Ediciones IPS presenta por primera vez en lengua castellana el tomo 2 del libro de Pierre Broué Revolución en Alemania (1917-1923), que abarca esencialmente los años que van desde 1921 hasta la insurrección fracasada de 1923. Aquí reproducimos la nota a la edición de este nuevo tomo.
Alemania en esos años es presa de las consecuencias de su derrota en la Primera Guerra Mundial, que le impuso, entre otras condiciones, una pesada carga en pagos por reparaciones de guerra con el Tratado de Versalles.
En una primera parte, esta obra va recorriendo las diferentes rupturas y discusiones que tuvo el Partido Comunista alemán (KPD), especialmente luego de la acción de marzo y el apartamiento de Paul Levi, máximo dirigente de ese partido, quien fue crítico a ese accionar. Estos debates tienen una permanente interrelación con la Internacional Comunista y, hasta que su salud se lo permitió, Lenin jugó un papel preponderante en ellos.
Como lección estratégica de la acción de marzo, además de la estabilización relativa que venía teniendo el capitalismo y que ya no estaba planteada la inminencia de la revolución, el III Congreso de la IC propone la táctica de frente único como modo de ir a la conquista de las masas, así como la del gobierno obrero, incluso surgido de un acuerdo parlamentario, pero con el objetivo estratégico de desarrollar el movimiento revolucionario y la guerra civil contra la burguesía. Para los comunistas alemanes esta consigna tomaba una gran importancia dado el peso de la socialdemocracia, al igual que el de su ala izquierda. Además, las condiciones económicas y sociales ponían sobre el tapete la necesidad del frente único “contra la miseria y la reacción”.
Es que en enero de 1923, con la invasión franco-belga a la región del Ruhr, la situación se acelera: el canciller Cuno y el presidente Ebert llaman a una “resistencia pasiva”. Esto desemboca en grandes huelgas, en especial ferroviarias, manifestaciones que dejan muertos, heridos y sabotajes. Además, alimenta una campaña nacionalista que da rienda suelta a las fuerzas de la derecha, que crece con Adolf Hitler y los nacionalsocialistas. Comienza a perfilarse un enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución. En agosto cae el gobierno de Cuno producto de las huelgas y los enfrentamientos, y en octubre se constituyen gobiernos obreros con socialdemócratas de izquierda y comunistas en Sajonia y en Turingia.
El KPD crece no solo en número sino en organización: aumentan sus miembros dentro de la juventud, la tirada de sus periódicos y las “fracciones comunistas” dentro de los sindicatos reformistas. El movimiento de los consejos de fábrica influido por él se desarrolla a un ritmo muy rápido durante 1923. También estos consejos van a crear comités de control para fiscalizar los precios de los alimentos y de los alquileres y combatir la especulación. Por último, se forman las Centurias Proletarias, formaciones armadas de defensa obrera, en todo el país. La necesidad de armamento del proletariado, que estuvo presente desde 1918, como consecuencia concreta de la respuesta a la invasión del Ruhr, se pone a la orden del día. Todas estas políticas llevadas adelante por el KPD eran pensadas en frente único en los sindicatos y con el ala izquierda de la socialdemocracia.
Paralelamente los dirigentes de la IC junto con el ala izquierda (encabezada por Fischer) y la derecha (dirigida por Brandler) discuten en Moscú la preparación para la toma del poder. El plan de acción establece que en una Conferencia Nacional de Consejos de fábrica, que se reunirá el 21 de octubre en Chemnitz, se vote una huelga general a realizarse el 23 de octubre para defender los gobiernos obreros de Sajonia y Turingia. Pero la Conferencia dirigida por los socialdemócratas de izquierda no la vota. El plan queda sin efecto. Solo en Hamburgo, donde los comunistas no fueron avisados de la “desactivación” se sigue combatiendo por dos días. Como plantean Albamonte y Maiello:
El problema fundamental no era haber constituido el “gobierno obrero” en Sajonia, que era una maniobra táctica, sino que este no fue puesto en función de la ofensiva; no se había preparado la insurrección y se había dejado pasar la oportunidad de tomar el poder sin lucha. Es decir, aunque hubiesen rechazado la conformación de gobiernos de coalición en Sajonia y Turingia, los dirigentes del comunismo alemán se hubiesen mantenido en los marcos de la legalidad del régimen burgués, ya que no se decidieron a luchar por la toma por el poder [1].
Luego de la insurrección fallida en Alemania, se cierra el ciclo de revoluciones y comienza el ascenso del estalinismo. Como plantea Broué:
Esta derrota final era la conclusión de dos batallas distintas, pero estrechamente vinculadas por sus orígenes y por sus consecuencias. La primera se había desarrollado en las fábricas y en las calles de las ciudades industriales alemanas entre 1918 y 1923. La otra, librada en el seno del Partido Bolchevique entre 1923 y 1927, había concluido con la victoria de Stalin y de su aparato burocrático. Derrotas del proletariado mundial en lugares fundamentales desde el punto de vista estratégico, esas dos batallas perdidas traducen su trágica debilidad en el terreno de la organización y de la teoría, y, al mismo tiempo, indican el único camino para superarlo, la construcción de una verdadera Internacional.
Finalmente, esta obra debate acerca de la influencia de la IC sobre el PC alemán, hace semblanzas críticas de sus dos principales dirigentes, Paul Levi y Karl Radek, y realiza el balance del fracaso de la revolución alemana, con las importantes lecciones estratégicas de León Trotsky.
Conocer y estudiar estas ricas lecciones, llenas de actualidad en un mundo convulsionado que cuestiona cada vez más la “normalidad” del capitalismo es lo que nos ha llevado a realizar la traducción de una obra que, en sus dos tomos, comprende prácticamente 1.000 páginas.
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