Durante años realizó tareas de carga y bombeo en una empresa de fumigación. Su imagen se hizo mundialmente conocida cuando Pablo Piovano lo retrató en su exposición El costo humano de los agrotóxicos.
Viernes 7 de septiembre de 2018 15:54
Esta mañana, tras no haber resistido su última internación, murió en la ciudad de Basavilbaso (Entre Ríos), Fabián Amaranto Tomasi, el extrabajador fumigador que se convirtió en el símbolo de la lucha contra los agrotóxicos en Argentina y el mundo.
Su caso venía siendo el más emblemático del daño causado a los obreros por los agrotóxicos. Trabajó durante años en tareas de carga y bombeo en una empresa de aplicación aérea. Sufría polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada, lo que lo obligaba a estar postrado en su casa con solo 52 años.
“Me envenenaron y me metieron en una prisión domiciliaria”, señaló hace un tiempo en una entrevista a un medio litoraleño. “Mi vida transcurre en mi casa. Me jubilé por incapacidad y me detectaron polineuropatía tóxica severa, la ‘enfermedad del zapatero’. Es aspirar los solventes que traen las sustancias, que son todas similares y afectan el sistema nervioso periférico”. “Ahora también me está afectando la conciencia. No sabía que el veneno modificaba el ser consciente. Estoy perdiendo la vida”, señaló en ese momento.
Su imagen se hizo mundialmente conocida cuando el fotógrafo Pablo Piovano lo retrató en 2014 en su exposición El costo humano de los agrotóxicos, una cruzada por el noreste argentino buscando visibilizar el lado más oscuro del agronegocio.
Piovano, desde redes sociales dedicó unas palabras por la partida de su amigo: “Hoy es difícil esquivar la tristeza porque un amigo anda de camino a las estrellas. Un amigo y un maestro que luchó como pocos hasta el último respiro. Se ganó todo en buena ley y pasó a escribir la historia grande para estar entre los mejores. Es tiempo de descansar mi amigo. Ha sido enorme tu sacrificio y no nos queda más que agradecerlo y honrarlo. Tu voz está viva y para siempre”.
Fabián también fue portada del libro Envenenados: una bomba química nos extermina en silencio, del escritor y periodista especializado Patricio Eleisegui.
Eleisegui también dedicó unas palabras a Tomasi hoy desde redes sociales: “Historia clave de mi libro Envenenados, los agrotóxicos minaron su salud hasta este final. Se va un símbolo de la lucha contra las fumigaciones. Alguien determinante a la hora de entender un modelo que mata”.
En marzo de este año, Tomasi escribió una carta para la Garganta Poderosa, un testimonio desgarrador sobre sus miedos y esperanzas: “Desde muy joven, durante muchos años, trabajé en el campo guiando avionetas, en contacto directo con agrotóxicos. Y yo soy de Basavilbaso, Entre Ríos, donde la gente aprendió a pasar por encima de la frustración sobre las carrozas de los carnavales”. “Nunca participé de ninguna fiesta. Ni antes, porque jamás me alcanzó el dinero, ni ahora, porque hace mucho tiempo me diagnosticaron polineuropatía tóxica severa, con 80 % de gravedad: afecta todo mi sistema nervioso y me mantiene recluido en mi casa”.
“Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas. Actualmente tengo el cuerpo consumido, lleno de costras, casi sin movilidad y por las noches me cuesta dormir, por el temor a no despertar. Tengo miedo de morir. Quiero vivir”.
Tomasi era plenamente consciente de su rol en la lucha contra el agromodelo. En su carta lamentaba: “Hoy sólo puedo ver la cara de Antonella González, una nena que murió de leucemia en el Hospital Garrahan, hace apenas 4 meses. Había nacido en Gualeguaychú, hace apenas 9 años. Y falleció, víctima de los agroquímicos. Los médicos lo sabían, todos lo sabíamos. Como también sabemos que un 55 % de los internados en el Garrahan por cáncer, provienen de nuestra provincia. La más fumigada del país, una de las más envenenadas del mundo”.
“La complicidad del Estado, la Justicia, gran parte de la medicina”
Fabián descartaba las posibilidades de reforma. Sus principales críticas apuntaban contra “la complicidad del Estado, la Justicia, gran parte de la medicina”. En su entrevista para Canal 9 Litoral, Fabián interpelaba: “Hemos condenado la vida de nuestras generaciones venideras por solamente hacer de esto un negocio“, sostenía. “No creo en un progreso que sacrifique a tantos seres involuntarios. No solo hay que pedir que paren de fumigar en las escuelas, sino que dejen de fumigar. Creo que estoy en la misma pelea que muchos. Estoy totalmente convencido de que el daño ocasionado es imposible de evitar. No sé cuánto tiempo tendrá que pasar”, reclamaba.
“Tengo miedo de morir. Quiero vivir”, sentenciaba en su carta en LGP. “Tal vez, ese miedo me pueda servir de escudo, una especie de anticuerpo, como el humor. O como tanta gente que me ayuda para que pueda estar escribiendo, en vez de largarme a llorar, porque la enfermedad me hizo adelgazar 50 kilos y he visto mucha gente fallecer por consecuencia de las fumigaciones, pero nadie se anima a hablar. Mi hermano Roberto, sin ir más lejos, fue otra víctima más de las lluvias ácidas que arrojan sus avionetas: el cáncer de hígado no lo perdonó. Jamás voy a olvidar su agonía, escuchándolo gritar toda una noche de dolor. Mi papá falleció así, con esa tortura en la mente y tragándose silenciosamente la impotencia de verme así. Ahogado, de rabia y de temor”.
“Yo no quiero ahogar mis palabras. Quiero gritar”
“No todo es brillantina y diversión en lugares como San Salvador, el “Pueblo del Cáncer”, donde la mitad de las muertes derivan de la misma causa”, relata Fabián a LGP. “Allí, el carnaval nunca llega… Y sí, recibí muchas amenazas por visibilizar lo que nos hacen comer, respirar y beber a diario. Pero ya no basta con decir “Fuera Monsanto”, porque las cadenas de maldad hoy se extienden al resto de las compañías multimillonarias y se enredan con el silencio. Pues no hay enfermedad sin veneno y no hay veneno sin esa connivencia criminal entre las empresas multinacionales, la industria de la salud, los gobiernos y la Justicia. Hoy más que nunca, necesitamos que paren y para eso debemos luchar, aun en el peor de los escenarios, porque nuestro enemigo se volvió demasiado fuerte. No son empresarios, son operarios de la muerte”.
Tomasi estuvo en contacto con glifosato, tordon, propanil, endosulfán, cipermetrina, 2,4D, metamidosfos cloripirfos, coadyuvantes, fungicidas, gramozone y otros químicos. La mayoría están prohibidos en muchos países del mundo por su alto grado de toxicidad (solo el glifosato está prohibido en 74 países), pero en Argentina no solo el glifosato no está prohibido, sino que presenciamos una avanzada de las multinacionales agroalimentarias que se benefician con este modelo y su paquete tecnológico de agrotóxicos y semillas transgénicas, el que genera más contaminación, desempleo y dependencia.
Actualmente, en la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados hay cinco proyectos presentados y un borrador propuesto por el Ejecutivo, para reformular la ley de semillas. Se trata de la temida ley Monsanto de semillas. De los cinco proyectos, tres pertenecen al oficialismo: los de Alejandro Echegaray, Cornelia Schmidt Liermann y Alicia Terada. Los otros dos proyectos pertenecen al diputado santafesino Luis Contigiani y al titular de la Federación Agraria Argentina, Omar Príncipe, una agrupación que también es identificada como parte del “agronegocio contaminante”. Se especula que pueda salir una ley consensuada, pese a las diferencias entre las entidades rurales.
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“Tendríamos que poder ofrecer, en mi caso, el dolor corporal para que entiendan por qué es mi rechazo absoluto a esta matanza que está generando la multinacional Monsanto y todos sus consecuentes que ganan dinero con esto. Son sustancias diseñadas en laboratorios para matar. Si no lo hacen no sirven”. “Tenemos una igualdad genética con los vegetales de casi un 70 %. Explíquenme cómo hacemos para que esas sustancias distingan entre el pasto y un humano”, enfatizó en su testimonio para el medio litoraleño.
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Efectivamente los agrotóxicos son utilizados para matar todo lo que no esté predeterminado genéticamente por empresas biotecnológicas como Monsanto para resistir. Forman parte del paquete tecnológico de producción agrícola de siembra directa con barbecho químico y semillas transgénicas, y pueden llegar a ser más de 400 millones de litros de agrotóxicos por año los que se riegan en las zonas rurales, con terribles consecuencias para la población circundante.
Fabián Tomasi, era la sangre obrera envenenada por el agromodelo. Tristeza, bronca, impotencia. Un modelo que genera riquezas siderales para los de arriba y pobreza, enfermedad y muerte para los de abajo. Mientras los de arriba lloran porque no son lo suficientemente millonarios, los de abajo lloramos porque nos mataron a Fabián. Mientras los de arriba se organizan para descargar su crisis sobre el pueblo trabajador y mantener sus privilegios, los de abajo nos tendremos que organizar entonces para que la crisis la paguen ellos y cambiarlo todo de raíz. Que el mensaje de Fabián llegue a millones: los agrotóxicos matan, Monsanto/Bayer mata, y el kirchnerismo-peronismo y el macrismo-radicalismo son cómplices y socios en un agromodelo que no presenta ninguna “brecha” más que la que hay entre los de arriba y los de abajo.
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