisis habitacional.
El título provocador del libro habla del colapso ecológico en tiempo pretérito. Luego de leerlo, más bien se entiende como una dirección en la que se avanza sin pausa. ¿En qué momento estamos y por qué venís utilizando los conceptos antropoceno y terricidio?
En primer lugar, lo que hay que decir es que si bien el título del libro es “El colapso ecológico ya llegó”, la nuestra no es una apuesta por el colapso, es una apuesta por la sostenibilidad de la vida, de la vida digna. Es por ello que si bien el libro realiza un diagnóstico y da cuenta de la tendencia al colapso ecológico, en realidad propone alternativas, propone salidas, otros horizontes civilizatorios. En esa línea lo que hay que destacar es que, al calor de la pandemia, se ha venido instalando una discusión global sobre las alternativas de construcción de una sociedad resiliente y solidaria. Por ejemplo, en diferentes latitudes se debaten sobre grandes acuerdos verdes. En algunos lados toman el nombre de Green New Deal como en Europa y Estados Unidos. En América del Sur hemos lanzado el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur. Inicialmente lo propusimos para la Argentina con Quique Viale. En junio de este año lo lanzamos a nivel regional latinoamericano, con colegas, activistas y organizaciones sociales de diferentes países, como Colombia, Venezuela, Chile, Brasil, Ecuador y Bolivia. Y estamos trabajando de manera coordinada, pero también con un anclaje nacional específico en todos los casos desde esa fecha.
Entonces, a la pregunta acerca de en qué momento estamos, deberíamos decir que lo que se refleja es una suerte de tendencia al colapso más generalizado que no es sólo de índole ecológico sino también económico y social. Una suerte de tendencia al capitalismo del caos, a la aceleración del colapso ecológico, y también de expansión de las extremas derechas, que coexiste con otras tendencias que marcan una línea en la dirección de las alternativas, de la transición socioecológica, de las propuestas de grandes acuerdos sociales, económicos y ecológicos.
La gran diferencia que hay es que, mientras en Europa son los Estados los que promueven bajo el ala de la Unión Europea un Green New Deal, lo que se refleja en el hecho de que un 30% de los fondos del plan de reparación pos-pandemia irá a las energías renovables, mientras que en EEUU si ganara Biden probablemente se apueste o se coloque en agenda también un plan de descarbonización de las economías, en América Latina no vemos que desde los gobiernos se promueva ni un plan de descarbonización de las economías ni mucho menos propuestas de transición socioecológica de manera integral. En realidad para América Latina estas propuestas provienen de la sociedad civil, de las organizaciones sociales movilizadas.
Antropoceno es un concepto síntesis que fuera lanzado en el año 2000 por Paul Crutzen, y que da cuenta de la gravedad de la crisis socioecológica que aparece ilustrada por varios indicadores: el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad y extinción masiva de las especies, la exacerbación de un modelo de consumo insostenible y un modelo alimentario tóxico, promovido por las grandes transnacionales, el aumento de la población que implica también un aumento de la huella ecológica, entre otros. Esos son algunos de los elementos que dan cuenta de que hemos transitado a una nueva era en la cual la acción humana genera impactos a nivel geológico global, que atentan contra la vida y la reproducción de la vida en el planeta. Entonces este concepto me parece pertinente. Podemos hablar de antropoceno, o incluso, en esta última fase histórica, de un capitaloceno, porque la destrucción ambiental y el régimen climático está muy ligado sin duda a la consolidación del capitalismo neoliberal de las últimas décadas.
¿Por qué utilizo el concepto terricidio que remite a la noción propuesta por Moira Millán, referente mapuche? Porque la noción ilustra sin dudas las consecuencias de esta crisis ecológica que, como dice Moira Millán, nos enfrenta al asesinato del planeta. Estamos en un momento en el cual el capitalismo está en guerra contra la vida, en guerra contra la naturaleza.
Vos planteás que las metáforas bélicas que utilizaron distintos gobiernos frente al COVID-19 sirvieron para ocultar la verdadera raíz del problema. ¿Cuál es la dimensión ambiental de la pandemia? En ese sentido… ¿Qué riesgos conlleva la instalación de megagranjas porcinas?
La utilización de metáforas bélicas desborda cualquier diferencia político - ideológica. Caracteriza gobiernos autoritarios como el de Trump y Putin, gobiernos conservadores como el de Angela Merkel y Emmanuel Macron, hasta progresismos débiles como el de Alberto Fernández. De lo que se trata es de encolumnar a la sociedad detrás de la idea de que existe un enemigo único e invisible que amenaza a toda la sociedad. En esa línea la metáfora bélica puede servir para alertar sobre la gravedad del problema, pero hace hincapié solamente en el síntoma, desdibujando las causas estructurales de la pandemia, que son causas socioambientales. No olvidemos que la pandemia ha puesto de relieve no sólo las grandes desigualdades y el fuerte proceso de concentración de la riqueza, sino también la gravedad de la crisis socioecológica y la asociación que existe entre crisis sanitaria y crisis socioecológica.
Hay evidencia científica que muestra que lejos de ser un brote espontáneo de la naturaleza, esta pandemia como otras epidemias que asolaron a nuestra sociedad en las últimas décadas tienen un origen zoonótico. El COVID-19, como el SARS, el ébola, la gripe porcina, la gripe aviar, están ligados a este salto de los virus zoonóticos, altamente infecciosos, de los animales al ser humano. Hay dos líneas argumentales que a nivel científico fundamentan esto. Por un lado aquellas que, si seguimos los trabajos de David Quammen, muestran con claridad que el avance de la frontera agrícola y la destrucción de ecosistemas, liberan esos virus que hace siglos están en esos ecosistemas silvestres, liberan a los animales que son portadores de esos virus, que deben migrar hacia contextos más urbanos a partir de los cuales se colocan en contacto con otros animales o seres humanos, y esto propicia la transmisión del virus. La otra línea argumental que es la que por ejemplo viene sosteniendo entre otros el biólogo Rob Wallace, a quien ustedes en Izquierda Diario le hicieron una entrevista, que insiste en la asociación que hay entre cría de animales a gran escala y virus zoonóticos o pandemias. Y claramente la explotación de animales a gran escala, desde los feedlots, la cría de aves y las megafactorías de cerdos, se constituyen en un caldo de cultivo de estos virus altamente infecciosos.
En esa línea es que no sólo promovimos una declaración que rechaza la posibilidad de instalación de las megafactorías de cerdos en Argentina, sino que acabamos de publicar un libro colectivo, cuyo título es “10 mitos y verdades de las megafactorías de cerdos que buscan instalar en Argentina”, en el cual se sostiene el doble peligro que existe. Por un lado, que en tiempos de pandemia abramos las puertas a este tipo de explotaciones de animales que son el caldo de cultivo de virus altamente infecciosos. Por otro lado, no nos olvidemos que hay otra pandemia que tampoco tiene vacuna, que circula entre el ganado porcino, que es la peste porcina africana. China está buscando externalizar los riesgos, y que sean territorios sanos como el argentino los que se hagan cargo de todos esos riesgos que implican las megafactorías de cerdos. En este libro también damos cuenta de otros tipos de riesgos y consecuencias, no sólo las sanitarias, sino también las consecuencias ambientales, económicas, sociales, entre muchas otras que configuran al modelo de megafactoría de cerdos en un modelo claramente insustentable, una falsa solución que es más bien parte del problema al que hoy afrontamos como humanidad, y como país.
Las derechas en el poder (como Trump y Bolsonaro) vienen defendiendo abiertamente el negacionismo climático. Pero al mismo tiempo, los últimos años emergió una nueva ola de movimientos por la justicia climática. ¿De dónde surgen esos movimientos, cuáles son sus particularidades y con qué desafíos se encuentran?
Convengamos que la nuestra es una época muy paradójica, porque a nivel científico hay un consenso acerca de que el cambio climático y su expresión en el calentamiento global, es de origen antrópico. No hay validez científica alguna del negacionismo climático como argumento. Sus argumentos son malintencionadamente falsos. Hay un libro muy interesante que se llama “Los Mercaderes de la duda”, publicado por Naomi Oreskes y Erik M. Conway, ambos historiadores de la ciencia, que cuentan cómo se construyó el discurso del negacionismo climático al calor de la expansión del neoliberalismo, un neoliberalismo que va en contra de cualquier tipo de regulación, sea social o ambiental, que se nutre de la idea de que cualquier intento de regulación por parte del Estado es un atentado contra la libertad. En esa línea, fueron las grandes empresas o fundaciones como la de los hermanos Koch que efectivamente alentaron o financiaron estas campañas negacionistas, de las cuales se han hecho eco desde Bush en adelante los diferentes líderes republicanos, algo que aparece exacerbado en Trump.
Lo curioso, como decía, es que estamos en una época en la que existe un consenso científico acerca del carácter antrópico del calentamiento global, de la gravedad de la emergencia climática, pero pese a que el argumento negacionista ha sido derrotado científicamente, en términos políticos existen gobiernos abiertamente negacionistas como el de Trump, Bolsonaro, o también podemos nombrar Scott Morrison, primer ministro de Australia. Entonces es un momento muy paradójico.
Por otro lado, es cierto que los movimientos de justicia climática tienen cada vez más fuerza, más representatividad. En los últimos 30 años ha habido un avance de las luchas en términos de justicia ambiental primero y de justicia climática después. Muchos de estos movimientos se pergeñaron al calor de la llamada ola de los nuevos movimientos sociales en los ‘60 y ‘70, pero se expandieron e incorporaron otra matriz discursiva más potente y radicalizada al calor de los movimientos anti-globalización, y sin dudas en los últimos dos años esto ha adquirido mayor alcance a partir de la incorporación de los y las jóvenes en este movimiento por la justicia ambiental. Sobre todo, algo ligado al protagonismo de Greta Thunberg, la adolescente sueca que lanzó las huelgas climáticas a fines de 2018.
Entonces lo que vemos es que los movimientos por la justicia climática, al comienzo hicieron una apuesta por colocar en agenda, sobre todo a través de las COP (Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), la necesidad de avanzar en una transición socioecológica. Pero los resultados que se han visto no son muy positivos… Primero, el Protocolo de Kyoto que, con el surgimiento de China como potencia hegemónica y la salida de Estados Unidos, feneció. El Acuerdo de París en 2015 que compromete a los países a reducir la emisión de gases de efecto invernadero para no alcanzar más de 1,5 o 2°C de calentamiento global, es muy importante. Sin embargo, el Convenio de París, recuerden, a diferencia del Protocolo de Kyoto, no es vinculante. Depende de cada Estado, y hay Estados importantes que no lo han firmado, como es el caso de Estados Unidos. Ahí también estamos en una situación muy paradójica.
El movimiento por la justicia climática brega en dos líneas: a nivel nacional estos movimientos liderados por las jóvenes apuestan por una agenda de protección de los bienes comunes; a nivel internacional, la apuesta es por una transición socioecológica integral que abarca no solamente la dimensión energética, sino también la dimensión alimentaria, productiva y por supuesto la urbana.
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En el libro desarrollan algunos de los casos emblemáticos de neoextractivismo en Argentina. En el caso del fracking, la promesa eldoradista obtura la transición a una matriz pos-fósil. ¿Cómo leés las medidas del gobierno nacional en este terreno, que entre otras incluyen un nuevo subsidio a las empresas productoras de gas?
La verdad es que estoy preocupada, porque el gobierno sigue insistiendo en Vaca Muerta como una suerte de promesa “eldoradista”. Hay que tener en cuenta que no hay transición socioecológica posible en Argentina con Vaca Muerta adentro. Es así. No podemos engañarnos. Ciertamente la transición es un desafío enorme en términos civilizatorios, en términos regionales latinoamericanos y por supuesto en términos nacionales, un desafío para el cual no hay un manual que nos guíe con preguntas y respuestas ya dadas, sino que como toda transición implica riesgos, tensiones, pero hay que tener en claro que no es posible hacer una transición energética explotando aún más los combustibles fósiles. Necesitamos una brújula y la línea de la transición indica que es necesario orientarse hacia una descarbonización de las economías. Si ustedes miran por ejemplo el Green New Deal en Europa o el que proponía Sanders en Estados Unidos, o que proponen desde Jeremy Rifkin a Naomi Klein, todos ellos apuestan a desconectar la sociedad y la economía de la explotación de los combustibles fósiles orientándose cada vez más (y los subsidios estatales deberían ir en esa dirección) hacia las energías limpias y renovables, como la eólica y solar.
Es muy triste y muy lamentable que aquí algunos funcionarios utilicen alegremente o de manera muy liviana la expresión “Green New Deal” y piensen en seguir explotando el gas y el petróleo a través del fracking, o seguir promoviendo la expansión de la frontera sojera. Es descabellado y da cuenta de que la problemática ambiental sigue siendo un “punto ciego”, mostrando no sólo que existe un fuerte lobby económico detrás de esto, sino también un analfabetismo ambiental que genera grandes dificultades para cuestionar el modelo de desarrollo hegemónico que es el responsable del colapso ecológico que estamos atravesando. Nadie dice que la transición sea de un día para otro, pero necesitamos asociar transición y transformación, abandonando el paradigma de los combustibles fósiles y orientándonos rápidamente hacia la explotación de energías limpias y renovables.
El desarrollo y el crecimiento son las banderas que enarbola la apuesta al neoextractivismo y la mercantilización de la naturaleza en América Latina. ¿Por qué planteás que existe un progresismo selectivo? ¿Por qué es falsa la oposición entre lo social y lo ambiental?
Cuando hablamos de progresismo selectivo en el libro, retomando una expresión utilizada por Darío Aranda, intentamos dar cuenta de esta política dual que por un lado avanza en los derechos sociales y de las mujeres, y por otro lado atropella los derechos ambientales y los derechos de los pueblos originarios. El lenguaje del progresismo selectivo se instala por supuesto en un espacio de geometría variable. Es diferente según hablemos del caso de Bolivia, Venezuela, Ecuador y Argentina. Pero al calor del boom de los commodities, el progresismo selectivo hizo que la cuestión ambiental se constituyera, insisto, en un punto ciego, no conceptualizable, lo que hizo que los gobiernos progresistas no sólo minimizaran los impactos ambientales, sino que buscaran criminalizar e infantilizar las protestas socioambientales. Hoy vemos que la gravedad de la crisis climática y socioecológica es tal que es necesario colocarlo en la agenda y ocuparse, salir de la zona de confort, abandonar los prejuicios y cuestionar los modelos de desarrollo hegemónicos. Más simple, al calor de la crisis civilizatoria que atravesamos, ya no es posible ser de izquierda, ser feminista y no ser ecologista.
En esta línea también subrayamos que existe también una falsa oposición entre lo social y lo ambiental, entre lo económico y lo ecológico. Si hacemos un análisis del ciclo progresista en términos procesuales, al final del ciclo, el crecimiento económico que estuvo tan ligado al boom de los commodities, si bien produjo una reducción de la pobreza, no se expresó en una reducción de las brechas de desigualdad. Los trabajos realizados en los últimos años por economistas en la línea de Thomas Piketty, muestran efectivamente que hubo una concentración de la riqueza. En otras palabras, que el crecimiento económico extraordinario que hubo a partir del boom de los commodities fue capturado por los sectores más ricos de la sociedad. Los datos de Oxfam muestran que, efectivamente, entre 2002 y 2015 la riqueza de los super-ricos creció un 21% anual, mientras que el PBI de los países latinoamericanos crecía al 3,5% anual. Es decir, la riqueza de los super-ricos aumentó 6 veces más que el PBI de la región. No hubo reducción de las brechas de desigualdad, sino más bien una fuerte concentración de la riqueza, algo que coloca a América Latina en sintonía con lo que viene ocurriendo a nivel global.
Por otro lado, tampoco hubo una transformación de la estructura productiva, sino más bien una tendencia a la reprimarización de la economía al calor de la exportación de commodities a gran escala.
Por último, hay una coincidencia entre el mapa de la contaminación ambiental y el mapa de la pobreza. Los pobres son los que están menos preparados para resistir los embates del neoextractivismo, y también para adaptarse a los impactos del cambio climático que ya estamos experimentando. Así que, en realidad, el ambientalismo no es una cuestión que alegan los sectores más aventajados de la sociedad. Todo lo contrario, hay un ambientalismo popular, que es el que ha dado origen a estas luchas ecoterritoriales en América Latina. Movimientos por la justicia ambiental o ecología popular, o lo que nosotros preferimos llamar las líneas del ambientalismo popular que en América Latina vienen de la mano de las luchas contra el neoextractivismo, contra los impactos de los agrotóxicos, por la defensa de la soberanía alimentaria y la agroecología. En fin, algo que ha encontrado una mayor visibilización a partir de que los y las jóvenes tienen un mayor protagonismo en las luchas por la justicia climática. En estos últimos meses, la denuncia contra el impacto de las megafactorías de cerdos en Argentina, logró unificar estas distintas líneas de acumulación de luchas socioambientales, con el animalismo y el protagonismo cada vez mayor de la juventud.
La semana pasada la brutal represión en Guernica estuvo en el centro de la escena política y mediática. ¿Qué relación hay entre el avance de la frontera del agronegocio, el extractivismo urbano y la crisis habitacional?
Tanto el avance del agronegocio como el extractivismo urbano, se van configurando como modelos de ocupación territorial que generan la expulsión de las poblaciones más pobres y vulnerables. Para el caso del agronegocio, sabemos que este es un modelo de agricultura sin agricultores, que ha generado la liquidación de una gran cantidad de explotaciones agrícolas y ganaderas, y la expulsión de masas de pobres que han venido a habitar las ciudades en condiciones de gran vulnerabilidad social y ambiental.
Para el caso del extractivismo urbano lo vemos con claridad en el vínculo que hay entre countries y barrios privados y destrucción de humedales. Vemos que la expansión de las urbanizaciones cerradas, genera también este proceso de desplazamiento sobre el Río Luján, sobre el Delta, como se viene denunciando desde hace muchos años.
En esa línea, la discusión que se ha instalado sobre la destrucción de los humedales, revela el fuerte lobby empresarial que existe. Un triple lobby: el lobby sojero, el lobby ganadero y el lobby de los desarrolladores urbanos.
En las provincias cordilleranas y en el norte también vemos que está presente el lobby minero, puesto que los humedales son ecosistemas muy frágiles pero también muy variados. Y encontramos humedales también en minas como Veladero o los salares altoandinos en donde está el litio. Así que encontramos un triple o cuádruple lobby empresarial que puja para que no se sancione una ley de humedales.
También quedé muy consternada por el desalojo violento en Guernica. Resulta muy inquietante que, en tiempos de ampliación de las brechas de la desigualdad y concentración de la riqueza, agravada por la pandemia, se consolide la defensa de la dueñidad, un concepto que retomo de Rita Segato para dar cuenta de la insuficiencia del concepto de desigualdad. Son tan obscenas las brechas existentes, que hay que reconocer que este es un mundo de dueños. Pero aún así, en tiempos de crisis y recesión, acá se dobla la apuesta. Mientras en otras latitudes se discute una agenda post pandemia, en clave social y ambiental; en nuestro país, ambos, lo social y lo ambiental, son cada vez más rechazados desde el discurso de la dueñidad. Nada se puede cuestionar en nombre de lo común, del bien público o de los sectores excluidos: ni el lobby del fuego que arrasa con nuestros montes y humedales, tampoco el suelo disponible para viviendas. En ese marco, el avance de la dueñidad muestra también que el gobierno actual no tiene agenda política propia, que perdió la iniciativa frente a la derecha. Algo está cambiando en Argentina de modo vertiginoso y sin duda para peor. No lo olvidemos. Porque lo que hoy se está configurando en un mundo en crisis y colapso es una derecha vernácula cada vez más extrema y empoderada que busca consolidar y profundizar la premisa absoluta de que éste, seguirá siendo un mundo de dueños.