A Martín Rodríguez Yebra y a Ezequiel Martínez la memoria parece haberles jugado una pequeña mala pasada. Y Mario Vargas Llosa, ni lento ni perezoso, aprovechó ese blanco en el recuerdo para filtrar una ventajosa mentira: para meterles, como quien dice, el perro.
Sábado 12 de marzo de 2016
A Martín Rodríguez Yebra y a Ezequiel Martínez la memoria parece haberles jugado una pequeña mala pasada. Y Mario Vargas Llosa, ni lento ni perezoso, aprovechó ese blanco en el recuerdo para filtrar una ventajosa mentira: para meterles, como quien dice, el perro.
En un reportaje del diario La Nación, realizado por Rodríguez Yebra, y en otro del diario Clarín, realizado por Martínez, publicados en uno y otro diario un mismo martes 10 de marzo, Vargas Llosa aparece refiriéndose al episodio por el cual un grupo de escritores (y entre ellos, el director de la Biblioteca Nacional) firmaron en 2011 una declaración para “impedirle hablar” en la Feria del Libro de Buenos Aires de aquel año. Las razones de ese pedido habrían sido, según La Nación, las ideas políticas de Vargas Llosa, y según Clarín, sus críticas al gobierno nacional de aquel entonces.
El dato es falso. La declaración que en aquel momento se firmó y se difundió planteaba la inconveniencia de que fuera Mario Vargas Llosa quien pronunciara el discurso inaugural de la Feria, dado el peso político medular que el discurso de apertura implicaba. No se pretendió, de ninguna manera, impedir que Vargas Llosa hablara. Lo que se planteó fue una objeción al hecho de que lo hiciera en el acto de inauguración del evento, pudiendo hacerlo en cualquiera de las mesas y las actividades previstas en la Feria.
Yo no estuve de acuerdo, en aquel momento, con la iniciativa de manifestarse así en contra de una designación ya anunciada: me pareció una idea desafortunada y contraproducente. Pero me resultaba evidente, en cualquier caso, que no se trataba de quitarle a nadie el derecho a expresarse con la debida libertad, sino de una discusión concreta en torno de la significación política de un discurso como el de la apertura, en el que las tomas de posición no podían sino quedar institucionalmente subrayadas. Tuve la oportunidad de manifestar lo primero, esto es mi desacuerdo con la declaración contra Vargas Llosa, en un programa de debate que había en la televisión pública en ese entonces; y tuve la oportunidad de manifestar lo segundo, esto es mi desacuerdo con el ofendimiento de tenor liberal del que pretende que no lo dejan hablar sin más, en una entrevista periodística con el propio Vargas Llosa en el Salón Libertador del Hotel Sheraton de Buenos Aires.
Vargas Llosa vuelve ahora, cinco años después, generoso consigo mismo al insinuarse como un mártir de la libre expresión, a decir que en su momento se quiso impedir que él hablara: que quisieron lisa y llanamente callarlo.
Hace un tiempo, en Canal 9, el inefable Chiche Gelblung lanzaba al aire un programa llamado “Memoria”. Los temas de ese programa, pese a su nombre, eran todos de absoluta actualidad, no se iba muy al pasado, no se revolvía muy hacia atrás en la historia. Aun en su extrema y voluntaria banalidad, “Memoria” planteaba con su título una idea que me resulta interesante: la idea de que la memoria, su necesaria verdad o sus eventuales tergiversaciones, no depende solamente de las distancias cronológicas y de la relación con lo muy pretérito. A menudo la memoria se deforma por la manera en que es captada y registrada en un presente, a menudo es en su expresión estrictamente contemporánea que se aloja el germen de la falsedad.
Luego el paso del tiempo no hace más que consolidar esa mentira, para tratar de volverla definitiva.
Martín Kohan
Escritor, ensayista y docente. Entre sus últimos libros publicados de ficción está Fuera de lugar, y entre sus ensayos, 1917.