Entre el Barrio Cabezas y Villa Arguello: crónica de un encuentro en la guardia, la vida en una radiografía y paciencias que se agotan.
Jueves 3 de diciembre de 2020 08:10
“No aceptaban el nombre Nancy en ese momento, pero mamá y papá querían llamarme así…me anotaron como Carmen en el registro civil, pero de chiquita me dicen Nancy.”
Así arrancó la entrevista con esta mujer de unos 64 años ese caluroso martes. La había conocido unos días atrás, en la guardia adonde había consultado porque se sentía cansada y quería un “chequeo”.
En esos 10 o 15 minutos que puede durar una consulta expres en una guardia de domingo y en pandemia, había alcanzado a decirme que hacía 12 años (los recordaba) que “no podía” ir al hospital. Que había perdido peso el último tiempo y que se sentía “más cansada que de costumbre”. Sus ojos oscuros mostraban una mirada triste, asténica. Luego de revisarla apenas un poco, le pedí algunos estudios de rutina, propios de la edad y de sus “factores de riesgo”.
“Venite el martes” le dije. “Dios la bendiga” me devolvió.
No se si es carma o qué, pero a mí todas las mujeres me mandan a bendecir por dios. Y yo les digo que bueno. Que gracias. Qué se yo.
Cuestión que unos días después, ahí estaba ella, primera en la lista, “Carmen", como figuraba en su DNI.
Además de los estudios que le había pedido, me trajo una pila de laboratorios viejos, muy viejos “de cuando vivía en Perú” dos décadas atrás. Me dio mucha ternura que guardara con tanto cuidado (y trajera) esos papeles amarillos que decían por ejemplo que sus glóbulos blancos tenían tal o cual valor, o que su hemoglobina era un poco más baja que lo normal. Pensé en las historias que cargarían sus células, y en el dolor, que ni siquiera tenía el derecho de llamarse por su nombre.
“Recordame porqué consultaste a la guardia Carmen” le dije. Y ahí fue que me contó que no se llamaba Carmen sino Nancy, y lo del registro civil, y lo de su papá y su mamá y lo de Perú.
Anoté algunas cosas relevantes en un cuaderno que ahora, en mi nuevo hospital, me sirve de “ayuda memoria” y tomé sus estudios. En el análisis de sangre, las primeras malas noticias: diabética, colesterol alto, hipotiroidea y algunas otras cosas.
La luz de un frasco
La luz de un frasco
Me acordé de mi vieja y la tan famosa frase de “el que busca encuentra.” En pocos minutos iba a tener que contarle a Nancy, sin antecedentes patológicos de relevancia hasta que me conoció, que tenía al menos 3 nuevos problemas en qué preocuparse.
Pero lo grave vino después. La radiografía de torax mostraba dos manchas blancas en el pulmón derecho, espiculadas y demasiado evidentes para pasarlas por alto.
Nancy nunca había fumado. “Jamás probé una pitada” me juró con los dedos haciendo la señal de la cruz sobre su barbijo viejo que dejaba traslucir los labios. Le pregunté si recordaba haber tenido una enfermedad que se llamaba "tuberculosis". Y ahí fue que se largó a llorar.
Durísima pero habitual escena: el llanto como parte de la consulta médica. Situación mucho más bizarra ahora en pandemia, porque como podrán imaginar, el moco, la nariz y la boca pasaron a ser “los prohibidos” desde la llegada del covid.
A mi me parece terapéutico y no hay virus que me haya convencido aún de lo contrario. Así que, en general, dejo llorar en paz. Y le llamo respeto.
Luego de dos o tres minutos, finalmente me dijo que sí, que eso había sido después de su cuarto hijo.
Supongo que para esa altura algo de confianza ya le habré dado a Nancy, porque a pesar de mi guardapolvo impecablemente blanco, el estetoscopio colgando y la sirena de fondo, me contó: “En esos años me tocó andar tirando los colchones por ahí, me tocó tomar tierra porque no teníamos a donde ir.
No era que yo quisiera apropiarme de lo que no era mío doctorcita, pero de verdad no teníamos a donde ir. A mi marido lo habían echado del trabajo y yo cargaba con mis cuatro hijos, dos tomaban teta. No teníamos para comer, yo no recuerdo bien, pero debe haber sido ahí que me agarré el bicho, porque me acuerdo que tosía mucho y pasaba noches enteras con fiebre. Después estuve varios meses internada en un hospital.”
Le agarré la mano, la miré a los ojos y le dije que la entendía. Que de verdad la entendía. Que había estado ayudando a las familias de Guernica en los últimos meses, que las historias de esas mujeres eran su historia, y que tener salud empieza por tener un lugar donde tirar el colchón.
No fue suficiente. Pero la diabetes, el colesterol, la tiroides, las manchas en el pulmón y los colchones en el piso me parecieron demasiado para esta reciente relación entre nosotras. Me dispuse a intentar ordenar, de a una, las indicaciones que haría.
Agarré una hoja en blanco y le fui anotando, con letra clara, las cosas que le proponía hacer a partir de ahora, para mejorar al menos un poco, su salud. Charlando con los chicos de laboratorio, se consiguió adelantar algunos estudios para el otro día.
El amor que le ponemos a la tarea que hacemos no tiene nombre. Mucho menos, precio. Y si les cuento lo que cobramos, se caen de culo.
La tomografía tendría que esperar un tiempo más, porque en Ensenada no hay tomógrafo y el de Berisso no anda.
En total, cerca de 200mil habitantes que corren con la misma mala y tremenda suerte: la del tomógrafo que no anda o que no existe.
Por lo demás, habíamos conseguido todo lo que Nancy necesitaba, al menos inicialmente, para encarar esta nueva etapa de su vida: la de la enfermedad y los hospitales.
Nancy no cobró el IFE porque no es lo suficientemente argentina, y su marido sigue sin trabajo. Viven en el barrio José Luis Cabezas. Ese que no es de aquí ni es de allá, y las vidas pasan mientras los intendentes se tiran la pelota. Respira el mismo aire contaminado con olor a mierda que respiro yo, el de la YPF que separa mi barrio y el suyo. El barrio Cabezas del de Villa Arguello, al otro lado de la 60. Bah, mío y suyo lo digo por decir. Porque ni mío ni suyo.
Y ahora que me pongo a pensar, bastante que ver tiene su historia y la mia.
Al fin y al cabo también nos mueven las mismas cosas: tener hambre y comer, "esa cosa tan simple", una buena cama y dormir bajo techo, trabajar 6 o 7 hs al día y que la plata nos alcance para la ropa, los libros, la luz, el gas, el alquiler, “algún juguete para los chicos”. Y porqué no, unas vacaciones en el mar o la montaña.
Porque Nancy quiere conocer el mar. Con sus 64 años no pierde la esperanza de ver sus pies caminar por la arena mojada, respirar hondo y ver las olas llegar, una tras otra, incansables, como sus huesos y sus músculos y sus células cargadas de azúcar.
Más de 3mil kilómetros de mar Pacífico en Perú y 1200 kilómetros de costa Atlántica en Argentina, curiosamente no alcanzan para todos.
Cerrando la consulta, que fue un antes y un después para las dos, mientras repasábamos algunos últimos detalles, sentenció: “Estos me están colmando la paciencia. Después no digan que no avisé”
Levanté la mirada y entendí perfectamente a qué se refería.“Nos vemos en unos días, a mí también”
Y se fue.
PD: Creación propia. Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.