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Opinión. Murió Le Pen: fundador del ultraderechista Frente Nacional, admirador de nazis y torturador en Argelia

A los 96 años, murió este martes en Francia Jean-Marie Le Pen, fundador y líder durante años del ultraderechista Frente Nacional, admirador de los nazis y torturador en Argelia. Publicamos aquí una versión traducida y editada del artículo de Jean-Patrick Clech, parte del staff de Révolution Permanente, sitio de la Red Internacional La Izquierda Diario en Francia.

Martes 7 de enero 13:32

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La naturaleza a veces hace las cosas mal: mientras algunos están arruinados en la flor de la vida, los sinvergüenzas se benefician de un generoso indulto. Es el caso de quien acaba de morir habiendo sido uno de los principales líderes del partido de la extrema derecha francesa, sin negar nada de su pasado racista, antisemita y xenófobo. Y dejando tras de sí un buen linaje de admiradores.


Está hecho. Este martes 7 de enero falleció Jean-Marie Le Pen a los 96 años. Recientemente, en Lo que estoy buscando, la insulsa y comercializada colección de recuerdos que presenta como sus "memorias", el joven Jordan Bardella (líder de Agrupación Nacional, la formación que sucedió al Frente Nacional dirigido por Le Pen) afirma haberse unido al Frente Nacional (FN) en 2012, ignorando "todo lo relacionado con su historia, sus fundadores y incluso con Jean-Marie Le Pen". A la pregunta de un periodista que le preguntaba si seguía sosteniendo que Le Pen –el padre, no la hija– no es antisemita, respondió recientemente, sin sonrojarse: "Perdón, señora (...) tiene 96 años, está enfermo en este momento y dejó la vida política hace diez años".

Además de poca memoria, Bardella tiene antecedentes selectivos. Ayudémosle un poco, volviendo a la trayectoria del líder del Frente Nacional, desde su vehemencia colonialista y su apoyo a la Argelia francesa y a la La Organización del Ejército Secreto francés (OAS) –que marcan el inicio de su carrera política– hasta sus dichos antisemitas y su negacionismo, pasando, por supuesto, por sus fallidas candidaturas a las elecciones presidenciales –a las que su hija tiene la intención de ponerle fin, si lo logra, en 2027.

La época de las colonias

Hay un elemento biográfico que Marine no comparte con Jean-Marie: a diferencia de este último, ella no sirvió bajo bandera. No es que Le Pen haya luchado mucho, pero siempre tuvo un gran apetito por los asuntos militares: desde la elección de sus amistades –como Pierre Bousquet, ex miembro de la División Carlomagno, ex Waffen SS, con quien fundó el FN– hasta sus gustos musicales –que le llevaron a fundar, con Léon Gaultier, también ex SS, una compañía discográfica especializada en canciones del Tercer Reich–, incluida, por supuesto, su implicación en Indochina y en Argelia.

A Indochina, Le Pen llega tras la paliza que acaba de recibir el ejército francés en Diên Biên Phu. Es más conocido por sus artículos en Caravelle, el periódico de la fuerza expedicionaria que se terminó marchando con el rabo entre las piernas. Le Pen salió de Indochina aún más disgustado. Por ello, hizo de Argelia un asunto personal y allí sirvió como oficial de inteligencia durante la batalla de Argel. De manera más prosaica, esto significa que Le Pen se convirtió en un torturador. Además, no lo ocultó. De toda esta juventud lepenista vestida con los colores del ejército, queda posteriormente, en el FN, un rastro de nostalgia por la “gloria” colonial, por la Argelia francesa y la OAS. Fue en particular con un antiguo miembro de la Organización Armada Secreta, Roger Holeign, con quien tomó la dirección, en 1972, del Frente Nacional.

Gran fortuna y experimento ultraderechista

Pero la carrera de Le Pen comenzó antes de principios de los años 1970, una época en la que las principales fuerzas políticas que marcarían el segundo período de la Quinta República, tras la muerte de De Gaulle, se reorganizarían, entre otros, el congreso de Épinay, de reunificación del Partido Socialista, y el atraco de Mitterrand a los socialdemócratas en 1971, la fundación del Frente Nacional en 1972 y la creación, en 1976, del RPR, el partido de Chirac y ancestro lejano del actual Los Republicanos (LR). Sin embargo, antes de convertirse en "líder" del FN, Le Pen vivió un largo período de roles secundarios.

Ciertamente, sus "talentos" bajo bandera y su oratoria rápidamente le hacen destacar, pero no es el número 1, lo que, en definitiva, le interesa. Fue elegido diputado por París en 1956 por el partido de Pierre Poujade (UDCA, Unión de Defensa de los Comerciantes y Artesanos). En 1958 fue reelegido diputado de la Asamblea Nacional francesa con el partido Centro Nacional de Independientes y Campesinos (CNIP), liderado por Antoine Pinay. En 1965 se convirtió en el director de la campaña presidencial de Jean-Louis Tixier-Vignancour, entonces una de las figuras de la extrema derecha francesa.
El vínculo entre todos estos movimientos, más allá de sus diferencias, es su pátina de Vichy [régimen bajo la ocupación nazi] y, sobre todo, su anticomunismo visceral. No hace falta decir que el movimiento del ’68 también es basura para él.

La gran década, para Le Pen, es la siguiente, la del premio gordo. No es que haya logrado despegar políticamente, pero sentó las bases de su ascenso. En octubre de 1972, en primer lugar, los nazis del Nuevo Orden se acercaron a él para que asumiera la jefatura del Frente Nacional. Estos señores, que provienen de una larga línea de petainistas [por Philippe Pétain, general colaboracionista de la Alemania nazi] y colaboradores, son seguidores de la doctrina nazi pero quieren mostrarse más presentables. Por tanto, se volvieron hacia Le Pen, quien, a su vez, aprovechó la disolución de la organización matriz, en 1973, para asumir plenos poderes. Cuatro años más tarde, se hizo cargo de la herencia del millonario militante de la extrema derecha Hubert Lambert, heredero de una dinastía de cementeros.

A partir de entonces, le llegó la buena vida. Él, que siempre ha fingido haber trabajado (en esto Bardella puede reivindicar otro aspecto de su afiliación), finalmente pudo dedicarse en cuerpo y alma a su experimento de extrema derecha al que ve un brillante futuro. Desde la mansión privada que le legó Lambert, en el parque de Montretout, en Saint-Cloud, provista de un bonito fajo de billetes Le Pen va por todo.

Productos locales: el programa de alimentación de Le Pen

El discurso del FN será bastante compuesto y variará con el tiempo, pero por supuesto su corazón está del lado de los empresarios. Despotrica contra el "fiscalismo" y "el Estado socialista", que tiene la ventaja de reunir a "los grandes" y los "pequeños" miopes que tienen la impresión de haber sido desplumados. Si Trump no fuera tan inculto, uno podría creer que ésta fue su inspiración.

Alternando pro y antieuropeísmo, se mantuvo fiel a una única línea: nacionalismo y odio a los inmigrantes, todo ello mezclado con algunos arrebatos antisemitas. Los actuales dirigentes de la Agrupación Nacional (RN) renuevan el registro racista del FN. Atrás queda, al menos en apariencia, el antisemitismo bonachón que ha caracterizado a los movimientos de extrema derecha desde sus orígenes. Como Trump, Bolsonaro, Milei o Meloni, el nuevo enemigo interior es ahora el musulmán -o quienquiera que se asigne a esa categoría.

Por supuesto, como hemos visto de nuevo durante la última campaña legislativa, no todos los cuadros de RN han reseteado completamente su software y muchos siguen siendo nostálgicos del Tercer Reich y tienen una interpretación particular del exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la RN actual, con la complicidad de los partidos del régimen, exagera su horror al antisemitismo, bajo la apariencia de un sionismo militante y de una proclamada solidaridad inquebrantable con Israel. Los dirigentes sionistas, por su parte, tienen poco en cuenta el pasado aún reciente de sus nuevos aliados.

Años 80 y 90: aprovechar el descalabro y la ayuda de Mitterrand

Fue durante los años 80 cuando Le Pen despegó, beneficiándose de un doble favor de Mitterrand y de los socialistas en el poder. Por un lado, el primer presidente "de izquierdas" de la V República -condecorado por el propio Pétain y amigo hasta el final del colaboracionista René Bousquet- le dio acceso a la televisión para difundir su programa. Por otra parte, la sangría industrial provocada por las reestructuraciones impulsadas por el Partido Socialista con el apoyo de los comunistas, las medidas de austeridad, el creciente malestar obrero, desorientado por las direcciones sindicales que recibían órdenes del Gobierno, y las promesas incumplidas desmoralizaron a los trabajadores y sectores populares. Apoyándose en el endurecimiento de las políticas migratorias a partir de la segunda mitad de los años 70, que la izquierda gobernante acabó haciendo suyas a su manera, Le Pen afirmó entonces ponerse del lado de "los pequeños, los oprimidos", como diría más tarde en su última campaña presidencial.

Los resultados del FN empezaron entonces a aumentar: 4,4 millones de votos en 1988 al final del primer mandato de siete años de Mitterrand, un poco más en 1995 y, en 2002, tras la experiencia de Jospin y la Izquierda Plural, llegaron a la segunda vuelta. Poco a poco, la geografía electoral del FN sigue el mapa de Francia de despidos, desempleo y precariedad. No es que el FN sea el "primer partido de los trabajadores y empleados", como afirman ellos y algunos periodistas relatan complacientemente, sino en el sentido de que es el que, sin duda, mejor consigue recoger los frutos de las decepciones de los trabajadores, que lucharon durante dos décadas, soportando reforma antiobreras, despidos y crisis sociales.
La verdadera cara del FN en relación a las demandas de los trabajadores se puede ver en que cuando hay estallidos de lucha de clases como durante el invierno de 1995, en marzo-junio de 2003 entre los trabajadores públicos, o en 2006 durante la lucha contra la reforma laboral, el FN se muestra discreto, incapaz de defender el más mínimo discurso político que pueda sintonizar con sus demandas. Sin embargo, tan pronto como las luchas disminuyen, sin solución de continuidad ni perspectivas de recuperación, el FN retoma su ascenso.

Las dos almas del lepenismo y cómo entrentarlo

El otro elemento que caracteriza a Le Pen es estar solo al mando. Durante su carrera, pero especialmente después de la fundación del FN, todos aquellos que podían eclipsarlo o que eran vistos como figuras en ascenso fueron purgados metódicamente. Sus seres queridos, empezando por su hija, tendrán que esperar hasta que se debilite y supere los 80 años para expulsarlo. En 2015, a la edad de 87 años, el anciano fue despedido sin contemplaciones del partido. El resto lo sabe todo el mundo. Aunque Bardella finge inocencia, conoce perfectamente la historia, desde sus inicios. Marine se la contó.

Las dos almas del lepenismo siguen siendo, aparentemente opuestas pero perfectamente complementarias: la primera, francamente proempresarial, antiimpositiva y violentamente ordoliberal. Es la que defiende Marion Maréchal, la nieta, con menos éxito hasta ahora que su tía. La segunda es más pueril y está impregnada de demagogia social, poco preocupada por la coherencia económica o política: a veces en contra de Bruselas y a veces a favor de Europa, sobre todo cuando se trata de obtener "financiación", un poco a favor de la reducción de la edad de jubilación a 60 años, pero sobre todo apoyando al Medef [cámara empresarial]. Lo que une a las dos expresiones del lepenismo, más allá del histrionismo del difunto líder que sigue impregnando a las tropas, es la puesta en la picota de los extranjeros o de los designados como tales, empezando por los musulmanes, el odio a la diferencia, la estigmatización de los que no son franceses. Y, por último, un anticomunismo primario, expresado ayer a la manera clásica y hoy bajo el disfraz de un discurso contra los "wokistas", los "huelguistas" y los "inmigrantes".

Como en otros momentos de la historia del siglo XX, en un contexto de crisis a varios niveles -a escala nacional, en particular, donde había una grave crisis orgánica de representación, crisis que iba acompañada de una pérdida de influencia del imperialismo francés en el teatro de sus operaciones exteriores-, la derecha y el centro del arco político retomaron este discurso y este programa. Así pues, Le Pen murió sin entrar en el Elíseo [palacio de gobierno]. Finalmente, el lepenismo triunfó menos en conquistar las almas de la clase trabajadora, a pesar de los críticos de la extrema derecha que culpan a los sectores populares por "votar mal", como en legitimar un lugar para la extrema entre la clase política francesa.

Para contrarrestarlo, más que nunca, necesitamos una extrema izquierda combativa. Una que pueda ser tan revolucionaria, anticapitalista, antirracista y antiimperialista como el lepenismo ha sido reaccionario, proempresarial y patriotero al construir, sobre un telón de fondo de desorden social y luchas en retroceso, un programa que pretendía hacer popular. De eso tratará la lucha por venir, contra los herederos de Le Pen, estén donde estén. Porque no hay nada inexorable en el ascenso del lepenismo.


El artículo original se puede leer aquí.