Dentro del legado del ex presidente, vale detenerse en cómo el neoliberalismo buscó precarizar y fragmentar a la clase trabajadora, sobre todo a la juventud.
Nicolás del Caño @NicolasdelCano
Lunes 15 de febrero de 2021 14:04
Mucho se ha dicho en estos días sobre Menem y su gobierno. El indulto a Videla y los militares de la dictadura. Las privatizaciones, con las que entregaron las empresas públicas a precio de remate, que junto a la “reforma del Estado” significaron 500 mil despidos. El endeudamiento y la subordinación a los planes del FMI. Las “relaciones carnales” con EEUU. La desocupación que fue creció exponencialmente, igual que la pobreza. Los ataques a la educación con la Ley Federal y la Ley Superior de Educación. Introdujo las leyes que permitieron (y permiten) la megaminería, la soja transgénica y el uso del glifosato. Y podríamos continuar con un largo listado.
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Pero me interesaba destacar un aspecto al que quizás se le ha dado poca relevancia y tiene que ver con el avance en la flexibilización laboral que se dio en aquellos años. Porque el neoliberalismo fue en gran medida un ataque a los derechos y conquistas obreras, para “rescatar” los negocios capitalistas.
Mi libro “Rebelde o precarizada” lleva como subtítulo de tapa justamente “De los 90 a la era Macri”, porqie analiza con datos reales y concretos lo que pasó durante esa década.
Menem vino a continuar lo iniciado por la dictadura impulsando las contra-reformas neoliberales que acentuaron el atraso y la dependencia del país.
En las décadas siguientes ningún gobierno revirtió esa herencia. Muchas de esas conquistas patronales continúan hoy. Si el repudio de masas al menemismo los obligó a cambiar algo, dejaron lo esencial.
Pero, ¿qué hizo Menem?
La década flexibilizada
La década de Menem es conocida como el origen de la precarización laboral en la Argentina. Hay mucho de cierto en esto, por la cantidad y la fuerza de ataques que empezaron en esos años. Pero la clase trabajadora había sufrido un golpe durísimo una década y media antes. La dictadura cívico-militar que gobernó el país desde el golpe de Estado de marzo de 1976 lanzó una reestructuración de la economía argentina y un ataque a las conquistas que la clase trabajadora había obtenido durante décadas, y sobre todo con el ascenso que había arrancado el Cordobazo y venía a aplastar el golpe.
Pero los efectos y resultados de la ofensiva neoliberal se terminarían de completar en la década de 1990.
Desde los primeros días de la primera presidencia de Carlos Saúl Menem se fueron imponiendo medidas precarizadoras. Algunas fueron decretos; otras, leyes sancionadas en el Congreso gracias a la mayoría de representantes peronistas.
En 1989 autorizan el pago en vales de comida (que suplantaban en parte al pago en dinero).
En 1990 reglamentan (y limitan) el derecho de huelga.
En 1991 sancionan la Ley de Empleo (24.013), que entre otras cosas promovía los contratos flexibles y temporarios, una tendencia a mantener la precarización que perfeccionaron decretos presidenciales de 1992 y 1999.
En 1992 suspenden los derechos adquiridos por trabajadores de empresas públicas, que se estaban privatizando. Ese año también el Presidente establece por decreto un nuevo sistema de pasantías para jóvenes estudiantes.
En 1993 habilita los «aumentos por productividad».
En 1994 promueven la Ley Pymes (24.467) que reducía indemnizaciones, permitía la movilidad horaria, las 12 horas de trabajo continuo sin pago de horas extras, y fraccionaba las vacaciones, entre otras cosas.
Ese año también Menem impone la Ley de ART (24.028) que convierte la salud obrera en un número más en la contabilidad de las empresas.
En 1996, varios decretos presidenciales revocan los convenios y eliminan la «ultractividad» que antes regía automáticamente hasta que se firmase un nuevo convenio colectivo de trabajo.
En 1998, Menem logra hacer aprobar por el Congreso la Ley de Formación y Empleo (24.465/98), la última reforma laboral de un menemismo que ya empezaba su retirada.
Millones en la calle
Esta es una de las dimensiones del salto de la precarización en la década de 1990. Otro fue el avance de la desocupación. Empezó a subir en el 1996, superó el 16% en 2001 y en 2002 llegaría a casi el 22%. Entre la juventud la desocupación era mucho más alta todavía. En 1997 en el conurbano bonaerense la desocupación general era del 17%, pero para los menores de 20 años saltaba al 42,4%.2 Muchos jóvenes abandonaban sus estudios: entraban en el mercado de trabajo para llevar el plato de comida a sus casas porque sus padres habían quedado en la calle.
Esos millones buscando trabajo fueron utilizados por el Gobierno y los empresarios para «disciplinar» al resto de la clase trabajadora e imponerle condiciones cada vez más brutales.
El trabajo no registrado pasó del 28% en 1990 al 39% en 1999. Las empresas avanzaron con la flexibilización por gremios y empresas. Cerca de la mitad de los convenios firmados en esa década tenía cláusulas de flexibilización de la organización del trabajo y de la jornada laboral.
Uno de los primeros gremios en acordar esas condiciones fue el Sindicato de la Alimentación, de Rodolfo Daer. El SMATA y el SUTNA también firmaron un festival de convenios por empresa, que en el caso de las automotrices fijaban peores condiciones para los ingresantes, jóvenes que entraban en sus nuevos y a veces primeros trabajos.
Además de la clásica complicidad de la burocracia sindical con los gobiernos y las patronales, en los noventa tuvo su apogeo el sindicalismo empresarial. El mismo que entregó la lucha contra las privatizaciones. Menem lo hizo.
— Nicolas del Caño (@NicolasdelCano) February 14, 2021
Contra la juventud
Quienes éramos jóvenes en ese momento teníamos el número cantado para esos «contratos basura».
En la legislación laboral menemista se sancionaron distintos planes (contra) la juventud: el Contrato de Práctica Laboral, para jóvenes con formación previa; el Contrato de Trabajo, para quienes no tenían formación, y los Programas para Jóvenes Desocupados.
Un plan más flexibilizador que el otro.
En 1992, por un decreto, Menem creó un sistema de pasantías. Miles de empresas se aprovecharon del «divino tesoro» juvenil que les ofrecía el Gobierno. Los pasantes podían trabajar 4 horas cinco días a la semana, pero las jornadas siempre se extendían porque nadie controlaba si se explotaba o no a los y las pasantes. Carecían de cualquier tipo de protección social y en vez de sueldo recibían una «retribución en calidad de estímulo para viajes, gastos escolares y erogaciones derivadas del ejercicio de la misma…». Y no tenía un monto mínimo, sino que era «fijado por las empresas o el organismo solicitante». Te entregaban de pies y manos.
La mayoría de esos ataques y contrarreformas respondía a los dictados del FMI. Menem y el PJ aceptaron todas esas condiciones como parte del Plan Brady, que supuestamente buscaba aliviar la deuda externa de países como la Argentina. Cuando Gobierno y Fondo hicieron el pacto teníamos una deuda de 63.000 millones de dólares; cuando se fue Menem, llegaba a 146.000 millones. ¡Y eso que en el medio pagó 116.000 millones! Una estafa monumental que fue una de las causas de la profunda crisis social y económica que estallaría en 2001.
Ante de irse, el presidente peronista recibiría un afectuoso elogio del director del FMI, Michael Camdessus: «El mejor Presidente de los últimos cincuenta años es Carlos Menem».
Ataques y resistencias
No es que no hubiera resistencia a ese brutal ataque a la vida obrera. A las puebladas provinciales de mediados de los años noventa siguieron las luchas estudiantiles contra las leyes de educación en todo el país y los levantamientos en Cutral-Có, Mosconi, Jujuy. La represión mataba a obreros como Víctor Choque y Teresa Rodríguez, una trabajadora de casas particulares de 24 años.
También había conflictos contra los despidos en la industria. En las automotrices el clima estaba caliente y en la FIAT se levantaban contra la burocracia. En 1996, el sindicato SMATA pactaba con la empresa una rebaja del valor de la hora de trabajo. Los trabajadores se rebelaron y echaron a los burócratas para fundar su propio sindicato. La historia duró varios meses. Yo tenía 16 años y ya militaba en la Juventud del PTS. Una noche fuimos a hacer pintadas junto a trabajadores que habían despedido. NO a los despidos en FIAT era la consigna que escribíamos con grandes letras en las paredes. Mientras pintábamos en uno de los puentes cayó la policía provincial y fuimos todos presos.
La herencia que todos mantuvieron en lo esencial y nadie cuestionó a fondo
Menem dejó el gobierno en 1999 pero su legado continuó.
Aunque en realidad, decir «Menem lo hizo» es un poco injusto. Lo hizo todo el peronismo, con su CGT y con sus gobernadores desde Buenos Aires a Santa Cruz. Con la complicidad del radicalismo y todo el régimen político que aprobó la constitución del 94 y le dio la reelección. Néstor Kirchner aplaudió las privatizaciones y aceptó contraer deuda externa. Alberto Fernández sería funcionario del gobierno nacional durante seis años. Muchos de ellos, de ellas, una década más tarde, se reciclarían, como «posneoliberales».
Intentaron apagar los fuegos de aquellas jornadas revolucionarias del 2001 y el repudio masivo a las consecuencias del neoliberalismo. Aunque la necesidad de desviar aquel proceso político y el “viendo de cola” de la economía llevaron a que algunos de los peores resabios de los 90 fueran cuestionados, muchas de las conquistas patronales de los 90 siguieron en pie. La tercerización, los contratos basura, los convenios flexibilizados, el trabajo en negro y la precarización de la juventud permanecieron como una marca neoliberal. Las privatizaciones, la subordinación al FMI y la deuda, también.
Quizás por eso los homenajes abarcaron no solo a todo el peronismo sino también el arco político patronal.
Superar la mayor precarización laboral, la fragmentación y división de la clase trabajadora impuestas durante el neoliberalismo y que perduran hasta nuestros días es una de las tareas más importantes de las y los trabajadores, y especialmente de la juventud que lo sufre aún más.
Hoy parece que no hay grieta. Menem lo hizo.
— Nicolas del Caño (@NicolasdelCano) February 14, 2021
En los 90, Menem fue el impulsor de las contra-reformas neoliberales que acentuaron el atraso y la dependencia del país con sus "relaciones carnales" con EEUU . En las décadas siguientes ningún gobierno revirtió esa herencia. Los grandes empresarios lo recordarán agradecidos.
— Nicolas del Caño (@NicolasdelCano) February 14, 2021
Nicolás del Caño
Es diputado nacional por el Frente de Izquierda y dirigente del PTS. Es autor del libro Rebelde o precarizada. Vida y futuro de la juventud en tiempos de FMI.